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El perverso encanto de la privacidad

Fuentes: Rebelión

  La privacidad está de moda. Muchos se refieren a ella como una especie de talismán protector contra los abusos del sistema, ignorando que es el propio sistema el que ha engendrado la criatura. No hay mejor estrategia que la de grabar tu mensaje manipulador en el inconsciente de la población a la que quieres someter. ¿Cuál es ese sistema que nos ha presentado a la privacidad con el resplandor de un becerro de oro al que adorar? La respuesta es fácil de adivinar: un sistema en el que lo privado y el rendimiento económico son sus principales valores. Me refiero, por supuesto, al sistema neoliberal.

   La privacidad no debe confundirse con la intimidad. La intimidad es un derecho humano y, como tal, inherente, inalienable y reconocido tanto en las declaraciones de derechos como en muchas de las constituciones escritas. La intimidad ha sido definida por los juristas como un espacio necesario para el desarrollo personal, que nos protege de las intromisiones externas. El consenso sobre su reconocimiento y protección ha sido indiscutible. Los principales ámbitos que quedan dentro de la intimidad son el domicilio como espacio físico, las comunicaciones personales y cierta información privada. Además de que se ha reconocido la protección para otra categoría similar, que es el derecho a la propia imagen.

  La privacidad es un invento posterior, que florece con el neoliberalismo. La privacidad ensancha la protección que ofrecía la intimidad a todo lo que tenga relación con lo privado: información, actividades económicas o particulares, espacio físico… La privacidad es una asociación perversa de la propiedad privada y lo privado con el espacio físico, las comunicaciones humanas y la información. La privacidad es una bendición para los agentes económicos más poderosos y las grandes fortunas, pues les permite acumular ingentes cantidades de ingresos utilizando información privilegiada, y actuar con impunidad en cualquier espacio que no sea público. Las clases medias y bajas han caído bajo su perverso encanto, pues les ofrece cierta sensación de control, cuando deciden prohibir que una multinacional de la información conozca sus preferencias de consumo, tales como pizza o pasta, camisetas con manga corta o larga, carcasas de móvil negras o rosas, etcétera.

  La privacidad ha llegado para quedarse. Ha supuesto una victoria de lo privado sobre lo público, que paulatinamente ve cómo se va reduciendo su espacio. La privacidad está haciendo que nuestras sociedades sean cada vez más opacas, y al mismo tiempo, ha desterrado eficazmente del discurso político uno de los valores más significativos de la democracia: la trasparencia.  Es el triunfo de la oscuridad sobre la luz.

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