No existe manipulación exitosa posible sin un titiritero que mueva hilos de forma encubierta. A pocos meses de instalada la dictadura militar en Chile, cuando el monopolio de la violencia ejercía su vehemencia voraz a lo largo del país, el proceso político de «reconstrucción nacional» urgía de acciones inmediatas que el uso de la fuerza […]
No existe manipulación exitosa posible sin un titiritero que mueva hilos de forma encubierta. A pocos meses de instalada la dictadura militar en Chile, cuando el monopolio de la violencia ejercía su vehemencia voraz a lo largo del país, el proceso político de «reconstrucción nacional» urgía de acciones inmediatas que el uso de la fuerza y el terror no podían cumplir. La cuestión ideológica, satanizada hasta la saciedad por la derecha durante la UP, se erigía, en la primera etapa de la dictadura, como esencial para establecer los principios fácticos de lo que después sería presentado como el proyecto fundacional del régimen militar: levantar un nuevo Chile y reeducar la identidad nacional.
En esta fase de instalación de la dictadura, la clarificación del enemigo era lo único claro. Todo lo que apuntara, recordara u oliera a la Unidad Popular debía ser erradicado de la conciencia cultural de los chilenos. Comenzaba a aparecer entonces una serie de operaciones muy precisas que irían fijando instancias de reflexión prioritaria, como la idea de orden, disciplina y ornato, pero todavía muy desordenadamente. Fue hasta que en 1974 aparece en escena un escritor modesto e historiador pobre, que se convertirá entre las sombras en el ideólogo de la nueva conciencia cultural chilena. El delegado presidencial para borrar la memoria colectiva de la UP, una especie de Goebbles del nacionalismo patriótico. Su nombre, Enrique Campos Menéndez. El asesor cultural de Pinochet.
EL VENTRÍLOCUO DE LA JUNTA
Gonzalo Leiva, profesor de Estética y coautor junto a Luis Errázuriz de una completa investigación sobre la imposición cultural de la dictadura, «El golpe estético» (Editorial Ocho Libros, 2012), recuerda en su libro que «en medio de la extendida operación de limpieza y corte, el régimen militar advierte tempranamente que es necesario fomentar una política cultural restauradora que pueda legitimar su accionar».
Campos Menéndez, que había sido siempre un furibundo opositor a la UP y autor de libros admirados después por el régimen como «Visión crítica de Chile» y «Chile vence al marxismo», resultaba el hombre perfecto para tal misión. Siendo su fuerte la capacidad de manipulación y de ideologización a través de la educación y la cultura, Campos Menéndez fue requerido muy especialmente por Pinochet para que escribiera sus discursos y, como señala el escritor Jorge Muzam, para que también » asesorara al gobierno sobre la forma más idónea de comunicar sus políticas» . De esta manera se transformaba en la «voz oculta de Pinochet, en su poeta invisible, en el ventrílocuo de sus metáforas».
En cuatro años, «el asesor cultural de la Honorable Junta de Gobierno», Campos Menéndez, nombrado por el Decreto 804 del 10 de diciembre de 1974, pasó de ser un escritor sin demasiado mérito y panelista del primer programa político de la televisión durante la UP, «A esta hora se improvisa», de Canal 13 a redactor junto a Jaime Guzmán de los «Principios del gobierno militar» y principal ideólogo de la implementación de todas las argumentaciones culturales del país en ese momento.
«Lo primero que hizo fue impactar el currículum de la escuela. Se hace un hincapié particular en el concepto de nación, y de reconstituir los valores tradicionales chilenos: qué es la tradición y qué es la chilenidad. En vez de mirar el futuro, miran el pasado y se instalan en la visión conservadora de la historia, la visión republicana original, por eso es que recuperan la figura de Diego Portales y Bernardo O’Higgins, que serán los dos grandes próceres de Chile: uno en el tema del libertador, el sinónimo de Pinochet , y por otro lado, la figura del político desprendido sin intereses ideológicos que sería Diego Portales», señala Leiva.
Es en esta época donde se instaura el día lunes como el día de la bandera, los alumnos de todo Chile se ven en la obligación de aprender marchas militares en clases de música, se determina la formación en fila india y la discreción antes de entrar a clases, se promueven las bandas de guerra en los colegios y se crean las llamadas «brigadas escolares», en las que al alumnado se le impone el concepto de uniforme como sinónimo de autoridad.
«Estos contenidos ambientales necesariamente nutren este inconsciente temeroso, tímido, es decir, tremendamente receptivo a estos elementos que la dictadura estableció como verdades únicas», explica Leiva. «Al principio muchas generaciones fueron bastante acríticas porque fueron adoctrinadas bajo este universo simbólico. No se puede negar el éxito que tenían las brigadas escolares, este concepto de dirigir a través del uniforme, pero en el fondo eso descansa en una estructura brutal del fascismo. Ocupa la inocencia frente a un currículum programado para hacer ciudadanos como ellos querían», refiere el investigador, a propósito incluso de su propia experiencia.
LA HIGIENIZACIÓN CULTURAL
Toda esta operación de lavado de conciencia tenía que venir acompañada también de un lavado físico más fuerte, porque había que borrar todos los elementos que la Unidad Popular había establecido. Las calles comienzan a limpiarse, se pone en marcha una operación higiénica de blanqueo. Los colegios, desde sus niveles directivos, ordenan a los estudiantes a participar de manera «voluntaria» en el borrado de consignas políticas, y los murales del río Mapocho desaparecen. Se prohíbe por bandos la utilización de algunos colores, como la relación blanco y negro, ya que de alguna manera remitía al pasado que se quería borrar.
En «El golpe estético», los autores recuerdan que la ex alcaldesa de Santiago, la periodista María Eugenia Oyarzún, promulga un decreto que establece que el aseo exterior de los edificios públicos y particulares debe efectuarse entre el 10 de julio y el 10 de septiembre (un día antes del aniversario del Golpe), de acuerdo a las pautas estipuladas, entre las cuales «se prohíbe el uso del color negro u otros tonos violentos en las fachadas, para no perturbar la armonía del conjunto» (El Mercurio, 10 de junio de 1975).
LA ALTERACIÓN DE LA HISTORIA EN EL UNIVERSO EDUCATIVO
En esta tarea de control cultural, además de Campos Menéndez hubo otros nombres. Como mano derecha del asesor cultural de la dictadura se instaló Germán Domínguez, a cargo de la extensión cultural del gobierno. Su principal labor fue elaborar todo un trabajo sobre el concepto del patrimonio, que provino del proceso de recuperación patrimonial de la hacienda del valle Central.
Esta tarea de incorporar elementos nuevos al material educativo también se extendió hacia el campo de los libros. Así fue como en el cuarto número de la colección «Nosotros los chilenos: Nueva época», publicada en 1974, el actual director de El Mercurio, entonces editor del matutino, publicó el llamado «Nuestros presidentes», que era una compilación de artículos biográficos presidenciales que había publicado en la Revista del Domingo. Este trabajo partía con Mateo Toro y Zambrano y terminaba con Eduardo Frei Montalva, excluyendo deliberadamente a Salvador Allende y todo el universo de la UP. Lo que buscaba este periodista era borrar la experiencia socialista de la historia de Chile.
LA ESCENA ARTÍSTICA
Una de las maneras de controlar la escena artística fue a través de los espacios artísticos. Tras el Golpe Militar, el Museo de Bellas Artes fue intervenido y comienzan los espacios privados a ser restringidos. «Hay un caso bien dramático, que es el de la galería de Paulina Waugh. Fue la primera galería privada en Chile y resultó quemada porque tenía cuadros de Matta, quien había declarado públicamente su desaprobación al régimen. Aquí no hay violencia simbólica, es violencia directa, y en el fondo ellos arman una preocupación estética que no tenga contaminación política, una especie de curación del arte a partir de ciertas matrices, como por ejemplo el paisaje, que era neutral, del retrato, y no así del arte contemporáneo que era subversivo» explica Leiva.
ICONOGRAFÍA EN BILLETES Y ESTAMPILLAS
La iconografía política también se puso en billetes y estampillas. Durante la UP, analiza «El golpe estético», el billete de Eº 500 aludió a la nacionalización del cobre, «lo que significa el proceso de reivindicación social. Aquí la figura del minero se presenta como el ícono del oficio del trabajador».
En el régimen se cambió toda la iconografía al pasar al peso. Una de las más simbólicas fue la imagen de Diego Portales, en el billete de 100 pesos que «responde específicamente al modelo de un gobierno autoritario.
«Además se puso mucho énfasis en los sellos postales, que era el medio de comunicación», resume Leiva. «Curiosamente para inspiración de los sellos postales, la matriz que utilizan no son matrices chilenas , son curiosamente matrices chinas, o sea, los criterios chilenos son los mismos que los criterios chinos, que son la mujer y el hombre portando la antorcha, que es la iconografía de Mao Tse Tung», explica.
Para el autor una de las claves de todo este universo simbólico de carácter autoritario se resumen en la extraña relación que tuvo el gobierno militar con la China comunista. «China fue uno de los pocos países que mantuvo relaciones diplomáticas con Pinochet. Es más, la gran bandera chilena, que se ponía para las ceremonias patrióticas, que se usaba también en el altar de la patria, había sido un regalo oficial del gobierno chino».
EL FRACASO DE LA IMPOSICIÓN CULTURAL
A pesar de todos los esfuerzos, la política cultural que pretendía borrar todo el pasado no se cumplió. Su fracaso incluso puede servir de analogía al del propio Campos Menéndez que lo imaginó. En 1986, Pinochet premia su lealtad influyendo para que reciba el Premio Nacional de Literatura.
El escritor Jorge Muzam, en su artículo » Enrique Campos Menéndez, el Cyrano de Pinochet», relata este suceso así: «Lo que debió (el premio) haber sido el triunfo decisivo que lo elevaría a la altura de un autor trascendente, le significó los peores comentarios y epítetos de la prensa internacional. Era el protegido de Pinochet y su principal competidor para ese premio era el mismísimo José Donoso. Se le consideró un fiasco, un pastiche, un recurso encubierto de la dictadura. Nadie le reconoció su mérito y su estrella fue apagada de golpe».
Luego que Pinochet dejara el gobierno, Enrique Campos Menéndez se encerró en el silencio de su departamento en Las Condes. Nadie más habló de él. Murió el 2007. Su obra hoy casi nadie la recuerda.