Casi todos los políticos colombianos, expertos como son en «facer entuertos» mientras arman partidos nuevos con candidatos viejos, a cual más electorero, son igualmente muy hábiles para acomodarse a su antojo en el que más les convenga. El nombre es lo de menos, aunque si efectista por sonoro, mejor. Y si acogen sentimientos, muy humanos […]
Casi todos los políticos colombianos, expertos como son en «facer entuertos» mientras arman partidos nuevos con candidatos viejos, a cual más electorero, son igualmente muy hábiles para acomodarse a su antojo en el que más les convenga. El nombre es lo de menos, aunque si efectista por sonoro, mejor. Y si acogen sentimientos, muy humanos todo ellos, o hacen referencia a preocupaciones ecológicas o de transformación social, o de esperanzas y solidaridad tan propias de quienes tan poco tienen y tanto esperan, bien pueden llamarse Verde, o Polo, o Cambio, o Mira, o Pin, o de la U. ¿Qué más da? Igual sirven tales nombres y tales partidos, por efímeros que sean, para sumar incautos y recaudar provechos. Y siempre y por siempre, justificándose detrás de aquella «vaca sagrada» denominada por Jorge Zalamea Democracia, la misma a la que se refería el poeta Guillermo Valencia en su adolorida invocación, como queriendo saldar cuentas con los politiqueros de ayer y de hoy: «Oh Democracia, bendita seas aunque así nos mates.»
Yo ya no sé si por colombianos nuestros políticos son así, o si es por colombianos que nosotros les permitimos serlo. Lo cierto es que nos merecemos la suerte de sufrirlos porque somos nosotros mismos quienes los hemos venido dejando jugar con nuestro propio destino. Ahora bien, el trasfuguismo es lo de menos. Todos sabemos que muchos de ellos en cualquier partido, en tanto éste sea generoso surtidor de votos, lucros y prebendas, calzan bien y su ternos se ajustan a la medida. Como sus estructuras mentales, sus ideologías y su bagajes culturales y filosóficos son uniformes y blanden a cada rato sin rubor alguno la desafiante fuerza de su «solidaridad de cuerpo», para qué castigar al Verde venido del conservatismo mientras vacaciona en el uribismo, si más pronto que tarde lo veremos pavoneándose en las playas de la prosperidad santista. O, quizás más tarde, al santo-uribista regodeándose en el varguismo.
Pero este breve introito es sólo para aterrizar en lo que ahora el inagotable magín del expresidente Uribe, ya sus 3 huevitos estropeados, y su seguridad democrática, su confianza inversionista y su cohesión social rebasadas, le dio por bautizar el «Puro Centro Democrático».
¡Vaya desfachatez!
«No somos izquierda ni derecha, somos una expresión democrática de centro que cree firmemente en el equilibrio entre la seguridad y la justicia desde las instituciones del estado de derecho», reza un aparte del documento con el que fue lanzado este movimiento en la ciudad de Santa Marta el pasado 31 de enero.
La más recalcitrante derecha política de nuestra enloquecida Colombia se proclama «pura», de «centro» y «democrática». Vivir para ver, como solía repetir el doctor López Michelsen.
El fascismo, enfatizando su repudio natural por la izquierda, pero preocupado por su calado social y la fuerza de su razón en la historia, acerándose al centro, muy su ladito, pero sin contaminarse, claro.
La extravagante y peligrosa derecha, en donde bien podría caber «la mano negra» que allí tendría su precioso espacio reservado, y el fanatismo camandulero, tan cercano éste a los cruzados y a la Inquisición, autoproclamándose «puros».
Los cómplices del origen y las causas de la injusticia social, la desigualdad y el retraso de una nación, son ahora, como por arte de birlibirloque, el «Puro Centro Democrático» que reclama el derecho y su «furibista» determinación de volver al poder que, pese a haber ostentado durante largos 8 años, no sólo no logró vencer sino que potenció a sus enemigos las Farc y dejó tras de sí una estela de corrupción, desorden social y crecimiento paramilitar (ahora llamado Bacrim), jamás imaginado por clarividente alguno.
Y la cháchara para vender su menjurje en Santa Marta: una reunión «fundacional del proceso» para delinear los «parámetros» de un proyecto político «electoral» con pretensiones de «retomar» el control de los poderes Ejecutivo y Legislativo en el 2014, con una «hoja de ruta» con «fines estratégicos» para el logro de ese «propósito», con su respectiva «parte logística y operativa» y los «aspectos gerenciales» del «proceso», y su parte «programática» y «estratégica», etc., etc., etc.
¿Cuál ciudadano de a pie, del campo o la ciudad, aterido, estupefacto frente a sus preocupaciones cotidianas de supervivencia económica o de conservación de su vida podría digerir semejante galimatías? Y, sin embargo, vea usted, estamos ante el alumbramiento de un «nuevo partido» que, contra lo que se diga o se pueda esperar, arrastrará una vez más a cientos de miles o tal vez millones de cándidos electores.
Y hará fruncirse de emoción a aquel Verde, o a aquel Polo, o a aquel Mira, o a aquel conservador, liberal o santista ante la posibilidad de unas nuevas y lucrativas vacaciones en el paraíso prometido del Puro Centro Derechista.
Pero al país, lo juro, lo hará joderse una vez más.
(*) Germán Uribe es escritor colombiano
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.