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El paro cafetero

Fuentes: El Espectador

El café fue el cultivo por excelencia del país desde fines del siglo XIX hasta fines del XX. En gran medida la democracia que el sistema tolera se debe al café por la sencilla razón de que su producción no ha estado ni está en manos de terratenientes, como las de la caña de azúcar […]

El café fue el cultivo por excelencia del país desde fines del siglo XIX hasta fines del XX. En gran medida la democracia que el sistema tolera se debe al café por la sencilla razón de que su producción no ha estado ni está en manos de terratenientes, como las de la caña de azúcar y la palma africana. La colonización cafetera fue un movimiento de campesinos rasos, y aunque poco a poco algunos se fortalecieron y se convirtieron en empresarios, nunca llegaron a ser terratenientes como sucedió en Cundinamarca, razón que, por lo demás, los arruinó.

Fue una colonización de ladera favorecida por los suelos volcánicos y, por supuesto, por los buenos precios internacionales. Los mismos factores que han hecho reina a la coca. La Violencia de los años 50 trató de sacar a los pequeños cultivadores y de hacer grandes fincas, pero los medianos y los pequeños resistieron. Sacrificando ganancias crearon la Federación Nacional de Cafeteros (FNC), que por mucho tiempo consiguió ser auténtica representación de los intereses cafeteros. La construcción de carreteras, acueductos, escuelas y cooperativas impidió que la violencia que se volvió a encender en los 70 afectara las regiones de cultivo.

El primer golpe serio que sufrieron los caficultores fue el rompimiento del Pacto Mundial del Café en 1989, que empujó a muchos a buscar en los cultivos ilícitos, aun dentro de las zonas cafeteras, una defensa. Y lo consiguieron. La coca les ayudó a sobrellevar el abandono en que la Federación los dejaba para empeñarse ella en aventuras especulativas volteándoles la espalda. Gemela de esta estrategia abusiva fue la política de sustitución de variedades, cuyo resultado persistente ha sido la producción de paquetes tecnológicos cada vez más gravosos para el cultivador. La sustitución de variedades terminó siendo también sustitución forzada de agricultores. Así, la brecha entre la producción del grano y la especulación financiera se hizo cada vez más profunda.

La crítica situación actual que tiene enfrentados a caficultores y Gobierno se origina en la revaluación del dólar motivada por los millones que entran al país como resultado de la compra de empresas de servicios públicos, las inversiones gigantescas en minería y, claro está, el retorno de utilidades de la exportación de cocaína. El precio favorable internacional que podría llegar a los bolsillos de los cafeteros es sacrificado por las gabelas que el Gobierno ofrece a los inversionistas extranjeros y por las ganancias que la guerra contra la droga le deja a la mafia, que seguramente también invierte en minería. Cabe agregar que el Gobierno ha permitido la importación de cafés perratas de Vietnam, Perú y Ecuador a los grandes fabricantes de cafés solubles, que buscan sustituir el consumo de nuestro tinto por esa aguachirle del instantáneo. Las importaciones legales de café el año pasado fueron 954.000 sacos, según la OIC. Ese café se cultiva aplicando endosulfán, insecticida para combatir la broca, prohibido en Colombia. La cantidad importada paga la contribución cafetera a la FNC. Esa es la verdadera causa de las importaciones. Quién sabe cuántos sacos entran de contrabando. La tercera parte del tinto que nos tomamos en el país está hecha con ese grano.

Para rematar, las trilladoras están llenas de los llamados cafés inferiores, porque el consumo nacional está abastecido en gran parte con importaciones. La pasilla, que antes se negociaba a 25.000 pesos la arroba, hoy difícilmente se paga a 5.000. Por tanto, todo ese café de calidades media y baja terminará gorgojeado.

Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/columna-407905-el-paro-cafetero