Después de veinte años de exclusión del Congreso Nacional producto de la ley electoral binominal que dejó amarrada la dictadura militar y gracias al pacto instrumental suscrito con la gubernamental Concertación de Partidos por la Democracia, a partir del 11 de marzo tres comunistas se sentarán de nuevo en la Cámara de Diputados, un hecho […]
Después de veinte años de exclusión del Congreso Nacional producto de la ley electoral binominal que dejó amarrada la dictadura militar y gracias al pacto instrumental suscrito con la gubernamental Concertación de Partidos por la Democracia, a partir del 11 de marzo tres comunistas se sentarán de nuevo en la Cámara de Diputados, un hecho inédito desde septiembre de 1973. Guillermo Teillier, presidente del PCCh, fue elegido por las populares comunas de Pedro Aguirre Cerda y San Miguel con el 33,49%; Lautaro Carmona, secretario general, conquistó su escaño en el distrito de Copiapó-Tierra Amarilla con el 28,42%; y el abogado de derechos humanos Hugo Gutiérrez alcanzó la representación en Iquique-Alto Hospicio con el 30,53% de los votos.
Ésta es, sin duda, la mejor noticia para la izquierda del resultado de las elecciones de ayer. Unos comicios en los que su candidato presidencial, el socialista allendista Jorge Arrate, obtuvo (con el 98% de los votos escrutados) el 6,21%, superando las votaciones de sus candidatos anteriores (Eugenio Pizarro en 1993 logró el 4,7%; Gladys Marín en 1999 el 3,19% y Tomás Hirsch en 2005, el 5,4%).
Esta votación resultará relevante de cara a la segunda vuelta, que tendrá lugar el 17 de enero y que enfrentará al candidato de la derechista Coalición por el Cambio, Sebastián Piñera, quien ayer obtuvo el 44,03% de los votos, y el de la Concertación, Eduardo Frei, quien sólo alcanzó un escuálido 29,62%, cuando ningún candidato de esta coalición había logrado menos del 45% en la primera vuelta y de hecho él mismo se impuso ampliamente en la primera vuelta en 1993 con el 58% de los votos.
En tercer lugar, quedó la gran sorpresa de estas elecciones, el diputado díscolo, procedente de las filas del Partido Socialista, Marco Enríquez-Ominami, quien ayer obtuvo el 20,12% y casi 1.400.000 votos. El sorprendente apoyo popular logrado por este candidato con un perfil muy mediático, con un programa político muy ambiguo y apoyos que proceden desde la derecha neoliberal (el responsable de su programa económico) hasta relevantes ex dirigentes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), será el centro de todas las especulaciones de cara al 17 de enero, cuando la derecha aspira a lograr su primera victoria en unas elecciones presidenciales desde 1958 y a retornar al poder justo veinte años después de que el general Pinochet traspasara la banda presidencial al democratacristiano Patricio Aylwin.
En sus primeras declaraciones tras conocer que no pasará a la segunda vuelta por un amplio margen, Enríquez-Ominami se reafirmó en la ambigüedad que le ha catapultado a un éxito sin precedentes para un candidato al margen de los bloques que dominan la política chilena desde 1989 y anunció que no pedirá a sus votantes que apoyen a Frei en la segunda vuelta, a pesar de que reconoció que Piñera representa «lo más cruel del mercado». El director de su campaña política, Max Marambio, admitió que es probable que la derecha gane el 17 de enero, pero que ello sería «responsabilidad de la Concertación».
El personalismo de la votación presidencial quedó patente en las votaciones de las otras dos urnas, las de diputados y senadores. En la votación a diputados, que se produjo en todo el país, la lista pactada por la Concertación y el Junto Podemos Más (coalición donde se integra el Partido Comunista, junto con la Izquierda Cristiana) venció con el 44,41%, frente al 43,42% de la Coalición por el Cambio. Ambas listas llevaban dos candidatos en los 60 distritos del país, mientras que la lista Nueva Mayoría para Chile, auspiciada por Enríquez-Ominami y que incluía 79 candidatos, sólo alcanzó el 4,55% de los votos, un dato inferior a la media que el Partido Comunista obtenía en este tipo de elección cuando, como hasta 2005, concurrió con una candidatura al margen de la Concertación.
En cuanto a la elección de senadores, que sólo se producía en la mitad de las circunscripciones del país puesto que su mandato se alarga hasta ocho años, una de las sorpresas fue la derrota de Joaquín Lavín en Valparaíso. Hasta el momento, Lavín es el candidato de la derecha que más cerca se ha quedado de La Moneda, ya que en la segunda vuelta de enero de 2000 obtuvo casi el 49% de los votos y sólo pudo ser derrotado por Lagos gracias al apoyo en el ballotage del electorado comunista. El partido de Lavín, la pinochetista UDI, seguirá siendo la primera fuerza del Congreso Nacional, con 36 diputados y 9 senadores.
Las elecciones de ayer dejaron en evidencia varios aspectos. En primer lugar, la derecha, que ya concentra el poder económico, financiero, cultural y mediático de Chile y que mantendrá el empate técnico con la Concertación en la próxima legislatura en el Congreso Nacional, se aproxima a la reconquista de La Moneda. Será muy difícil que el 17 de enero Eduardo Frei, un ex presidente mediocre y el candidato gris de una coalición agotada tras veinte años de gestión, pueda aumentar en más de veinte puntos porcentuales su votación de ayer.
En segundo lugar, quedan patentes las enormes dificultades para la construcción de una alternativa de izquierdas en Chile que sea capaz de unir a este pueblo a la nueva era que vive América Latina. Más aún, en una Sudamérica donde ya sólo los gobiernos de Álvaro Uribe en Colombia y Alan García en Perú se someten a los intereses del imperialismo y donde los pueblos de Venezuela, Bolivia, Uruguay, Paraguay, Brasil o Ecuador abren una nueva era, la llegada de Sebastián Piñera a La Moneda supondrá abrir en el sur de América Latina una puerta a los intereses geopolíticos de Washington.
La candidatura de Arrate, articulada en torno al Partido Comunista, la Izquierda Cristiana y un sector de dirigentes que abandonaron el Partido Socialista y se aglutinan en la corriente Socialistas Allendistas, planteaba ayer un programa político claro para la transformación democrática de Chile: elaboración de la nueva Constitución, renacionalización de la minería del cobre, fin de la represión del pueblo mapuche, verdad, justicia y memoria en materia de derechos humanos, apoyos a las demandas de los trabajadores, educación y sanidad públicas y de calidad, derechos civiles… Las críticas que sectores de izquierda plantearon a Arrate por su destacado papel en la «renovación» (derechización) del Partido Socialista en los años 80 y por su condición de ex ministro de Aylwin y Frei desconocían la honestidad de la autocrítica sincera e inteligente planteada por el propio Arrate sobre estos dos puntos de una amplia trayectoria que también incluye su destacado papel al lado del Presidente Allende en los días de la Unidad Popular.
La claridad del programa político de la izquierda, construido con la participación democrática de miles de compañeros y compañeras a principios de este año, la ruptura de sectores relevantes del socialismo con la Concertación, la pluralidad de fuerzas que han confluido en torno a la candidatura presidencial del Juntos Podemos Más-Frente Amplio y la victoria moral y política que implica haber puesto fin a la exclusión de la izquierda con la elección de tres diputados comunistas estimulará continuar el camino que iniciara hace más de un siglo Luis Emilio Recabarren, que continuaran Elías Lafferte o Salvador Allende, Gladys Marín o Carlos Lorca.
La primera etapa de este camino, el primer desafío, será unir a las fuerzas democráticas para derrotar a la derecha el 17 de enero y forzar a Frei y a la Concertación a abrir una nueva era en Chile, con un nuevo programa político para abordar las reformas democráticas pendientes, en primer lugar la elaboración de una nueva Constitución. En torno a estas luchas democráticas, claras, concretas, sin ambigüedades, creció siempre la izquierda en Chile. Seguro que lo seguirá haciendo.
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.