200.000 fusilados o desaparecidos por el terror del Estado, 7.500 prisioneros políticos pudriéndose en las mazmorras del régimen, 5 millones de desplazados, 5 millones de hectáreas expropiadas y una crisis humanitaria y ético-moral nunca antes vista en Nuestra América
¡Todo lo que ha hecho a Colombia, en estos últimos 60 años, la clase dominante transnacionalizada para derrotar la Insurgencia! No ha habido táctica o estrategia política y militar (actual o antigua, vigente o archivada) aconsejada por la doctrina militar de los EEUU y sus aliados que no se haya ejecutado en el país a lo largo de todos estos años de conflicto histórico social armado, sin que se hubiese logrado el objetivo buscado, practicada ampliamente por los primeros gobiernos del Frente Nacional.
Guerra psicológica aprendida en Corea 1950 por el batallón Colombia (Ruiz Novoa, Valencia Tovar y Matallana, etc.) y luego ejecutada con amplitud obsecuente en nuestras montañas y selvas. Guerra contrainsurgente practicada en Malasia (1948-1957) por el ejército inglés para «ganar las mentes y corazones» combinando acciones cívico militares, publicidad y control de suministros, con napalm y fuerzas especiales independientes aerotransportadas SAS, practicada ampliamente por los primeros gobiernos del Frente Nacional y hoy proclamada por el presidente JM Santos como «zanahoria y garrote» y como la máxima estrategia que le dará la victoria sobre la odiada insurgencia marxista.
Luego, los desarrollos de la guerra antisubversiva en Vietnam 1946 -1973 con sus aldeas estratégicas, control de población, censos y labor social (¿recuerdan los cuerpos de paz de los 60, y el Instituto Lingüístico de Verano?) A lo cual posteriormente se le añadiría todo el bagaje del colonialismo francés aprendido en el Norte de África (especialmente Argelia) de la Seguridad Nacional, asimilado y enriquecido por las dictaduras fascistas del Cono Sur de América y copiado en los ’70 por Turbay Ayala.
Como todo esto no dio los rápidos resultados esperados, en seguida se puso en marcha la estrategia de Estado que se venía gestando y preparando legalmente desde 1965 y se suponía iría a propinarle la gran derrota militar y política al satanás marxista: El paramilitarismo, como auxiliar del ejército constitucional de medio millón de soldados apertrechados por los EEUU y sus aliados con la última tecnología militar y comprometido en un Plan geoestratégico continental llamado Plan Colombia / Iniciativa Regional Andina.
Sus resultados más notables, hoy después de 40 años de impunidad, son abrumadores y ampliamente conocidos a nivel mundial: 200.000 fusilados o desaparecidos por el terror del Estado, 7.500 prisioneros políticos pudriéndose en las mazmorras del régimen, 5 millones de desplazados, 5 millones de hectáreas expropiadas y una crisis humanitaria y ético-moral nunca antes vista en Nuestra América. Pero no vino tampoco la anunciada victoria o mejor la derrota de la Insurgencia. Al contrario, esta se clandestinizó, se hizo más oscura y densa, para persistir en su resistencia a las implicaciones militares del recientemente firmado TLC con los EEUU que garantiza una prolongación indefinida o infinita de la guerra transnacional en Colombia.
Las muertes militares de tres de sus comandantes (según la estadística oficial una cada nueve meses) Reyes, Jojoy, y Cano, donde se ha combinado Inteligencia y localización satelitales, fuerzas especiales de miles de hombres asesoradas por extranjeros, decenas de helicópteros y aviones de combate, bombardeos masivos e indiscriminados dirigidos por satélite en tiempo real y toda la panoplia tecnológica ultramoderna de los EEUU para descabezar la organización guerrillera FARC, no ha pasado de ser un episodio más de la confrontación.
Las fuerzas guerrilleras dando un ejemplo desconocido de persistencia y consecuencia con sus planteamientos, rápidamente han nombrado su «reemplazante», y como dijera Mao Tse Tung, enterraron sus muertos, limpiaron sus ropas de sangre y continuaron el combate.
Pero también las lágrimas de alegría de JM Santos ante el cadáver del Comandante Alfonso Cano, el brindis triunfal de los generales, las felicitaciones de los directores de la CIA, la DEA y el Departamento de Estado; la lamentable muerte de los 3 militares y un policía retenidos durante años por las FARC, ocurrida en un intento de rescate militar pocos días después, así como la fracasada marcha del odio convocada por el gobierno y los militares contra las FARC. Todo esto, junto con la discusión pública de tan atropellados acontecimientos, ha sacado finalmente a flote algo subyacente en la atormentada conciencia de los colombianos: el nivel ético (para no decir moral) del llamado conflicto colombiano y los costos morales para no decir éticos del odio que alimenta la llamada victoria a toda costa sobre la satanizada Insurgencia marxista, en la que está empeñado el gobierno de la Unidad Nacional uribo-santista. Nunca nadie podrá construirla la paz con el odio.
Mirando a distancia las muertes de los tres comandantes del Secretariado de las FARC, su terrorífica desproporción de bombas, metralla y soldados universales delta, sólo me viene el recuerdo de una cita muy famosa del inolvidable Che Guevara cuando afirmaba que para ser un verdadero revolucionario, era necesario tener un 50 % de marxismo y leninismo, y un 50% de cojones. Qué lecciones de valor, consecuencia y entrega a unos principios dejan estos tres muertos.
Pero además han demostrado al mundo con largueza que el miedo a la muerte o a una cárcel como sistema de gobierno de una corrompida oligarquía transnacionalizada y militarista como la colombiana, sí se puede vencer con organización y sobre todo con la vida que sigue su curso, entregándole la llave de la solución política y la paz al pueblo para que la levante como emblema invencible en todas las calles, caminos y veredas de Colombia.
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