Las corrientes de opinión se expresan ya modeladas y canalizadas, y a su vez se refuerzan y consolidan. La máquina mediática de amplificación y reiteración consigue colocar en la agenda una información y levantarla cual evento nacional. La estructura del duopolio muestra aquí sus acuerdos y su colusión, como si de un cártel se tratara. […]
Las corrientes de opinión se expresan ya modeladas y canalizadas, y a su vez se refuerzan y consolidan. La máquina mediática de amplificación y reiteración consigue colocar en la agenda una información y levantarla cual evento nacional. La estructura del duopolio muestra aquí sus acuerdos y su colusión, como si de un cártel se tratara. Aunque lo que ha operado no han sido los precios o el mercado de la publicidad. El consenso está en los contenidos. Entonces, una voz única se escucha en todo el país.
No hace falta un exhaustivo análisis de contenidos para hacer esta afirmación. Las informaciones relacionadas con el frustrado pedido de extradición desde Argentina de Sergio Galvarino Apablaza nos han recordado aquella prensa «monolítica» de la dictadura. Una sola voz, una versión y una opinión. Sin debate, sin reflexión. Sin pluralismo, que es lo mismo que sin libertad de expresión. Una sola voz, la de la UDI, influyendo, ordenando conciencias, movilizando a toda la clase política en torno a una ¿única? verdad. El país unido, leemos, escuchamos, bajo la causa de los «derechos humanos». El duopolio abrazado y bajo una sola bandera. La televisión, como siempre, se sube al mismo carro.
Es lo provinciano en su peor expresión. Porque es la ignorancia manipulada y conducida. Hoy es el gobierno argentino, personalizado en la presidenta Cristina Fernández, otro día es Hugo Chávez. Hace unas décadas era el comunismo internacional, y en una ocasión fue hasta una bengala brasileña. Los medios chilenos, tal como oímos durante más de una década, están para mostrar la verdad. Pero su versión de la realidad, el lugar de los intereses del poder.
No es éste el único caso de sesgo informativo. La cobertura al conflicto chileno-mapuche o el denominado «caso bombas» tienen la misma inspiración y efectos: una sola versión, una realidad polarizada, un mundo reducido e infantilizado entre los buenos y malos. La estructura de la telenovela, del reality o del seudo reportaje se reproduce también en la prensa diaria.
Este es el poder de la prensa en su peor dimensión: la concentración y la colusión. Un poder que forma y deforma, que exhibe y oculta. Un poder ubicuo que modela las ideas al antojo de los más profundos y ocultos intereses. Al otro lado de la máquina, está el espectador, el consumidor masivo, vulnerado con la desinformación. Sólo repite la voz del amo en medio de su ignorancia. Afortunadamente, hay una masa crítica de lectores y consumidores de televisión que ha levantado su voz para exigir un mínimo derecho, el de estar justamente informado, de no ser manipulado y vulnerado con el engaño.
Hace unas semanas, decenas de estudiantes universitarios se agolparon en el frontis del canal 13 para protestar por el fuerte sesgo en su cobertura informativa. Esta funa a editores y periodistas fue una reacción ciudadana al silencio informativo que caracterizó las primeras semanas de la huelga de hambre de los presos mapuches. Otra iniciativa ciudadana contra el artificioso statu quo mediático apunta hacia Televisión Nacional de Chile, que, a diferencia de los medios privados, debiera tener la obligación de mantener un equilibrio informativo no sobre la base del mercado, los intereses comerciales y de audiencia, como tampoco del cuoteo político, sino sobre una interpretación y canalización de eventos con real significación social y política. En esta dirección, un grupo de personas ha creado el Observatorio Ciudadano de TVN, que semanalmente compara informaciones emitidas por otros medios con las que efectivamente publica TVN o que son omitidas por el canal público pero cubiertas por numerosas agencias. Los resultados, que pueden verse en el diario digital Clarín de Chile (www.elclarin.cl), son sorprendentes.
Nuevas generaciones de periodistas han puesto en marcha campañas paralelas, cuya fuerza se suma a las anteriores y colaboran a generar una visión y conciencia más crítica de los medios. Una de estas acciones, impulsada por la Red de Medios de los Pueblos, apunta a revelar la máquina mediática-institucional que criminaliza la legítima protesta social. Tal como durante la dictadura, los medios juzgan y condenan, organizando el espectro social bajo una sola y muy sesgada visión. En las coberturas de prensa de TVN, Canal 13, El Mercurio y La Tercera , denuncian, no se investiga ni se da tribuna a los sectores movilizados y es frecuente el uso arbitrario de calificativos como «criminal», «delincuente», «antisocial» y «terrorista» para referirse a manifestantes y activistas. El trato a los comuneros mapuches y a grupos de jóvenes antisistema es elocuente.
Pero hay arbitrariedades cometidas por los medios que en cualquier otro «mercado» debieran tomar el curso de una denuncia. Existen prácticas de colusión entre los medios e instituciones proveedoras de los contenidos que han sido empleadas como herramienta acusatoria a grupos y personas. Así, se puede destruir caprichosamente a un ciudadano, y esa injusticia permanecerá en la completa impunidad. Estamos muy lejos de regular y legislar estos abusos y distorsiones. Los medios concentrados y fundidos con los intereses políticos y económicos se han convertido en un poder ubicuo que sólo responde a aquellos intereses y a sí mismos. Si hay alguna salida, ésta pasa por el desarrollo de una conciencia crítica que nos permita enfrentarnos a la manipulación y la ignorancia.
(Publicado en «Punto Final», edición Nº 720, 15 de octubre, 2010)