Antes que nada: un alcance, sobre todo para Javier y Care, en Chile se le denomina «paco» a aquel funcionario que integra la policía uniformada, Carabineros de Chile. Pues bien, el paco Rivano es un librero de Santiago de Chile, también autor de una conocida obra de teatro: El rucio de los cuchillos. Muchos rumores […]
Antes que nada: un alcance, sobre todo para Javier y Care, en Chile se le denomina «paco» a aquel funcionario que integra la policía uniformada, Carabineros de Chile. Pues bien, el paco Rivano es un librero de Santiago de Chile, también autor de una conocida obra de teatro: El rucio de los cuchillos. Muchos rumores han corrido sobre su persona, aun cuando siempre pensé que eran producto del contexto: la dictadura no solo generaba odiosas corporalidades, sino también fantasmas. Así, corría la historia de que el paco Rivano era el depositario de diversas colecciones bibliográficas que se «obtenían» luego de los allanamientos a las casas de los opositores al régimen. ¿Verdad, mentira? ¿Cómo saberlo? Así transcurrió el relato, hasta que leí la crónica que publicó hace un tiempo La Nación, sobre la «funa» -consistente en una denuncia pública a violadores de los derechos humanos que no han sido juzgados- al mayor (R) Enrique Sandoval Arancibia, empleado de seguridad del alcalde Cristián Labbé. Para comprender las dimensiones del relato, es necesario realizar breves retratos de los personajes involucrados.
Sandoval Arancibia es mayor (R) del Ejército de Chile, a quien se le acusa judicialmente de estar involucrado como autor del secuestro y homicidio de Carlos Fariña Oyarce, estudiante de 13 años de edad, detenido durante un allamiento en la población La Pincoya, Santiago de Chile, el día 13 de octubre de 1973.
Por su parte, Cristián Labbé fue instructor represivo de la dictadura y en esa condición llegó al centro de detención de Tejas Verdes, en la Quinta Región. Durante los primeros meses de 1974 fue uno de los instructores de los nuevos agentes que estaban siendo reclutados para la DINA, la policía política de la dictadura. Posteriormente fue visto en centros de tortura conocidos como «La venda sexy», Londres 38, y Villa Grimaldi. Ahora es alcalde.
Ahora cito el relato del periodista, Gonzalo León:
«A lo lejos, observo al escritor y librero Luis ‘Paco’ Rivano. ¿Pero qué hace aquí? Hago memoria. Y sí, claro, se prepara la clásica feria del libro de Providencia.
-No saben -dice Rivano con enfado-, te apuesto a que estos pobres huevones no saben que funa viene del lenguaje del hampa. Un funado es cuando a un hampón o criminal se le hace la ficha.
Álvaro Hoppe, nuestro inquieto fotógrafo, quien ha estado haciendo sus tomas a la funa, se acerca justo para escuchar la intervención de Paco Rivano. Hoppe lo saluda con afecto. Su padre fue carabinero, por lo que entre Rivano y él hay un especial cariño, que obviamente no tiene nada que ver con la política.
-Yo creo, Paco, que ellos sí saben lo que significa funa. De hecho -muestra el volante-, esto es una ficha, ¿o no?
Paco Rivano no quiere ver. Aprovecho entonces para preguntarle si el alcalde Labbé le compra libros.
-Aquí todos los funcionarios municipales compran libros, incluso el funado, pero el alcalde es quien más compra.
-Y dígame, ¿cómo es el mayor Sandoval?
Paco Rivano se pone serio.
-¡Es una excelente persona! Lo conozco hace diez años. Lo que pasa es que estos cabros no entienden que la huevada de los derechos humanos terminó hace mucho. De verdad, a mí me da rabia, cuando a mi librería llega un gringo preguntando por un libro de historia. Entonces, yo le recomiendo a don Francisco Antonio Encina, pero el gringo lo revisa y me dice que quiere algo donde salga Pinochet».
Fin de la cita.
Claro, a partir de lo anterior se pueden inferir algunas conclusiones, pero nada categórico como para acusar a alguien de los rumores de complicidad referidos.
Por mi parte, sólo recuerdo una anécdota: en la librería de Luis Rivano compré un ejemplar de El panorama ante nosotros, de Alfonso Alcalde, por cuatrocientos pesos. Unas dos semanas después, Alcalde se suicidó. El mismo libro, en la misma librería, ya no costaba el precio señalado, sino dos mil quinientos. ¿La plusvalía de la muerte? Quizás. Por lo menos, era la oportunidad del comerciante…
Al final, una observación, la fotografía que acompaña esta nota muestra a Carlos Fariña, quien debería ser el protagonista de la historia.