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El mundo, en llamas y al revés

Fuentes: Bohemia

Todavía situados en la convencional demarcación de año viejo-año nuevo, legiones de analistas se entregan al enraizado vicio del balance y los vaticinios. Y uno, que se «solaza» escrutando sin tregua la realidad, leyendo sin respiro miríadas de exámenes de sus colegas, habrá de reconocer con la mayoría de ellos que algo inédito, o relativamente […]

Todavía situados en la convencional demarcación de año viejo-año nuevo, legiones de analistas se entregan al enraizado vicio del balance y los vaticinios. Y uno, que se «solaza» escrutando sin tregua la realidad, leyendo sin respiro miríadas de exámenes de sus colegas, habrá de reconocer con la mayoría de ellos que algo inédito, o relativamente inédito, se está delimitando en un mundo que conserva la condición de ancho y ajeno para los de abajo, y de holgado y entrañable para los de arriba.

No en vano –vox populi– el fantasma de Marx se corporiza en decenas, si no centenares, miles de centros de estudio, debate, en los cuatro puntos cardinales. Se precisa entender la crisis actual del sistema con las mejores armas teóricas posibles. Armas de tradicional manejo para quienes, aunque evitemos suscribir la previsión del inminente fin del capitalismo, que suele ejercitarse en la cíclica destrucción de las fuerzas productivas como premisa para su recomposición, a costa de una humanidad escaldada hasta la osamenta, justipreciamos la debacle explayada desde Europa hasta Japón y los Estados Unidos. Debacle vívida a pesar de las voces empeñadas en convencer de la recuperación, perorando sobre una mayor lentitud en el ritmo de descenso del PIB gringo.

Pequemos de reiterativos, si es menester. Preguntémonos dónde quedarían, entonces, el despegue del desempleo, a más del nueve por ciento, y la quiebra en cadena de casi 50 bancos. No cejemos en el emplazamiento. ¿Acaso deviene lógicamente correcto soslayar el ciclópeo déficit comercial, un déficit presupuestal que se pronosticaba alcanzaría 1,38 billones de dólares durante 2011, y el que las exportaciones hayan dejado de constituir una especie de seguro anticrisis?

Eso, en lo tocante al imperialismo rector. Pero buscando el tuétano del problema, quién, si justo, pasaría por alto datos como que entre 1988 y 2000 el 25 por ciento de los menos favorecidos vio reducirse su participación en el ingreso universal desde el 1,6 por ciento al 0,92, en tanto el 10 por ciento más próspero acrecentó sus fortunas, pasando a detentar del 64,7 al 71,1 por ciento de la riqueza.

Recordemos que hace muy poco el presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, se avino a prevenir acerca de que la economía planetaria iba a entrar en «una nueva fase peligrosa este otoño (boreal)». Y que Christine Lagarde, directora gerente del FMI, coincidió en que «la capacidad de actuación resulta menor que hace dos años». Más que atinada apreciación la última, pues al comunicarla el crecimiento de la Unión Europea pasaba de 0,8 por ciento en el primer trimestre de 2011 a 0,2 en el segundo; el de Estados Unidos, de 0,5 a 0,3; y en Japón la actividad económica se restringía 0,3 por ciento en el segundo trimestre, tras caer 0,9 en el primero. En total, el ritmo de aumento en las 24 naciones más desarrolladas disminuía de 0,3 a 0,2 por ciento.

O sea, que la crisis es un hecho incontestable. Y, según observadores como David Rey (luchadeclases.org), tiene entre las causas el que «las potencias imperialistas retrasaron artificialmente la recesión durante años, por miedo a sus efectos sociales, utilizando durante el boom métodos que solo deben emplearse en una recesión»: el débito público y la contracción de los tipos de interés. De modo que hoy pasan de insolventes, situación agravada por el rescate de sus bancos y otras entidades privadas con fondos públicos. Ahora están ¿obligadas? a introducir ríspidos programas de ajuste en el gasto público. Y han entrado en un laberinto: la mengua de las erogaciones estatales y de la demanda empeora la crisis, como sucede en Grecia, palpable ilustración del desastre.

Y si, a pesar de todo, las economías señeras han crecido, investigadores de prestigio como el brasileño Theotonio dos Santos vaticinan que «este ciclo positivo deberá agotarse en aproximadamente 10 años, cuando deberemos sustituir el actual modelo tecnológico mundial por un nuevo paradigma, cuya introducción exigirá una destrucción masiva de gran parte de la estructura económica mundial y varias estructuras nacionales. En ese momento, la crisis actual parecerá un juego y la idea del caos […] se aproximará bastante a la realidad de este nuevo período».

Como si no bastaran los mencionados truenos agoreros, y no obstante las llamadas tranquilizadoras, las Naciones Unidas acaban de divulgar unas perspectivas nada halagüeñas. Las economías de los países «enriquecidos» -el entrecomillado es de Sergio Ferrari, uno de cuyos comentarios en Rebelión.org utilizamos prolijamente, por conciso y certero- están al borde de un nuevo freno, en razón de la crisis de la deuda, de un sector bancario fragilizado y de una débil demanda de productos asociada a tasas altas de desempleo, así como del impacto de una cierta parálisis política y deficiencias en el orden institucional.

De acuerdo con el informe Situación y perspectivas para la economía mundial 2012, todas esas flaquezas están ya presentes, mas, «si uno de los factores empeorara, podría desencadenarse un círculo vicioso que conduzca a grandes problemas financieros y económicos». Asimismo, el despegue mundial no será mayor que 2,6 por ciento, «lo que significa un debilitamiento con respecto al 2011 (2,8 por ciento). Y un retroceso significativo con respecto al cuatro por ciento de crecimiento constatado en 2010». Estados Unidos se acercaría a 1,5 por ciento, Europa apenas a 0,7 y Japón a dos por ciento. Magras, muy magras cifras para quienes son conscientes de peligros como que USA vea hoy amenazada su competitividad económica por el papel planetario de China, que se mantendrá robusta, con 9 por ciento, algo menor que el 9,3 de 2011.

¿Por qué unos -EE.UU., Japón, la Unión Europea- decididamente no, en tanto otros -Brasil, Rusia, China, Sudáfrica: los Brics- evidentemente sí? Sería otra recurrente interrogación. Ah, porque mientras los primeros recortan los gastos del Gobierno; aumentan los impuestos; reducen el crédito, los subsidios, las inversiones «que no sean necesarias»; y abjuran de instrumentos como el keynesianismo, conjurador de la hecatombe allá por los años 30 del siglo pasado, en contraposición asistimos al florecimiento de los mercados emergentes, en gran medida gracias a la demanda de China y la India, y a una dinámica Sur-Sur generadora de relativa independencia.

¿Botón de muestra? Las evidencias ofrecidas por el entendido Raúl Zibechi. Con 700 mil millones de dólares de reservas monetarias, 400 millones de habitantes, grandes reservas de hidrocarburos, autonomía energética, importantes yacimientos mineros, la más rica biodiversidad del orbe, Sudamérica no tiene motivo para no despegarse de la crisis y no elaborar su propia agenda.

Y la región parece decidida. Evoquemos medidas como la creación de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur), el Consejo de Defensa Sudamericano y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), sin contar que la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) ensaya con éxito formas de integración e intercambio fuera del hegemónico «libre» comercio. Claro, no todo resulta color de rosa. En el criterio de expertos, resumido por Zibechi, la expansión de los monocultivos, de la minería a cielo abierto y de la ganadería ha convertido al subcontinente en gran exportador de commodities, lo que supone la profundización del extractivismo, con desindustrialización y exclusión de una porción importante de la población. Todo lo cual implica una ingente tarea.

Las élites no duermen

Tarea más engorrosa aún dada la evidente conciencia del imperialismo, sus tanques pensantes, sus conductores, del crujir de toda la arboladura, de la porosidad del casco de una nave que algunos creyeron inamovible, eterna: el capitalismo.

¿Quién entre ellos no se habrá percatado de una situación reseñada por el sociólogo norteamericano William T. Robinson en ALAI AMLATINA? Los poderes fácticos del sistema mundial se encuentran cada vez más a la deriva, a medida que la crisis global se les escurre de las manos. «Desde la masacre de decenas de jóvenes manifestantes por el ejército en Egipto hasta la brutal represión del movimiento Ocupa en EE.UU. o los cañones de agua lanzada por la policía militarizada de Chile contra estudiantes y trabajadores, los Estados y las clases dominantes se muestran incapaces de contener la marea de rebelión popular a nivel mundial y deben recurrir a una represión cada vez más generalizada. En pocas palabras, las inmensas desigualdades estructurales de la economía política mundial ya no pueden ser sostenidas a través de mecanismos consensuales de control social. Las clases dominantes han perdido legitimidad y estamos asistiendo a una ruptura de la hegemonía de la clase dominante a escala mundial».

Si las élites esperaban que la depresión iniciada con la crisis de las hipotecas y el colapso del sistema financiero del orbe en 2008 resultara una recesión cíclica, solucionable mediante rescates patrocinados por los Estados y los paquetes de estímulos, ahora se dan de narices con que representa una crisis más profunda, estructural. Ergo: requiere una restructuración a fondo del sistema. No olvidemos que la etapa de la globalización que vivimos se desarrolló a partir de la respuesta a la crisis de los 70 de la socialdemocracia, del fordismo-keynesianismo, del capitalismo redistributivo. Y supone una fase de liberación de restricciones a la acumulación que imponían los Estados-nación -en sí, «compromisos de clase» arrancados al capital por décadas de lucha de masas-; de los modelos neoliberales, que en un principio destaparon enormes oportunidades para la acumulación transnacional (años 80 y 90), asistidos por la revolución en la computación y la informática y otros avances tecnológicos derivados en más productividad y más trabajadores excedentes. Ello, que facilitó una gran transferencia de ingresos al capital y a los sectores de alto consumo, lo cual significó nuevos segmentos de mercado, estimulando el crecimiento, se tradujo también en una enorme polarización social. En una ruptura entre la lógica de la acumulación y la reproducción social que ha repercutido en una explosión sin precedente de la desigualdad y ha intensificado las crisis de supervivencia de miles de millones de personas, como explica Robinson.

En contexto de pauperización universal, los conflictos sociales y las crisis políticas devienen férreas trabas para el capitalismo. «La polarización social global agudiza el problema crónico de sobreacumulación. Esto se refiere a la concentración de la riqueza en cada vez menos manos, hasta que el mercado mundial sea incapaz de absorber la producción mundial y el sistema se estanque.

«A los capitalistas transnacionales les resulta cada vez más difícil desembarazarse de la masa ya abultada y aún creciente de excedentes: no pueden encontrar salidas donde invertir su dinero con el fin de generar nuevas ganancias, por lo que el sistema entra en una recesión o algo peor. En los últimos años, la clase capitalista transnacional ha recurrido a la acumulación militarizada, a la especulación financiera salvaje y al allanamiento o saqueo de las finanzas públicas, a fin de sostener su lucro frente a la sobreacumulación».

Se justifica, entonces, que muchos se desasosieguen frente al dilema teórico de si el modelo neoliberal entra en fase terminal o si es posible que la formación socioeconómica responda a la crisis y a la rebelión con una restructuración que le insufle aire. ¿Un keynesianismo que involucre la redistribución transnacional y la regulación ídem del capital financiero? «¿O será que nos dirigimos más bien hacia una crisis sistémica», es decir a «aquella cuya solución implica el fin del sistema en sí mismo, ya sea a través de su superación y la creación de un sistema completamente nuevo, o el colapso del sistema?».

Puntualicemos con nuestra fuente de ALAI AMLATINA. El que una crisis estructural se convierta o no en sistémica depende de cómo reaccionen las distintas fuerzas sociales y de clase: desde los proyectos políticos que proponen hasta los factores contingentes y las condiciones objetivas. Si en estos instantes es imposible predecir el desenlace del entuerto, algunas cosas sí refulgen meridianamente: la formación de marras está llegando a los límites ecológicos de su reproducción, la magnitud de los medios de violencia y control social no hallan precedentes -guerras informáticas, aviones teledirigidos, bombas antibúnker, «guerra de las galaxias»-, estamos arribando a las fronteras de la expansión en el sentido de que no hay nuevos territorios de importancia para integrar, emerge un gran excedente de población que habita un planeta de ciudades-miseria y está excluida de la economía productiva, se afronta una disyuntiva entre una economía globalizante y una autoridad política basada en el Estado-nación. En segundo lugar, las élites son incapaces de plantear soluciones; las disputas proliferan en el G-8, en el G-20, incapaces o renuentes a cuestionar el poder del capital financiero. Robinson asigna el tercer peldaño de su lista al hecho de que no habrá una salida rápida del caos mundial in crescendo, y que podría coronarse incluso con una reacción neofascista para contener la crisis. («El capital contra todos»). Finalmente, las fuerzas populares han pasado de la defensiva a la ofensiva, más rápido de lo que nadie imaginó.

Por ende, «la única solución viable a la crisis del capitalismo global es una masiva redistribución de la riqueza y del poder hacia abajo, hacia la mayoría pobre de la humanidad, siguiendo las líneas de un socialismo del siglo XXI, democrático, en el que la humanidad ya no esté en guerra consigo misma y la naturaleza».

Por supuesto que esto lo conocen los poderosos. Esos que, cual miuras embravecidos, huyen hacia delante, tirados por los intereses de más corto plazo, por la miope lógica de valorización del capital. Y se entregan a un aquelarre que incluye: la caída de las instituciones multilaterales, trasmutadas en órganos de trámites para legalizar el formato neocolonial de la ONU -entidad de cerviz doblada ante el Consejo de Seguridad-; el cumplimiento por la OTAN de su proverbial papel de fuerza invasora de choque; la Unión Europea en el intento de salvar la zona euro con reservas africanas; una Liga Árabe dominada por la Confederación del Golfo (club de monarquías comprometidas a proveer de petróleo barato a la UE); la Unión Africana golpeada en su momento más significativo, y los cárteles de regulación de precios energéticos minimizados por la nueva composición política.

«Salvar el capitalismo cueste lo que cueste» constituye la divisa suprema, como apunta lapidariamente Reinaldo Bolívar (aporrea, org). El colega sostiene que 2011 puede considerarse el año más terrible en lo que va de siglo. «Las guerras promovidas desde los centros de poder, EE.UU. y Europa responden al modelo de superación de la crisis que sufriera Occidente en las décadas de los 20 y los 30: el conflicto bélico como propulsor de la industria militar y garante de materias primas y de energía para esos centros».

Guerra Fría rediviva…

Con posibilidad real de una candente. Señalemos, con el articulista Gustavo Herrera (Argenpress.info), que Libia fue apenas la siguiente escala en la hoja de ruta del imperialismo occidental después de Afganistán e Irak. «La retirada estadounidense de este último acelera los tiempos sobre sus próximos dos pasos: el derrocamiento del régimen en Siria para dar la estocada final a Irán. El camino hacia China y Rusia por el oeste pasa por Irán y Asia Central. Por el este el control de Eurasia requiere afianzarse en el mar de China, Filipinas y Australia. La lucha entre Estados Unidos y China es más que intercapitalista, está comenzando a ser una lucha entre imperios».

Obviando el absolutismo implícito en la postrera afirmación, lo cierto es que aquí se trata de geopolítica, para utilizar un término en boga. Geopolítica monda y lironda. Un afianzamiento de USA en el Oriente Medio consolidaría el avance con rumbo a Asia Central, donde alcanza mayor ímpetu la influencia de Rusia y China. Con la artimaña del escudo antimisilístico apuntando hacia la nación persa, el Pentágono utiliza a Europa como broquel intermedio para inmolar en el altar del Tío Sam en el hipotético caso de un conflicto con el Oso Misha, al cual no le perdonan el pasado comunista, y del que recelan por «máculas» tales la comunidad económica decretada con Belarús y Kazajistán. Igualmente, el que esté en condiciones de participar en la reconfiguración de la multipolaridad. La caída de la Jamahiriya Libia, potencial aliado de Teherán, y el giro hacia un régimen catarí adaptado componen el siguiente espacio de la hoja imperial, tras lo de Irak.

Pero resulta que el plan pergeñado con delectación de esteta no va surtiendo el efecto esperado, porque en Siria no ha fructificado la técnica de guerra de masas similar a la puesta en práctica en Libia -el atizar la rivalidad entre sunitas y chiitas y la división del Ejército-. Y lo principal: Rusia se ha desperezado. Advertida por lo de Libia, donde quizás pudo haber hecho más, y sabiéndose «oscuro objeto del deseo» occidental, junto con China, está ripostando de manera no precisamente diplomática…

No es secreto que la base naval de la nación euroasiática en Siria (Tartus) acaba de ser rearmada, con misiles Yajont (ninguno de los buques de guerra de la actualidad son capaces de repelerlos). Pero Moscú, al parecer negado «a creer en lágrimas», como asevera el título de una célebre película, se prodigó enviando a aquellas aguas seis naves con misiles S-300 y asesores, lo que dificultaría el establecimiento de la socorrida zona de exclusión aérea. Más aún. Instaló avanzados sistemas de radar en objetivos militares e industriales sirios. Según una nota aparecida en la digital Rebelión, a Occidente no lo queda otro remedio que el ingreso de fuerza castrense desde el exterior, y armar y arrastrar a la oposición a la violencia interna, financiada por Washington desde 2005.

Dos eventos se unen en este panorama. El uno, la demonización de un Irán acusado de pretender la bomba atómica, y que, con el auxilio de la cibernética, acaba de bajar un dron (avión espía no tripulado) norteamericano sobre su territorio. Satanización en la que los grandes medios de (des)información aportan la voz prima. Un Irán acusado de complot para segar la vida del embajador saudita en Washington y del que Londres retiró sus diplomáticos, luego de un asalto popular a la misión en Teherán de su «graciosa majestad». Un Irán puesto en picota por la Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA), que ha alegado el uso de informaciones procedentes de… ¡servicios secretos de países enemistados con los persas! El otro hecho, insistamos, es la réplica de un Kremlin que se estima ha concluido, al fin, que el cerco yanqui le atañe directamente. Algo nítido, habida cuenta los comentarios peyorativos de la Casa Blanca sobre la legitimidad de los comicios en Rusia, antes de que los cómputos finales estuvieran disponibles, e incluso «asuntillos» como la amenaza de que, a pesar de su aceptación en la Organización Mundial del Comercio, Washington se reserva el derecho de excluirla de la cláusula de más favorecida, por una norma jurídica sacada de la chistera de un mago.

Seguro que no por «amor al arte» la Federación ha tomado medidas como un contacto permanente con Irán y la puesta en servicio de radares de alerta temprana y misiles tácticos Iskander en Kaliningrado. Tampoco gratuitamente Beijing prepara ejercicios navales en el océano Pacífico, y se constata un sustancial avance en el acuerdo estratégico ruso-chino, tras un ir y venir oficial recíproco que no pasa inadvertido para nadie.

Si hay un despertar de ambas potencias -la una militar; económica, la otra- es porque han comprendido que la realidad puede más que los anhelos de apacible coexistencia. Cuando las ventajosas posiciones estratégicas de EE.UU. se erosionan a marcha forzada, la Oficina Oval, como la Roma en declive, intenta e intentará reforzar sus posiciones militares. De ahí la anunciada decisión de desempeñar un papel más amplio en la región del Pacífico; la inocultable disposición a sustraerle los puntos de apoyo energético y geopolítico a los aliados estratégicos que son China y Rusia; las añagazas contra el Brics, entre ellas la búsqueda de confrontación entre dos vecinos armados hasta los molares: Pakistán, cansado de «caprichos» norteamericanos como los bombardeos en suelo patrio y refugiado en brazos de Beijing, y la India, que podría convertirse en proverbial rival de los chinos.

¿Qué depara el futuro? A la altura de la convencional demarcación de año ido y año naciente una cosa sí parece segura: ante el mundo se despliega una dicotomía. O bien la redistribución justa de la riqueza, o bien la multiplicación de la barbarie de hoy (¿la guerra nuclear?). Ojalá esta última se convierta en la alternativa tabú.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.