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El pan y la mano invisible

Fuentes: Rebelión

Yo era de estas personas que caían en la trampa de ojear la llamada prensa de «actualidad» para considerarme un hombre bien informado. Con el tiempo, sin embargo, uno va cayendo en la cuenta de que uno de los principales engaños de la prensa de actualidad es la falsa sensación de cambio, de movimiento y […]

Yo era de estas personas que caían en la trampa de ojear la llamada prensa de «actualidad» para considerarme un hombre bien informado. Con el tiempo, sin embargo, uno va cayendo en la cuenta de que uno de los principales engaños de la prensa de actualidad es la falsa sensación de cambio, de movimiento y de esquizofrénico dinamismo que transmite. Ya podría no cambiar nada el mundo en lo esencial en un lustro que, desde la susodicha prensa de actualidad, y con el frenético ritmo de producción de sucesos que la caracteriza, se encargarían de convencernos de lo mucho que ha cambiado el mundo en todo ese tiempo.

En fin, que de vez en cuando, uno ojea el periódico, hace un poco de hermenéutica de la sospecha, se ríe con la bárbara desconexión -y con el recital de eufemismos- de la clase política con el latido de la vida cotidiana, se sorprende con la infinita locura y capacidad del hombre para ridiculizarse y hacer -o hacerse- daño, se congratula de la existencia de individuos medianamente honestos en el mundo… y finalmente, cierra el periódico y se enfrenta a la vida real. Esa de la que ni ustedes ni yo podemos escapar, por mucho que queramos.

Los acontecimientos y los tiempos que marca la jugosa fábrica de producción de acontecimientos y noticias en el esquizofrénico y frenético mundo de la prensa de «actualidad» parece narrarse siempre como a vista de pájaro. Pocas veces, por no decir casi nunca, suele hacerse análisis, por no mencionar la necesaria reflexión sobre los porqués, las causas, las consecuencias y las responsabilidades que subyacen bajo la mera representación «neutral» de los acontecimientos. Las responsabilidades, sí, las verdaderas responsabilidades, porque nadie señala con el dedo al responsable, y porque hacerlo podría poner incluso en peligro al medio de difusión, sea escrito o audiovisual -ya se sabe, la dependencia de las fuentes de financiación, bien sean privadas o públicas-.

Delante de mí tengo el periódico, el acontecimiento, la narración, entre aséptica y fría, distanciada. Puedo entender que un novelista, recurriendo a la técnica del narrador omnisciente, pueda o quiera jugar a ser «Dios» con sus personajes si quiere, y relatar con matemática exactitud los vaivenes emocionales de los mismos. Sin embargo, en los acontecimientos mundanos, la narración autosuficiente, distanciada y omnisciente nunca nos hace plantearnos la motivación humana, existencial, que les subyace. Dicho de un modo claro : asistimos al circo y el presentador no nos plantea el interrogante básico, ni siquiera insinúa que tal interrogante es necesario para comprender -y no me refiero a comprender en el sentido científico – quien actúa llevado por motivaciones puras o aparentes, quien actúa con ética, quien dice medias-verdades para salvaguardar sus intereses… o quien dice la verdad sin contemplaciones y es estigmatizado por ello. Evidentemente, los protagonistas son arrancados del tejido cotidiano de su existencia, de sus relaciones interpersonales, y esto, sí empobrece bastante la narración del misterioso circo que es la vida.

Estos interrogantes, hoy, como siempre, siguen estando latentes, guste o no guste, se quiera o no se quiera entrar al trapo. Cuando Hannah Arendt, por ejemplo, hizo un ejercicio de empatía con Eichmann, el funcionario nazi, buscando la raíz del mal dentro de la misma condición -no de una supuesta «naturaleza»- humana, consumó la para mí urgentísima necesidad de no separar la política de la existencia. No creo que me separe nunca de este punto de partida, y aún hoy me cuesta horrores el recordarles a mis amigos, enemigos, compañeros y conocidos… que cuando hablo de lo que ellos llaman «política»… estoy hablando también de nosotros. De nosotros, sí, los hombres, cuando aparecemos y hablamos ante los demás. De nosotros, la humanidad pensante y sufriente, en todas nuestras actividades. En definitiva : de los hombres y sus actos, sus relaciones con los demás, con la naturaleza y consigo mismo, en su más descarnada irracionalidad… o en su más luminosa y esperanzadora abnegación, solidaridad y belleza.

Pero en fin, reflexionar sobre causas, consecuencias, porqués y responsabilidades, en el mundo de la prensa realmente existente, ¿para qué?. Al fin y al cabo, somos «líderes de opinión», ¡vendemos periódicos!. No decimos una verdad triste, ¡pero vendemos periódicos!. Las palabras, los acontecimientos y el lenguaje que utilizan la mayor parte de nuestros columnistas están plenamente interiorizados por el consumidor, así que… ¿para qué preocuparnos por cosas tan banales como la «verdad»?. Al fin y al cabo, es peligroso y comprometedor; la verdad no sólo no suele agradar sino que además no vende y suele costar, aún por encima, trabajo, coraje, perspicacia y esfuerzo de documentación.

Lo peor de todo es ese aire a tertulia de salón que llena el ambiente del gremio periodístico. Que si las batallitas, odios y descalificaciones mutuas de los líderes- o aspirantes a tales- del partido de turno, que si el insulto del individuo X y la respuesta ingeniosa del individuo Y, que si las virtudes y encantos de uno, que si el color de su corbata -a juego con sus ojos, off course-, que si sus buenos modales. En resumen : vana e intrascendente cháchara de salón con algún pequeño desmelene crítico, para que no se note mucho, por supuesto, que hay que caminar por la vía de lo política y lingüísticamente correcto. Los debates y sus contenidos deben ser digeribles, directos y fáciles, que no exijan esfuerzo, que no enriquezcan y amplíen nuestra perspectiva, que no enriquezca nuestra capacidad expresiva.

Asistí hace poco, por cierto, en Santiago de Compostela, a una conferencia de Eduardo Galeano. Me sorprendió ver la sala de conferencias abarrotada de gente. Cuando cayó «Patas arriba, la escuela del mundo al revés» en mis manos, pocos conocían a Eduardo aquí. A este libro le siguieron «Las venas abiertas de América Latina», «Nosotros decimos no», «Carta al señor futuro», «Días y noches de amor y guerra», «Las palabras andantes», su trilogía «Memorías del fuego»… etc; Eduardo es testimonio, intra-historia vivida, literatura, reportaje, artículo, cotidianeidad, poesía, sensibilidad, memoria y reflexión. Todo en uno : mágica alquimia filológica, y además, cercanía, honestidad. Cuando leí en una entrevista que a él los géneros le estorbaban para conseguir expresar lo que él quería expresar , comunicar, no tuve la menor duda : por fin, aire fresco, he encontrado a un amigo. Después de haber pasado cinco años y pico en una universidad de sociología situada en Galicia en la que la reflexión sobre la sociedad gallega apenas existe, después de haber trabajado un tiempito en una asociación de prensa en donde tuve que tragar tal cantidad de mierda -con perdón- en forma de manuales y de consejos para el ejercicio del periodismo «puro», o del periodismo «en sí» o del «verdadero periodismo» -¿porqué existe esa obsesión por la virginidad lingüística, cultural, científica y profesional inclusive?-. Después de tales experiencias, digo, uno cae en la cuenta de que los manuales están bien para empezar a cocinar, pero los alimentos y los ingredientes, así como la forma de mezclarlos, los escoge uno solito.

Con Eduardo late, sin populismo ni sentimentalismo alguno, la intrahistoria y la voz de los perdedores y los anónimos. Los invisibles pero existentes. Esto es de agradecer, sobre todo teniendo en cuenta que a uno le produce verdadera urticaria y desazón el pasarse por el estado de Riazor y toparse de frente con carteles que rezan : «Eu só me arrodeo dos mellores». Eu son o futuro». En los cartelitos en cuestión, como no, aparece un hombrecillo de buena planta, con cara cuadrada y afilada, con gesto espartano, muy bien vestidito y encorbatado. Son los nuevos soldados de las finanzas. Supongo que Caixa Galicia siente más interés por reclutar a estos futuros soldados de altos vuelos financieros que por bajar de sus despachos a ver, hablar y escuchar los problemas reales de los pequeños y medianos campesinos del rural gallego.

Por si no fuera poco, leo recientemente una desesperanzadora noticia en el diario EL PAIS, esta : las filologías y las humanidades tendrán que acomodar sus contenidos pedagógicos a las necesidades de la empresa. De seguir así, quien sabe, en las clases de filología hispánica se sustituirán los comentarios de texto de El Quijote por la hermenéutica de gráficas macroeconómicas y la interpretación de los aforismos de George Soros, amén del diario privado de Milton Friedman. La mano invisible del mercado está tan visible en el diseño de los contenidos pedagógicos de las universidades que algún día le estará constitucionalmente permitido dar bofetadas a cualquier anacrónico profesor que proteste por sus intromisiones. Estamos en pleno proceso de re-analfabetización de la sociedad, y no hay arma más segura para la mano invisible y su eterna perpetuación, urbi et orbe, por la aldea global, que castrar la posibilidad de que las nuevas generaciones aprendan a manejar ese imprescindible y peligroso instrumento que es el lenguaje. La tentativa de recorte horario a las asignaturas de historia y filosofía en bachiller tampoco sorprende, pues no hay nada más deseable que una sociedad sin palabra, sin memoria y sin pensamiento. El panorama, la verdad, no es muy halagueño, y siento tener que recurrir a lo que cierto centrismo político, estético y lingüístico adjetivaría de discurso anacrónico o antiguo : es en sociedades sin memoria, sin palabra y sin pensamiento en donde el fascismo crece como las setas. Añádanle a esto la falta de trabajo… y reflexionen hacia donde podríamos estar caminando ahora mismo.

La velada con Galeano, todo hay que decirlo, me aportó lo mismo que me aporta la lectura de sus libros : frescura, ternura, belleza, humor, profunda y radical sencillez narrativa. Asistí a la conferencia porque se lo debía como lector que, ante todo, admira lo que dice y como lo dice. Asistí a la conferencia porque siempre, siempre será una bocanada de esperanza y de aire fresco el observar como un auditorio lleno asiente y escucha en silencio a las voces que, con esfuerzo, constancia, perseverancia y vivencias -desde el anonimato, en un anonimato que se sabe poseedor de una voz suya, realmente suya, aunque tejida de muchos otredades-, nos siguen recordando que, hoy día, la laica religión del «progreso» exige una mirada y una memoria que afirme y escriba sobre la necesidad del «regreso», del regreso a las verdades esenciales, del regreso a aquellos principios que Albert Camus sentenciaba como necesarios para vivir en un mundo que, incluso transformado por el paso fugaz de cierta modernidad y cierto progeso, no merecería le pena ser vivido.

De momento, sin memoria, sin palabra, sin pensamiento y sin trabajo, resulta muy difícil tal regreso. Además, los recientes motines del hambre, en los que se han visto afectados hasta 37 países, nos recuerdan que ya no sólo es la memoria, ni la palabra, ni el pensamiento, ni el trabajo…. también el pan. También el pan puede llegar a negar la omnímoda y omnipotente mano invisible.