Recomiendo:
0

El poema final de Víctor Jara

Fuentes: La Nación

Nunca tuvo música la última canción de Víctor Jara, escrita como prisionero en el Estadio Chile, donde sería torturado y fusilado en septiembre de 1973. Pero su texto ha circulado desde entonces por el mundo en diferentes idiomas. Y es posible que haya sido alterado. Soy uno de los testigos que puede aclararlo. Una joven […]

Nunca tuvo música la última canción de Víctor Jara, escrita como prisionero en el Estadio Chile, donde sería torturado y fusilado en septiembre de 1973. Pero su texto ha circulado desde entonces por el mundo en diferentes idiomas. Y es posible que haya sido alterado. Soy uno de los testigos que puede aclararlo.

Una joven cineasta francesa -Melanie Brun- me invitó a filmar en Santiago, esta semana, mi relato personal sobre cómo obtuve el último poema de Víctor Jara. Aquel escrito en medio de los tormentos y las ejecuciones en el Estadio Chile, improvisado como prisión militar, en septiembre de 1973. Y que publiqué poco después en Buenos Aires, en el libro «Chile en la hoguera», como una primicia mundial… Lo que no es del todo cierto.

También -me informa- ha convocado al abogado Boris Navia (64), compañero de prisión del cantautor, que logró hacer salir del estadio uno de los tres manuscritos que se hicieron del poema. El original, que Víctor Jara garrapateó mal herido en una libreta proporcionada por Navia, y dos copias transcritas en el reverso de unas cajetillas de cigarrillos.

El poema me llegaría semanas después a la capital platense por vía indirecta -ya mecanografiado-, a través de miembros de una organización guerrillera argentina. Los portadores me contactaron como periodista, cuando iniciaba el exilio junto a miles de chilenos.

Hasta el día de hoy me pregunto si esa fue la única versión que recibí «desde el interior de Chile», ya tipeada en Argentina, antes de publicarla en el libro. O si también pude leer copias que distribuyeron miembros del PC transandino, hechas a mimeógrafo o impresas artesanalmente en un boletín interno, en noviembre o diciembre de 1973. (Ellos serían los responsables presuntos de la desaparición de un «fusil» en el poema, acatando la «vía pacífica» que postulaba el partido de Luis Corvalán en ese entonces). No lo recuerdo con exactitud 33 años después. Pero todos los textos publicados del último canto de Víctor Jara son coincidentes con «mi» versión, salvo en DOS LÍNEAS, y ese es el secreto que pretende revelar esta crónica.

«CARA DE MATRONA» Y «UN FUSIL»

Aparte de los cineastas franco-americanos, que están filmando en Santiago en estos días un documental sobre la historia de la Nueva Canción Chilena durante la UP, hay unas diez o doce páginas de música y literatura en Internet, con origen en diversos países, que atribuyen la publicación inicial del último poema de Víctor Jara al libro «Chile en la hoguera» (1973). Pero cuando reproducen aquellos versos afiebrados y lúcidos del cantautor bajo el título «Estadio Chile», citan el texto contenido en otro libro, el de Joan Jara, «Víctor Jara, un canto truncado», publicado diez años más tarde, en 1983, en Londres y Madrid.

Y entre una y otra versión hay dos diferencias fundamentales, aparte de algunas menores, que son compatibilizables.

1) Joan incluyó un extraño verso de Víctor Jara, que se refiere a los militares que torturaban y disparaban sobre los prisioneros en el Estadio Chile como «mostrando su rostro de matrona lleno de dulzura…» (sic). Lo que está lejos de ser una ironía en el contexto. A mí me pareció un error de transcripción en 1973, por lo cual corté esa línea y dejé sólo una que decía: «y los militares mostrando su rostro». Punto. Ya explicaré por qué.

2) Joan Jara, que está por sobre cualquier sospecha de aplicar censura (y se encargó de aclarármelo expresamente hace algunos días, en su oficina de la Fundación Víctor Jara, en la Plaza Brasil), no incluyó el verso final, porque no figuraba entre los materiales también mecanografiados que ella recibió, y el que yo sí reproduzco, en que el cantautor llamaría a «hacer brotar al momento… de la sangre un fusil» (ver recuadro, poema completo).

Joan nunca llegó a ver el original escrito al borde de la muerte por su esposo en el Estadio Chile, que hoy lleva el nombre de Víctor Jara. Le fue entregada una transcripción en París, también a fines del 73, por un grupo de mujeres parejas de los Quilapayún. Otra copia le fue enviada desde EEUU, por carta de una académica de la Universidad de Pittsburgh. Pero en ninguna de esas dos versiones -me aseguró esta semana, con su encanto intacto- estaba el último verso, cuya existencia real sostiene el autor de esta crónica.

HABÍA PASADO CON NERUDA

En cuanto a las «dulces caras de matronas» de los militares, que habría registrado Víctor Jara entre la media docena de sesiones extremadamente cruentas de torturas a las que fue sometido hasta el día viernes 14 de septiembre, en el que escribió su poema póstumo, yo tenía razones periodísticas para dudar cuando recibí copia del texto.

En aquellos mismos días (fines de 1973) se habían publicado en Buenos Aires, con gran bombo, unos versos de Pablo Neruda, como si hubieran sido escritos en Isla Negra o en la Clínica Santa María, pocos días antes de que el vate muriera, el 23 de septiembre de 1973, y no en las páginas del «Canto general», de donde en realidad provenían.

Alguien de «buena voluntad» había tomado el poema «Las satrapías» de la obra maestra de Neruda, y había puesto los nombres de Nixon, Frei, Pinochet, Garrastazu y Banzer, donde el poeta se refería a «tiranos» de 1948, como Truman, Trujillo, Somoza, Carias, Miriñigo y Natalicio, con palabras cargadas de vitriolo. Oportunamente aclaramos esa superchería en diarios de Buenos Aires, celebrando -eso sí- el «buen uso» propagandístico que se había dado al poema. Pero desde allí quedamos escaldados en cuanto a «poemas póstumos».

En todo caso, reconozco que suprimir en el «Estadio Chile» de Jara ese raro verso de «la cara dulce de matronas» de los militares, que tampoco les hace ningún favor a ellos, fue un acto de arbitrariedad de mi parte, del que me arrepiento 33 años después.

Joan Jara tiene una explicación atendible: durante su convivencia con el cantautor supo del temor que le causaban las matronas a Víctor en su niñez campesina, a quienes no asociaba con la nueva vida, sino con los gritos desgarradores de las parturientas, posiblemente tan atroces como los que escuchaba en las sesiones de tortura en el Estadio Chile.

Y SIN EMBARGO… NO SE MUEVE

Aclarado el punto, hasta el día de hoy creo que la primera versión que llegó a mis manos del poema «Estadio Chile» de Víctor Jara era la auténtica. La que incluye la invocación al «fusil», aunque sus más próximos aseguran hasta hoy que el cantautor era «pacifista» en sus composiciones. No tanto en sus últimos momentos, a mi juicio, si se observan los versos en que alude en el Estadio Chile a «la sangre del compañero Presidente» y a los «puños» que golpearan «más fuerte que bombas y metrallas»…

Y aún más: quizás en la canción más convocante de Víctor Jara, «La plegaria del labrador», esté la clave: «Levántate, y mira la montaña… Sopla como el viento / la flor de la quebrada. / Limpia como el fuego / el cañón de mi fusil»… ¿Puede caber alguna duda?

Y pensar que durante años creí que tal vez los amigos argentinos portadores de aquella primera versión, que me la entregaron en secreto como militantes de una organización guerrillera peronista ligada a montoneros, habían agregado por su cuenta lo del FUSIL, por esa irrefrenable característica humana: ver hasta las partes más pequeñas de la realidad «según el cristal con que se mira» al conjunto…

Y como si faltara la guinda de la torta, hace un par de días, durante la filmación en el estadio de mi testimonio para el documental de los gringos, que se llamará «There will be not revolution without song», un cantautor que estuvo prisionero en el Estadio Chile junto a Víctor Jara, hasta sus últimas horas, me dio una razón musical poderosa para justificar la inclusión del «fusil».

De pronto, en su último poema, Víctor Jara exclama: «Ay, canto que mal me sales, cuando quiero cantar, espanto». Y de allí en adelante cambia de ritmo y de métrica, con toda claridad, hasta concluir… o interrumpirse.

«¿No se parecen estos últimos versos a algunos de Violeta Parra?», pregunté inocentemente durante la filmación del documental al experimentado folclorista Eduardo Yáñez, también presente en el set. Y éste me contestó: «Claro, pues. Víctor Jara quiso hacer en esta parte una décima, como la típica de ‘Volver a los 17’ de Violeta Parra, en la que tienen que rimar entre sí los versos 1º, 4º y 5º; el 2º con el 3º; donde el 6º es libre, pero debe rimar a su vez con el 7º y el 10º.

Y entonces examiné los diez últimos versos de Víctor Jara, según los publicados originalmente en «Chile en la hoguera» (1973), con el siguiente resultado:

¡Ay, canto, qué mal me sales!

¡Cuándo tengo que cantar espanto! Introducción.

 

DÉCIMA:

1º Espanto como el que vivo,

2º como el que muero, espanto.

3º De verme entre tanto y tantos

4º momentos del infinito

5º en que el silencio y el grito

6º son las metas de este canto.

7º Lo que veo nunca vi,

8º lo que he sentido y que siento…

9º harán brotar al momento… (borroneado en el original)

10º de la sangre, un fusil…
 

Lo de «borroneado en el original» (puesto por terceros, en Argentina o Chile), que vi yo con mis propios ojos en la primera versión mecanografiada del poema de Víctor Jara, confirmaría que «no le estaba saliendo» la letra del canto como él hubiera querido, aquella tarde del viernes 14, y en las antesalas de su fusilamiento al día siguiente, que él preveía.

El cantautor ya estaba muy afectado por las golpizas recibidas, a culatazos, patadas en el rostro y un ojo, el abdomen y los genitales, una herida en la cabeza causada por golpes con una contundente pistola de acero, que lo hizo sangrar profusamente de la cabeza, ya en el primer día, al llegar al Estadio Chile (miércoles 12 de septiembre de 1973)…

No le salía el canto como él quería, pese a su lucidez en una situación tan extrema. Tal vez por eso aquel malhadado verso de los militares «con su rostro dulce de matrona», la mención a «un número que me preocupa», que no se entiende… La búsqueda sin rumbo de otras imágenes, hasta volver a la décima tradicional, a la que lo llevaba su origen campesino… Décima en que el último verso, el 10º, sí rima con el 7º, y donde la palabra «fusil» viene a cuento, aunque no empalme con el 6º, que tampoco rima con el 7º en este caso… Y así el canto de Víctor Jara quedó truncado, sin duda, aunque es difícil probar que fue modificado.