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¡El otoño del Señor P…!

Fuentes: Rebelión

1. La ficción… «Se pensaba que era un hombre de los páramos por su apetito desmesurado por el poder, por la naturaleza de su gobierno, por su conducta lúgubre, por la inconcebible maldad de su corazón». Gabriel García Márquez, El otoño del Patriarca, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1975, p. 50. Gabriel García Márquez escribió una […]


1. La ficción…

«Se pensaba que era un hombre de los páramos por su apetito desmesurado por el poder, por la naturaleza de su gobierno, por su conducta lúgubre, por la inconcebible maldad de su corazón».

Gabriel García Márquez, El otoño del Patriarca, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1975, p. 50.

Gabriel García Márquez escribió una obra sobre un dictador tropical que dura u n siglo en el poder y cuya soledad al final de sus días es registrada como la del otoño del Patriarca. El Patriarca es un puro macho («¡Viva el macho!» es una de sus proclamas predilectas) que ha gobernado a su empobrecido país con mano de hierro, con la que tortura, desaparece y mata a todos sus adversarios: «los presos que tiran en los fosos de la fortaleza del puerto para que se los coman vivos los caimanes, (…) los que despellejan vivos y le mandan el cuero a la familia como escarmiento, (…) el sartal de recursos atroces de su régimen de infamia»

El P atriarca desconfía de todo el mundo, es rencoroso, vengativo y testarudo: «Carajo, pero ahora van a saber quién es quién, roncaba, masticaba espumas de hiel no tanto por la rabia de la desobediencia como por la certeza de que algo grande le ocultaban si se habían atrevido a contrariar las centellas de su poder».

El Patriarca era un ganadero que hasta vacas metió en la Casa Presidencial: «Todos los días desde que tomó posesión de la casa, había vigilado el ordeño en los establos para medir con su mano la cantidad de leche que habían de llevar las tres carretas presidenciales a los cuarteles de la ciudad»; «Además del impuesto personal que percibía por cada res que se beneficiaba en el país».

La dictadura criminal a la que sometió a su pueblo fue respaldada por las potencias mundiales, contentas porque el Patriarca satisfacía sus voraces apetitos para saquear al país: «primero el monopolio de la quina y el tabaco para los ingleses, después el monopolio del caucho y el cacao para los holandeses, después la concesión del ferrocarril de los páramos y la navegación fluvial para los alemanes, y todo para los gringos por los acuerdos secretos (…) el embajador Charles W. Traxler cuyo gobierno se constituyó en garante de los compromisos europeos a cambio de un derecho de explotación vitalicia de nuestro subsuelo, y desde entonces estamos como estamos debiendo hasta los calzoncillos que llevamos puestos».

Cuando el Patriarca muere, de muerte natural, ya había regalado todas riquezas del suelo y del subsuelo y hasta el mar, o, mejor dicho, no del mar porque este fue robado por una potencia extranjera que se apropia, literalmente hablando, de sus aguas, no en forma figurada sino real, porque se las llevan en tanques hacia sus dominios: «La incontenible maldad del corazón con que le vendió el mar a un poder extranjero y nos condenó a vivir frente a esa llanura sin horizonte».

El Patriarca nunca piensa en lo que vendrá después de él, porque considera que no habría mañana sin él. Todos adulan al Patriarca como un ser de otro mundo, una leyenda viva, leyenda que es creada por sus aduladores en busca de dinero y por quienes lo han acompañado toda la vida. Cuando no acaba de morir el Patriarca, liberales, conservadores y la iglesia, para quienes el Patriarca era inmortal, llegan como ratas: «para repartirse por partes iguales el botín de su poder (…) habían vuelto los liberales y los conservadores reconciliados al rescoldo de tantos años de ambiciones postergadas, los generales del mando supremo que habían perdido el oriente de la autoridad, los tres últimos ministros civiles, el arzobispo primado».

El Patriarca n unca quiso hablar de sucesor ni de herencia, porque se consideraba insustituible: «Él se había negado en sus instancias seniles a tomar ninguna determinación sobre el destino de la patria… y sin embargo era tan lúcido y terco que no habíamos conseguido de él nada más que evasivas y aplazamientos cada vez que le planteábamos la urgencia de ordenar su herencia».

2. …y la realidad

» Todos los caminos del paramilitarismo conducen a la Casa de Nari». Felipe Zuleta , agosto 28 del 2008, en felipezuleta.blogspot.com/    

Cuando Gabriel García Márquez escribió El Otoño del Patriarca, construido a partir de las experiencias de muchas dictaduras latinoamericanas, quizá nunca pensó que parte de las cosas que describía sobre una tenebrosa dictadura de ficción iban a palidecer en comparación con la terrible realidad colombiana de las últimas décadas y de un personaje que gobernó a sangre y fuego el país durante los últimos ocho años. Y hoy ni García Márquez parece querer comparar el argumento de su novela de 1975 con lo que ha acontecido en Colombia, pues ni corto ni perezoso recibe en México y estrecha la mano de sujetos tan poco recomendables como el Señor P y Juan Manuel Santos.

En 2002 llego a la presidencia de la República, con el apoyo irrestricto de los paramilitares, y el fraude electoral en la Costa Atlántica, también forzado por los paramilitares, un personaje sini estro, a quien algunos llamaron el Patrón, el Padrino, el Paisa o, de manera más coloquial, el Paraco y los más osados el Paraquito (ya es famosa la mofa que se atribuye al presidente del Ecuador, Rafael Correa, quién supuestamente le habría dicho cuando lo invito a visitar su país: «venga Para-Quito»), pero a quien nosotros simplemente vamos a denominar el Señor P…

Durante estos ocho años este individuo se presentó a sí mismo como un Mesías redentor e insustituible y eso lo amplificaron todos sus sirvientes y corifeos, entre los que descollaron muchos periodistas y antiguos militantes de izquierda, convertidos en sicarios intelectuales del régimen. Éstos se encargaron de advertirnos que el personaje era irremplazable, que de su permanencia en el poder dependía la suerte y el futuro del país, que él poseía una mente superior a la de todos nosotros, vulgares mortales. ¡Que nunca antes había existido ni en Colombia ni el mundo mejor presidente que éste que revolucionó la teoría política con su invento de la «democracia de opinión» como fase suprema del Estado de Derecho! Durante estos eternos 8 años, él mismo Señor P llegó a creerse el cuento que él no tenía reemplazo y que sin él el país no iba a poder vivir, iba rumbo a la hecatombe definitiva.

Machista paisa, («sea varón y quédese a discutir», dijo en una ocasión), bravucón con los débiles, por contar con el respaldo de una poderosa maquina de guerra para bombardear a diestra y siniestra dentro del país y fuera de él, sin embargo fue memorable su asustadiza carrera para esconderse de un temblor en Chile durante la posesión de Piñeira, mientras los otros presidentes que asistían a la ceremonia veían impávidos cómo aquel que pregonaba de ser tan macho huía con el rabo entre las piernas.

Como el Patriarca del Otoño vendió el país a las multinacionales, les regaló el suelo y el subsuelo, exonero a esas compañías de l pago de impuestos por varios años y convirtió la Casa de Nariño en un establo, porque como buen terrateniente adora las vacas y los caballos. Transformó al país en una gran hacienda, en la que nos contempló a todos como simples peones. Al ritmo del saludo fascista, con la mano derecha en el pecho, entonaba la palabra patria con una hipocresía tan fingida que no podía ocultar la vergonzosa entrega de nuestro país a los Estados Unidos para que éstos implantaran en nuestro territorio siete bases militares.

Nadie podía pensar distinto, so pena de ser perseguido o encarcelado en el mejor de los cas os. Transformó a gran parte de los colombianos en soplones a bajo precio y en traquetos que se esmeran por demostrar que son los más machos y los más vivos, que pueden hacer lo que se les venga en gana por medio de la violencia («le rompo la cara marica», fue una frase célebre del Señor P, que lo pinta muy bien). Ha sido la época en que desde el Estado se legalizó el sicariato al pagar por delatar y matar a todo aquel que fuera señalado como enemigo público del capitalismo gangsteril implantado en el país y también se legalizaron actividades económicas (cultivo de palma aceitera, entre ellas) y empresas untadas con la sangre y el dolor de miles de indígenas, campesinos y afrodescendientes, a los cuales les robaron millones de hectáreas que ahora están en manos de «prósperos empresarios» y colaboradores directos del régimen.

Compró y sobornó conciencias a punta de billete del erario público para tergiversar y mentir en los Consejos Comunitarios, para comprar votos con programas demagógicos como el de Familias en Acción (típico de un populismo de derecha, seudo asistencialista, por medio del cual se le da a las familias más pobres unos 80 mil pesos mensuales, equivalente a unos 40 dólares, con los que deben malvivir indignamente), para hacer lobby con la finalidad de que le aprobaran un Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, para pagar el voto que aprobó la reelección en el 2006, para comprar notarias que dio como premio a quienes posibilitaron ese fraude. Con y por la plata ofrecida a los militares se generalizaron los asesinatos de colombianos humildes, presentados por el Ejército como muertos en combate, para ganar premios y ascensos. Así se mataron de manera impune miles de pobres a lo largo y ancho de nuestro país, como reflejo de lo cual quedan las fosas en varios Departamentos, como la de La Macarena (Meta), repleta de miles de cadáveres, como testimonio mudo de la brutalidad del régimen presidido por el Señor P.

El nepotismo y la corrupción imperaron en este régimen criminal hasta niveles impensados antes, puesto que prácticamente no hubo una sola semana de los últimos 8 años donde no se destapara un escándalo en el que estaba involucrado el Señor P o alguno de sus familiares, amigos o funcionarios. Por las cárceles han desfilado senadores, representantes a la Cámara, embajadores, militares del círculo cercano a la Presidencia de la República y no existe casi ningún funcionario del alto gobierno que no tenga a un familiar vinculado a la delincuencia, al narcotráfico o al paramilitarismo: el Director de la Policía, tiene un hermano preso en Alemania por haber sido una «mula» fina del narcotráfico; uno de los hermanos del Ministro del Interior y de Justicia (sic), se encuentra en prisión por sus vínculos con grupos paramilitares; un ex Director del Das es procesado por haber convertido a esta institución, dependiente de manera directa de la Presidencia, en una cueva de hampones, que matan sindicalistas y profesores universitarios, y a ese mismo personaje el Señor P lo catalogó como «un buen muchacho»; el ministro de (Des)Protección (Anti)Social está siendo juzgado por cohecho, por haber participado en la compra de votos en el Congreso de la República para que fuera aprobada el trámite de reelección; el hijo mayor del Señor P ha sido acusado de asignar notarias como pago por los favores que posibilitaron la segunda elección de su papá; el hijo menor no se queda atrás y se ha hecho famoso por hacer fraude y copia en la Universidad de los Andes; algunos funcionarios que ostentan un apellido de rancio abolengo, y que han ocupado altos cargos en este gobierno, han sido señalados por antiguos paramilitares, como Salvatore Mancuso, de haber organizado el bloque capital de las Autodefensas, y por eso el humor popular acuño la frase «los paramilitares somos unos Santos»; y la lista podría extenderse casi hasta el infinito, como muestra del carácter lumpenesco y traqueto de este régimen.

Se militarizó la sociedad colombiana de una manera insoportable, con medio millón de militar es y policías, miles de delatores e informantes, y se legalizó a los paramilitares de todas las formas posibles. Estos se tomaron el Parlamento y altos órganos del poder político, empezaron a ser presentados como los «salvadores de la patria» por los medios de comunicación, se les dedican telenovelas y se les exalta en sus noticias, de sus incontables crímenes poco se habla.

A nombre de la lucha contra el terrorismo, un término importado de los Estados Unidos, se efectuaron todo tipo de tropelías contra la población, tales como capturas masivas, señalamientos públicos de miembros de la oposición, condenas a través de los medios de comunicación de personas que se atrevieron a disentir o a criticar, criminalización de aquellos estudiantes universitarios que protestaban contra las políticas antipopulares, impunidad para referirse a las personas asesinadas por la extrema derecha, las que en forma infame han sido calificadas como cómplices de los terroristas, como aconteció con los asesinados de la Unión Patriótica que en la lógica traqueta pasaron de ser luchadores populares a ser victimarios, y mil bajezas por el estilo fueron el pan cotidiano durante estos 8 largos años.

Pero como no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista, se terminó el reino del insustituible , del único, del Mesías, del Salvador de la Patria. Quienes se encargaron de hacerlo a un lado fueron sus amos, los estadounidenses, que lo notificaron a comienzos de este año que era hora de abandonar sus intenciones reeleccionistas, y la Corte Constitucional, obediente con el amo imperial, cumplió la orden a la perfección. Desde ese fatídico día de febrero, fatídico para el Señor P, éste ha venido contando día a día, hora a hora, minuto a minuto, el tiempo que le quedaba como intruso de la Casa de Nariño y, como para negar su eclipse, en estos seis meses ha multiplicado sus tropelías, sus artimañas, sus actos delictivos, sus acciones arrogantes y soberbias y sus apariciones por televisión. Es como si hubiera querido detener el tiempo para negarse a reconocer que no sólo el imperialismo lo ha hecho a un lado, sino que las clases dominantes también han prescindido de él, como paisa camandulero y ordinario que es, para cambiarlo por un cachaco oligarca de buenos modales, luego de que les ha servido de manera incondicional. Incluso, su delirio megalómano de creerse divino y omnipotente, con ese deseo irrefrenable de figurar a toda hora en los medios de comunicación -que lo consintieron y aplaudieron y toleraron sus abusos y delitos- ha servido de testaferro de las órdenes imperiales de agredir a Venezuela, para armar una guerra fratricida que lo mantenga en el poder y que aplace su llamamiento a juicio por todas sus acciones delictivas.

El otoño le llego entonces a este personaje pero no como al Patriarca de García Márquez, que murió de muerte natural y de viejo, tras 100 años de soledad en el poder, sino que el Señor P sólo duró ocho años en la Presidencia, de la que ahora se va, rumiando su impotencia y amargura, pasando a ser un ex presidente más, una figura decorativa, que, para completar, tendrá que empezar a responder por todos sus delitos. Porque es casi seguro que tarde o temprano, dado su interminable prontuario, la mano de la justicia caerá sobre los hombros del Señor P para que pague por todos sus crímenes en alguna prisión del mundo, si se tiene en cuenta que sus delitos rebasan las fronteras colombianas, como lo saben en Ecuador, Venezuela y México.

Tal vez por esa razón, en otra de sus incontables arbitrariedades , siendo todavía Presidente, el Señor P ha expedido un decreto en el cual se determina que, en lo sucesivo, los ex presidentes van a contar con una protección similar a la de los presidentes activos y pueden residir en instalaciones militares. En consecuencia, el Señor P ha anunciado que va a fijar su residencia en un bunker de la policía, en el mismo lugar donde funciona el Servicio de Inteligencia. Lo del bunker debe ser para tratar de blindarse y esconderse de la justicia internacional y lo de la inteligencia quizá para seguir demostrando que es una «ser superior», tanto que necesita de muchos servicios secretos de inteligencia para espiar a todo el mundo, algo que sabe hacer de maravillas, en este caso a los jueces, juristas que empiecen a adelantar investigaciones que apunten a condenarlo por sus múltiples crímenes.

Y razones tiene para preocuparse, porque como una muestra del otoño de este Patriarca paisa , unas semanas antes de que dejará, a su pesar y contra su voluntad, la Presidencia de la República, ya empezaron a hablar algunos de sus antiguos súbditos y subalternos, uno de los cuales dijo que las miles de interceptaciones telefónicas que se realizaron en estos años habían sido ordenadas directamente desde la sede presidencial. Otros han acusado sin ambages a un hermano del Señor P como organizador de la banda de los Doce Apóstoles, un grupo paramilitar que operaba en Antioquia. Si personas ligadas al círculo presidencial están soltando la lengua cuando el Patrón todavía tiene las riendas del poder, es previsible que en pocos días, cuando sea ex presidente, muchos contertulios del régimen van a cantar de lo lindo y ya no habrá forma de callarlos. Esto augura que el Señor P va a pasar de un irreversible declive otoñal a soportar un crudo, frío y prolongado invierno, porque es posible que uno de sus antiguos aliados, convertido ahora en Presidente de la República, lo envíe a temperar a una cárcel de los Estados Unidos. En tales circunstancias la P de Patriarca, Padrino, Patrón y Paramilitar se convertirá en la P de Prófugo primero y luego en la de Presidiario, condición que ostentan antiguos aliados de Estados Unidos como Alberto Fujimori y Manuel Antonio Noriega, quienes, prendidos de los barrotes de sus respectivas celdas, deben pensar que el poder que ostentaban ayer no ha impedido que hoy sean unos simples y vulgares criminales que purgan largas condenas tras las frías rejas de prisiones de alta seguridad.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.