Tal como se ve hablar del asunto de las mascarillas a periodistas, sanitarios, médicos, políticos y a toda la basca que comparece en televisión, diríamos que la sociedad española, además de estar profundamente dividida por dos ideologías y entre ricos y pobres ya casi de pedir, está ahora también dividida entre irresponsables y responsables. Lo que nos faltaba por oír. Los irresponsables son esos insensatos a quienes no les importa arriesgar su salud o poner en riesgo la de los demás. Los responsables son los obsesionados por la mascarilla pese a que, según no pocos notables, es irrelevante para la protección de este virus del demonio.
En una conferencia pública, por enésima vez Chris Whitty, el jefe médico británico, dice así:
«La intoxicación mediática, con la ayuda de un coro de científicos atolondrados, defendió desde el primer minuto, la letalidad del coronvirus. Sólo era uno de los fraudes, pero resultaba imprescindible para inculcar el pánico por el mundo entero.
Sin embargo, la emergencia de un virus letal sería una novedad científica y el coronavirus vuelve a demostrar que es absolutamente inocuo, como los demás conocidos hasta la fecha. Los portadores están más sanos que una lechuga. Eso no excluye que aparezca en algunas enfermedades comunes del sistema respiratorio, la mayor parte de las cuales son leves e incluso muy leves. La diferencia de unos casos y otros no es el virus sino el enfermo y, más en concreto, su sistema inmunológico.
La inmensa mayoría de los médicos y los virólogos lo saben muy bien y así lo han manifestado en numerosas ocasiones en revistas médicas, e incluso a la BBC se le ha escapado algún artículo en esa línea, lo mismo que a los CDC y a la OMS. Entre otras cosas, han reconocido que la mayoría de las personas, una proporción significativa de la población, no contraerá este virus en absoluto, en ningún momento de la epidemia, que va a continuar durante un largo período de tiempo.
De los que lo hagan, algunos de ellos contraerán el virus sin siquiera saberlo, sin ningún síntoma. De aquellos que tengan síntomas, la gran mayoría, probablemente el 80 por ciento, tendrán una enfermedad leve o moderada. Puede ser lo suficientemente grave como para que el enfermo tenga que acostarse durante unos días, pero no lo suficientemente grave como para que tengan que ir al médico. Una desafortunada minoría tendrá que ir al hospital, pero la mayoría sólo necesitará oxígeno y luego saldrá del hospital. Una minoría de la minoría tendrá que ir a una unidad de cuidados intensivos y algunos lamentablemente morirán. Pero es una minoría, el 1 por ciento o incluso menos. El grupo de mayor riesgo está muy por debajo del 20 por ciento, lo que significa que la gran mayoría de las personas, incluso los grupos más susceptibles, si se contagian de este virus, no morirán. Es decir, que si a la pandemia le quitamos el histerismo inducido mediáticamente, aparece como una cáscara absolutamente vacía».
¿Estará tonto Whitty, o será un extraviado que no merece crédito?
Pero no sólo Whitty. También he leído que con similares argumentos se manifiestan el Nobel de Medicina Luc Montagnier, o el Nobel de Química, Michael Levitt: «Creo que las cuarentenas no salvaron ninguna vida». Y también otros científicos que, para la teoría oficial, son heterodoxos. Como en otros tiempos lo eran para la Iglesia Vaticana quienes no se sometían a sus decretos.
Y es que donde existe verdadera libertad de expresión se abren fácilmente los chacras. Primero a la duda y luego a los razonamientos sin bridas. Pues donde existe verdadera libertad es posible que cualquiera pero también miembros sobresalientes de la sociedad se aparten del pensamiento único: ese pensar sin pensar, que repiten muchos como papagayo lo que dicen otros porque son más que quienes disienten; otros que a menudo tienen intereses que si los declarasen, nadie les haría caso o les conduciría a prisión.
Por esto y por otras muchas razones que he ido exponiendo a lo largo de mis artículos durante este confinamiento, no me puedo creer que haya tantos insensatos en todas partes. Debemos ser muchísimos, notables o del montón, quienes no nos creemos a pie juntillas todo esto; ni que esto sea fortuito. En último término esas gentes que van y vienen a diario y se reúnen despreocupadamente en playas, plazas, terrazas o Metros saben, por instinto o por intuición, no por órdenes que no les convencen, que el vivir es en sí mismo un riesgo. Y porque también sospechan que quienes disponen ahora tan de cerca y férreamente nuestra vida colectiva, aunque ellos no lo sepan porque otros les han lavado el cerebro, han dispuesto que en adelante nuestra vida pertenece a un Estado médico-policiaco. Por eso los incumplidores y los díscolos, después de tres meses soportando una reclusión nada convincente, olvidan las órdenes y se despreocupan de posibles represalias. Pues son sólo los mayores los que habiendo fallecido en un 98 % de los infectados por el virus, quienes han de ocuparse de preservar su salud. De éste y de cualquier otro mal. Como siempre fue…
Jaime Richart, Antropólogo y jurista