Durante la segunda y tercera décadas del siglo XX, emergieron al escenario nacional colombiano nuevos actores sociales (obreros, mujeres, grupos socialistas y anarquistas), los cuales, junto a otros ya existentes (colonos, aparceros, indígenas y artesanos), enfrentaron, recurriendo a diferentes formas de organización, movilización y lucha, la incipiente modernización capitalista y la Hegemonía Conservadora.
Entre las estrategias de resistencia adoptadas por estos sujetos sociales, cabe destacar la publicación de una prensa propia, de tinte obrero y popular, que floreció en diferentes lugares del país. Sin embargo, estos periódicos no respondían exclusivamente a una estrategia de reivindicación política o económica, sino que, cimentados sobre una “voluntad de representación” de los sectores populares, atendían diversos objetivos, entre los que se destacaban el avance de la razón y la verdad, la educación del pueblo, su elevación material y moral, el mejoramiento de sus condiciones de existencia, la libertad de expresión y asociación, y la participación política de los sectores populares.
Aun cuando las investigaciones sobre el surgimiento de la clase obrera colombiana mencionan la existencia de estas publicaciones ―algunas de ellas consideradas fuentes importantes para la historia de las primeras organizaciones de los trabajadores y sus luchas sociales―, hasta el momento no se ha llevado a cabo ningún proceso de investigación sistemático sobre estas formas de periodismo popular, que dé cuenta de sus características y su importancia en la vida política y cultural de la sociedad colombiana a principios del siglo XX. Precisamente, este trabajo pretende llamar la atención sobre este fenómeno y contribuir al estudio del tema, desde una perspectiva que integra el análisis de los medios de comunicación, la política nacional y la cultura popular.
I
Así, el propósito central de este trabajo consiste en analizar la prensa obrera y popular publicada entre 1909 y 1930, haciendo especial énfasis en su relación con la cultura popular y la política nacional, en un contexto signado por la Hegemonía Conservadora y la irrupción de la modernización capitalista. El marco temporal se inicia con la caída de la dictadura del general Rafael Reyes, en 1909, cuyo evento permitió el surgimiento de algunas voces opositoras al régimen y aflojó la fuerte censura de prensa que, hasta entonces, había mantenido el Gobierno. En el otro extremo, 1930, el límite estuvo determinado por la derrota electoral del Partido Conservador y la fundación del Partido Comunista de Colombia. Estos hechos son bastante significativos, pues evidencian un cambio en el polo internacional que marcaba el ritmo de los acontecimientos políticos del país, del Vaticano a los Estados Unidos, y el inicio de una nueva fase del movimiento obrero y popular, pero ahora bajo una clara influencia soviética.
En este período asistimos, además, al declive definitivo del artesanado como sector social protagónico de las luchas populares urbanas y animador principal de un tipo de prensa plebeya, surgida desde mediados del siglo XIX. Este lugar fue ocupado por los obreros, quienes asumieron gran parte del legado artesanal, combinándolo con influencias de otro orden (anarquismo y socialismo) y adaptándolo a las nuevas condiciones sociales y laborales que se les imponían. Aunque este no fue un proceso secuencial y excluyente, el año de 1919 se puede considerar como un símbolo de esa transición, porque se presentó la última gran protesta artesanal, que derivó en la masacre del 16 de marzo de ese año, y conllevó un ciclo huelguístico encabezado por los trabajadores de los ferrocarriles, que se extendió a varias regiones del país.
En este sentido, la definición del objeto de estudio implicó un doble proceso, cuyos resultados se presentan en el capítulo primero. Inicialmente, se revisaron los periódicos obreros que se reclamaban como tales, así como las referencias secundarias sobre ellos y se establecieron sus características fundamentales y, con posterioridad, mediante un estudio más detallado de las publicaciones, se determinó cuáles serían consideradas. Esto implicó, como en todo proceso de investigación histórica, realizar una selección propia, lo cual inevitablemente influyó en el análisis y en los resultados, ya que, por ejemplo, si la definición se hubiera ampliado de tal manera que incluyera periódicos católicos, el estudio habría variado en algunos aspectos.
Específicamente, con la denominación prensa obrera y popular, hacemos referencia a un conjunto de publicaciones editadas por trabajadores o dirigentes populares que se proclaman como representantes del pueblo y de sus aspiraciones; éstas, además, presumen de ser apolíticas e independientes de los partidos tradicionales y el Clero, y buscan servir de órgano de expresión para denunciar la situación de explotación a los demás obreros y a los sectores populares, e iniciar un proceso de cambio social.
En consecuencia, la conceptualización de prensa obrera y popular utilizada parte de las características propias de las publicaciones colombianas y de su contexto socioeconómico, aunque sin desconocer la existencia de teorías sobre la prensa obrera que, en algún momento, pretendieron ser de aplicabilidad universal, como la desarrollada por el dirigente revolucionario Vladimir Lenini. En este caso, el énfasis está puesto en la identidad social compartida tanto por quienes escribían en los periódicos obreros, como por sus destinatarios. Para entender esta afirmación en sus justas dimensiones, debemos recordar que,durante las tres primeras décadas del siglo XX, la denominación obrero tenía un significado muy amplio y ambiguo, puesto que no hacía referencia solamente a la conceptualización clásica de la economía política, sino que se consideraba como tala los artesanos, trabajadores asalariados, trabajadores independientes, ciertos intelectuales, campesinos e incluso a pequeños industrialesii. Estas formas de identificación social nos permiten comprender por qué la prensa obrera no estaba dirigida solamente a los obreros, en sentido estricto, sino que cobijaba sectores más amplios de la población.
Teniendo clara esta definición, retomamos la apreciación de François-Xavier Guerra, entorno a que la prensa trasciende la lectura individual, interactuando en un proceso complejo de creación de una cultura política particular, lo cual involucra mentalidades colectivas, ideologías políticas, practicas sociales, lenguaje, formas de organización, y referentes sociales y simbólicos. Por tanto, el objetivo de este trabajo es el de asumir a la prensa obrera como un actor social y no solamente como una fuente histórica, para analizar, desde diferentes ángulos (ideologías, formas de organización política, creación de imaginarios y modelos sociales y sociabilidad política popular), la forma como contribuyó a la construcción de una cultura política popular, en las primeras décadas del siglo XXiii.
Sin desconocer que en este trabajo la prensa se constituye en fuente y objeto de estudio al mismo tiempo, hemos retomado la metodología diseñada por Manuel Tuñón de Lara para investigaciones de este tipo. Su modelo se articula sobre tres puntos básicos: primero, analizar la prensa como una totalidad en la que cada artículo no tiene valor en sí mismo, sino en relación con una multiplicidad de elementos materiales del mismo periódico, que determinan su significación y su impacto en el público; segundo, establecer los nexos entre el periódico y su público mediante el análisis de los anuncios, las cartas de los lectores y otras rubricas que contenga; y, tercero, determinar, por medio de la comparación de varias publicaciones, la forma como un periódico copia, adapta, repite o plagia a otros periódicos, contribuyendo a consolidar o modificar un determinado tipo de periodismoiv.
Así, como el objetivo de esta investigación no se restringe al contenido de la prensa, sino que, además, busca dar cuenta de las relaciones dinámicas entre prensa, cultura y política, hemos adaptado la perspectiva metodológica de Tuñón de Lara, estableciendo cuatro ejes básicos que guían el análisis documental y la reflexión historiográfica: 1) los nexos entre la prensa y las formas de sociabilidad política popular; 2) la relación entre prensa obrera y política nacional; 3) las ideologías, imaginarios, símbolos y discursos presentes en la prensa; y, 4) los cambios, permanencias y confrontaciones en los periódicos en su conjunto y entre ellos mismos.
II
El corpus documental se basa, principalmente, en el conjunto de periódicos obreros de la época que se conserva en la Biblioteca Nacional de Colombia ―donde reposa la mayor colección hemerográfica del país― y en la Biblioteca Luis Ángel Arango. En total, se consultaron 68 publicaciones obreras y, aunque el volumen de información es bastante amplio, en la gran mayoría de los casos, las colecciones no se encuentran completas ni cubren en forma homogénea todo el período, resultando infortunadamente problemático el último lustro, sobre el que solamente se localizaron seis periódicos. Esta limitación se trató de subsanar, en la medida de lo posible, recurriendo a otras fuentes de información, como la documentación recopilada en el Archivo General de la Nación, algunos documentos impresos en la época y fuentes secundarias
En el Archivo General de la Nación, Fondo Ministerio de Gobierno (Sección Primera) encontramos documentos oficiales, tales como informes, telegramas, correspondencia y procesos judiciales, relacionados con los obreros o los sectores populares, y documentos escritos por ellos mismos, como memoriales, peticiones, hojas volantes, pasquines y documentos privados incautados por las autoridades, muchos de ellos directamente relacionados con la prensa obrera. Allí reposan, también, algunos ejemplares de Vanguardia Obrera, Germinal y Pensamiento y Voluntad, que no se hallan en ningún otro sitio.
Aun cuando la búsqueda de fuentes sobre prensa en archivos rindió sus frutos, el conocimiento del mundo social y cultural articulado alrededor de las publicaciones, continúa ajeno; algunos problemas siguen oscuros por la dificultad de acceder a la información. Por ejemplo, el descenso dramático del número de periódicos obreros después de 1929. Frente a ello, no sabemos si la represión oficial fue tan fuerte como para borrar de un tajo tales proyectos político-culturales, si hay un problema de subregistro por la imposibilidad de acceder a los títulos o si hubo alguna directriz por parte del Partido Comunista. En este sentido, habría sido más enriquecedor el análisis de la confrontación política si se hubieran analizado periódicos de otras tendencias (liberales, conservadores, republicanos y católicos), pero, por el volumen de las fuentes y los límites impuestos a esta investigación, decidimos no recurrir al análisis comparativo.
La falta de consolidación de los estudios de prensa en nuestro país permite que muchas conclusiones de este trabajo no puedan contrastarse con los resultados de otras investigaciones. Aun así, teniendo en cuenta esta limitación, tratamos de establecer un diálogo con trabajos similares basados en las experiencias del Cono Sur americano y España, aunque con la debida reserva por las diferencias de contexto y de evolución histórica del movimiento obrero.
III
Teniendo como referente la experiencia de Europa y Estados Unidos y considerando como único actor a la burguesía, sus necesidades y cambios históricos, la historia de la comunicación social ha establecido unas tipologías de prensa a partir las características que asume este medio de comunicación en los diferentes contextos históricos. Así, se habla se prensa oficial, prensa partidista o de opinión, prensa de información, prensa empresarial, prensa de masas y prensa sensacionalistav. En consecuencia, una gran limitación de los estudios sobre los medios de comunicación impresos radica en no haber asumido en forma sistemática la investigación de las publicaciones editadas por grupos populares o marginales, lo que se expresa en un exiguo nivel de teorización.
Jürgen Habermas, en el prefacio a su Historia y crítica de la opinión pública, de la edición alemana de 1990, escrito casi treinta años después de la edición original, incluye el concepto de publicidad plebeya, que retomamos en esta investigación. Según el autor, cuando se habla de comunicación pública, mediada por la lectura y focalizada en conversaciones, no puede considerarse un público en singular, ni siquiera cuando se sostiene que el público burgués es homogéneo, ya que es necesario incorporar al análisis la existencia de publicidades en competencia, en las cuales intervienen otras formas de comunicación excluidas de la publicidad dominante. Junto a la publicidad hegemónica y entrecruzada con ella, se forma una “publicidad plebeya”, desarrollada a partir de una nueva cultura política, con prácticas y formas de organización propias, “a partir de la cultura popular tradicional, bajo el influjo de la intelectualidad radical y bajo las condiciones de la comunicación moderna”vi. Subrayamos estos tres elementos porque consideramos que ellos también nos permiten explicar, por lo menos en parte, el desarrollo de la prensa obrera y popular en nuestro país.
Un concepto central en este trabajo es el de ideología, en torno al cual, como sucede con otros términos (sectores populares y cultura popular) se ha generado un gran debate. En oposición a la concepción clásica de ideología como “falsa conciencia”, se ha desarrollado una línea de pensamiento a cuya cabeza se encuentra Antonio Gramsci, quien acuñó los conceptos de ideología orgánica y no orgánicavii. Esta última, considerada como dispersa y contradictoria, se compone de las imágenes que circulan entre el pueblo, incluyendo mitos, tradiciones y experiencias cotidianas. La ideología orgánica, por su parte, integra y organiza el funcionamiento de la vida material, a través de un proceso que combina el consenso y la represión, y que asegura a la clase dominante la hegemonía cultural e ideológica.
Estos planteamientos teóricos fueron desarrollados por George Rudé y Edward Thompson en una perspectiva analítica muy similar. Para Rudé, la ideología popular estaría compuesta de dos elementos: el inherente, como un conjunto tradicional y consuetudinario de ideas, costumbres y actitudes pertenecientes a la experiencia del pueblo y transmitido a través de la expresión oral, la memoria colectiva y la experiencia misma, y el derivado, que se presenta como un sistema de ideas políticas, religiosas y filosóficas, adquirido o trasmitido por otros grupos sociales mediante diferentes mediosviii.
Thompson enfatiza que, junto a la ideología dominante, existe una ideología propia de los dominados, que, en la mayoría de los casos, es catalogada como cultura plebeya, precisamente para eludir la discusión innecesaria entre verdadera y falsa conciencia. La posibilidad real de coexistencia y lucha de la ideología dominante y la ideología popular (o plebeya), se explica mejor a través del término de hegemonía, porque la dominación no es nunca unilateral ni completa; siempre es impugnada por los sectores populares y deja algunos espacios para otros valores y practicas alternativas. La imagen del mundo que difunde la clase dominante no logra borrar la experiencia que vive el trabajador en la vida cotidiana y el ámbito laboral, lo que le permite edificar o mantener una cultura diferente e impugnadoraix.
En tal sentido, la ideología es concebida como un territorio en permanente disputa, que permite del desarrollo de una ideología propia, donde se mezcla, en grado diverso, la influencia inherente y derivada mediante procesos de asimilación, pero también de resistencia y negociaciónx. Entonces, ni la ideología ni la cultura se difunden únicamente de arriba hacia abajo, en forma lineal y completa, sino que se trata de un proceso con múltiples orígenes y líneas paralelas y discontinuas.
Esto nos permite entender lo que ocurre en el ámbito de las prácticas, las costumbres, tradiciones, símbolos y formas de sociabilidad. Tradicionalmente, se consideró que los obreros imitaban a la burguesía por medio de un proceso de emulación o de difusión. No obstante, diversos estudios históricos nos permiten concluir que, si bien encontramos una filtración social de arriba hacía abajo, existen culturas populares y prácticas de clase que no son tributarias de modelos de otros grupos sociales, sino que responden a nuevas situaciones, como la urbanización, la migración, la proletarización masiva y otras formas que asume la lucha de clasesxi.
Como los sectores populares no existen por fuera de la realidad ―al igual que la elite―, los asumimos como categorías analíticas que nos permiten entender cómo los sujetos sociales se construyen a partir de un conflicto social que les es previo. La línea divisoria es fluctuante e inestable y entre sus extremos se desarrollan procesos de imposición, aceptación, préstamo, negociación, apropiación y resignificación Por esta circunstancia, la construcción de sujetos históricos entre los sectores populares es el resultado de procesos objetivos y subjetivos que, en un momento dado, confluyen en una cierta identidad donde es posible hablar de un “nosotros”. En todo caso, estas identidades son provisionales pero cognoscibles y otorgan un matiz específico a una situación o a un período, lo que no excluye la existencia de otras identidades alternativas, diferentes o contradictorias.
Cuando queremos estudiar los sectores populares dentro de otro campo, igualmente complejo, como el de la cultura popular, debemos seguir de cerca las reflexiones de Edward P. Thompson para hacer “concreto y utilizable” el concepto de cultura popular, ubicándolo no sólo en el campo de los valores, sino en un medio material con relaciones sociales y de poder específicas, donde se mezclan la explotación, la resistencia, el paternalismo y la deferenciaxii. Para tal propósito, consideramos pertinente la definición de cultura, desarrollada por Luis Alberto Romero, siguiendo al historiador inglés, como “un conjunto amplio de representaciones simbólicas, de valores, actitudes, opiniones, habitualmente fragmentarios, heterogéneos, incoherentes quizá, y junto con ellos, los procesos sociales de su producción, circulación y consumo”xiii.
Guillermo Sunkel, retomando la propuesta teórica de Rudé para estudiar la ideología popular, propone dos “matrices culturales” para analizar la forma cómo estos periódicos representan lo popular, las cuales también serán retomadas como guía para nuestro análisis. De un lado, se encuentra la matriz simbólico-dramática, como parte de la ideología inherente, que hunde sus raíces en la cultura popular del siglo XIX, caracterizada por un rechazo al racionalismo y al iluminismo y que suele expresarse en un lenguaje dicotómico concreto y de imágenes, derivado de una concepción religiosa del mundo. Sobre esta matriz se introduce, de otro lado, y como elemento derivado, la matriz racional–iluminista, a través de la creación del Estado Docente y por la introducción de ideologías políticas de tinte iluminista (el marxismo, el anarquismo, el liberalismo y radicalismo). Sunkel nos explica que,
la matriz racional-iluminista tiene cierta unidad a nivel de los contenidos en la medida que expresa algunos elementos muy generales entre los que se incluyen que la «razón» es presentada como un medio y el “progreso” como el fin de la historia; que la “educación” y la “ilustración” son impulsadas como los medios fundamentales de constitución de la ciudadanía política y de superación de la barbarie; que el pueblo es concebido como la expresión física de la barbarie y. por tanto, constituido en objeto de campañas moralizadoras. Al mismo tiempo, hay que señalar que la matriz racional-iluminista se expresa a través de un lenguaje abstracto y conceptual que está regido por el mecanismo de la generalizaciónxiv.
Los diarios construyen una representación singular de lo popular con base en una articulación de elementos propios de la matriz racional-iluminista y de la matriz simbólico-dramática, dando lugar a una imagen más política (centrada en la clase obrera y los conflictos que le son propios), o más cultural (incluyendo diversidad de actores con sus múltiples conflictos en la vida cotidiana), dependiendo del tópico en que se haga énfasisxv.
IV
Este trabajo está constituido por cuatro capítulos. El primer capítulo está dividido en dos partes distintas, pero íntimamente interrelacionadas, ya que en las páginas iniciales se considera en forma somera el contexto económico, social y cultural en que aparece la prensa obrera, con el fin de mostrar cómo el proceso de modernización capitalista genera unas condiciones particulares que posibilitan y dinamizan la vida de estas publicaciones. En la segunda parte, se esboza una definición de prensa, obrera elaborada a partir de las concepciones sociales y políticas presentes en ese contexto histórico, y evidenciadas en la prensa obrera.
El segundo capítulo muestra cómo las publicaciones periódicas asumen múltiples usos culturales que posibilitan y dinamizan diferentes espacios, formales e informales, de sociabilidad política popular. Este tema es desarrollado en tres partes: en la primera, se estudian los lugares de producción, distribución y lectura de prensa, tanto de los dirigentes obreros como de la gente del común; en la segunda, se presenta otra faceta relacionada con el mismo proceso, a través de la difusión de actividades políticas, artísticas y culturales, que se realizan fuera del espacio de la prensa, pero que comparten su proyecto político y cultural; y, finalmente, en la tercera, se reflexiona sobre la importancia de la palabra escrita para los trabajadores organizados políticamente ―para quienes era sinónima de luz y progreso―, mostrando la paradoja de una prensa legitimadora de actividades sociales, que sólo estaban relacionadas tangencialmente con la lectura.
El tercer capítulo, estudia la forma cómo la prensa se inserta en el mundo de la política colombiana, buscando convertirse en un interlocutor válido y reconocido, tanto por el pueblo ―a quien dice representar―, como por el poder establecido y las otras fuerzas políticas tradicionales. En la primera parte, consideramos la posición asumida frente al mundo político colombiano, enfatizando las dificultades para mantener su independencia frente al liberalismo y para pasar de un campo de acción local a uno nacional. En la segunda parte, se estudian las posiciones políticas, ideológicas y temáticas de las publicaciones y sus cambios dentro del período, para llegar a esbozar una tipología de la prensa obrera. En la tercera parte, se analiza la reacción conservadora y clerical ante la prensa de oposición, principalmente, a través de la censura y la represión, recalcando la existencia de períodos de relativa apertura, en los cuales se afianzó, de manera episódica, la libertad de expresión
Finalmente, el cuarto capítulo se estructura a partir de la premisa de que, además de la labor política propiamente dicha, los periódicos llevaban a cabo una labor pedagógica no explícita, que buscaba enseñar nuevos modelos sociales (el del proletario), símbolos, imaginarios y marcos morales. Para ello, se examina el proceso de configuración del obrero como representación de lo popular en la prensa; la creación y apropiación de símbolos y héroes sociales, y la articulación de algunos discursos centralesen torno a la mujer, el alcohol, la educación, la ciencia y el progreso.
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La primera edición del libro se publicó hace más de quince años. Evidentemente, en este lapso se han producido nuevas investigaciones sobre la cultura política del movimiento obrero en Colombia y se han abierto algunas colecciones de archivo que en el momento de hacer la investigación no estaban disponibles. Los interesados en la prensa obrera tienen en la actualidad mayores recursos hemerográficos gracias a los procesos de digitalización de publicaciones periódicas que vienen realizando diferentes bibliotecas del país, algunos de ellos impulsados por la edición original de este trabajo; no obstante, todavía estamos muy lejos de una situación óptima en materia de preservación de archivos y prensa obrera. Durante estos años, además, la investigación histórica ha tendido hacia una especialización que, en algunos casos, cierra la posibilidad de dialogo entre diferentes campos y soslaya los trabajos panorámicos bajo la acusación de ser “generalizantes”.
Pese a estas transformaciones consideramos que como visión panorámica del periodismo popular el libro sigue teniendo vigencia, al proponer una taxonomía general, aunque perfectible e inacabada. La pregunta central, sobre la relación entre prensa, cultura y política en un contexto de modernización capitalista y surgimiento del movimiento obrero, mantiene aristas de análisis interesantes. El cambio de perspectiva en el análisis de las publicaciones periódicas, al superar la visión tradicional de fuentes y tratar de restituirlas como uno de los ejes articuladores del mundo obrero, generó una trasformación difícilmente previsible. Un primer ejemplo de ello es la comprensión de la identidad obrera como una elaboración social, que retoma la herencia artesanal y del movimiento obrero internacional, pero —sobre todo—que se proyecta hacia el futuro como un modelo social por construir. La prensa, entonces no era un reflejo de las vivencias de los trabajadores, ni mera propaganda ideológica de los agitadores, sino una estrategia de construcción de un sujeto político subalterno, que transgrede el orden tradicional, al apropiar la palabra escrita, tradicionalmente monopolizada por las elites letradas. Un segundo ejemplo es el descubrimiento de las diversas formas de sociabilidad que se tejen alrededor de la prensa, tanto en la elaboración como en el consumo, aspecto clave para comprender mejor la articulación entre la cultura oral y la cultura escrita en el naciente movimiento obrero.
Esta edición no tiene modificaciones sustanciales, pese a la tentación que en muchas ocasiones nos asaltó durante el proceso de edición. Finalmente, se declinó la idea porque después de revisar cuidadosamente nuevas fuentes disponibles se evidenció que reafirmaban las tesis del libro y su desarrollo no tenía cabida en la estructura original. Este fue el caso del periódico La Humanidad, dirigido por Ignacio Torres Giraldo, que ahora se encuentra disponible para consulta en la Biblioteca Nacional de Colombia. Esta publicación fue muy importante para la organización del obrerismo en el Valle del Cauca y el fortalecimiento del PSR, pero la inclusión de un estudio monográfico excedía los propósitos del trabajo, puesto que todos los capítulos están organizados a partir de problemas transversales, más no de la descripción de títulos específicos.
El libro enfatiza el papel de la represión gubernamental y la crisis interna del PSR en el declive la prensa obrera al finalizar la década de 1920. En 2009 Klaus Meschkat y José María Rojas publicaron una compilación de documentos sobre Colombia, provenientes de los archivos de la Unión Soviética, donde se puede encontrar información sobre el decurso de esa crisis en lo relacionado con el manejo de algunas imprentas y periódicos del socialismo revolucionarioxvi. Esta documentación permite analizar las tensiones y pugnas internas del Partido Comunista por el control político e ideológico de la prensa proveniente del socialismo revolucionario y por asegurar su reorganización siguiendo su línea partidista. Como se puede evidenciar, esta temática remite a un problema diferente al del libro, como es el de la Prensa Comunista, razón por la cual se decidió no modificar el texto, pero sí incluir como anexo un trabajo específico sobre este tipo de prensa, publicado en el Boletín Cultural y Bibliográficoxvii.
Agradezco a la Unión Sindical Obrera (USO) la publicación de este libro como parte de su colección “Diego Montaña Cuellar”, con la cual conmemora cien años de existencia y lucha por la dignidad de los trabajadores colombianos. Desde la época de la fundación del Sindicato, bajo el nombre de Unión Obrera, los trabajadores petroleros han desarrollado una interesante labor de publicación de periódicos, boletines y folletos. También, han escrito y editados libros, promovido bibliotecas en sus diferentes sedes y fundado escuelas para obreros. Esta larga relación con el mundo de las letras y los impresos no deja de sorprendery generar preguntas. Por ello, no habría mejor lugar para reeditar este libro.
NOTAS
i. Vladimir Lenin, ¿Por dónde empezar? La organización del partido y la literatura del partido; la clase obrera y la prensa obrera, Editorial Progreso, Moscú, 1960, y Madeleine Worontzoff, La concepción de la prensa en Lenin, Editorial Fontamara, Barcelona, 1979.
ii. Renán Vega, Gente muy rebelde, 3. Mujeres, artesanos y protestas cívicas, Ediciones Pensamiento Crítico, Bogotá, 2002, p. 107 y ss.
iii. François-Xavier Guerra, “Considerar al periódico mismo como un actor”, en Debates y perspectivas, Nº 2, 2003, p. 197.
iv. Manuel Tuñón de Lara, “La prensa española del siglo XX: algunos problemas de investigación”, en: Manuel Tuñón de Lara, AntonioElorza, y Manuel Pérez (editores), Prensa y sociedad en España (1820–1936), Editorial Cuadernos para el diálogo, Madrid, 1975.
v. ManuelVásquez Montalbán, Historia y comunicación social, Editorial Crítica, Barcelona, 1997; Asa Briggs y Peter Burke, De Gutemberg a Internet. Una historia social de los medios de comunicación, Taurus, Madrid, 2002.
vi. Jürgen Habermas, Historia y crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la vida pública, Editorial Gustavo Gili S.A., Barcelona, 2002, p. 6. (Subrayado nuestro).
vii. De acuerdo con esta concepción presente en la obra de Carlos Marx, la ideología, al difundir las ideas de la clase dominante, proyecta una imagen ficticia del mundo que finalmente favorece sus intereses de clase. Esta idea fue tomada en forma radical por Louis Althusser, quien negó de plano cualquier posibilidad de acción autónoma de los sectores populares. Una reseña de este debate se encuentra en Iván Molina, “Imagen de los imaginarios. Introducción a la historia de las mentalidades colectivas”, en: Elizabeth Fonseca (compiladora), Historia, teoría y métodos, EDUCA, San José, 1989, p. 197 y ss.
viii. George Rudé, El rostro de la multitud. Estudios sobre revolución, ideología y protesta popular. Edición e introducción de Harvey J Kaye, Fundación Instituto de Historia Social, Valencia, 2001, p. 202
ix. Edward P. Thompson, Costumbres en común, Editorial Crítica, Barcelona, 1995, p. 22 y ss.; Pedro Benitez, E. P. Thompson y la historia. Un compromiso ético y político, Talasa Ediciones, Madrid, 1996, p. 131 y ss.
x. Sobre los conceptos de negociación y resistencia, véase el trabajo de Peter Burke, Historia y teoría social, Instituto Mora, México, 1997, pp. 101-105.
xi. Este tema ha sido trabajado de manera muy fecunda por Eric Hobsbawm en sus obras El mundo del trabajo. Estudios históricos sobre la formación y evolución de la clase obrera, Editorial Crítica, Barcelona, 1987; Trabajadores. Estudios de historia de la clase obrera, Editorial Crítica, Barcelona, 1979; y junto con Terence Ranger en La invención de la tradición, Editorial Crítica, Barcelona, 2002. Véase, además, Maurice Agulhom, Historia vagabunda, Instituto Mora, México, 1994; y E. P. Thompson, op. cit.
xii. E. P. Thompson, op. cit, pp. 19-20.
xiii. Luis Alberto Romero, “Los sujetos populares urbanos como sujetos históricos”, en Leandro Gutiérrez y Luis Alberto Romero, Sectores populares, cultura y política. Buenos Aires en la entreguerra, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1975, p. 28.
xiv. Guillermo Sunkel, La representación del pueblo en los diarios de masas, s.f. Disponible en: http://www.felafacs.org/dialogos/pdf17/sunkel.pdf, p. 3.
xv. Ibid., p. 4
xvi Klaus Meschkat y José María Rojas (compiladores), Liquidando el pasado. La izquierda colombiana en los archivos de la Unión Soviética, Taurus – Fescol, Bogotá, 2009.
xvii Luz Angela Núñez Espinel, “La revolución de papel. Prensa comunista en la década de 1930”, en Boletín Cultural y Bibliográfico, Vol. 52, No. 94, 2018, pp. 66-91.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.