Es muy sólida y resulta muy oportuna esta antología, fruto del estudio y la compilación de Denia, a partir de una búsqueda de las especialistas de la Fundación Nicolás Guillén para establecer todos sus textos referidos al tema. Poemas, artículos, discursos y cartas, fechados entre 1929 y 1982, nos permiten entrar en el mundo de […]
Es muy sólida y resulta muy oportuna esta antología, fruto del estudio y la compilación de Denia, a partir de una búsqueda de las especialistas de la Fundación Nicolás Guillén para establecer todos sus textos referidos al tema. Poemas, artículos, discursos y cartas, fechados entre 1929 y 1982, nos permiten entrar en el mundo de la palabra de uno de los más grandes intelectuales que ha dado Cuba, desde una perspectiva particular que recoge el título: el negro en la obra de Guillén.
Quiero celebrar esos trabajos -y la iniciativa de la Fundación y la Editorial–, por cuatro razones: 1) la calidad misma del resultado; 2) el tema abordado es demasiadas veces escamoteado, se da por supuesto o se omite; 3) es de una gran justicia con Nicolás hacer expreso y ofrecer este tema, que para él fue principal entre sus motivaciones y en su obra. Sin tenerlo en cuenta no podría entendérsele bien ni valorarlo; y 4) porque son muy necesarios trabajos como este, para hacer pública y asumir la cuestión racial, con la sensibilidad y con el pensamiento. Cuando estos son los de una persona tan descollante como Guillén, leerlos nos hace crecer como individuos, por un lado, y por otro, nos sirve como un instrumento más para combatir el racismo antinegro que persiste en Cuba y amenaza con crecer, para discutir y proponer vías y métodos que ayuden a acabar con él y a consumar la integración de los factores constituyentes de nuestra nación.
Guillén es ante todo y sobre todo el gran poeta. Pero posee también un pensamiento y una posición sobre la cuestión racial. Pondré esa cualidad en el centro de mi breve comentario, como apoyo y reconocimiento a la publicación de este libro -que nos brindará mucho provecho–, y como un acto de justicia hacia Nicolás.
Las construcciones sociales de raza y de racismo tienen su historia en Cuba –como en todas partes–, pero sus contenidos y funciones, sus conflictos y procesos en la historia del país son muy poco conocidos y manejados. Guillén vivió lo suficiente para experimentar esos procesos en tres etapas sucesivas del siglo XX cubano, entre sus años de niñez y mocedad y la década de los ochenta. Fue heredero directo de la gran gesta creadora de la nación, la Revolución del 95, que tuvo entre otras consecuencias la de modificar profundamente la construcción racial y de racismo elaborada durante el siglo XIX. Pero su mundo primero y su formación personal y social fueron otros: los de la primera república burguesa neocolonial, su crisis y la tercera revolución cubana, la de 1930-1935. Desde sus impactos se formó y en ellos encontró muchos de sus materiales intelectuales, pero también comenzó a reaccionar y actuar sobre sus condicionamientos. En los años 20-30, Guillén comparte visiones y posiciones sobre la cuestión racial o disiente de ellas, va construyendo sus ideas y su obra, y encontrando su lugar ideológico y político. Este es el poeta de Sóngoro Cosongo, West Indies, Ltd. y Cantos para soldados y sones para turistas.
El orden posrevolucionario de la segunda república reconoció los cambios registrados en la construcción social de razas y racismo y les brindó más amplio marco legal y más espacios en sus discursos. La identidad de ser negro o mulato como parte de la identidad nacional, y el hecho histórico y presente de lo cubano procedente de África como uno de los elementos fundamentales de la cultura nacional, se hicieron más visibles y ganaron aceptación y mayor peso. Pero todo lo esencial del sistema de dominación se mantuvo incólume; dentro de él, las desventajas asociadas a las razas siguieron agobiando a la mayoría de los negros y mulatos, agravadas por la enorme tasa de desempleo y subempleo que ahora caracterizó a la formación económica. Y el racismo, monstruo cultural crónico, retrocedió en varios terrenos pero persistió.
Mulato ‘de pelo’ para la antropología coloquial racista, Nicolás Guillén se asume a sí mismo como negro en su sensibilidad poética y su producción intelectual. Negro cubano, eso sí y, por tanto, cubano negro. En «El camino de Harlem», breve manifiesto publicado en 1929, expone con gran lucidez cívica el cuadro real de separaciones, prejuicios y racismo republicanos, y sus nefastas consecuencias. Frente a la posible consumación de una vida social paralela y separada entre las razas -«como en nuestros vecinos del Norte», dice–, que legitime y eternice la desigualdad, el recelo o el rencor entre unos y otros, y los intereses de los dominantes por encima de todos, Guillén reclama con vigor que los blancos y los negros luchen juntos por una integración racial de los cubanos.
Al releer los debates que sostenían entonces minorías intelectuales acerca de las relaciones entre las razas y la integración nacional -incluso en el Diario de la Marina, un medio de prensa que con razón calificamos de infame–, pienso en que hoy, quizás al calor de la crisis desatada en los años noventa, un joven profesional ha sido capaz de decirnos en público: «yo soy primero yoruba, y después cubano». Y en que miles de cubanos están aprovechando la posibilidad que les da el apellido de algún antepasado directo para adquirir la ciudadanía española, aunque tal vez una parte de ellos no supiera prácticamente nada de España.
El poeta conocido que participa en el Congreso de Valencia en 1937, en defensa de la República española en plena Guerra Civil, abre sus palabras diciendo que hablará en nombre de los negros de Cuba . Ese mismo año ha publicado «Racismo y cubanidad». Con argumentos muy sólidos, expone los aportes capitales de los negros a la formación de los cubanos, su vida social y su cultura, en vínculos íntimos con los blancos. Y proclama: «…ha estado integrándose todo un vasto y profundo proceso de unificación racial, de soldadura que está en vías de formar la verdadera alma nacional, hecha por explotados y explotadores, por esclavos y libres, por africanos y españoles, por negros y blancos, por todo ello mezclado…» Al final, advierte que la separación de razas «atentaría contra la unidad fundamental de nuestro pueblo, contra nuestra formación social e histórica, labrada sudorosamente por ambas razas, y contra el porvenir de la República…»
Ya está Guillén en posesión de una concepción de lo cubano. Lo dirá mejor aún en multitud de poemas. Les pido releer, por ejemplo, «Son número 6», el de: «Estamos juntos desde muy lejos, / jóvenes, viejos, / negros y blancos, todo mezclado; / uno mandando y otro mandado, / todo mezclado». El carácter mestizo de la personalidad social cubana es cultural, no biológico, afirma Nicolás , y al mismo tiempo va más allá: son inseparables la creación de la nueva comunidad y los sistemas de explotación del trabajo y opresión de las personas que han regido en Cuba. La rica diversidad viene del origen múltiple y de los nuevos frutos que sus relaciones van dando, la desigualdad es creada por los sistemas sociales de dominación, que trasmutan la ganancia capitalista en el poder del dinero y el despojo en propiedad privada. «¿Es mi nombre, estáis ciertos? / ¿Tenéis todas mis señas?» -preguntará el autor de «El apellido»– «Lo habéis robado a un pobre negro indefenso. / Lo escondistéis creyendo / que iba a bajar los ojos yo de la vergüenza». Nicolás hurga en el fondo de las identidades y las defiende y levanta, pero no se limita al negrismo, ni al folklore de lo afro. «Llegada», de 1931, no era anuncio de paz; «estos versos», dice, «tratan asuntos de los negros y del pueblo».
Contra la naturalización racista de las iniquidades sociales, que las devuelve como el destino al que cada uno debe resignarse, los poemas del joven Guillén son arte y denuncia, estro y llamado a actuar. «Me matan, si no trabajo, / y si trabajo, me matan: / siempre me matan, me matan / ¡siempre me matan!», grita en 1934. Y a Sabás, «el negro sin veneno», le reclama: «¡Sabas, no seas tan bruto, / ni tan bueno!» A los poemas de West Indies se les sale la rebeldía por los poros. Como tantas veces, el arte, por su naturaleza, su audacia y su alcance, encuentra y anuncia lo que el conocimiento, tan prisionero, advertirá después y admitirá finalmente. Veinticinco años después, el canto último de la Elegía a Jesús Menéndez resultará premonitorio.
El triunfo de la revolución en 1959 y el salto gigantesco hacia adelante de la justicia social y la libertad implicaron para Guillén -como para toda la gente del pueblo– alegrías de victoria y cambios extraordinarios. No alargaré este texto con esa etapa, que es la más conocida de su vida y la de eventos más cercanos a nosotros. Sólo quiero ilustrar dos direcciones de su posición en las nuevas condiciones que se fueron creando. Primero, revolución e integración racial ahora se regían por las conquistas y los objetivos más generales, nacionales y de liberación. La insurrección había producido el maravilloso y humilde himno del 26 de Julio, compuesto por un peón de albañil negro que combatió aquel primer día; los años sesenta trajeron un mar de sencillas inspiraciones populares. Para la Reforma Agraria, Guillén escribió a mi juicio el más hermoso de esos himnos, que entre sus versos decía: «Nuestra es la tierra / con agua y con viento… / Que nada pueda lograr / romper nuestra unión…» Su poema «Tengo» alcanzó una fama enorme, como síntesis excelsa de lo que la persona común estaba recibiendo, y la justicia de que así fuera. Para mí, como para tantos seguramente, «Tengo» también proclamaba el contenido de las conquistas y la hora de la justicia para los cubanos no blancos.
Segundo, la continuación de la brega de toda la vida, ahora con un poder revolucionario. Muy al inicio, en marzo de 1959, Guillén celebra que Fidel aborde también «nuestros más íntimos y delicados problemas. Entre ellos, el de mayor relieve y peligro, pues que resquebraja la unidad nacional: el problema ‘negro’, o si el lector lo prefiere, el problema ‘blanco’, que de las dos maneras puede llamársele». Se refiere a las dos intervenciones de Fidel sobre el tema, y a la algazara que la primera de ellas levantó: «esto bastó para que los reaccionarios de toda laya -ricos y pobres– pusieran el grito en el cielo» . Nicolás sabía que se abría una etapa nueva y diferente, al fin, pero de un largo camino, y participó en ella con el verso, la prosa y la actuación, con lealtad y lucidez.
No quiero terminar sin unas palabras desde un ángulo más personal. Cuando era un muchacho, sentía orgullo al saber que el gran poeta Nicolás Guillén era «de color». De adolescente y muy joven, antes y después de 1959, quería leer todo Guillén, que era para mí la profundización poética de la revolución social de liberación y, a la vez, el amor mejor cantado en versos. No olvido que, en la Universidad, nuestro profesor Alejo Carpentier nos dijo que clasificar su obra como de «poesía negra» era no entender que este poeta cubano usaba el castellano con la maestría de los mejores del Siglo de Oro español. Y después, tener la experiencia de tratar personalmente a Nicolás, que me daba generosamente su amistad y sus palabras y recuerdos, sagaces e irreverentes. De Nicolás guardo también la única caricatura que me han hecho.
Aquí está también, en esta antología, Nicolás Guillén, librando sus combates veinte años después de su desaparición física. Lo tenemos de nuestro lado, en esta necesidad cubana de ganar finalmente la pelea contra el racismo y por la integración plena, para la felicidad de todos conseguida entre todos, y para el avance cierto y socialista de Cuba.