Las conclusiones que provienen de la clase política después del terremoto que arrojó el proceso eleccionario, ofrecen lecturas bastante ególatras, por decir lo menos. Sostener que los programas nuevos, con reformas de fondo y visiones republicanas, revolucionarias y transformadoras son -con el Frente Amplio como bandera de lucha- los grandes ganadores que nadie esperaba, resulta, […]
Las conclusiones que provienen de la clase política después del terremoto que arrojó el proceso eleccionario, ofrecen lecturas bastante ególatras, por decir lo menos. Sostener que los programas nuevos, con reformas de fondo y visiones republicanas, revolucionarias y transformadoras son -con el Frente Amplio como bandera de lucha- los grandes ganadores que nadie esperaba, resulta, a lo menos, extremadamente estimativo en lo que al votante promedio se refiere.
Yo, al menos, no tengo dudas. Más que un gran triunfador, acá se comenzó a pavimentar la derrota de la clase que viene repartiéndose la torta desde la caída del pinochetismo, a fines de los 80, y que sin enemigo al frente, ha usurpado deliberadamente el derecho a crecer a una sociedad que sucumbió ante el discurso del desarrollo sostenido que siempre favoreció a los mismos.
Los que ganaron fueron los rostros nuevos, más que las ideas distintas. Y la adhesión fue a ratos arrolladora. Los números en los balances de esas caras novedosas -incluidos varios exponentes de la derecha dura y sectaria- anuncian el aburrimiento definitivo del ciudadano con los mismos de siempre. Y allí, la televisión y los medios deberían también asumir el golpe.
Fue cosa de ponerle atención al discurso de Beatriz Sánchez, abanderada del Frente Amplio, quien en plena y merecida celebración de su sorprendente 20% de votos presidenciales -hace menos de un año, la periodista no aparecía en ningún mapa político imaginable- pidió y exigió explicaciones de los principales orquestadores de encuestas de opinión y tendencia que la daban en tercer lugar con seis puntos menos en los balances finales.
¿Y la TV? Todos los canales de señal abierta se dedicaron a regalar horas y horas antes, durante y después de la elección con rostros y figuras de conglomerados que representan «el añejismo», que la gente se dedicó a despreciar de manera tajante en las urnas. Eso tiene una incidencia silenciosa, escondida, adrede y condenable.
Sumando los porcentajes de Sánchez y Kast, se puede concluir que un tercio del universo sufragante le dio vuelta la espalda a ese duopolio de la política chilena que se turnó por décadas en el poder manteniendo a resguardo los intereses de los grandes poderes. El resultado habla de que el pueblo se aburrió, que usted y yo no los queremos más y pide a gritos que se vayan y dejen sus recalentados asientos a las nuevas generaciones, a las ideas progresistas, a la discusión renovada.
¿Qué habría pasado si esos sectores hubiesen tenido más tribuna? En el caso de Sánchez, sólo dos puntos porcentuales la dejaron fuera de una eventual segunda vuelta que habría acelerado el cambio. Entonces, la frustración es más que justificada. Porque asumámoslo. En Chile aún existe un amplio número de electores que funciona en base al estímulo menor, a la cifra en los estudios, al cartel en la calle, al jingle pegajoso o a la figura repetida una y otra vez en una pantalla o una portada de diario.
Es más, si la figura que hubiese enfrentado en las presidenciales al binomio Piñera-Guillier fuera Alberto Mayol -el otro personaje alzado por el Frente Amplio en primarias- en la primera vuelta, su resultado hubiese estado quizás en menos del 10% de las predilecciones. Porque no pasa por el proyecto, ni el postulado, ni las transformaciones propuestas. Poner a un rostro televisivo con un conjunto de discursos mediáticos -la validación de Giorgio Jackson, Gabriel Boric o Jorge Sharp como sangre nueva instalada en redes sociales con una estrategia potente es relevante- hizo la tarea.
Y estuvieron cerca. Siendo sinceros, sin la intervención de la televisión y las grandes cadenas mediáticas que le «devolvieron el favor» a los dos sectores tradicionales de la política chilena, instalando a sus principales actores en el ojo del votante de manera descarada y asquerosa, el descalabro para quienes van a disputarse la segunda vuelta pudo ser mayor.
En tiempos en que algunos piden el apoyo transversal de sus sectores para alzarse en diciembre con el triunfo mayor, hay que devolverles como boomerang ese argumento de la responsabilidad social. Porque si fuesen más equitativos, si abogaran por la igualdad de aparecer y dispersar sus ideas en pantalla y en los diarios, el pasado 19 de noviembre pudo ser incluso mucho más histórico de lo que algunos alcanzaron a temer. No por nada activaron sus oscuras redes de persuasión con relativo pero efectivo éxito.
Publicado en «Punto Final», edición Nº 889, 24 de noviembre 2017.