Estamos en la víspera del paro cívico nacional del jueves 17 de marzo; acción social colectiva que canalizara la expansiva inconformidad de los colombianos con la situación económica social y ética de la nación, reflejada en la baja popularidad del Señor Santos, colocada por debajo de los 25 puntos de aceptación entre la ciudadanía. Grave […]
Estamos en la víspera del paro cívico nacional del jueves 17 de marzo; acción social colectiva que canalizara la expansiva inconformidad de los colombianos con la situación económica social y ética de la nación, reflejada en la baja popularidad del Señor Santos, colocada por debajo de los 25 puntos de aceptación entre la ciudadanía.
Grave deterioro político con serias implicaciones en el curso de la sociedad.
Si bien es cierto hay un marco de oportunidades políticas para la movilización popular y sus demandas, no lo es menos que se ciernen sobre esta un conjunto de amenazas y presiones sobre los organizadores y participantes en las manifestaciones que se darán para hacer visibles las reivindicaciones agrupadas en el Pliego de peticiones dado a conocer.
El señor Santos, a pesar de los consensos alcanzados en la Mesa de diálogos de La Habana sobre no criminalización de los movimientos sociales, mantiene intacta la fuerza de choque organizada en el Esmad (Escuadro anti motines) para aplastar la resistencia, la rebelión y el levantamiento popular que en los casos de la Guajira y Barrancabermeja, compromete de manera generalizada a la multitud.
En igual sentido se da el manejo de la red mediática que enmarca el sentido común según la discursividad oficialista para la cual vivimos un envidiable paraíso. Vendrá una avalancha de mentiras, señalamientos y estigmas para descalificar los propósitos de la acción social y popular.
Pero, el mayor peligro para el paro será el inesperado auge del neo paramilitarismo (urabeños, rastrojos, paisas, machos, Erpacs, águilas negras), que ya está dejando un reguero de víctimas y homicidios en distintos lugares del territorio nacional.
Dicha maquina de muerte está en escena y desata el terror y la muerte a su paso.
El neoparamilitarismo es uno de los más efectivos tentáculos de los dueños del poder.
No se trata de una rueda suelta que desborda la buena voluntad de las autoridades públicas.
Hay una coincidencia entre los recientes alineamientos políticos de las facciones de la casta dominante -santistas y uribistas-, a propósito de la creación de los campos de concentración para ubicar a los integrantes de la resistencia campesina revolucionaria, y la serie de acontecimientos de sangre en que las autodefensas liquidan líderes populares y de los derechos humanos en puntos estratégicos del territorio: Putumayo fronterizo, Catatumbo, Bajo Cauca, Uraba, Soacha, etc).
Lo único cierto es que a pesar de tanta alusión y propaganda de la paz, el paramilitarismo sigue ahí, intacto y eficaz, como instrumento de los poderosos para aplastar cualquier insubordinación social que amenace los intereses de generales, banqueros, multinacionales, gamonales y caciques de la politiquería.
Poco aportan para esclarecer este perverso fenómeno, las recurrentes especulaciones de quienes, como León Valencia y Ariel Ávila, hicieron de la narrativa sobre este asunto, un jugoso y repúgnate negocio con los presupuestos públicos, que hasta para armar sus propios esquemas de autodefensa da. Son unos mercaderes de la muerte, a su manera, también. Lo que les sirve para proyectar su tránsito a la candidatura presidencial de Vargas Lleras, donde se acomodaran con sus conocidos mamotretos de siempre, funcionales a la dominación oligárquica (http://bit.ly/22ajDrO).
Sin tanto rodeo, el paramilitarismo es otro elemento endógeno del totalitarismo oligárquico que se nutre de las doctrinas anticomunistas contrainsurgentes drenadas por el imperio norteamericano mediante su plan Paz Colombia, en la versión de Obama.
Eliminarlo demanda suprimir esas visiones en la educación de los militares y policías y obliga una perentoria y masiva depuración de los aparatos armados del gobierno, pues es desde las brigadas, batallones militares y comandos, desde donde se proyectan y organizan estas bandas sangrientas derechistas, financiadas por narcotraficantes, ganaderos, gamonales y empresarios delincuenciales.
Esa es una realidad bien conocida por todos.
En este escenario, lo que prende las alarmas es la infiltración del uribismo en el paro del 17 de marzo, pues ya se sabe que tal agrupamiento es carnal del paramilitarismo y la parapolítica.
De manera oportunista, los seguidores del Innombrable, se han apropiado de las demandas populares para pescar en rio revuelto y generar violencia mediante grupos terroristas de choque, diestros en la provocación y la asonada de aventureros. De igual manera, mediante actos aislados que servirán de justificación a la acción militar y policial, a través del Esmad.
Esta apreciación bien se puede inferir de la sistemática campaña anticomunista adelantada por los voceros ultraderechistas del uribismo, como ese A. peña (http://bit.ly/1UofhqU).
Recurren a viejas monsergas para estigmatizar y señalar a los sectores independientes del movimiento obrero y popular, ajenos a la componenda y la manipulación del Estado y el poder como lo hicieron durante el largo y oscuro gobierno de l Seguridad democrática, en el que se realizaron toda clase de fechorías contra la sociedad, los derechos civiles y democráticos.
Engañosamente se visten de pacifistas para esconder su verdadera naturaleza violenta y depredadora.
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