Sin manejar debidamente las tesis de José Carlos Mariátegui y de Alejandro Lipschutz, la gente de izquierda en general, y salvo honrosas excepciones, por lo general pertenecientes al Partido Comunista (PC), tuvieron un gran desconocimiento acerca de la problemática de fondo y de la mentalidad y cultura mapuche. No se desarrolló suficientemente el concepto de […]
Sin manejar debidamente las tesis de José Carlos Mariátegui y de Alejandro Lipschutz, la gente de izquierda en general, y salvo honrosas excepciones, por lo general pertenecientes al Partido Comunista (PC), tuvieron un gran desconocimiento acerca de la problemática de fondo y de la mentalidad y cultura mapuche. No se desarrolló suficientemente el concepto de que los mapuche constituían un pueblo y no una subcultura. El accionar del PC debe ser analizado a la luz de la dialéctica de discursos y prácticas, de posiciones oficiales y de actitudes personales. Este artículo analiza la visión que tenía el Partido Comunista de Chile acerca de la problemática del Pueblo Mapuche, a lo largo del período de 1960 a 1973, el que caracterizamos como de ascenso de las reivindicaciones de las comunidades mapuche por el derecho a recuperar tierras que les han sido usurpadas durante el transcurso de la llamada «Pacificación de la Araucanía» y en el período posterior, llamado «de radicación» o postrreduccional.
Esta visión del PC, se sustenta por una parte en los planteamientos teóricos (internacionales) y en actitudes frente a las minorías étnicas (mentalidades nacionales); supone, así, una interpretación de la realidad nacional y de la coyuntura internacional. Por otra parte, recibe y regenera discursos acerca de los pueblos originarios y su función en el también ascendente proceso de luchas de los movimientos sociales en Chile. Se analiza también el accionar práctico del PC entre el Pueblo Mapuche.
Se busca por medio de una investigación (Proyecto DICYT 03-00515 M. «La cuestión mapuche»: Chile, 1964-1973. Discursos y prácticas desde el Estado y la sociedad civil hacia las minorías étnicas», Universidad de Santiago de Chile, en el que se enmarca este trabajo como resultado parcial del mismo), caracterizar los discursos del PC, la izquierda chilena y la sociedad civil, con respecto a la cuestión mapuche, y encontrar las particularidades del encuentro y desencuentro entre los actores chilenos y mapuches, dentro del espacio de la sociedad chilena del período 1960-1973.
1. RESURGIMIENTO DE LAS MOVILIZACIONES MAPUCHE POR LA TIERRA, A INICIOS DE LA DÉCADA DE 1960.
En noviembre de 1952 se inició el gobierno populista de Ibáñez, apoyado por una mayoría que lo vio como alternativa a la sucesión de gobiernos radicales, que habían perdido apoyo debido a su creciente y visible corrupción, y a la traición de González Videla contra el Partido Comunista, que había sido el partido con mayor base electoral hasta su ilegalización. Pero al poco tiempo, se inició el desencanto del electorado y la parte de la izquierda que lo había apoyado (básicamente socialistas) se fue alejando del ibañismo. Ya en 1953, la izquierda organizó la oposición movilizada contra el ibañismo, los trabajadores a iniciativa de Clotario Blest, lograron unificar sus organizaciones creando la CUT.
Las organizaciones mapuche se desilusionaron de la mala gestión de Venancio Coñuepán, quien no consiguió el prometido apoyo oficial para su pueblo, y así perdió protagonismo la Corporación Araucana que él dirigía. En esa coyuntura, y con el apoyo o estímulo de don Clotario, se fundó en Temuco la «Asociación Nacional Indígena», de carácter unitario como la CUT, que aspiraba a «organizar en una sola central a todos los mapuches», por la reconquista de las tierras y otras consignas que, según Luis Vitale, «evidenciaban la estrecha relación entre esta organización y el Partido Comunista» (1).
La Asociación se constituyó a partir del Primer Congreso Nacional Mapuche, que culminó el 1º de diciembre de 1953, con la redacción de su Declaración de Principios. En ella se lee «La Asociación Nacional Indígena de Chile trabajará por organizar en una sola Central a todos los mapuches del país», concepto unitario que sin duda estuvo influido por los principios orgánicos y constituyentes de la CUT; seguía diciendo, «a fin de lograr su completa emancipación en su calidad de Minoría Nacional; luchará por abolir toda discriminación racial»; el concepto de minoría nacional era el utilizado por el PC, procedente de la cuestión de las minorías nacionales al interior de los países socialistas.
Continuaba, «por la conservación de su cultura, de su lengua y de su arte, y por la reconquista de sus tierras», ideas de orden ancestral que demostraban que en absoluto se preconizaba un asimilacionismo ni una claudicación de derechos, sino que se postulaba la mantención de la identidad cultural y la recuperación de la territorialidad; concluía el párrafo expresando «luchará por elevar el nivel económico, político, social y cultural de sus asociados», lo que demuestra la influencia «progresista» a la vez que la confusión entre «conservación de su cultura» y «elevar el nivel cultural», procedente de las escalas valóricas occidentales. Otras expresiones como «junto al pueblo y a la clase trabajadora organizada luchará por la recuperación de las libertades públicas», tienen que ver con la política de alianzas del PC y con su lucha por recuperar su legalidad; otras frases contra la dominación extranjera en Chile y contra la oligarquía terrateniente, demuestran la influencia de este partido. Entre las resoluciones del Congreso, citamos la Nº 12: el rechazo al convenio agrícola con los EE.UU, «por ser lesivo a los intereses nacionales».
Se resolvió también, exigir la derogación de la ley 4.111 para impedir la división de las comunidades, tema que constituyó, como veremos, una de las reivindicaciones más sentidas del accionar del PC, vinculada a los aportes del dr. Alejandro Lipschutz. El Congreso también se pronunció acerca de los que llamó «problemas nacionales», aprobando resoluciones como luchar por la nacionalización de las riquezas nacionales, por al libertad de organización en los campos, por la derogación de la Ley de Defensa Permanente de la Democracia, por el desahucio del Pacto Militar con los EE.UU, por la industrialización del país y por la reforma agraria (2). Fue elegido presidente de la Asociación, Martín Segundo Painemal Huenchual, dirigente mapuche procedente de linajes de Cholchol vinculados a los que apoyaron la «Pacificación» del siglo XIX (3), pero que en vista de las atrocidades de dicha invasión, ejecutadas aun contra los mismos que apoyaron al ejército chileno, desarrollaron a la larga un nuevo concepto de conciencia étnica. Painemal había evolucionado políticamente hasta llegar a militar en el PC. Se puede inferir, entonces, que la Asociación tuvo en su origen, además de su vertiente ancestral, otras dos, procedentes del pensamiento sindicalista unitario y del comunismo.
Sin embargo, Blest no tenía gran cercanía con el PC, que a la sazón aún era ilegal y actuaba semiclandestino. Agreguemos al análisis, que sin embargo del apoyo inicial de partidos de la izquierda chilena, habría sido por influencia del PC y el PS, que posteriormente la Asociación fue disuelta para constituir la Federación Campesina e Indígena, hecho que significó que las reivindicaciones mapuches quedasen confundidas con las del campesinado chileno, sin suficiente consideración de las especificidades de uno y otro segmento social. Aunque Ibáñez como dictador, había legislado para provocar la división de las comunidades y su conversión en propiedad privada, como presidente democrático optó por el populismo y por integrar al sector entonces más activo de los mapuche a su gobierno; por eso, mientras gobernó Ibáñez, con Coñuepán a la cabeza de la Dirección de Asuntos Indígenas creada en 1953, no se insistió mayormente en la división de las comunidades.
Pero aprovechando el gobierno derechista de Jorge Alessandri, los latifundistas de Arauco, Malleco y Cautín consiguieron la promulgación de la ley Nº 14.511, de 29 de diciembre de 1960, que autorizaba la división de las comunidades; por este mecanismo y la ocupación directa,los latifundistas lograron usurpar unas 100.000 hectáreas, hecho que precipitó la lucha mapuche por defender la tierra (4). Otro componente de esta ley, era la necesidad de crear en el campo unidades económicas viables, que generaran riqueza y no pobreza, ya que lo último era el destino del minifundio surgido de la división de comunidades; para ello hubo en la ley medidas de auxilio económico (liberación de contribuciones, crédito controlado, planes de vivienda, etc) y de «reagrupamiento económico dentro de la propiedad indígena» (5), lo cual se puede entender como una forma de superar el minifundio a través de una organización cooperativa. Con todo, la ley buscó proteger los intereses de la derecha y de la minifundización del agro mapuche, por lo que fue combatida hasta por Venancio Coñuepán, quien diría (aunque recién en 1966, cuando ya no tenía protagonismo entre el pueblo mapuche, y acomodando su discurso al nuevo escenario que habían abierto las comunidades en recuperación desde 1961) que dicha ley «sólo multiplicaba los minifundios para la eterna pobreza y desaparecimiento de la raza» (6).
En noviembre de 1961 se produjeron levantamientos de comuneros mapuche de la reducción de Los Lolocos en el fundo Chihuaihue (comuna de Ercilla, provincia de Malleco) y en Catrihuala (comuna de Río Negro, provincia de Osorno) y se generalizaron las «corridas de cercos», por medio de las cuales los mapuche tomaban posesión de tierras que les habían sido usurpadas. En estas acciones hubo presencia de militantes del Partido Comunista y de sus Juventudes. El gobierno de Alessandri envió tropas para reprimirlos, pero no lo lograron. Los mapuche se consolidaron en la Isla de Pangal, Loncomahuida y Pillán, y luego en otros lugares, consiguiendo posteriormente, de acuerdo a la propia Ley 15.020, de Alessandri, llamada «del Macetero», la expropiación de los fundos de Paicaví, Lo Prado y Hueñalihuén y llegando así a recuperar 20.000 hectáreas (7).
Los movimientos campesinos e indígenas de 1961 y 1962, por una parte, y las recomendaciones de la Alianza para el Progreso norteamericana por otro, llevaron a Alessandri a enviar un proyecto de ley de Reforma Agraria en julio de 1962, que fue aprobado el 27 del mismo mes. La ley llevó el Nº 15.020 y su moderado alcance dejó insatisfecho al campesinado, que siguió demandando cambios, los que vendrían bajo el gobierno de Frei (8). Las movilizaciones mapuche reiniciadas en 1961, son un hito más en la larga duración del conflicto. Las etapas, los escenarios nacionales e internacionales, han sido diferentes, y ello hace necesario subdividir la cronología del conflicto. Pero las demandas o reivindicaciones programáticas mapuche del presente, no son tan diferentes de las de los 80, en dictadura, de los 60, en el ascenso de las movilizaciones a todo nivel, o aun de las de los años 30 a 50, bajo el hegemonismo de la Corporación Araucana de Coñuepán (9).
Según Sergio Gómez, la Asociación Nacional Indígena en 1961 se fusionó con el Frente de Trabajadores de la Tierra, también afiliado desde 1953 a la CUT, para formar el Movimiento Nacional Campesino, y el mismo año pasó a ser la Federación Campesina e Indígena. Esta estuvo vinculada al PC y al PS, y «es fruto del trabajo sindical en el campo de los partidos políticos de izquierda» (10). Habría sido asimismo por influencia del PC y del PS, que la Asociación habría sido disuelta. En 1967 pasaría a denominarse Confederación Nacional de Campesinos e Indígenas Ranquil. La adopción de este nombre, significaba y explicitaba que al interior de la organización se unían las dos vertientes, campesina e indígena, dando cabida a las especificidades de ésta, pero se deberá demostrar si la actuación conjunta de los campesinos chilenos y mapuche postergó o no las aspiraciones específicas del pueblo mapuche. Esta coordinación del movimiento mapuche de los años ’60 con el campesinado chileno, fue un hito importante en la historia de ambos actores sociales. Con posterioridad al golpe de estado de 1973, la Confederación Ranquil se dividiría en dos Confederaciones: El Surco y Nehuén (11).
2. MENTALIDADES Y DISCURSOS ANTE LA CUESTIÓN MAPUCHE EN EL PC Y LA IZQUIERDA CHILENA.
En el plano ideológico, el accionar del PC, no muy diferente del de otros partidos de izquierda, está delimitado por los siguientes aspectos:
– Se creía en la universalización de la cultura occidental, que adquiere un carácter global. La revolución socialista no se enuncia al margen de este orden cultural, sino supone la aceptación de los paradigmas del Occidente.
– Se creía en el progreso indefinido desde el comunismo primitivo y la barbarie hacia la civilización, en una cadena lineal de modos de producción y formaciones sociales, cuyo máximo eslabón es la sociedad sin clases, el comunismo.
– El universo ideológico de los comunistas no difería mayormente del de cualquier chileno, con respecto a los prejuicios de la sociedad chilena frente a la realidad del mundo indígena. Esta percepción de esta realidad proviene de la mentalidad racionalista y positivista, liberal y secularizante, imperante desde mediados del siglo XIX, precede al materialismo histórico y posibilita la creencia en la civilización, el progreso y el desarrollo, paradigmas que son compartidos por la utopía o programa comunista.
– La mentalidad de la sociedad chilena frente al pueblo mapuche asume un doble discurso y actitud: se valora positivamente el heroísmo del pueblo mapuche por defender su tierra y su libertad, a la vez que en esta sociedad mayoritaria se desprecia en la cotidianeidad a los mapuche del siglo XX, no vistos acaso como dignos hijos de Lautaro y de Caupolicán. Corvalán, sin embargo, no daría lugar a esta dicotomía y expresaría en 1972: «Nuestra lucha se entronca con la del pasado cercano y también con la del pasado remoto» (12). Sin embargo, en lo concreto mucho del prejuicio de la sociedad chilena formaba parte del imaginario de otros militantes.
– El imaginario colectivo está alimentado por las percepciones venidas de la literatura, en que conviven en dualidad las dos visiones, heroica y despectiva. Las generaciones actuantes desde 1960, han leído tanto los prejuicios contra los «araucanos» que aparecen entre otras obras en El Roto de Joaquín Edwards Bello y en Frontera de Luis Durand (1949), como el ensalzamiento de las culturas de América y Chile, que hace Neruda en Canto General (1949). Pero es Gabriela Mistral quien en gran parte de su obra asume una postura indigenista, dignifica nuestras raíces y reivindica su propio mestizaje. La síntesis entre ambos polos, a veces es una visión paternalista (13), como la de Celia Leytón en su Rupadungu (1968) o el P. Mariano Campos Menchaca en Por senderos araucanos y Nahuelbuta (1972), o bien lastimera, como la de Violeta Parra en sus canciones Arauco tiene una pena o El Guillatún.
La vertiente épica de la actitud ante los mapuche es puesta en vigencia al construir una «estética de la revolución» que incluye emblemas mapuches y el uso simbólico de la lengua: Federación Ranquil, conjuntos Quilapayún, Lonquimay, Millaray, Aucán y Aparcoa, editorial Quimantú (14), etc. Hombres nacidos en las primeras décadas del siglo XX (y antes también) llevan nombres de héroes mapuche: recordaremos aquí a Galvarino Melo Páez (n. en 1915, dirigente, regidor y diputado del PC), a Tucapel Jiménez (del PR, asesinado) y a Lincoyán Yalu Berríos (n. en 1928, detenido desaparecido en 1976).
– En la memoria colectiva está presente el aporte de los mapuche a las luchas por el derecho a la tierra dentro del siglo XX. Hay un lejano recuerdo del llamado de Manuel Aburto Panguilef a proclamar la «República Araucana» en 1932, y un recuerdo más cercano de las matanzas de campesinos chilenos y mapuche en Ranquil (1934), situadas en la época en que el PC aún sostenía la legitimidad y la vigencia de la vía armada al poder. José Carlos Mariátegui (1894-1930) no tuvo mayor incidencia en el ideario de la izquierda chilena. Al respecto, dice Luis Vitale: «Parece increíble que los planteamientos de Mariátegui pasaran inadvertidos por la izquierda latinoamericana que, en su afán reduccionista, sólo mirara el cambio social desde el prisma del proletariado, soslayando la importancia de los otros Movimientos Sociales» (15).
Mariátegui habría sido uno de los pocos marxistas no obnubilados por el paradigma del progreso en crecimiento lineal e indefinido, en el que coincidían conservadores y revolucionarios (16). Su clarividencia, sólo discernible a la luz de la crisis y del agotamiento de paradigmas como el del progreso, no pudo ser captada por el movimiento comunista internacional y su muerte a los 36 años privó a la izquierda americana de uno de sus más lúcidos intelectuales. La visión de Vitale debe ser matizada, para evitar la generalización: si bien Mariátegui no influyó demasiado en la izquierda como conjunto, especialmente entre la base militante, al menos sus tesis fueron conocidas y relativamente difundidas por algunos personeros de la intelectualidad. Y la poca difusión de las tesis indigenistas de Mariátegui no implica que la izquierda chilena haya dado las espaldas al movimiento indígena. Precisamente es este aspecto el que estamos tratando de historizar: la preocupación de la izquierda en Chile (y especialmente del PC) por acoger las justas reivindicaciones del pueblo mapuche, en el cual se había hecho presente al menos desde la década de 1930 (Ver más adelante, «El Partido Comunista de Chile y la causa mapuche»).
En el plano intelectual, fueron las tesis indigenistas del doctor Alejandro Lipschutz (N. en Riga, Letonia, 1883, fallecido en Santiago, militante comunista, primer Premio Nacional de Ciencias) las que constituyeron una base más científica que ideológica a la relación entre la izquierda y los pueblos originarios. La obra de Lipschutz ayudó a la revaloración del papel del movimiento indígena dentro del proceso de liberación antiimperialista. Fue el primer nomapuche (no nacido en Chile, pero nacionalizado chileno por decisión propia, ya que era lituano) (17) quien planteó «la necesidad de que la sociedad chilena tomara conciencia de la existencia de una sociedad indígena en su interior, y señaló que la única alternativa de desarrollo era la autodeterminación de la «Nación Mapuche», como él la denominaba» (18). El mismo sabio abogaba por la conservación de la cultura mapuche, frente a la posición contraria: «Hay gente, y aun bien intencionada, que piensa que la desaparición de grupos étnicos, distintos de la mayoría de los ciudadanos, es cosa deseable, desde un punto de vista nacional. Nosotros no pensamos así» (19).
Sin manejar debidamente las tesis de Mariátegui y de Lipschutz, la gente de izquierda en general, y salvo honrosas excepciones, tuvo un gran desconocimiento acerca de la problemática de fondo y de la mentalidad y cultura mapuche. Una anécdota ilustrativa de las mentalidades en curso en la izquierda chilena, frente a la problemática de los mapuche y la actitud de los partidos políticos para ganar apoyo entre ellos, la proporciona Hobsbawm:
«Donde parecía que la gente pobre del campo podía beneficiarse de las ventajas de la educación, u ofrecérselas a sus hijos (como en América Latina, la región del tercer mundo más cercana a la modernidad y más alejada del colonialismo), el deseo de aprender era prácticamente universal. «Todo el mundo quiere aprender algo -le dijo al autor en 1962 un responsable de organización del Partido Comunista chileno que actuaba entre los indios mapuches-. Yo no soy un intelectual, y no puedo enseñarles nada de lo que enseñan en la escuela, o sea que les enseño a jugar al fútbol». Estas ansias de conocimiento explican en buena medida la enorme migración del campo a la ciudad que despobló el agro de América del Sur a partir de los años cincuenta. Y es que todas las investigaciones sobre el tema coinciden en que el atractivo de la ciudad residía, ante todo, en las oportunidades que ofrecía de educar y formar a los hijos. En la ciudad, éstos podían «llegar a ser algo» (20).
El texto nos muestra si no la realidad misma, una imagen de la percepción de la realidad de acuerdo a la vivencia de un militante comunista chileno sin gran instrucción teórica-política ni formación intelectual en materias de «desarrollo», «promoción popular» u otras que podrían ser de interés de los activistas de la época. No nos dice cuál era el tipo de instrucción que en realidad esperaban los mapuches pero sí la que el activista era capaz de ofrecer. El lenguaje del entrevistado es taxativo y absolutiza las afirmaciones: «Todo el mundo … Yo no soy un intelectual, y no puedo enseñarles nada …». Entre el todo y la nada, para el emisor no había mayores matices. Otra constatación que se desprende del texto, es que el único vehículo que establecía el contacto entre el activista y las «masas» mapuches, parecía ser en este caso particular el deporte, y no cualquiera, sino el fútbol (21).
Hemos sostenido que más allá de los discursos, la antigua izquierda chilena no había desarrollado un programa específico para los pueblos originarios, sino que se procuraba que éstos se integrasen a las luchas populares sin manifestar las particularidades o especificidades de su propio proceso liberador. Recordemos el tratamiento que la izquierda tradicional daba al tema de los Mapuche durante el gobierno de la U.P.: en el folleto «Los Araucanos» de Hernán San Martín, publicado por la Editorial Quimantú en el Nº 8 de la Colección «Nosotros los Chilenos» en 1972, se manifiestan numerosos errores conceptuales, desde el título de la obra, que usa la errada denominación de Araucanos que vulgarizó el conquistador. Dice que el mapuche posee una subcultura inserta dentro de la cultura nacional, como si ésta última tuviese existencia real. También dice «… el pueblo mapuche es un pueblo alienado, que no se ha realizado y que recién despierta ante esta realidad.
Esta situación facilita hoy la unidad del pueblo mapuche en torno a la Reforma Agraria y en torno al Gobierno Popular, que, evidentemente, está en vías de solucionar el problema del subdesarrollo económico y social de los mapuches» (págs. 69-70). No se visualizaba entonces el problema del choque de culturas, visiones de mundo, modelos educativos, diferencia de lenguas, es decir la cuestión étnica. Para el autor, el problema del Pueblo Mapuche no era sino económico-social: «A pesar de que sabemos que las diferencias étnicas no tienen nada que hacer con las relaciones sociales y de producción. Lo importante, entonces, no es definir al araucano desde un punto de vista étnico, sino caracterizar con claridad lo que sucede al mapuche actual desde el punto de vista económico-social y qué es lo que lo mantiene en el estado en que se encuentra» (págs. 70-71).
Ya en 1972, había quedado probado que la Reforma Agraria no solucionaba la problemática mapuche, tal como el mismo Luis Corvalán plantearía; inútil (si es que no demagógico) era insistir en ello como solución. El negar la problemática étnica del pueblo mapuche, así como calificarlo de plano como pueblo alienado (generalización discriminatoria y prejuiciosa), demuestra un profundo desconocimiento de la realidad del pueblo y la cultura acerca de la cual estaba escribiendo una obra que se suponía serviría para conocer las raíces del pueblo chileno y dar a conocer a éste una realidad y un conflicto social bullente. Debemos destacar que San Martín era un destacado médico comunista, aficionado a la arqueología, interesado en las raíces originarias, especialmente en la región de Concepción y Arauco donde residía, por lo que entendemos debió de tener más conocimientos acerca de las culturas indígenas del presente, y a la vez más sensibilidad frente a su problemática.
3. ANALIZANDO LA PRESENCIA DEL PARTIDO COMUNISTA Y DE SUS MILITANTES EN EL MOVIMIENTO SOCIAL MAPUCHE.
A. El Partido Comunista de Chile y la causa mapuche.
El accionar del Partido Comunista de Chile con respecto a la denominada cuestión mapuche en la década de 1960 a 1970, está enmarcado en un contexto histórico donde tienen cabida lo coyuntural y los procesos de larga duración; además debe analizarse a la luz de la interpretación del marxismo-leninismo hecha por el propio partido, influida por la ortodoxia de la III Internacional. También debe analizarse a la luz de la historia de las mentalidades y de las ideologías, las que se mueven principalmente en el tiempo de la larga duración.
a.1. Marco coyuntural
El marco coyuntural está definido por los siguientes elementos (y por otros que pueden surgir de la profundización de la investigación sobre estas materias):
– El Partido Comunista de Chile (en adelante, PC) era en los años 60 un partido político inserto en el marco legal, al que había vuelto en 1958. Su línea política se derivó de la estrategia adoptada por la Internacional Comunista desde 1935: participación en frentes amplios democráticos, para desarrollar una política dentro de los marcos legales (en el caso chileno la Constitución de 1925) y utilizando las elecciones como un factor para «acumular fuerzas» en pos de la obtención de cuotas cada vez mayores de poder político e influencia en la sociedad.
– Estos frentes amplios variaron en su composición política y en su centro de gravedad: Frente Popular, con centro en el Partido Radical, desde 1938 a 1946; Frente Revolucionario de Acción Popular, FRAP, en 1958 y 1964, con centro en la «unidad comunista-socialista» y, al final de la década, Unidad Popular (UP) con relativa igualdad de derechos entre partidos de izquierda y centro-izquierda, pero con una evidente y aceptada por todos sus componentes, hegemonía del eje comunista-socialista.
– El PC en su XII Congreso, de enero de 1942, perfila el sentido de la política de Unión Nacional, llamando a deponer ciertas reivindicaciones para mantener la alianza amplia de los enemigos del nazifascismo: para mantener a los terratenientes en la alianza, «no puede plantearse a la vez la entrega de las tierras a los campesinos» (22). Pero para la aplicación de esta línea se convocaba a todos los partidos y organizaciones, incluidos a los campesinos y a los «araucanos». Sólo en 1946, el PC retomaría las banderas de la sindicalización campesina y la reforma agraria. Sin embargo, ésta consistiría en la expropiación del latifundio, sin considerar la recuperación de las tierras usurpadas a los pequeños propietarios como los mapuches. Ésta se enfatizaría en el X Congreso del PC, de abril de 1956.
– La acción del PC mediatiza la cuestión de la toma del poder en la sociedad y busca acumular fuerzas para un cambio social dentro de la institucionalidad vigente, con predominio de: a) La lucha electoral en pos de mayor presencia en los poderes electivos del Estado. b) La lucha de masas para presionar por reformas sociales dentro de lo legal, por ejemplo, el accionar de los trabajadores desde la CUT, mediante sus instrumentos de la huelga y el paro general.
– Los conflictos entre las diferentes naciones que constituyeron la URSS, fueron en gran medida solucionados a partir de una praxis social impulsada por Lenin y los bolcheviques, que, habiendo criticado a Marx en cuanto a sus tesis en favor de la conquista de la India por los ingleses (con el pretexto de «civilizar» y occidentalizar a los indios), desarrollaron una política de reconocimiento de las diferencias étnicas, por la vía de constituir repúblicas autónomas federadas, las que asumieron el nombre de URSS, donde el Estado respetó las diferencias. Este accionar se fue difundiendo en los países del área socialista e influyó en el quehacer de los partidos comunistas en otros continentes donde diferentes etnías compartían o disputaban el territorio.
Hoy se reconoce que el tema de la promoción de los derechos de los pueblos a su diversidad cultural, fue instalado en el seno de las Naciones Unidas por iniciativa de los países socialistas (23) y que fue en éstos donde se conservaron las etnías en mejores condiciones, frente a las sociedades mayoritarias o el estado-nación; el resurgimiento del conflicto después de la disolución de los estados socialistas, estaría demostrando que las autoridades de éstos habrían manejado la problemática interétnica de manera más correcta que sus sucesores.
– A nivel nacional e internacional, el contexto general es el de «guerra fría» entre los bloques de estados capitalistas y socialistas: enfrentamiento sórdido, simultáneo con el reparto de las áreas de influencia y poder, lo que lleva a la postergación de la cuestión del poder, en áreas de dominio capitalista, como es América Latina, a partir de las Conferencias de Yalta.
– Este contexto de reparto de áreas de influencia, es desde 1959 alterado por la irrupción de la Revolución Cubana, la que produce el «efecto demostración» de ver posible la toma del poder por fuerzas revolucionarias en una América Latina que aparecía como «patio trasero» del imperialismo norteamericano. A la vez, en África y Asia comienzan a tomar auge las luchas antiimperialistas por la liberación de pueblos o naciones dependientes y subdesarrolladas.
– A nivel nacional, se estaba agotando el ciclo de gobiernos derechistas, populista en el caso del de Ibáñez (1952-1958) y de corte tradicional en el caso de Alessandri R., elegido en 1958 tras vencer en estrecha votación a la coalición de izquierda.
– En el caso de las reivindicaciones del pueblo mapuche, se había agotado el tiempo de la estrategia integracionista y de corte conservador conducida por Venancio Coñuepán y la Corporación Araucana, desde el fracaso de la actuación gubernativa de este dirigente (ministro de Tierras y Colonización en 1952-1953, director de Asuntos Indígenas desde 1953), frustrando las esperanzas de un importante contingente mapuche que esperaba mejores resultados mediante la política integracionista.
– El gobierno de Jorge Alessandri intentó aplicar la legislación de la dictadura de Ibáñez que permitía dividir las comunidades de tierras y establecer la propiedad privada de ellas, y promulgó nuevas leyes como la de reforma agraria (llamada por la oposición de izquierda «reforma del macetero» por la escasa incidencia que habría de tener en el proceso de redistribución de la tierra y eliminación de los latifundios), que también suponía vulnerar intereses de las comunidades mapuche. Esta acción produjo la respuesta de diversas comunidades que iniciaron un proceso de ocupación de tierras reivindicadas como propias, y que habían sido usurpadas mediante diversos mecanismos.
a.2. Marco teórico e ideológico
La interpretación comunista chilena del marxismo (en lo que toca a la cuestión mapuche o indígena) se caracteriza por lo siguiente:
– El acontecer histórico y las transformaciones económicas, sociales y políticas de la sociedad chilena, debían seguir, de acuerdo a esta interpretación, una línea de desarrollo de las fuerzas productivas que comprende la superación de las relaciones de producción semifeudales, presentes principalmente en el agro chileno, las que debían ser sustituidas por nuevas relaciones de producción que implicaran una gradual democratización, en la perspectiva de realizar un programa y políticas de «transición» hacia las transformaciones socialistas.
– Mientras hubiese «fósiles» de antiguos modos de producción como el feudal o el «asiático» (24), la revolución chilena tendría un carácter no sólo socialista, sino combinadamente socialista y democrático popular, que permitiría «la marcha hacia el socialismo». El X Congreso del PC en 1956 ratificó el carácter pre-socialista de la etapa de la revolución chilena, la estrategia gradualista de construcción socialista y la presencia de «supervivencias feudales» en la tierra, precisando así lo dicho hasta entonces acerca de la situación agraria, caracterizada hasta 1956 como de «feudalismo» (25).
– El sistema mapuche de tenencia de la tierra era visto por algunos intelectuales y organizaciones de izquierda como precapitalista, o bien como de «pequeña propiedad privada», y por tanto capitalista (26).
– Se define a los mapuche como «campesinos», de acuerdo a la clásica división marxistaleninista entre obreros y campesinos, como dos realidades cualitativamente diferentes. Corvalán diría en 1972: «La clase más numerosa es la clase obrera y le sigue la clase de los campesinos». Ello también limita el protagonismo de los mapuche, pero a la vez, dada la importancia del campesinado en la Revolución Mexicana, en luchas como la de Sandino en Nicaragua y, especialmente, desde la recién triunfante Revolución Cubana, hay una revalorización de su acción, si bien el PC enfatiza acerca del rol central de la clase obrera (XIII Congreso, 10 al 17 de octubre de 1965).
Habría una relajación en la rigidez de esa visión, al aprobarse el Programa del PC de 1969, según el cual no sólo habría clases, sino también capas y roles, entre las fuerzas motrices de la revolución, y los campesinos de avanzada compartirían el rol de vanguardia con la clase obrera: «las fuerzas motrices de la revolución son el proletariado y los elementos avanzados de los campesinos, los estudiantes, la intelectualidad y vastos sectores de las capas medias». El Partido Socialista, a diferencia del PC, incluye entre los «trabajadores», a quienes representa, al proletariado, al campesinado y las clases medias pauperizadas … artesanos y pequeños agricultores», todos ellos «con idéntico valor social», es decir sin establecer la preponderancia de los proletarios urbanos.
– Hay conciencia plena acerca de la extrema pobreza del pueblo mapuche. Ello genera la visión de que esta pobreza puede ser superada por la educación, el subsidio o apoyo crediticio a la agricultura minifundista mapuche y, desde luego, por la integración de los mapuche a la sociedad mayoritaria chilena, que se supone mejor preparada para enfrentar los desafíos del desarrollo. Desde 1956, en que Neruda publicó su «Oda a la erosión en la provincia de Malleco», comienza a surgir la conciencia del deterioro ambiental en la Araucanía (27). El PC se refiere a la crisis ambiental de Malleco en su Informe al XIII Congreso de 1965.
– Los aportes teóricos de Alejandro Lipschutz con respecto a la comunidad indígena en América y Chile, fueron aceptados parcialmente dentro de las limitaciones que impuso el contexto anteriormente esbozado.
– Los aportes de José Carlos Mariátegui para el caso de la realidad peruana, fueron prácticamente desaprovechados por la dirigencia y la intelectualidad del PC chileno.
– Un aspecto que se debe mencionar, para matizar la visión que estamos entregando, es que el PC intentó, discursivamente, caracterizar su visión materialista de la historia más como humanista que economicista (28).
a.3. El accionar del PC en el movimiento mapuche, de los años ’30 a 1970.
Fluctuando entre los dos polos, el del prejuicio discriminador y el de la valoración del heroísmo mapuche, se desarrolló el accionar del PC con respecto al pueblo mapuche. Fue el polo positivo el que atrajo el interés del PC por encauzar y conducir la lucha mapuche por la tierra, y por captar su potencial electoral. Este interés tomó cada vez más impulso desde el fracaso de la estrategia integracionista de derecha, liderada por Venancio Coñuepán (y asimilada al populismo ibañista), fracaso que llevó desde 1952-1953 a un cambio radical de actitud de las comunidades y emergentes organizaciones mapuche.
La vertiente electoralista del quehacer del PC, incentivó el activismo en zonas de extrema pobreza, pero con alta votación derechista, como eran (y son) los distritos electorales con mayor población mapuche. La táctica consistía en revertir las tendencias electorales en sectores donde la captación de votos hacia el PC y la izquierda era más posible. Pero a la vez, esta táctica deprime el quehacer del PC, en comunidades y sectores con escaso electorado. Recordemos que los analfabetos sólo adquirieron derecho a voto en el gobierno de Frei Montalva, en 1970.
Los mapuches, a pesar de que el discurso estatal decía que eran chilenos, no tuvieron derecho a voto sino hasta el año 1933, pues según señala Elicura Chihuailaf, «alguien se dio cuenta de que los mapuche éramos hartos y que podríamos ser una buena clientela electoral. Ese alguien fue Arturo Alessandri. Desde el momento que a nuestra gente le dan ese estatus, esa importancia -porque así lo sintieron ellos- se produce en su interior un cambio significativo» (29). Hemos entendido que no hubo una ley que explícitamente concediese el derecho electoral a los mapuche en ese año, pero sí que la ampliación de dicho derecho, sancionada en la Constitución de 1925, no vino a tener efecto práctico entre los mapuche sino hasta ese año, en que pasada la época de la dictadura y de la llamada «segunda anarquía», hubo una mayor estabilidad institucional bajo el primer Alessandri y eso fue aprovechado por los partidos para buscar clientela entre los mapuche.
Desde 1933, consecuentemente con el aumento del peso electoral del voto mapuche, según Elicura, «la derecha desarrolló además un discurso de atemorización a la gente mapuche en función de que sean sus seguidores». La disyuntiva era, o votar por los partidos de derecha, «que ‘garantizaban’ la propiedad privada, y, por lo tanto, la continuidad de las comunidades, o los ‘comunistas’, que pregonaban que la tierra sea simplemente ‘para el que la trabaja’, es decir, dejando abierta la posibilidad de ser nuevamente invadidos por extraños. En algunos casos fue elemento clave en ello el profesor rural en estrecha relación con el capataz de los fundos y los inquilinos, y los hijos de los mismos» (30).
Así, la acción del PC se debatió entre la fuerte oposición de los patrones y otros jefes rurales (los llamados en otros países «caciques», expresión que no hace honor a las autoridades originarias), la estigmatización a que lo sometían las instituciones eclesiásticas y la ilegalidad a que se vio sometido entre 1948 y 1958, apenas atenuada por la tolerancia del ibañismo entre 1952 y 1958.
El activismo comunista en la zona mapuche se desarrolló principalmente en las cercanías de los centros del proletariado minero de la provincia de Arauco, y en menor medida en las provincias de Malleco, Cautín y Valdivia, a veces en torno a unidades productivas capitalistas, como las de la industria maderera, en que muchos mapuche trabajaban parte del año como obreros agrícolas asalariados. Las provincias de Concepción y Arauco constituyen el segundo núcleo o reducto electoral del PC, después del Norte Grande; en estas provincias el PC se transformó desde 1945, en la segunda fuerza electoral (31). Corvalán recuerda que cuando en 1961 hizo su campaña electoral para senador por Concepción y Arauco, «teníamos una firme base de apoyo en los mineros del carbón de Coronel, Lota, Curanilahue, Pilpilco y Lebu».
Además de los mineros y obreros industriales, hizo contacto con obreros forestales, campesinos, madereros y pescadores; relata lo siguiente:
«En la provincia de Arauco, además de apoyarnos en los mineros, buscamos el respaldo de los mapuches, cuyas reducciones visitamos una por una. Tenían hacia los huincas una desconfianza innata derivada de los reiterados engaños y agresiones de que han sido víctimas desde la llamada pacificación de la Araucanía. Los mapuches de Arauco hacían excepción de los comunistas. Muchos de ellos habían pasado por las minas o en estas trabajaban parientes suyos que con alguna frecuencia llegaban a las comunidades para ver a sus familiares. Además, como todo el mundo, conocían a Santos Medel, que siendo niño se hizo obrero, sufrió la explotación capitalista en la mina Victoria de Lebu y se dedicó, desde entonces, a luchar contrra las injusticias sociales. Medel, vivaz y alegre, llegaba siempre a las comunidades, saludaba al cacique y a los «hueñes» en mapuche y se ponía a tomar mate y a charlar con ellos, transmitiéndoles el mensaje del Partido. Tenían, pues, cómo y por qué distinguir a los comunistas» (32).
Debemos suponer que desde 1953, acentuándose al salir de la clandestinidad en 1958, hubo un intenso activismo comunista y socialista entre las comunidades mapuche. En este quehacer, la izquierda propugnó la unificación de los movimientos campesino e indígena en una sola expresión orgánica, pero no diríamos que ello hubiese postergado las reivindicaciones específicas del pueblo mapuche como cultura particular, pues hemos destacado el apoyo y asesoría que prestó el dr. Lipschutz a las organizaciones mapuche, especialmente a la realización del I Congreso de 1953 y al Seminario de 1959.
Bengoa y Valenzuela plantean que el quehacer político mapuche se desarrolló «en torno a dos ejes de proposiciones: la primera afirma la noción de pueblo, de etnia, de raza aborigen» (33) y una segunda tendencia, ha sostenido que «el mapuche -por diversas circunstancias históricas- ha llegado a ser un trabajador como cualquier otro de los explotados del país» (34). Según estos autores, el quehacer de la izquierda se desarrolló, entonces, en torno al segundo eje, y dicen:
«se reconoce un origen étnico evidente, al cual están adscritas una serie de costumbres y tradiciones, pero se las valora como cuestiones esencialmente del pasado, que deben ir desapareciendo por el natural desarrollo del sistema social y económico. Esta concepción pone el acento en la necesidad de fundir las luchas reivindicativas mapuches con las luchas de los trabajadores urbanos y rurales, y ve la solución del problema indígena directamente ligada a la causa de la revolución social» (35).
Por eso, según los autores citados, en 1961 diversas fuerzas políticas estuvieron de acuerdo en disolver la Asociación Nacional Mapuche, para crear una sola organización campesina nacional, la Federación Campesina e Indígena, y la forma orgánica que se trató de dar a las organizaciones mapuche, fue el sindicato.
Nosotros, de acuerdo al grado de avance del conocimiento generado por medio de nuestra investigación, no creemos que haya habido una posición única en la izquierda de los ’50 y ’60 al respecto, como no la hubo frente a otros temas que ameritaban un grado de consenso mucho mayor. La despreocupación de la izquierda frente a la causa mapuche, y la sumisión de ésta dentro del problema del campesinado, se han convertido en tópicos de la historiografía y sociología postmodernas. Podemos postular que hubo un considerable grado de interés y dedicación por la cuestión del pueblo mapuche como «minoría nacional», al menos al interior del PC, tal como hasta los años ’30 había manifestado un interés similar el Partido Democrático. Empero, aunque en el discurso del PC hay una alusión a la cuestión mapuche, y en la práctica haya habido una dedicación a ella (por supuesto que bajo el condicionamiento del ser no-mapuche, que limita la acción al interior de esta comunidad), no faltaron los desencuentros por diversos factores (estratégico-tácticos, ideológicos, culturales y hasta causados por personalismos), que son los que ha destacado la historia testimonial mapuche desde 1974.
El secretario general Luis Corvalán relata que el Comité Central (y él como parte del mismo) propuso en el XI Congreso del PC a un mapuche como miembro del nuevo Comité Central que se debería elegir, pero hubo oposición en la mayoría de los delegados y la iniciativa no tuvo éxito, porque se dijo que no tenía méritos suficientes para integrar dicho organismo. Es significativo que el hecho fuese recordado en 1972 por Corvalán, al preguntársele si había alguna posibilidad de que en un Congreso del PC se rechazase un punto de vista propuesto por los dirigentes. Corvalán recordó de inmediato este caso y no citó otro, acaso porque era una de las pocas ocasiones en que la mayoría rechazaba una propuesta, pese al verticalismo de la dirección del PC.
La interpretación que hizo Corvalán del caso, fue que no había prejuicios contra un mapuche como tal, sino por su insuficiencia de méritos; pero existe la interpretación dada hoy por Fernando Quilaleo, de que el hecho puso en evidencia de que al dirigente propuesto, se le consideraba poco capacitado por no tener las condiciones de un dirigente de acuerdo a los códigos de la sociedad global: instrucción formal, educación política (lo que suponía correcta lectura y escritura), conocimiento de los códigos de la política partidista; en tal caso, la idoneidad era juzgada de acuerdo a cánones que actuarían excluyendo a miembros de una cultura diferente, como los mapuche. Además, según Quilaleo, cuando Corvalán fue consultado acerca de la posibilidad de disentir de una proposición del Comité Central, éste fue el primer caso (y quizás el único) en que hubo rechazo de la base a la dirección, y se trataba precisamente por tratarse de un mapuche. El peñi Fernando cree que se trataba de Melillán Painemal.
El hecho ha motivado dos lecturas diferentes: que absolutamente el militante mapuche no haya tenido condiciones para el cargo, o que el Congreso haya considerado que por faltarle instrucción política o educación formal, no estuviese capacitado para esa responsabilidad, y en ese sentido no se hubiese comprendido su condición de mapuche, que lo diferenciaba y postergaba con respecto a otros educados formalmente.
El texto de Corvalán es el siguiente:
«Yo recuerdo en este momento que en el 11° Congreso del Partido, que celebramos a fines de 1959, se dio el caso que propusimos para miembro del Comité Central a un camarada mapuche y hubo oposición. Es claro que no porque fuera mapuche, sino porque la mayoría consideró -creo que erróneamente- que no tenía méritos suficientes para integrar el organismo superior del Partido… Esta era una proposición del Comité Central y, por supuesto, también mía» (36).
Consideramos que este hecho demuestra el interés de la dirección del Partido por privilegiar la causa mapuche entre los frentes prioritarios de acción, pero que a la vez es significativo el que esta iniciativa hubiese sido rechazada por la mayoría del Congreso, en uno de los pocos actos en que la mayoría de las bases representadas por los delegados al Congreso rechazase una proposición de la dirección, lo que demostraría que circulaba entre la militancia un prejuicio contra la idoneidad de los mapuche como dirigentes.
El accionar del PC entre los mapuche significó una innovación en el carácter y desarrollo de las relaciones entre la sociedad chilena y el pueblo mapuche. Las campañas «puerta a puerta» en las comunidades suponían largos y demorosos desplazamientos por el campo, pero la tarea fue emprendida con entusiasmo por algunos activistas de este y no tanto de otros partidos. Hubo un acompañamiento recíproco entre las comunidades con sus reivindicaciones territoriales y los organismos del PC; parlamentarios, regidores, periodistas de El Siglo, cuadros, estuvieron presentes en las luchas comunitarias (37). La acción del PC motivó a otros sectores de la sociedad global a preocuparse de la problemática mapuche, por competitividad política (otros partidos de izquierda) o por antagonismo ideológico (como el caso de misioneros católicos y militantes de la DC) (38). En síntesis, el despertar de los mapuche en los ’60 y la acción del PC entre ellos aceleró la preocupación de la sociedad global por la problemática campesina hasta formular la reforma agraria, aunque esta no llegase a la larga a beneficiar a la mayor parte de los mapuche.
En el plano de los discursos y grandes líneas programáticas, hubo una insuficiente valoración de la «cuestión mapuche» como diferente de las luchas campesinas, dadas sus especificades como etnía o cultura diferente, pero al menos el problema es abordado en algunos documentos, a diferencia de lo que ocurría en los emanados de otros partidos. El problema que afectaba al pueblo mapuche estaba relativamente invisibilizado dentro de lo campesino, pero esto estaba de alguna forma conectado con la concepción que daba un rol conductor a la clase obrera, de acuerdo a la concepción marxista clásica. Ello también limitaba y subordinaba el protagonismo de los mapuche, pero a la vez, dada la importancia del campesinado en la Revolución Mexicana, en luchas como la de Sandino en Nicaragua y, especialmente, desde la recién triunfante Revolución Cubana, hubo una revalorización de su acción.
El PC enfatizó en su XIII Congreso, 10 al 17 de octubre de 1965, acerca del rol central de la clase obrera. Habría una relajación en la rigidez de esa visión, al aprobarse el Programa del PC de 1969, según el cual no sólo habría clases, sino también capas y roles, entre las fuerzas motrices de la revolución, y los campesinos de avanzada compartirían el rol de vanguardia con la clase obrera: «las fuerzas motrices de la revolución son el proletariado y los elementos avanzados de los campesinos, los estudiantes, la intelectualidad y vastos sectores de las capas medias» (39). El Partido Socialista, a diferencia del PC, incluía en 1969 entre los «trabajadores», a quienes representa, al proletariado, al campesinado y las clases medias pauperizadas … artesanos y pequeños agricultores», todos ellos «con idéntico valor social», es decir sin establecer la preponderancia de los proletarios urbanos (40). Corvalán diría en 1972: «La clase más numerosa es la clase obrera y le sigue la clase de los campesinos» (41). En todo caso, en los programas del PC de 1965 y 1969, no se menciona al pueblo mapuche en particular, lo que sí haría el MAPU en su programa de 1972 (42).
Las cúpulas políticas no siempre tuvieron criterios amplios para hacer las designaciones de candidatos al parlamento. Pero al menos el PC dio un buen ejemplo y signo al dar cupos a candidatos mapuches como Melillán Painemal en 1969 y a Rosendo Huenumán en 1973, año éste en que había un dificilísimo escenario nacional, pero en medio del cual Huenumán triunfó. Después del desencuentro de 1959, no faltaron mapuches en la constitución del CC del PC, especialmente en el período 1969-1973: así, Huenumán y Painemal fueron miembros del CC. Algo similar sucedió en otros partidos de izquierda. Joel Huaiquiñir fue miembro del CC del PS, pero no como mapuche sino como dirigente sindical (fue trabajador del Mineral El Salvador) y Guillermo Lincolao lo fue del MAPU en 1973, pero también en calidad de dirigente sindical.
a.4. El accionar del PC en el movimiento mapuche, de 1970 a 1973.
Hubo una preocupación del PC por resolver la problemática que aquejaba al campesinado en general y por superar la contradicción de que un sector del campesinado estuviese identificado por los partidos de la derecha y por grupos patronales. Orlando Millas, en su Informe al Pleno del CC del PC en marzo de 1971 declaraba que «el olvido de las advertencias de Lenin sobre los campesinos puede convertirse en el talón de Aquiles de la revolución chilena: la alianza obrero-campesina requiere tomar en cuenta los intereses, los anhelos y las necesidades de los campesinos» (43). Más adelante, sigue:
«Deberíamos tener a la generalidad de los campesinos junto a la UP. No ocurre así. Una gran cantidad de torpezas están lanzando a un porcentaje importante de los campesinos a actuar contra sus propios intereses y servir de base social para las maniobras de los terratenientes y del fascismo». De la cita se desprende la preocupación del PC por la resolución de la problemática campesina, frente a los errores de la burocracia que no comprendía esta cuestión y aplicaba modelos teóricos poco compatibles con la realidad campesina chilena. Entre esos errores, sostenemos que se hallaba la poca y mínima comprensión de la realidad mapuche, de los códigos de su cultura y de las especificidades de su manera de ver al mundo y de su accionar político y social.
La constitución de los Centros de Reforma Agraria fue un factor que dividió la opinión del campesinado y que dio pie a que la derecha política se sirviese del sector de campesinos contrarios a la UP, haciendo creer a éstos que bajo ese sistema, servirían a un nuevo patrón, sin los beneficios que les proporcionaba el anterior. Según el DC Genaro Arriagada, en su obra De la «vía chilena» a la «vía insurreccional (44), en la que criticaba duramente al gobierno de Allende y justificaba el golpe de 1973, el gran error de la política agraria de la UP había sido impulsar la creación de los Centros de Reforma Agraria, y argumentaba que campesinos como los de la «Confederación Nacional de Asentamientos y Cooperativas de Reforma Agraria», rechazaban estos centros y pedían en noviembre de 1971 la destitución del Ministro Jacques Chonchol, que los había impulsado.
Ello sería, según Arriagada, porque los campesinos rechazaban el colectivismo. El dato objetivo sería que las Confederaciones «Libertad» y «Triunfo Campesino», bajo la dirección de una derechizada DC, ofrecieron una fuerte oposición a las políticas agrarias de la UP, llegando la «Triunfo» a organizar una huelga nacional en diciembre de 1971 (en el contexto de la oposición llamada «fascistoide» que también sacó a las mujeres a la calle en la llamada «marcha de las cacerolas») y a ocupar las principales carreteras; los mismos se habrían plegado en octubre de 1972 al paro convocado por los camioneros y otros gremios (45).
En 1972, cuando la reforma agraria iniciada por Frei y acelerada bajo el gobierno de Allende ya estaba en marcha, en vista de los problemas que se producían en el agro -que al afectar la producción nacional ponían en peligro el cumplimiento de los objetivos del gobierno de la Unidad Popular-, el PC convocó un pleno del Comité Central especial para los problemas de la agricultura, el que se realizó el 13 de agosto. Llegaron al Teatro Caupolicán miles de trabajadores de la tierra de norte a sur, incluyendo una delegación de mapuches y un representante de Rapa Nui, junto a numerosos funcionarios y profesionales. Del texto del informe, presentado por el Secretario General Luis Corvalán (publicado en texto abreviado) (46), podemos analizar que ante los problemas generales del campesinado, no hay alusiones explícitas a la problemática mapuche, especialmente al tratar acerca de la aplicación de la Reforma Agraria.
Pero al final del informe, hay un párrafo especialmente dedicado a la problemática mapuche, en tanto este pueblo no se contaba entre los beneficiados por la Reforma. En cuanto al campesinado al general, el informe constata que ni los asentamientos establecidos por la DC ni los CERA creados por el gobierno de Allende, satisfacían íntegramente a los campesinos, y que habían sido creados los Comités Campesinos, como forma de organización transitoria, para evitar el conflicto en torno a la formación de CERA o de Asentamientos, en que la opinión de los campesinos estaba dividida, de acuerdo a la mayor influencia que recibiesen de la izquierda o de la DC. Declara el informe, «nos parece fundamental y urgente revisar todas estas formas orgánicas y tener indispensablemente en cuenta la opinión e interés de los campesinos, única manera de contar con ellos para el cumplimiento de las grandes tareas que tenemos en el campo».
Sigue Corvalán, diciendo que no significa que sea el PC partidario de someterse a cualquier idea o interés que surja de los campesinos, «tanto menos que entre ellos opera el enemigo» pero sí considerar «impajaritablemente» sus opiniones y buscar con ellos las soluciones que más convengan. Más adelante, plantea que la falla principal no ha estado en los propios campesinos, «sino en nosotros mismos» por haber considerado que la reforma agraria era una tarea de los campesinos y de las instituciones del agro. Concluye, «Y esto no es así. Es una tarea nacional, de todo el país, de todo el pueblo y, en primer lugar, de la clase obrera del campo y de la ciudad». Es decir, el problema agrario por una parte debía ser resuelto contando con las opiniones de los campesinos, pero por otra competía a todos los chilenos, y en primer lugar a la clase obrera del campo y la ciudad. Ello podría entenderse como que la clase (por ende, sus partidos) tenían la primera tuición sobre los problemas del campo.
Corvalán plantea en su informe, que habían sido beneficiadas 70 mil familias campesinas por la reforma agraria, quedando más de 30 mil sin tierra o con muy poca tierra. Dice, «El problema de tierra para los mapuches está virtualmente sin solución», por quedar al margen del beneficio. La reducción de la cabida máxima de los fundos a 40 hectáreas o a menos, no resolvería el problema mapuche, sólo permitiría dar tierras a menos de 30 mil familias, pero estaba de acuerdo en impulsar esa modificación a la ley, que sería el inicio de la solución definitiva del problema de la población campesina, que es el de la utilización racional de nuestro suelo, ahora en forma extensiva e intensiva y mañana sólo intensiva» (47).
La alusión explícita al problema mapuche, está en el párrafo siguiente: «Con todo, somos partidarios de que se haga hoy cuanto se pueda hacer en favor de los mapuches, afuerinos, minifundistas y comuneros, que aparecen al margen de los beneficios de la reforma agraria. Por ejemplo, somos partidarios que se avance en la solución del problema mapuche a través de la compra por el Estado de las tierras usurpadas y de su restitución a las comunidades indígenas, tal como estableció el proyecto de ley que la mayoría del Senado ha hecho tiras» (48). De ello se desprende que el PC planteó ya en el tiempo de Allende la solución al problema mapuche a través de la compra de tierras por el Estado, solución que sólo se replantearía a partir de la ley 19.253 de 1992. Al mismo tiempo, queda en claro que esta iniciativa legal fue boicoteada por la derecha senatorial.
Sigue el informe, proponiendo otras soluciones en favor de la cultura mapuche: «Es necesario que el Estado les asegure un poder comprador de la papa y de la artesanía. Se trata de una artesanía que por su belleza puede ser colocada a precios altos en las ciudades y también en el exterior. Y nos parece que no admite más dilación la puesta en práctica de una política dirigida a estimular también los otros aspectos de la cultura mapuche, asegurándoles desde luego la enseñanza en todos los niveles en su propio idioma» (49). Entonces, vemos en 1972 una preocupación del PC por la preservación de la cultura y por la enseñanza en idioma mapuche.
Uno de los temas recurrentes de los documentos del PC de los años 1970-1973, que se refieren a la línea política del Partido, es que las tomas indiscriminadas de predios agrícolas no incluidos en la reforma agraria, perjudicaban la imagen y el cumplimiento del programa del gobierno popular de Allende. En ello, la política del PC frente a los mapuche se distanció diametralmente de la del MIR, promotor de las numerosas recuperaciones de predios en el sur de Chile, especialmente en terrenos reivindicados por las comunidades mapuche. De esta forma, el accionar del PC frente al pueblo mapuche durante el gobierno de Allende, se concentró en la organización del campesinado del llamado «sector reformado» del agro, es decir los beneficiados por la reforma agraria, sin abandonar los no beneficiados, pero sin involucrarse en acciones ilegales. Ello permitiría utilizar esas energías en las luchas legales, incluida la contienda electoral.
El PC se opuso a las acciones impulsadas por el Movimiento Campesino Revolucionario, MCR, que era el frente de masas del MIR para el campesinado. Ello produjo la división de la base política mapuche de izquierda, compartida por ambas entidades. No obstante, el PC no perdió apoyo entre los mapuche de la provincia de Cautín, logrando una victoria electoral considerable, al poder elegir a Rosendo Huenumán como diputado en 1973, no obstante Melillán Painemal no resultó electo. El MCR concentró su quehacer en la provincia de Valdivia.
B. Corvalán y la causa mapuche.
Luis Corvalán relata en un volumen autobiográfico, de 1983, que el PC «sintió la necesidad de ganar posiciones en el campo … pero, igual que en todos los frentes del Partido, mientras éste sólo fue atendido por la comisión respectiva y uno que otro voluntario, los éxitos eran relativamente limitados». Para mejorar esa situación, el Partido debió adoptar una nueva actitud, de compromiso más intenso y sostenido con la actividad en el frente agrario: «el viraje se produjo cuando el Partido, como tal, se propuso la tarea de lograr una influencia de masas en el campo». No está mencionado el momento de este cambio, pero pudo ser desde el X Congreso, en 1956. Según Corvalán, se empezó por publicar el periódico «El Surco» a cargo de Juan Ahumada Trigo y encargarle a tal o cual comuna urbana atender ésta u otra comuna campesina».
El dirigente recuerda la participación de militantes de Santiago, como él mismo, en localidades como Alhué y otras cercanas a Melipilla. Corvalán señalaba en 1983 que las grandes huelgas campesinas de los últimos años del gobierno de Alessandri (desde fines de 1961) se desarrollaron «bajo la dirección democratacristiana». Dice que en esa época, el Partido desarrollaba también su influencia entre los trabajadores agrícolas de varias provincias, entre los obreros forestales y entre los mapuches, pero no relata quiénes, cómo y cuándo llegaron hasta esas zonas. Podemos constatar que hace la diferencia, de acuerdo a análisis de clase, entre trabajadores del agro tradicional (peones y otros), obreros de otra categoría más cercana a la industria, como serían los forestales, y por último, mapuches. Atribuye al Partido, el haber encabezado «la recuperación de tierras de nuestros aborígenes», en varias partes, como los Lolocos, Locomahuida y la Isla del Pangal (50).
Sin embargo, Rosendo Huenumán atestigua que la organización de las movilizaciones en su comunidad, Hueñalihuén, una de las levantadas en 1961 y 1962, se había realizado dentro de la misma, sin influencia externa51. Pero también es cierto es que siendo las comunidades (o «reducciones» como muchos decían entonces) las responsables del ordenamiento y desarrollo de las acciones, contaban con el apoyo al menos presencial de grupos sindicales, especialmente de mineros de la zona, como en el caso de la Isla del Pangal, como nos señala Pablo Vira, que allí estuvo, como comunero, junto a grupos de mineros (52). Debemos concluir que la conducción, el «encabezar» las acciones, era obra de las comunidades y sus propias cabezas, los lonko, pero contando con un apoyo en organizaciones sociales y políticas, especialmente el PC.Corvalán relata haber estado en la Isla del Pangal, pocas horas después de que llegaran los carabineros a desalojar a los mapuches:
«Partimos a mata caballo desde la choza de un cacique mapuche que nos prestó sus bestias». No cita los nombres del «cacique» ni del baqueano que los acompañó, pero recuerda haber estado allí con Santos Leoncio Medel y César Cerda, «entonces encargado agrario del Partido y avezado jinete». Su recuerdo raya en lo épico: «Llegamos en el momento crítico al lugar preciso donde se desarrollaba el conflicto. Frente a frente, como en las antiguas batallas, separados por menos de una cuadra de distancia, se hallaban, de un lado los mapuches y, del otro, los carabineros. Se logró evitar el choque que pudo haber sido sangriento, y los mapuches conquistaron el derecho a usar la Isla del Pangal para pastoreo» (53).
Se concluye que se logró este triunfo por el esfuerzo conjunto de Corvalán, entonces senador por Ñuble, Concepción y Arauco, quien evitó el enfrentamiento y sin duda se hizo cargo de negociar con Carabineros y propietarios del predio, y los mapuches, que lograron hacer prevalecer sus derechos ancestrales al uso del predio, si bien no a la propiedad perfecta del mismo. A Corvalán no le entusiasmaba mucho su labor como parlamentario, pero la asumió con interés durante la discusión de los proyectos de reforma agraria en tiempos de Jorge Alessandri y Frei Montalva. Recuerda haber viajado por las provincias de su senaturía, en campaña electoral, antes de las elecciones de marzo de 1961, llegando con Jorge Montes, diputado penquista, y con el citado Medel, a las aldeas, reducciones mapuches y rincones campesinos más distantes. También menciona a Pablo Neruda, que junto a Matilde Urrutia, lo acompañaron en su campaña, llegando a Arauco, Curanilahue, Lebu, Cañete y las reducciones mapuches de Ponotro, leyendo poesías en cada acto público (54).
En la obra que comentamos, Corvalán rinde homenaje a muchos militantes y dirigentes del PC, como César Cerda, citado antes y desaparecido en 1976, caídos bajo la represión de la dictadura militar, o muertos en esa época, como Medel, pero entre ellos no cita a ningún mapuche, y aunque la obra no es una historia propiamente tal, la omisión da cuenta de prioridades y vacíos en la memoria, de lo cual podrán dar cuenta los metodólogos de la historia oral y testimonial.
C. Rosendo Huenumán.
La acción del PC en las regiones mapuche tuvo sus frutos en la elección de Rosendo Huenumán, militante suyo, como diputado por Cautín en los difíciles comicios de marzo de 1973. Es ilustrativo contextualizar la personalidad de Rosendo Huenumán. Nació en Hueñalihuén, comuna de Puerto Saavedra, el 22 de marzo de 1935. Su segundo apellido es García, pero es hijo de padre y madre mapuche. Según datos biográficos publicados en El Siglo en marzo de 1973, comenzó a trabajar en el campo a los 6 años, a los 12 se fue a Temuco a trabajar como mozo y allí aprendió a leer en una escuela nocturna: fue obrero minero del carbón en Lota, laboró como barretero en el pique Alberto en 1959; en ese año habría iniciado su militancia como comunista (55). Fue su comunidad natal una de las que iniciaron un proceso de recuperación de tierras desde noviembre de 1961, siendo reprimidas por Alessandri, pero que lograron con su movilización que se dieran los primeros pasos hacia la reforma agraria, mediante la Ley 15.020, «del macetero».
El peñi Rosendo participó en esas «tomas» a los 26 años y recuerda que había un alto grado de organización y disciplina entre los participantes, todos mapuches de la comunidad, sin influencia externa. En reuniones en que se hablaba sólo mapuche, para no ser entendidos por eventuales colaboradores del gobierno y los terratenientes, se preparó cada detalle para que la ocupación fuese exitosa, y así fue, sin ocasionar desmanes ni dar lugar ni justificación a una masacre. En ocupaciones como la que relatamos, participaban hombres y mujeres de todas las edades. Según Huenumán, no hubo grandes desarmonías en la comunidad y el movimiento reivindicativo, sino hasta cuando en años posteriores comenzaron a llegar desde fuera los jóvenes urbanos, militantes del MIR, lo que produjo problemas (56). Huenumán fue Presidente de la Federación Campesina Luis Emilio Recabarren y dirigente de la Federación Campesina e Indígena Ranquil (57). Fue elegido diputado por la 21ª Circunscripción, que comprendía Temuco, Lautaro, Imperial, Pitrufquén y Villarrica, y participó en la Comisión de Agricultura y Colonización hasta la disolución del Parlamento (58).
Rosendo Huenumán venció en los difíciles comicios de marzo de 1973, cuando la reacción -liderada cada vez más por el fascismo criollo- contra el gobierno de Allende y su programa de gobierno habían deteriorado fuertemente la fuerza electoral de los partidos de la UP. Rosendo fue elegido con la primera mayoría individual de su distrito, demostrando que era posible para un mapuche de izquierda revertir la tendencia electoral y contradiciendo la tesis de que la votación mapuche sea dirigida tradicionalmente en favor de la derecha. Debemos recordar que pese a ser el distrito uno de los que tenían en 1973 mayor presencia mapuche, ésta no era responsable sino de un 30% del electorado, frente a un 70% de votación de «chilenos». El joven comunero de Hueñalihuén llegó al parlamento a representar en favor de su pueblo las posiciones más radicales que eran posibles dentro de la institucionalidad chilena.
El historiador mapuche Arauco Chihuailaf analiza que el haber sido elegido Rosendo Huenumán como primer diputado comunista de Cautín, con la primera mayoría provincial, contradice el tópico de que los mapuches votarían tradicionalmente por la derecha, y lo explica no en el hecho de que Huenumán fuera candidato comunista, sino porque fue «un candidato cien por ciento mapuche, de origen campesino, que hacía sus discursos en mapuche dëngún y que al hablar nuestro idioma, expresa las mismas cosas, los mismos deseos que todos los mapuche» (59). Al menos desde su elección como diputado, tuvo cercanía con la intelectualidad comunista. Volodia Teitelboim en su obra Neruda (60), recuerda haber ido a saludar al Premio Nobel a Isla Negra en su cumpleaños de 1973, junto a Huenumán, al que califica de poeta; estuvieron conversando acerca de la cultura mapuche y de la lengua de la Tierra.
CONCLUSIONES
El PC planteó que el problema que afectaba al pueblo mapuche era algo específico de éste, al que denominó una «minoría nacional», y en unión con dirigentes mapuche generó propuestas para armonizar la conservación de la cultura ancestral con la integración en medio de la sociedad mayoritaria. No obstante lo anterior, resultó insuficiente la valoración que se hizo de la «cuestión mapuche» como diferente de las luchas campesinas, dadas sus especifidades como etnía o cultura. El problema mapuche quedaba parcialmente eclipsado detrás de lo campesino, pero esto estaba de alguna forma conectado con la concepción que daba un rol conductor a la clase obrera, de acuerdo a la concepción marxista clásica, lo que también subordinaba el protagonismo de los mapuche. No obstante, hubo una preocupación antigua en el PC por hacer presencia dentro de las comunidades mapuche y comprometerse en sus luchas por la tierra.
Sin manejar debidamente las tesis de Mariátegui y de Lipschutz, la gente de izquierda en general, y salvo honrosas excepciones, por lo general pertenecientes al PC, loz izquierdistas tuvieron un gran desconocimiento acerca de la problemática de fondo y de la mentalidad y cultura mapuche. No se desarrolló suficientemente el concepto de que los mapuche constituían un pueblo y no una subcultura. El accionar del PC debe ser analizado a la luz de la dialéctica de discursos y prácticas, de posiciones oficiales y de actitudes personales, las que a la vez están informadas por el doble discurso de la sociedad chilena (el prejuicio discriminador y de la valoración del heroísmo de los antiguos mapuche) y por una dualidad de interpretaciones acerca del rol del campesinado y de las minorías nacionales.
El activismo comunista en la zona mapuche se desarrolló principalmente en las cercanías de los centros del proletariado minero de la provincia de Arauco, y en menor medida en las provincias de Malleco, Cautín y Valdivia, a veces en torno a unidades productivas capitalistas. Pero no fue descuidado el trabajo con las comunidades o reducciones, como atestiguan la prensa, los documentos parlamentarios y la memoria oral. El PC reconocía en 1972 que el problema de tierra para los mapuches estaba virtualmente sin solución, por quedar al margen del beneficio de la reforma agraria, tal como ésta se concebía, y señalaba que la reducción de la cabida máxima de los fundos a 40 hectáreas o a menos, no resolvería el problema mapuche de fondo. Ya entonces, el PC fue partidario de que se avanzase en la solución del problema mapuche a través de la compra por el Estado de las tierras usurpadas y de su restitución a las comunidades indígenas. También se preocupó por la preservación de la cultura y por la enseñanza en idioma mapuche.
El accionar del PC frente al pueblo mapuche durante el gobierno de Allende, se concentró en la organización del campesinado del llamado «sector reformado» del agro, es decir los beneficiados por la reforma agraria, sin abandonar los no beneficiados ni involucrarse en acciones ilegales.
El éxito electoral de Rosendo Huenumán en 1973, demostró que era posible para un mapuche de izquierda revertir la tendencia electoral, contradiciendo la tesis de que la votación mapuche sea dirigida tradicionalmente en favor de la derecha, pero era necesario realizar una correcta labor desde dentro de las concepciones culturales del pueblo mapuche, utilizando su propio lenguaje y códigos de conducta. El desconocimiento de estos códigos y el problema de aplicar correctamente el principio de respetar la organización y decisiones de los mapuche fueron, en última instancia, los factores que causaron el desencuentro entre los partidos de izquierda y los mapuche.
NOTAS
* Académico. Proyecto DICYT 03-00515 M. «La cuestión mapuche»: Chile, 1964-1973. Discursos y prácticas desde el Estado y la sociedad civil hacia las minorías étnicas», Universidad de Santiago de Chile.
1. Luis VITALE. Interpretación marxista de la historia de Chile. Vol. VI, Santiago, 1998, p. 161.
2. Resoluciones del 1er Congreso Nacional Mapuche, publicadas por René RODRÍGUEZ GUAJARDO, Los Mapuches. En el largo sendero de la historia de Chile, 2a. ed., Estocolmo, 2001, pp. 517-526.
3. Ver nuestro artículo «Antecedentes históricos y ambientales de Lumako y la identidad Nagche», en Revista de Historia Indígena Nº 5, Santiago.
4. VITALE (1998), p. 162. VITALE (2000), p. 75. CEPI, Breve historia de la legislación indígena en Chile, Santiago, 1990, p. 37. AUKIÑ WALLMAPU NGULAM, CONSEJO DE TODAS LAS TIERRAS. El Pueblo Mapuche, su territorio y sus derechos. Temuco, 1997, pp. 62-64.
5. Rolf FOERSTER y Sonia MONTECINO, Organizaciones, líderes y contiendas mapuches (1900-1970). Eds. CEM, Santiago, 1988, p. 285. Citan a Wilson CANTONI, «Relaciones del mapuche con la sociedad chilena», Publicaciones de la Escuela Latinoamericana de Sociología, Santiago, 1979, p. 107.
6. Ibíd (1988), p. 285.
7. VITALE (1998), 161-162; VITALE (2000), 74-75. Ver más adelante, las referencias testimoniales que hacen Luis Corvalán y Pablo Vira acerca de la acción de Pangal.
8. VITALE (1998), pp. 147-148.
9. Esta es la tesis que sostiene Guillermo Lincolao, coordinador del Centro Mapuche de Estudio y Acción, quien sitúa la actual efervescencia del conflicto que enfrenta a un sector considerable del pueblo mapuche con el orden económico, social y jurídico predominante en la sociedad chilena, como una fase más de un proceso de larga duración y no como una nueva etapa histórica.
10. Sergio GÓMEZ. Instituciones y procesos agrarios en Chile. FLACSO, CLACSO, Santiago, 1982, pp. 22.
11. GÓMEZ (1982), p. 167.
12. Eduardo LABARCA GODDARD, Corvalán 27 horas. El PC chileno por fuera y por dentro. Quimantú, Santiago, 1972, p. 55. Corvalán sintetiza la historia de Chile de acuerdo al moral de Siqueiros en la Escuela México de Chillán: desde Lautaro a Recabarren.
13. Hablamos de paternalismo como una de las actitudes que asumen los indigenistas: es una mirada desde el superior al inferior. Aunque denuncian con vehemencia los crímenes cotra los indígenas, su lenguaje denota una mentalidad
14. Traducido como «luz del conocimiento», frase que construye la idea de «lectura».
15.Luis VITALE. Mariátegui y el socialismo indoamericano. Ediciones CELA, Santiago, junio de 1994. pp. 1-2.
16. Ibíd, p. 8. Cita: José Carlos MARIÁTEGUI, El Alma Matinal y otras estaciones del hombre de hoy, Biblioteca Amauta, 3ª ed., Lima, 1964, pp. 13 y 14.
17. Creemos que es significativo el que Lipschutz no fuese nacido en Chile, en el hecho de no haberse criado con los prejuicios que se transmiten dentro de la sociedad dominante chilena frente a los pueblos indígenas. Es sintomático que haya sido más fácil para un no chileno que para muchos nacidos y criados en Chile, el haber podido asumir una postura indigenista sin los prejuicios que el medio ambiente local impregna en los individuos. Además, el ser lituano y haber vivido en la Unión Soviética, le permitía conocer una percepción propia, como originario de una cultura que, aunque minoritaria en el contexto de la «Gran Rusia», había llegado a adquirir un status de reconocimiento en el seno del Estado. Reconocimiento de los derechos de una minoría, que tanto en la época que estudiamos como en el presente, todavía es una aspiración y no una realidad en Chile.
18. BENGOA y VALENZUELA (1984), p. 218, lo plantean en estos términos, lo que puede ser interpretación de los autores. Nosotros no hemos encontrado el texto de Lipschutz en que hable explícitamente de autodeterminación o que haya usado el concepto de «Nación Mapuche».
19. Alejandro LIPSCHUTZ. La comunidad indígena en América y en Chile. Su pasado histórico y sus perspectivas, Santiago, 1956, p. 191.
20. Eric HOBSBAWM. Historia del siglo XX. 1914-1991. Crítica, Barcelona, 1996. Capítulo XII, p. 355.
21. El palín resurgiría en otra coyuntura, cuando el conflicto por la tierra y la identidad se agudizaría, a partir acaso de 1979.
22. María Soledad GÓMEZ, «Factores nacionales e internacionales de la política interna del Partido Comunista de Chile (1922-1952), en: Augusto VARAS (compilador) y otros. El Partido Comunista en Chile. Estudio multidisciplinario. CESOC – FLACSO, Santiago, mayo de 1988, p. 76. Cita a: Carlos CONTRERAS LABARCA, «El XII Congreso Nacional del Partido Comunista de Chile. La Unión Nacional para la defensa de la patria» (Discurso resumen ante el XII Congreso), en Revista Principios N° 7, enero de 1942, pp. 3-9.
23. Eleanor Roosevelt, viuda del Presidente de los EE.UU. Franklin Délano Roosevelt, manifiesta en sus Memorias que fueron los países socialistas los primeros en hacer presente los problemas y derechos de las etnías al interior de los estados nacionales, cuando los países de la ONU desconocían, soslayaban u ocultaban esta problemática (referencia del Dr. Rodolfo Stavenhagen, en charla magistral en el Seminario Internacional sobre Derechos de los Pueblos Indígenas, Temuco, 14 de julio de 2003).
24. Modo de producción definido por Marx, aplicable a países asiáticos que no siguieron un esquema exactamente feudal, y que se creyó posible aplicar al caso de las sociedades indígenas prehispánicas y precapitalistas. El uso del concepto por parte de la izquierda chilena y latinoamericana, y en particular por parte del PC chileno, debe ser debidamente investigado y documentado.
25. Tomás MOULIÁN e Isabel TORRES D. «¿Continuidad o cambio en la línea política del Partido Comunista de Chile?» En: VARAS (1988), pp. 454-455.
26. Un texto de Marx expresa la siguiente dualidad, que los más ortodoxos podrían haber aplicado al caso mapuche: «El campesinado independiente tiene una doble personalidad. Como poseedor de los medios de producción, es un capitalista. Como trabajador, es su propio asalariado» (K. MARX. Teorías acerca de la plusvalía. Siglo XXI Editores. Capítulo Inédito de «El Capital». Citado por José BENGOA y Eduardo VALENZUELA. Economía mapuche. Pobreza y subsistencia en la sociedad mapuche contemporánea. PAS, Santiago, 1984, p. 206).
27. Maximiliano SALINAS CAMPOS. «Un insostenible estilo de vida: ecología e historia de las mentalidades en Chile (desde la ‘Oda a la erosión en la provincia de Malleco’ de Neruda al ‘Discurso del Bío-Bío’ de Parra) 1995-1996». En Mario GARCÉS y otros compiladores. Memoria para un nuevo siglo. Chile, miradas a la segunda mitad del siglo XX, Santiago, 2000, pp. 279-293.
28. Jorge VERGARA, «El pensamiento de la izquierda chilena en los sesenta. Notas de Investigación», en: VARAS (1988), p. 279, desarrolla esta idea: «Los textos comunistas caracterizan su posición como un humanismo más que un economicismo». Para ello cita a Luis Corvalán, quien manifestó: «El comunismo es esencialmente humanista, la más alta expresión del humanismo… es la verdadera libertad y la fraternidad… Convierte en realidad los más hermosos sueños de la Humanidad» (entrevista a L. Corvalán, en: Sergio GUILISASTI, Partidos políticos chilenos. Ed.Nascimento, Santiago, 1964, p. 325).
29. Elicura CHIHUALAF, Recado confidencial a los chilenos, Santiago, 1999, pp. 180-181.
30. Ibíd, p. 181.
31. Luis DURÁN B., «Visión cuantitativa de la trayectoria electoral del Partido Comunista de Chile, 1903-1973», en: VARAS (1988), p. 356.
32. Luis CORVALÁN. De lo vivido y lo peleado. Memorias. Lom, Santiago, 1997, p. 95.
33. BENGOA y VALENZUELA (1984), p. 203.
34. Ibíd, p. 205.
35 Ibíd.
36. LABARCA GODDARD (1972), p. 70. Referencia que agradecemos a Fernando Quilaleo Aguirre, dirigente mapuche y periodista.
37. De ello daremos cuenta en un trabajo en que se analizará la visión de la «cuestión mapuche» entregada por El Siglo y la revista Principios.
38. El P. Mariano Campos Menchaca, S.J., justifica su misión entre los mapuches de la zona de Lebu, entre otros motivos, para «que no sea solamente el agitador comunista el que los visita en sus rucas tristes» (Mariano CAMPOS MENCHACA, Por senderos Araucanos, Santiago, 1972, p. 20).
39. PC de Chile. Programa. Ed. PCCH, Santiago, 1969, p. 56. Citado por VERGARA (1988), p. 315.
40. VERGARA (1988), p. 316. Julio CÉSAR JOBET, El Partido Socialista de Chile, Ed. PLA, Santiago, 1971, tomo II, p. 258.
41. LABARCA GODDARD (1972), p. 104. Aunque esta declaración fue hecha en una entrevista y no refleja necesariamente un análisis de las clases sociales en Chile, tiene suficiente valor como testimonio de la mentalidad. La diferenciación entre obreros y campesinos, en este caso, no permite ver como proletarios del campo a muchos campesinos. Ver también pp. 112 y 120.
42. Programa del partido MAPU. Aprobado en el 2º Congreso Nacional, concluido el 8 de diciembre de 1972. Ver Tesis Nº 37.
43. El Siglo, 16 de mayo de 1972, pp. 4 y ss.
44. Genaro ARRIAGADA HERRERA. De la «vía chilena» a la «vía insurreccional», Ed. del Pacífico, Santiago, 1974, pp. 196-197.
45. Ibíd, p. 201.
46. Luis CORVALÁN. Tres períodos en nuestra línea revolucionaria. Berlín, 1982, pp. 103-108. Informe al Pleno del CC, 13 de agosto de 1972. Publicado en El Siglo, 14 de agosto de 1972.
47. Ibíd, p. 107.
48. Ibíd, p. 108.
49. Ibíd.
50. Luis CORVALÁN, Santiago Moscú Santiago. Apuntes del exilio, Madrid, 1983, pp. 22-23.
51. Entrevista a Rosendo Huenumán, El Canelo de Nos, 8 de octubre de 2001.
52. Entrevista a Pablo Vira Millahual, participante en las acciones de la Isla del Pangal. El Canelo de Nos, 17 de marzo de 2003.
53. CORVALÁN (1983), pp. 23-24.
54. Ibíd, pp. 33, 35 y 38.
55. Armando DE RAMÓN. Biografías de chilenos. Miembros de los Poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Santiago, 1999, vol. II, pp. 216-217.
56. Entrevista a Rosendo Huenumán. El Canelo de Nos, 8 de octubre de 2001.
57. DE RAMON, o.c.
58. Luis VALENCIA AVARIA, Anales de la República, Santiago, 1986, v. II, pp. 661 y 664.
59. Entrevista a Arauco Chihuailaf. Santiago, 2000. Nacido en Quechurehue en 1944, hijo de Carlos Chihuailaf Railef, destacado luchador mapuche fallecido el 27 de febrero de 2002, y de Laura Nahuelpán. Arauco fue militante socialista, exiliado en Francia, donde hoy reside, desempeñándose como académico en la U. de París.
60. Volodia TEITELBOIM, Neruda. Santiago, p. 482.