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El negacionismo, herramienta del opresor

Fuentes: Rebelión

Las cuestionadas instituciones, como Carabineros y Ejército, fueron blanqueadas en sus abusos y prevaricaciones. Borrón y cuenta nueva.

por Edmundo Moure

Negar al otro, no verlo en su realidad vital, desconocer sus vicisitudes, necesidades y carencias, es parte de un comportamiento clasista que se extiende a los diferentes estratos de nuestra sociedad chilena, sobre todo a la llamada “clase alta”, más topográfica que enaltecida, al extremo de transformarse en un sello de equívoca convivencia, signado por un lenguaje que aísla al prójimo, alejándolo del propio entorno, como si fuese un enfermo de susceptible contagio, especie de leproso social, o una amenaza en ciernes.

Este síndrome se remonta, de lo cotidiano a lo histórico; de lo privado a lo público, como egoísmo vuelto ceguera de clase. Corresponde a un arcaico modelo que concibe al empresario capitalista chileno como «dueño de fundo», patriarca de fusta y escopeta, renuente a todo tipo de reformas y mejoramientos laborales; asimismo, de libertades consagradas en países más civilizados, esos que se adscriben al “primer mundo”, que de categorizaciones tenemos para todos los gustos…

Ahora que vuelven a cernirse, sobre esta contradictoria patria, las sombras aciagas de la conmemoración del 11 de septiembre de 1973, con su inenarrable carga de horrores y transgresiones, con el consabido deterioro de los derechos sociales, en este medio siglo de distorsión y olvido, el negacionismo vuelve a ser enarbolado, como siniestra bandera, por la fortalecida derecha política, su consorte económica de empresarios venales, y sus fieles adláteres, ya sean estos acomodados, medio pobres o pobres de misericordia, pues lo que no une el estatus, lo amalgama la ignorancia del desclasado aspiracional, ciego defensor de sus amos. Lo que prometieran en el circunstancial consenso de octubre 2019 ha sido archivado como otra muestra de voluntaria amnesia, marcado con la señal de lo obsoleto.

Volvemos a escuchar las falaces interpretaciones, los argumentos repetidos, las coartadas que insisten en establecer una especie de «empate» de hechos y circunstancias entre contendientes de fuerzas de acción y reacción similares, para justificar el cruento golpe de estado y las dos décadas de feroz dictadura.​

El lenguaje, utilizado como arma de la mentira, es conocido, no amerita análisis ni menos repeticiones cacofónicas.

Detrás de estos juicios están los intereses de clase y sus privilegios, defendidos secularmente por medio de la propaganda, el miedo, y aun la fuerza bruta, cuando la propiedad de los medios de producción de la oligarquía se halla en grave riesgo; su irrestricta defensa es el papel asignado a las «fuerzas de orden», en una sociedad cada vez más militarizada, pues la respuesta del negacionismo a las demandas sociales será, finalmente, la represión, el control arbitrario, aunque proliferen las mesas y comisiones de ese imposible diálogo que vemos fracasado una y otra vez.

Por otra parte, el estallido social de octubre de 2019 sigue siendo considerado por la Derecha y los suyos como un fenómeno de desorden público y delincuencia callejera, pese a que el masivo movimiento estuvo a punto de defenestrar a Sebastián Piñera, el multimillonario presidente de Chile.

El mandatario se vio obligado, junto a sus socios políticos, a implementar a toda prisa una serie de paliativos económico-sociales, para aplacar las demandas, para conjurar lo que pudo constituir el preludio de una auténtica revolución. Pareció ser un momento histórico de reflexión rectificadora, pero una vez aquietada la turbulencia, merced a la intervención contemporizadora de sectores de oposición, entre los que sobresalió el actual y bisoño presidente Boric, todo fue regresando a su cauce inmovilista.

Las cuestionadas instituciones, como Carabineros y Ejército, fueron blanqueadas en sus abusos y prevaricaciones. Borrón y cuenta nueva.

A la fecha, ninguna de las reformas comprometidas hace cuatro años, por la palabra trémula de políticos que vieron amenazadas sus prebendas, se ha concretado.

Después de la debacle de la Constitución democrática, elaborada por voluntad popular, la ensoberbecida Derecha: Republicanos, UDI y Renovación Nacional, a través de un virtual “golpe blanco”, cogió las riendas del carromato estatal, amarrando en el pescante al joven Gabriel, arcángel de cortas alas.

No sabemos, pero presumimos, el desenlace de este viaje forzoso hasta el cambio electoral de postas. En su primera pausa de comicios electorales, la extrema derecha se alzó con mayoría aplastante, logro sorpresivo que le está permitiendo, hasta ahora, imponer un texto constitucional aún más retrógrado y reaccionario que el perpetrado por Jaime Guzmán, bajo la firma del dictador.

El actual mandatario sigue convocándolos al diálogo, en circunstancias que él mismo parece un convidado de piedra en la mesa patronal.

Dicen que casi todo está por verse, aunque aquello que inquiete el sueño o perturbe la mirada de nuestros amos, será negado, una vez más, o barrido bajo la alfombra roja.

Sólo nos resta porfiar en la memoria y oponernos a la turbia ceguera del olvido.

Fuente: Politika