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Apuntes políticos sobre la coyuntura nacional

El movimiento de masas y sus perspectivas hoy

Fuentes: Rebelión

Como en todo año electoral, la coyuntura de nuestro país ha pasado principalmente por la disputa política -entre las distintas fracciones del bloque en el poder- por un mayor posicionamiento mediático y político sus diferentes apuestas electorales. El movimiento de masas, fuerte en cuanto a la acumulación de experiencias pero débil en la capacidad de […]

Como en todo año electoral, la coyuntura de nuestro país ha pasado principalmente por la disputa política -entre las distintas fracciones del bloque en el poder- por un mayor posicionamiento mediático y político sus diferentes apuestas electorales. El movimiento de masas, fuerte en cuanto a la acumulación de experiencias pero débil en la capacidad de contrarrestar el juego electoral, ha pasado a un segundo plano, menos protagónico e influyente en el acontecer político nacional.

Sin embargo, si bien este año el movimiento de masas se ha debilitado en comparación a los años anteriores, ha habido importantes atisbos de lucha reivindicativa, así como ciertos «hitos» que dan cuenta del largo y complejo proceso de reconstrucción de la fuerza popular y del proyecto de clase. Además, se han mantenido en primer plano las críticas -cada vez más generalizadas- al régimen político burgués, a sus representantes y a parte importante de los principales pilares del capitalismo en Chile (sistema educacional, sistema de salud, sistema previsional, trabajo, etc.).

1. Las primarias y las proyecciones del bloque en el poder

El año comenzó con la ordenación -al parecer- definitiva de las candidaturas presidenciales. Tal como todo el mundo lo veía venir, Bachelet se impuso sin mayores dificultades como la apuesta política central de la Concertación y el Partido Comunista. La nueva coalición electoral (Nueva Mayoría) aplastó al resto de las candidaturas primarias, las cuales -más que apuestas reales- eran más bien, maniobras políticas que pretendían dar un mejor posicionamiento a sus propuestas programáticas dentro del futuro programa de gobierno y asegurar -dependiendo de los resultados- mayor o menor presencia de candidatos propios (de sus partidos) en las elecciones parlamentarias.

Pese a que no hubo mayores novedades en las elecciones primarias -en términos del triunfo de Bachelet- si lo hubo respecto a la participación electoral, a la distancia obtenida por la candidata del PS-PPD, el paupérrimo resultado del candidato Orrego (DC) y la poca concurrencia en las mesas de la derecha. Dichas situaciones nos permiten proyectar varios escenarios hipotéticos, los que pueden ser relevantes para el devenir del movimiento de masas y la lucha de clases en Chile durante los siguientes meses o años.

Las cifras de participación electoral vienen cayendo desde la primera elección (plebiscito de 1988) hasta las elecciones municipales del año recién pasado. Los votantes se redujeron prácticamente en un 50% durante los últimos veinticuatros años y el padrón electoral envejeció significativamente. Las explicaciones son variadas, sin embargo gran parte de la desafección electoral tiene que ver directamente con un régimen político desgastado después de dos décadas de promesas incumplidas, cesantía estructural, problemas en el sistema de previsión, dificultades en el sistema de salud, crisis del sistema educacional, la pauperización general del trabajo, etc. A esto, se suma la implementación de un modelo económico que a todas luces -descaradamente- favorece la acumulación de riqueza por parte de los grandes grupos económicos, en desmedro de la clase obrera y el pueblo trabajador.

Todos esos problemas sociales (políticos) se han traducido en la baja participación electoral y, en general, en la poca legitimidad de las instituciones políticas (según todas las encuestas el Congreso Nacional es la institución pública que goza de menos confianza en nuestra sociedad). La capacidad hegemónica que la Concertación lució durante los primeros diez años de gobiernos se fue reduciendo hasta llegar a un piso mínimo, inferior a un 25% de aprobación «ciudadana» (salvo determinadas figuras políticas «carismáticas» como Bachelet).

Nadie puede negar que la crisis de participación política es una realidad tangible y que junto a ella, el régimen de dominación político se encuentra -al menos- mellado. El mismo bloque dominante lo reconoce y apuesta sus cartas a la recomposición orgánica de la superestructura estatal en un mediano plazo (próximo gobierno). De ahí que la participación «abultada» de votantes en la elecciones primarias pasadas «sorprenda» de sobremanera a la mayor parte de los analistas políticos. Pero la mayor participación estimada en las elecciones primarias no significa -necesariamente- la recuperación del régimen político burgués.

En este caso la mayor parte de la participación electoral responde a la cantidad de propuestas electorales en juego, la candidatura mediática de Bachelet y la relativa novedad que representan las elecciones primarias de este tipo. Sin embargo, lo que concitó la mayor masa electoral fue la candidata de la Nueva Mayoría, quién -lamentablemente- se perfila con solidez inusitada frente a las próxima elecciones.

Es altamente probable que en la triple elección de fin de año, la cantidad de votantes -respecto a las elecciones municipales 2012- aumente considerablemente (en las elecciones pasadas votaron poco más del 40% de los electores en edad de votar). Además, con la cantidad de competidores por el sillón presidencial, el «arrastre» de votantes será mucho más extenso. Sin embargo, un nuevo triunfo de Bachelet no significará una recomposición absoluta del viejo agente político hegemónico que gobernó durante cuatro magistraturas seguidas.

La crisis de representatividad que atraviesa todo el sistema de partidos no será superada «sencillamente» por un gobierno populista, por un aggiornamiento del régimen político o por una batería de reformas al sistema educativo, previsional o de salud. Los problemas de legitimidad de los partidos de las clases dominantes están ubicados -en importante medida- en la subjetividad colectiva, lo que transforma el problema de la inestabilidad de la dominación de clase en una fisura estructural, mucho más difícil de abordar y superar para el bloque en el poder. Hoy en Chile, se precipita una crisis orgánica entre los partidos políticos que administran el poder, y un movimiento de masas -en plena recomposición- que avanza mayoritariamente por fuera de la institucionalidad burguesa y que re-ubica lentamente los problemas sociales, económicos y políticos en la contradicción capital/trabajo.

Por lo tanto, sin bien un triunfo concertacionista va significar una regeneración importante -pero breve- de la confianza «ciudadana» en el poder ejecutivo y seguramente también, la recuperación de parte de la capacidad de conducción del bloque en el poder sobre las clases explotadas y demás sectores subalternos. Debido -como decíamos anteriormente- a las características orgánicas de la crisis de representatividad, esta regeneración momentánea no se traducirá en una recuperación absoluta de la capacidad de dominación-conducción del bloque dominante en su conjunto. Estará, de hecho, muy por debajo de la capacidad hegemónica exhibida por los dos primeros gobiernos de la Concertación. Habrá -en el mejor de los casos para los dueños del poder y la riqueza- una suerte de distención, breve e inestable entre el movimiento de masas y los administradores políticos del capitalismo en Chile.

Otro fenómeno político importante que se expresó en las elecciones primarias, fue la desastrosa candidatura de Claudio Orrego (DC). El «Toro» Orrego, otrora alcalde de Peñalolén e hijo de una de las figuras más importantes de la derecha democratacristiana, alcanzó apenas el 8% de los votos en la elección primaria, muy por debajo del 13% de Andrés Velasco (candidato independiente).

La derrota de Orrego, apoyado escuetamente por solo un pequeño sector de la DC, demuestra dos cuestiones elementales para la política nacional. Por un lado, la vieja DC no deja de perder apoyo social y político, está -evidentemente- muy por debajo del partido de gobierno «ícono» de la «transición democrática», quién llevará dos militantes seguidos a la presidencia de la nación sin mayores dificultades electorales. También, por otro lado, demuestra la debilidad del discurso conservador-cristiano sobre la sociedad chilena contemporánea y, a la inversa, la fortaleza de los llamados sectores «progresistas» que con una apuesta «anti-conservadora» han sido capaces de conquistar a parte del electorado de centro.

Esta situación, en términos prácticos, es especialmente relevante para las próximas maniobras de los partidos dominantes e incluso para la izquierda revolucionaria propiamente tal. No debemos perder de vista el hecho de que una buena parte del eje de discusión programática del bloque en el poder y las luchas reivindicativas, girará en torno a las problemáticas que atravesarán cuestiones de índole «valórico». Las plataformas de lucha locales y sectoriales desplegadas por los revolucionarios en todos nuestros frentes de masas, deberán ser capaces de abordar estos temas con profundidad y coherencia, sino quedarán (quedaremos) limitados en cuanto al campo de acción política, y la lucha democrático-popular no permitirá profundizar las contradicciones y ampliar las fisuras que abre el capitalismo patriarcal chileno.

La Democracia Cristiana, al igual que la mayor parte de las DC’s mundiales, va camino a la extinción. El electorado democratacristiano natural marcha hacia la derecha, de hecho mientras la DC ha reducido sus parlamentarios ostensiblemente durante las últimas dos décadas, la UDI ha aumentado sus parlamentarios de manera considerable, mientras el resto de los partidos de la Concertación se han mantenido relativamente estables, los votantes de la DC se han «mudado» principalmente a la UDI.

La debilidad política de los autodenominados «socialcristianos» ha permitido un fortalecimiento ideológico de las posiciones más «progresistas» dentro de la Concertación, ha beneficiado especialmente la consolidación del PS como partido conductor de la coalición. La debilidad de la DC beneficia la imposición de la alianza PS-PC que impulsan los socialistas y la incorporación de elementos programáticos menos conservadores y populistas en el programa de gobierno de la Nueva Mayoría.

Por último, otro gran sismo político fue la baja participación en las primarias del electorado de derecha, quienes no alcanzaron ni a sumar un tercio de las votaciones totales efectuadas ese día (800.000 votos de 3.000.000 válidamente emitidos). Gran parte de la baja participación lo explica la poca competitividad de los candidatos en disputa, de hecho la Alianza misma bromeaba respecto a las pocas diferencias que había entre una propuesta y otra. Las votaciones entre dos candidatos mellizos no son atractivas para los electores tradicionalmente de derecha. A la mayor parte de la «ciudadanía» que volcará su apoyo a la derecha en las próximas elecciones, le pareció irrelevante el triunfo de uno u otro candidato.

No obstante, la mayor complejidad para la Alianza no fue la falta de votos el día de las primarias, sino que la inesperada -y extremadamente sospechosa- bajada de la carrera presidencial de Longueira. Si bien, la elección presidencial ya se encontraba perdida para la coalición de gobierno, debido a la fortaleza electoral de Bachelet y al desprestigio generalizado de la gestión de Piñera (y otros factores más). La caída en desgracia de Longueira no hizo más que agudizar el problema de representación electoral que atraviesa la derecha política.

Mathei, sin duda, concita el consenso mayoritario entre los dos partidos de la Alianza. Sin embargo no será capaz de superar ampliamente el tercio de las votaciones en la próxima elección, lo que significa -sin lugar a dudas- un retroceso descomunal para una coalición que sacó un presidente hace apenas cuatro años y que se había acostumbrado a encumbrarse holgadamente sobre el 40% de las preferencias electorales.

La principal preocupación de la candidatura de Mathei es poder asegurar la mayor cantidad de diputados y senadores UDI-RN posibles para el próximo parlamento. Sin embargo, debido al pésimo gobierno de Piñera -en términos de apoyo social y político, además de un torpe manejo comunicacional- y los «tropiezos» electorales de los últimos meses (Golborne/Longueria) es altamente probable que los diputados y senadores de la Alianza disminuyan levemente su presencia parlamentaria, lo cual facilitará el ejercicio legislativo para la Concertación.

Es por lo anterior que Bachelet no solamente ganará sin mayores dificultades la contienda presidencial sino que además tendrá un parlamento «menos hostil», que le permitirá avanzar en una serie de medidas de carácter populista que favorecerán la ampliación de su legitimidad social y entorpecerán -en primera instancia- el accionar político del movimiento de masas. Ni las cifras macroeconómicas conseguidas por este gobierno (superiores al gobierno anterior), ni el -supuesto- empleo pleno, ni la estabilidad microeconómica, potenciarán la candidatura -a estas alturas- decadente de Evelyn Mathei.

2. Los desafíos de los dueños del poder y la riqueza

No obstante lo positivo que será -en un primer momento- el triunfo de Bachelet para el conjunto del bloque dominante y el proyecto de clase de la burguesía monopólica-financiera, los niveles de descrédito y des-legitimidad hacia el bloque en el poder, desde la mayor parte de los sectores sociales y políticos movilizados, además de la imposibilidad del sistema capitalista de solucionar el problema estructural de la desigualdad en la «distribución del ingreso» y la degeneración del sistema educacional, de salud y de previsión (y otros problemas más), hacen muy compleja -como ya habíamos indicado- la regeneración absoluta de la hegemonía que gozaba el régimen político y el modelo económico hace poco más de una década.

En función de lo anterior, la burguesía, sus aliados y sus partidos políticos funcionales, trabajan arduamente para construir «consensos» sociales respecto a cómo recuperar los niveles de legitimidad necesarios para mantener el patrón de acumulación capitalista andando. Esto, a una tasa de crecimiento lo suficientemente abultada como para tener satisfechos a los dueños del poder y la riqueza, y sin que aquello -al mismo tiempo- signifique «alimentar» la «masa crítica» en su crecimiento y la lucha por mejorar las condiciones de vida y trabajo.

Es por lo anterior, que hoy día el régimen de democracia restringida diseñado y acordado entre la dictadura militar y la oposición burguesa en los años 80’s, se encuentra en plena fase de expansión gradual y flexibilización moderada. Dicha fase de expansión gradual y flexibilización moderada de la estructura política de dominación, tiene como objetivo ampliar la participación social -por medio de diferentes mecanismos institucionalizantes– dentro de los márgenes de una democracia burguesa limitada y excluyente. Sin embargo, la expansión gradual del régimen, no significa ni significará una «vuelta» a la democracia liberal-burguesa aplicada -brevemente- desde fines de los años 50’s hasta principios de los años 70’s, y que permitió -dicho sea de paso- la penetración masiva de partidos populares en el parlamento burgués y el triunfo electoral de Salvador Allende. Ni tampoco la flexibilización moderada se traducirá en la apertura democrática del régimen a partidos u organizaciones de carácter anticapitalista o clasista. Cualquier eventual penetración de corrientes rupturistas dentro del régimen de democracia restringida chileno, será inminentemente contenida por la burguesía y las fuerzas más leales del bloque dominante.

La expansión gradual y la flexibilización moderada, que se expresa por ejemplo en el voto voluntario con inscripción automática, la elección de CORES, el inminente termino del sistema binomial, etc., son expresión concreta de la táctica de contención de movilización que está siendo desplegada por el bloque dominante. Esta, pretende reagrupar el «descontento social» y la «disconformidad política» en torno la «democratización» del Estado burgués y sus mecanismos de «participación ciudadana».

Dicha táctica posee límites estrictos, por ejemplo: el sistema binominal no será cambiado en ningún caso por un sistema de elección proporcional, debido a que afectaría directamente la presencia en el parlamento de parte importante de los partidos de centro y derecha. Por lo tanto la apuesta «más profunda», en este caso, es la aprobación de una especie de «binominal corregido» que permita mantener una correlación de fuerzas en el parlamento casi idéntica a la actual, pero incorporando a una mayor cantidad de diputados y senadores, y dando escaños especiales a los partidos políticos que superen un porcentaje mínimo de votos (probablemente el 5%).

Lo anterior permitirá una mayor presencia de parlamentarios del PC, lo que favorecería a una apariencia más «democrática» y «pluralista» del parlamento, a la vez que no afectaría prácticamente en nada la actual nómina de diputados y senadores de los partidos hoy presentes en el Congreso Nacional. Por el lado del PC, un «binomial corregido» le permitiría «monopolizar» el descontento social en su propia tienda, debido a que probablemente sería el único partido «crítico» con una presencia electoral considerable dentro del poder legislativo. Evidentemente, la ampliación de la presencia parlamentaria del PC no significará en absoluto una mayor representación de las «demandas sociales» en el congreso burgués. Más bien, lo que ocurrirá -para el PC- será el robustecimiento de su propia capacidad para negociar una inclusión más formal dentro de la Concertación y su influencia -siempre moderada- dentro del diseño programático de la coalición burguesa de centro.

De todas maneras, en cuanto a las «preocupaciones» centrales de la sociedad chilena, el problema del régimen político -según todos los estudios de opinión- se ubica al final de la cadena de inquietudes. Por lo tanto, en última instancia, aunque se implementen una cantidad importante de reformas a la estructura de dominación política, las demandas y necesidades populares están ubicadas en un plano muy diferente y más complejo de revertir por su contenido material y económico.

Las preocupaciones centrales de la sociedad chilena -como ya decíamos- son: la seguridad pública, el sistema de educación, el sistema de salud, la previsión y el trabajo. Por consiguiente, la lucha democrático-popular y las demandas de clase, deben ser capaces -mediante sus plataformas de lucha– de abordar con profundidad dichas demandas, buscando siempre superar el carácter meramente economicista de la exigencia. A partir de lo anterior, pensamos que cualquier lucha que ubique los problemas -principales- en la «democratización» del régimen burgués, está -casi- completamente por fuera de las demandas populares y en línea con las demandas que emanan -realmente- desde la pequeñaburguesía movilizada y, por consiguiente, no contribuyen sustancialmente al desarrollo de un movimiento de masas consistente. La contradicción capitalismo/democracia es real y antagónica, pero secundaria respecto al desarrollo de la lucha de clases actualmente en nuestro país.

Posemos la absoluta convicción de que el régimen burgués y el sistema capitalista deben ser enfrentados en el plano de la acción de masas, canalizando el descontento de clase por medio de la lucha por demandas populares que fisuren realmente la estructura política de dominación y el sistema de explotación, al mismo tiempo que -dialécticamente- se construye el poder organizado de las clases explotadas y se profundiza en formas más radicales de lucha y confrontación. La clase obrera y los pobres del campo y la ciudad, se deben educar a sí mismos en la lucha reivindicativa y radical. La historia demuestra -porfiadamente- que estas formas de lucha se desarrollan principalmente fuera y contra la institucionalidad de las clases dominantes y no subordinada a ella.

El verdadero desafío que enfrentan los dueños del poder y la riqueza en Chile, y que al mismo tiempo abre las posibilidades de lucha más amplias y profundas para la izquierda clasista y revolucionaria, está precisamente en las principales instituciones y sub-sistemas que sustentan el capitalismo en Chile. La lucha de clases, se ubica certeramente en el sistema educacional, el sistema de salud, la previsión y el trabajo en general. Debido al carácter de estas demandas populares y a que el capitalismo no puede más que modificarse a sí mismo sobre la base de su propia profundización como patrón de acumulación (que basa su propia existencia en la explotación asalariada) es que dichas demandas -si se llevan adelante- tenderán sólo a profundizar aún más las contradicciones propias del régimen burgués.

Es por ello que las demandas populares, especialmente las protestas de masas en regiones y las que apuntan al sistema previsional, de salud, de educación y de trabajo, no encuentran ni encontrarán un cambio estructural, sino más bien una serie de medidas de contención -parciales y escuetas- que se agotarán después de pasado un tiempo y que reaparecerán en un segundo ciclo de luchas, con mayor profundidad y extensión política.

3. El movimiento de masas y sus perspectivas inmediatas

Este año, el movimiento de masas se ha caracterizado por la persistencia de un reflujo relativo, inestable. La principal fuerza sectorial que habían impulsado las grandes movilizaciones los dos años anteriores pasó a un estado de movilización pasiva, mucho menos regular pero activo. Las razones son múltiples, pero se dibujan claramente algunas líneas generales que determinan de manera general las razones del reflujo relativo.

Por un lado, existe una agotamiento natural de la fuerza movilizadora, dos años de jornadas de luchas amplias sin triunfos materiales concretos pasaron la cuenta. El movimiento estudiantil ha acumulado una experiencia de lucha incalculable, nuestros estudiantes son los más combativos y movilizados de toda Nuestra América. Sin embargo, pese a poseer unas bases profundamente radicales, convencidas absolutamente de la justeza de las demandas de gratuidad y democratización, no se ha logrado traducir esa voluntad en una fuerza estudiantil organizada, clasista y revolucionaria, que conquiste lo espacios de representación estudiantil y lleve adelante la lucha de masas.

Más bien, lo que ha sucedido a las corrientes clasistas y revolucionarias, ha sido la imposibilidad de concretar una unidad efectiva -programática, estratégica y táctica- que favorezca la defensa consecuente de las demandas estudiantiles que apuntan a transformaciones estructurales del sistema educacional chileno. El retraso de los revolucionarios en las tareas unitarias ha sido capitalizado por las viejas y nuevas corrientes reformistas, que en su moderación y desconfianza históricas en las fuerzas del movimiento estudiantil -y de masas-, lo desarman políticamente, planteando como tareas principales cuestiones que en realidad son de segundo orden -como la lucha parlamentaria-, y al mismo tiempo, desmereciendo formas de lucha realmente principales, como la movilización callejera y la lucha de masas.

Por otro lado, la coyuntura electoral de este año ha determinado el acontecer político del movimiento estudiantil. Muchos ex dirigentes estudiantiles -no tan solo de las JJCC- han enfocado todo su trabajo político, y el de sus respectivas organizaciones, en levantar candidaturas testimoniales, intentando vanamente convertir la fuerza del movimiento estudiantil, en fuerza electoral.

Estas candidaturas, que a duras penas son conocidas por sus pares estudiantiles, tienen escasas oportunidades de triunfar. Pero más profundo y relevante que eso, y mucho más allá de las posibilidades reales o no de triunfar en una contienda electoral contra el bloque en el poder y superar los baches del régimen de democracia restringida, lo que más ha trascendido negativamente al movimiento estudiantil, es la desconfianza hacia representaciones que después pueden transformarse en parte del bloque político en el poder. Parte importante del movimiento estudiantil siente que puede ser utilizado electoralmente en la siguiente o subsiguiente elección municipal o parlamentaria.

A la amplia mayoría estudiantil movilizada no le interesa ser parte de las coyunturas electorales del bloque en el poder, de hecho la mayor parte de la juventud popular chilena (más del 80%) ni siquiera participa de ningún tipo de elección nacional, distrital o municipal. Por lo tanto, lo que nos debemos preguntar desde la franja revolucionaria chilena es lo siguiente: ¿conveniente volcar parte importante del movimiento de masas al fortalecimiento y la recuperación de la legitimidad política de un régimen burgués desprestigiado y decadente?

A diferencia de la joven democracia liberal-burguesa nacida en la segunda mitad de los años 50’s, que poseía amplia legitimidad sobre el movimiento obrero-campesino chileno, el régimen burgués de democracia restringida que poseemos en Chile desde el fin de la dictadura, no goza ni un ápice de la legitimidad que el antiguo régimen burgués. Es más, en cada coyuntura electoral, no nos jugamos solamente la legitimidad del régimen político, sino que también -y mucho más importante que lo anterior- nos jugamos las formas principales en que se educará el movimiento de masas chileno en el transcurso de su proceso de reconstrucción y reorganización.

En un plano diferente del movimiento de masas, sectores importantes de trabajadores se han movilizado con fuerza y consistencia los últimos meses. Sin duda, las movilizaciones que más llamaron la atención por su contenido y radicalidad fueron las movilizaciones de los trabajadores portuarios y de los recolectores de basura.

Si bien, las demandas de los trabajadores portuarios no tenían mayor trascendencia política, debido a la forma en que se produjeron y al carácter nacional de las movilizaciones, dieron una importante señal sobre la reconstrucción organizativa-sindical de ese sector de trabajadores. Los «paros por solidaridad» fueron una de las expresiones de mayor madurez del movimiento obrero chileno durante toda la primera parte del siglo veinte.

Lejos lo más destacado de la huelga de recolectores de basura, fue la radicalidad e intransigencia con la cual impusieron su paralización, además del contenido de sus demandas, que superaban ampliamente las exigencias de los portuarios. Los trabajadores exigían un alza en sus sueldos, de un 40% aproximadamente. Si bien no consiguieron la totalidad de sus exigencias -debido a unas oscuras maniobras de la dirigencia de la CUT con el Ministerio del Trabajo- fueron capaces de demostrar una capacidad de organización y fuerza extraordinaria, además de lograr «conmover» a gran parte de la sociedad chilena, consiguiendo un amplio apoyo social e importantes manifestaciones de solidaridad espontánea.

Este año hubo otras muestras importantes de avances en la organización de trabajadores, tales como el paro denominado: «Cobre por Educación», que movilizó a gran parte del estudiantado chileno y a los sindicatos del cobre más consecuentes. Este paro brilló por su masividad y combatividad, los enfrentamientos entre Fuerzas Especiales de Carabineros, estudiantes y algunos trabajadores comenzaron a altas horas de la madrugada ese mismo día. No obstante, tampoco se logró repetir una movilización con esas características o llevar a buen término toda esa fuerza movilizada. La ausencia de una conducción consecuente impidió e impide mantener el grado de movilización y de decisión de lucha necesarios para un triunfo concreto.

Es importante destacar que la mayor parte de los trabajadores movilizados durante los últimos diez años lo han hecho o fuera de los márgenes de la CUT, o con una crítica frontal a la mafia dirigente enquistada en su cúpula.

También el movimiento de pobladores se ha mantenido activo este año, especialmente en regiones. Parte importante de las contradicciones más agudas de nuestra sociedad de clases han «estallado» en las regiones más marginadas -por el poder central- de nuestro país. Todos los estallidos de este año (Calama, Tocopilla, Quellón), tienen las mismas características: regiones -o sectores- con una amplia riqueza natural (alta minería o producción agropecuaria) pero con una pésima «redistribución» de la riqueza, la cual se concentra en las manos del capitalismo monopólico nacional y trasnacional. Además, el impuesto es recogido por la Región Metropolitana y re-asignado a las regiones más importantes del país; principalmente Santiago, Valparaíso, Antofagasta y Concepción, quedando el resto del país (millones de campesinos, pobladores y trabajadores) completamente a la deriva y desprovistos de la mayor parte de la riqueza que ellos mismos producen.

Nuestra república burguesa es, desde sus inicios, profundamente centralista. De hecho, la mayoría de los países capitalistas con el mismo desarrollo político y económico -o superiores- que Chile, se organizan de forma federada, con autonomías o -en última instancia- son una república centralista flexibilizada. Mientras los dueños del poder y la riqueza no comprendan que el modelo híper-centralista de la república burguesa chilena llevará permanente a alzamientos populares locales, las movilizaciones locales de masas se seguirán produciendo con mayor frecuencia, profundidad y extensión política. La izquierda debe comprender y actuar sobre estos sectores con mayor atención y dedicación.

4. Algunas tareas pendientes de la franja revolucionaria.

Si bien este documento no tiene como objetivo desarrollar un análisis de situación política nacional exhaustivo, sino más bien apuntar a algunos aspectos de la coyuntura nacional, si queremos indicar ciertas debilidades que la izquierda revolucionaria aún no lograr superar, incluso -en algunos casos- ni siquiera se plantea enfrentarlas.

Un primer aspecto es la ausencia profunda de las discusiones programáticas y estratégicas. Más bien predomina un estilo de construcción orgánica tareísta y voluntarista, que mantiene a las organizaciones revolucionarias vivas y activas, pero sin desarrollar un accionar político con la coherencia política necesaria para proyectar la construcción revolucionaria más allá las fronteras coyunturales. Debemos poner en primer orden los problemas programáticos y estratégicos, y construir una orientación revolucionaria y política-militar que facilite un proceso de acumulación de fuerza social revolucionaria, enfrentada con los enemigos de clase, ordenado y coherente, en función de la lucha por el socialismo.

Un segundo aspecto es la unidad política y orgánica real. Nuestra izquierda se caracteriza por un discurso unitario formal, pero no real. En la mayor parte de los casos no existe la voluntad sincera de desarrollar una política unitaria que supere la construcción de los pequeños feudos de poder, al mando de unos pocos «lideres» iluminados. En el resto de los casos, especialmente el último par de años, se han llevado adelante ciertos acercamientos -alianzas- pero que no superan en casi ningún caso el tareísmo que indicamos anteriormente. Se «juntan» organizaciones bajo el único objetivo de llevar adelante algunas actividades concretas, pero sin plantearse el problema de una política permanente de unidad, en base a orientaciones tácticas y estratégicas comunes. Este tipo de política favorece la «masividad», pero en ningún caso rompe con la atomización orgánica. Hay una negativa permanente -o incapacidad- de plantear políticas reales al problema de la lucha por el poder y la revolución en Chile.

En última instancia, otra dificultad que la izquierda no logra superar, es la ausencia de una política revolucionaria que permita superar los problemas tácticos inmediatos: la acumulación y movilización política de las masas por medio del despliegue de una lucha reivindicativa que lesione efectivamente el poder de la burguesía y su Estado, y que al mismo tiempo, sea coherente con una estrategia de poder que contemple todas las formas de lucha. En este caso predomina el voluntarismo.

Los próximos años serán de una recuperación relativa del agente político en el poder bajo el liderazgo populista de Bachelet. No sabemos cuánto puede durar ese proceso o la profundidad y trascendencia que pueda tener un gobierno populista en alianza con el PC para el movimiento de masas chileno. En ese escenario poco favorable o al menos complejo, es que la franja revolucionaria deberá mancomunar esfuerzos extraordinarios por llevar adelante la extensión de la lucha popular, que impida la recuperación efectiva de la capacidad de dominación del bloque en el poder y del capital monopólico, y además, seguir profundizando la crisis de legitimidad del bloque dominante, ampliando la reconstrucción del movimiento obrero-popular y amplificando la lucha de masas a otros sectores de nuestra clase obrera y pueblo trabajador.

Con la fuerza de los trabajadores y el pueblo:

¡A EXTENDER LA LUCHAR POPULAR!

Movimiento de Izquierda Revolucionaria  

MIR – Chile

 

Secretariado Nacional

Septiembre/Octubre, 2013

 

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