Como es sabido, el nacionalismo anticolonial que conformó la lucha por la liberación de los países del tercer mundo era de un tipo totalmente diferente del nacionalismo burgués que surgió en Europa en el siglo XVII. En Occidente se tiende a considerar, incluso entre personas progresistas, que todo “nacionalismo” es una categoría homogénea y reaccionaria, e incluso se trata el nacionalismo anticolonial como si no fuera diferente del nacionalismo burgués europeo, a pesar de las diferencias fundamentales que existen entre ambos.
Al menos tres de estas diferencias son importantes. En primer lugar, el nacionalismo europeo fue desde el principio imperialista; en segundo lugar, nunca fue inclusivo, sino que siempre se identificó con un “enemigo interno”; y en tercer lugar, glorificó la “nación” y la situó por encima del pueblo como una entidad por la que el pueblo hacía sacrificios sin que esta hiciera nada por él a cambio. El nacionalismo anticolonial, por su parte, no se dedicó a la adquisición de un imperio, era inclusivo y veía la razón de ser de la nación en mejorar las condiciones de vida del pueblo. Dado que en la lucha anticolonial fue multiclasista ya que participaron trabajadores y campesinos además de la burguesía nacional, nunca se le pudo aplicar el sello de nacionalismo burgués de la variedad europea.
Como el campesinado era la clase más importante desde el punto de vista cuantitativo y la que más padeció la opresión colonial, algunos autores lo han denominado “nacionalismo campesino”. Pero la cuestión es que si hay que llevar adelante este nacionalismo y si la “nación” tiene que sobrevivir como entidad frente al ataque de un imperialismo que no acaba con la concesión de la independencia política, esto solo se puede lograr con el apoyo activo del campesinado. De ahí se deduce que cualquier estrategia de desarrollo que es opresiva respecto al campesinado es adversa al proyecto de construcción nacional, lleva a una fractura de la nación frente al imperialismo.
Esto descarta inmediatamente una estrategia de desarrollo capitalista para los países del tercer mundo recién liberados de las garras del imperialismo, ya que una característica del capitalismo es su tendencia inmanente a invadir y socavar el sector de la pequeña producción, incluida la agricultura campesina. Los movimientos de liberación anticolonial lo reconocieron. Incluso cuando estos movimientos no estuvieron dirigidos por los comunistas, siguieron una estrategia de desarrollo que aunque permitía operar a los capitalistas, trataba de controlarlos, una estrategia de caracterizamos como estrategia dirigista.
Dentro de la estrategia dirigista había una tendencia a diferenciar entre campesinos dentro de la agricultura y, por lo tanto, al desarrollo del capitalismo desde dentro del propio sector, combinado además con el capitalismo terrateniente, puesto que el proceso de redistribución de la tierra nunca fue minucioso. Pero nunca se permitió a las fuerzas capitalistas exteriores incidir en este sector. Se mantuvo a la agricultura campesina aislada de la burguesía monopolista local, por no hablar de la agroindustria extranjera.
Este aislamiento desaparece con la introducción del régimen neoliberal. Por el contrario, el propósito mismo del neoliberalismo es dar rienda suelta al desarrollo ilimitado del capitalismo, en lugar de tener un capitalismo al que enreda con controles un Estado que trata de proteger la agricultura campesina de los “capitalistas de fuera”. Por lo tanto, el neoliberalismo mina necesariamente esta agricultura.
En India el ataque a la agricultura campesina se produce a través de varias vías. En primer lugar, bajo el régimen dirigista se habían evitado las fluctuaciones de precios, especialmente las fuertes caídas de precios, gracias a la intervención en el mercado por parte de los organismos gubernamentales, tanto para los cultivos alimenticios como para los cultivos industriales. Aunque ningún gobierno anterior, antes del actual, había eliminado la protección a los cultivos alimenticios, bajo el régimen dirigista se había retirado la protección ofrecida a los cultivos industriales y se privó a todas las agencias gubernamentales pertinentes de su función comercializadora. Esto significó que en los años en los que cayeron los precios los campesinos asumieron unas deudas que posteriormente nunca pudieron pagar.
En segundo lugar, durante el periodo del neoliberalismo aumentaron los precios de toda una serie de insumos, aunque los precios de venta, al menos en el caso de los cultivos industriales, se determinaban en el mercado mundial. En particular subió el coste de los créditos para los campesinos con la privatización de los bancos (con la autorización a los bancos privados para operar junto a los nacionalizados). Aunque los bancos privados también están obligados a seguir la norma de que una proporción determinada mínima de crédito está destinado al “sector prioritario” (en el que la agricultura ocupa un lugar destacado), incumplieron esta norma con impunidad. Aunque lo hicieron mejor en este sentido, incluso los bancos del sector público aprovecharon la progresiva flexibilización de la definición de “crédito agrícola” para denegar el crédito a la agricultura campesina, con lo que los campesinos se vieron obligados a acudir a prestamistas privados que les cobraron unas tarifas desorbitadas.
En tercer lugar, los términos de comercio cambiaron en detrimento del campesinado cuando comparamos los precios que obtenían por sus cosechas con los precios que tenían que pagar por la compra de sus insumos y bienes de consumo, incluidos servicios como la educación y la atención sanitaria. Una razón obvia de ello es que el gobierno se retiró de la educación y la atención sanitaria, y la privatización de estos servicios esenciales, una característica del neoliberalismo que lo hace extremadamente caro para el campesinado.
En cuarto lugar, mientras que antes el gobierno se interponía entre los capitalistas externos y la agricultura campesina, bajo el neoliberalismo desaparece esta interposición y los primeros tienen acceso directo a los segundos. Las empresas multinacionales de semillas y de pesticidas operan ahora en los pueblos por medio de sus agentes, que también proporcionan créditos; y una vez que un campesino cae en las garras de estas empresas, le resulta imposible salir. Irrumpe la agricultura por contrato y con el cambio los campesinos salen perjudicados de varias maneras.
Esta lista no es exhaustiva. El resultado final de todo ello es que el campesinado queda sometido a un fuerte endeudamiento y a la indigencia, uno de cuyos síntomas obvio es el suicidio de 400.000 campesinos en India desde 1995. Y el gobierno actual está dando un gran paso adelante en el ataque a la agricultura campesina al eliminar también el apoyo a los precios de los cultivos alimenticios, en contra de lo cual miles de personas campesinas llevan más de nueve meses manifestándose en la periferia de Delhi.
Estas medidas no son ni fortuitas ni específicas de India. Provienen de las tendencias inmanentes del capital, que durante muchos años después de la descolonización se habían mantenido controladas en cierto modo, pero que ahora se han desatado plenamente con el neoliberalismo en detrimento de la agricultura campesina.
Es imposible construir una nación en un país del tercer mundo cuando el campesinado padece miseria. Todo el apoyo del que dispuso en Europa el nacionalismo burgués (y este mismo apoyo fue bastante superficial, como demostró la Primera Guerra Mundial) se debió a que hubo una cierta mejora en las condiciones de las personas trabajadoras que este había provocado. Y lo había hecho no debido a una tendencia inmanente del capitalismo per se a hacerlo, sino debido al alcance imperialista del capitalismo europeo.
Este alcance imperialista permitió a vastas masas de trabajadores europeos emigrar a las regiones templadas de asentamiento blanco, lo que creó una relativa tensión en los mercados laborales europeos, de modo que los sindicatos pudieron ser eficaces a la hora de imponer aumentos salariales. La exportación del desempleo a las colonias tropicales gracias a perpetrar ahí una desindustrialización desempeñó un papel similar. Y, por último, la fuga de excedentes de estas colonias tropicales permitió dar cabida a aumentos salariales metropolitanos sin reducir los márgenes de beneficio.
Así, es imposible llevar adelante el nacionalismo anticolonial en un país como la India bajo un régimen de capitalismo neoliberal que impone una presión drástica al campesinado; asimismo, invocar el nacionalismo burgués para construir la nación es igualmente imposible ya que un país así no tiene posibilidades de adquirir un imperio como había adquirido Europa. Utilizar el nacionalismo burgués junto con el “Hindutva” [nacionalismo hindú] como la base de un proyecto de construcción nacional es inútil además de odioso: la presión que impone al campesinado el neoliberalismo, que está aliado al Hindutva, acabará eliminando cualquier atractivo que pueda tener el Hindutva, por mucho éxito que tenga durante un breve tiempo. Hay que recordar que incluso Hitler tuvo que consolidar su atractivo “nacionalista” reactivando el empleo en la economía alemana desde las profundidades de la crisis de la década de 1930.
Así, en países como India el propio proyecto de construcción nacional exige una estrategia de desarrollo que proteja la agricultura campesina hasta que esta se auto-organice voluntariamente en colectivos y cooperativas, una estrategia que, en resumidas cuentas, debe llevar al socialismo. Buscar una estrategia socialista en este contexto no es solo deseable, sino que es esencial para la supervivencia de la nación como entidad independiente.
Fuente: https://peoplesdemocracy.in/2021/0829_pd/neo-liberalism-and-nationhood
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