El anuncio de la suspensión de las movilizaciones por parte de algunos sectores que conforman el solitario e institucional Comité Nacional del Paro, a casi dos meses de completarse la movilización, parece dejar en el aire la sensación de que el Paro se está desgastando. Sin embargo, es importante recordar que el que se encuentra desgastado es el gobierno y sus formas de poder.
El mismo gobierno de Uribe/Duque es el más interesado en que se expanda ese sinsabor y, al mismo tiempo, el único que se encarga de dilatar el Paro, al negarse a entablar diálogos con los sectores y sujetos que realmente llevan a cuestas el estallido social actual. Cuando una forma de poder ha perdido todo aire de consenso, no le queda más camino que recrudecerse y reducir al máximo la vida y las vías democráticas del cambio.
Es importante no dejarnos confundir y no dejarnos desviar del objetivo profundo que se persigue en el momento actual que atraviesa el país. Es necesario sostener un enfoque que nos permita ajustar nuestras lecturas a las dinámicas propias que se van desarrollando al interior de los acontecimientos, de modo que nuestro balance político y social logre ser lo más preciso posible. Por lo general, encontramos que los balances entregados por parte del gobierno y de sus secuaces (medios de comunicación, “gente de bien”, partidos amermelados, etc.) no van más allá de un afanado prejuicio moral lanzado a diestra y siniestra, que desvirtúa cualquier acción de oposición popular y se mantiene en su postura de calificar al otro como enemigo interno. Todo discurso deslegitimador se activa, y todas las bocinas se encienden para agredir el entendimiento del pueblo como si se tratara de duros anatemas. Para ellos ninguna acción opuesta a sus modos conlleva un contenido político, porque toda manifestación popular no más que la expresión del odio y la inmoralidad que requieren de una reprimenda moral y militar.
Pese a ello y por ello, el Paro no se desgasta porque éste no se encuentra reducido a las manifestaciones y movilizaciones que se han desarrollado desde el 28 de abril. Suponer que el Paro expresa unas exigencias coyunturales que pueden resolverse con pañitos de agua tibia, a lo que vienen acostumbrados, y como el gobierno, empeñarse en decir que este Paro tiene una motivación y matriz sindical y de alguna otra pequeña exigencia, no es ya un acto de ingenuidad, sino de ciega hipocresía.
El Paro va mucho más allá, y harto se han esforzado nuestros jóvenes, principalmente, por demostrarlo en las calles. Este Paro es la expresión de una ruptura histórica y necesaria con la forma de gobierno actual; revela una crisis social que se ha mantenido, no sólo durante este año, sino durante los años recientes (sin ir muy lejos) y que se ha expresado y manifestado de diversas formas. El Paro del 28A no es un síntoma aislado, no es un estallido que empezó este año y ya, sino que agrupa toda una demanda social que ha estado reprimida durante décadas. Desde esta perspectiva, asumir que el Paro se desgasta, es dar a entender que la crisis social que lo alimenta y lo impulsa se ha agotado, aun cuando es un hecho evidente que el modelo social uribista de desigualdad se exacerbó con la implementación de duras políticas regresivas, bajo la figura del impreciso Duque.
Estamos asistiendo a la decadencia inevitable de un gobierno que lleva dos décadas en el poder (como mínimo) y que no ha hecho otra cosa más que aumentar las regiones de pobreza y de desigualdad, mientras les llena los bolsillos a las multinacionales y mientras las élites político-económicas del país se sientan en sus clubes a desangrar al pueblo colombiano. Expropian los recursos y los derechos sociales, económicos y políticos convirtiéndolos en simples productos y servicios, para llenar las bolsas y los mercados oligopólicos del capital trasnacional. Le entregan la soberanía nacional a la agresiva, extractiva y desregulada inversión extranjera (única forma de desarrollo económico que auspician), a cambio de sostener sus privilegios.
Asistimos al agotamiento definitivo de un modelo cada vez más inviable e ineficaz, y es por ello que el Paro expresa esta ruptura, no como un síntoma coyuntural sin más, sino como un momento orgánico que enreda la urgente necesidad de consolidar una Agenda Popular que nos permita redefinir el pacto social, y los miembros históricamente excluidos de la comunidad política. Y en este sentido, el debate social no se encuentra agotado ni desgastado, apenas se enarbola en las inmediaciones de un cambio progresivo de paradigma social, cultural y político, materializado en nuevas formas organizativas que nos exigen repensar y renovar las estrategias de lucha y de transformación de la anquilosada sociedad colombiana, sobre todo cuando el gobierno persiste en su tratamiento de guerra a todo conflicto social, y el consecuente señalamiento moral que censura toda apuesta liberadora.
Este Paro Nacional acuna un estallido social en donde se han venido desarrollando formas organizativas locales, con agendas propias y en franco diálogo abierto con la realidad nacional; actores de lucha popular emergentes que vienen definiéndose dentro de un nuevo escenario de lucha en diversos territorios, municipios y localidades, donde los cascos urbanos devienen en puntos estratégicos de agrupación y manifestación. El gobierno es el único que se niega a abrir diálogos con las nuevas fuerzas sociales organizadas, mientras siguen restringiendo los procesos que posibilitan la apertura democrática del país. El debate político sobre el hecho social es cada vez más imprescindible, máxime cuando la democracia debería ser el camino que propicie y facilite los trámites para garantizar la construcción continua de la igualdad y la justicia social. De lo contrario, estamos ante la presencia de una forma de gobierno tiránica y a merced de una dictadura de partido que, en nuestro caso, se expresa en un régimen narcoparamilitar.
Estas fuerzas organizativas deben seguir desarrollándose y consolidándose, evitando la anulación inherente que el gobierno ejerce sobre ellas. Los demás sectores y fuerzas de la sociedad anhelantes del cambio estructural del país, en concordancia con la exigencia actual, y para evitar que el debate instalado se invisibilice, como siempre, deberían continuar sumando esfuerzos y procesos que sigan desencadenando y posicionando el debate popular como una urgencia al interior de todas las esferas de la sociedad. La lucha por la verdadera democracia, por un gobierno de la igualdad, es el objetivo central de este Paro Nacional, y su desgaste sólo implicaría la renuncia a construir una Colombia donde todos quepamos y tomemos realmente parte en su devenir histórico-social.
Si no se logran construir caminos efectivos hacia la Agenda Popular que ya está propuesta desde las bases y la construcción democrática para tramitarla, en concurso con la refundación del pacto social que sólo puede sobrevenir a partir de ello, entonces la intención del Paro, su expresión histórica, no se puede agotar.
El gobierno seguirá insistiendo en que el actual acontecimiento social no implica un contenido histórico y estructural, seguirá desatando diversas formas de represión y seguirá buscando los medios y las estrategias necesarias para llevar la crisis como bandera electoral; seguirá asumiendo que el pueblo es incapaz de organizarse por sí mismo y de articular un discurso social transformador y, bajo el modus operandi contrainsurgente que debió modificarse tras la desmovilización de las Farc, seguirán justificando los atropellos y asesinatos contra los jóvenes y sus formas organizativas. Somos nosotros como pueblo quienes no debemos hacerle juego al supuesto desgaste del Paro y continuar insistiendo en la irrefrenable necesidad de fracturar definitivamente el modelo social impuesto por el uribismo, y buscar las vías de transformación.
El gran debate nacional, movilizado hoy desde fuerzas sociales emergentes, no puede perder vigor ni perspectiva. El Paro no son solo las movilizaciones que el gobierno busca desgastar y reprimir, también es un signo histórico que las generaciones actuales debemos asumir como tarea fundacional de una nueva forma de hacer historia y de comprendernos como sociedad. Ante la decadencia inminente del sistema vigente, es primordial evitar que sea recogido por las mismas fuerzas políticas que sirven como acólitos del uribismo y la narcoparapolítica estatal. Ya no podemos seguir renunciando a nuestro futuro y a nuestra soberanía.
El Paro Nacional continúa como la franca lucha de un pueblo agotado por liberarse de la corrupción dictatorial, de la desigualdad estructural y por emanciparse del poder mafioso y paramilitar que anula las garantías de un Estado Social de Derecho, y de toda forma de vida digna y manifestación democrática. El pueblo colombiano necesita que las clases políticas regionales y tradicionales que han minado la democracia durante décadas, cedan los espacios políticos, económicos y sociales para que el país pueda finalmente avanzar por el camino de la igualdad social.
La transición hacia una nueva forma social es insustituible.