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El poeta Pepe Cuevas al ataque

Fuentes: Punto Final

El destacado poeta (o ex poeta), José Ángel Cuevas, acaba de publicar el libro La novela del Golpe (Libros La Calabaza del Diablo), donde narra las vivencias de una generación de jóvenes que pasó de la celebración del triunfo de la Unidad Popular a una situación de persecución, encarcelamiento y asesinato tras el golpe de […]

El destacado poeta (o ex poeta), José Ángel Cuevas, acaba de publicar el libro La novela del Golpe (Libros La Calabaza del Diablo), donde narra las vivencias de una generación de jóvenes que pasó de la celebración del triunfo de la Unidad Popular a una situación de persecución, encarcelamiento y asesinato tras el golpe de Estado de 1973. José Ángel Cuevas es un sobreviviente de aquellos terribles años de dictadura militar, y su obra -tanto poética como en prosa- refleja esa realidad que nos permite mantener la memoria histórica. Sobre esta nueva publicación el escritor conversó con revista Punto Final.

 Si bien tu trabajo literario se destaca por la poesía que has escrito, desde hace un tiempo has incursionado en la narrativa ¿Es cierto, entonces, eso de que te has declarado un ex poeta?

Es cierto, hay gente que por ahí me dice que hasta cuando sigo escribiendo poesía, que me estoy repitiendo. No sé si son tipos picados o fachos, o amantes de la poesía clásica, soneteros, etcétera. Aunque de verdad yo he escrito y publicado más o menos seis libros, lo demás fueron folletos hechos a mano durante la dictadura que no se pueden llamar libros, y luego fueron reunidos por mi amigo César Soto en el libro Adiós muchedumbres.

La imagen de ex poeta es también una voz, un sujeto que habla desde sí, por todo lo que he pasado. En veinte años no he conseguido pega, no tengo contactos, ni influencias de ninguna especie. Hace años que me exoneraron de profesor de filosofía y la filosofía se acabó, ya casi no se enseña en este Chile de hoy. Vieras la cantidad de currículos que he mandado, soy amigo de la gente de ARCIS, nunca me han dado nada, en mi niñez y juventud fui mecánico de máquinas de escribir como mi padre, pero las máquinas se acabaron con la computación. No me queda más que escribir, por eso estoy en la prosa, o si no andaría vagando, sin hacer nada, como miles y miles de chilenos, tomando por ahí.

 

En tu obra está la historia de Chile de las últimas cuatro décadas ¿La novela del Golpe, como la defines?

La novela del Golpe, es un juego con la realidad desde lo más preciado: Los amigos, los yuntas que nos hemos acompañado por años de años, desde mediados de los ’60, en el glorioso Pedagógico. Y por otro lado, por un hecho real: No se ha escrito la novela del Golpe, y ya creo que nadie la va a escribir porque los viejos se han ido muriendo y las nuevas generaciones están en otra.

 

La novela resalta lo que fue la generación del 70 del ex pedagógico, sus esperanzas, el festejo del triunfo de la Unidad Popular y la represión brutal que sufrieron ¿Aún no se cierra esa herida?

Me preguntas si aún no se cierra esa herida. Te respondo que no es una herida así como así, sino que es un holocausto como el de los judíos. Es la destrucción del pueblo, la mitad del país, su ser, los pobres, esa hermandad, ese compañerismo tan, pero tan hermoso, las salitreras, los campos, los viejos de las poblaciones, lo mejor de Chile, su forma de llevar el mundo. Y te digo, casi, casi lo logramos con Allende: Hacer un país solidario, hermano, basado en el guitarreo, el folklore, la Violeta, Víctor, la CUT, el manejo de las riquezas nacionales con justicia, los estudiantes, las mujeres, sin arribismo ni consumismo imbécil, sino en el verdadero ser: ser compañeros.

 

El factor guía de La novela del Golpe es la búsqueda de los cuadernos del grupo América ¿Cómo defines a este grupo y qué queda de aquello?

Ese grupo son mis compadres con los que hemos seguido siendo como hermanos. Son tipos llenos de gracia, estudiosos a full, todos están al día en lo que devino a la caída del socialismo: Foucault, Derridá, Lacan, es decir no se quedaron pegados sino que cargan conceptualizaciones estéticas vigentes, pero no sólo académicas, como muchos que solo hablan de fragmentariedad, escena, otredad. Y además no han perdido nunca el humor, las ganas de gueviar, bailar, tomar, hacer revistas, ir a todas concentraciones sin ningún afán de poder. Es la generación del ’70. Alguno es pianista, el otro cineasta, otro filósofo, otros han llegado del exilio, muy «doctorados» los perlas. Pero siguen tomando en el Baquedano, el Tongoy, Tomy y Lucho Valenzuela, Kiko Rojas, el más duro aquí en el interior, Chico Dago, mi gran amigo Carlos Cabrera, la Angélica Selman, el Jorge Vargas, Cochín Muñoz, etcétera. Si no fuera por ellos no se qué sería de mí.

 

Haber vivido con toque de queda y en la clandestinidad, en un exilio dentro de Chile, es algo que se resalta en la novela.

Quitarle la noche a un país lleno de vida es un crimen. En la noche estaba la vida, Il Bosco lleno, Raúl Ruiz, Teillier, Lihn, La Coneja, Stella Díaz Varín, unas conversaciones mejor que 100 universidades juntas, todo a la mierda. Estábamos en plena revolución. El Norte, el cobre en Chuqui, los campos del sur, las poblaciones obreras llenas de empuje social, ganas, identidad. Para después caer al fondo de la muerte, del aplastamiento. Recuerdo las «Punto 30» encima de la población La Bandera, La Pincoya, La Victoria. También recuerdo el heroísmo más grande conocido en Chile, o más bien desconocido, luchar, entregar un papel, hacer una reunión encima del Comando Conjunto, de la AGA, de la DINA. Todo estaba infiltrado, lleno de sapos en los barrios, oficinas, liceos, escuelas: Todo. Fíjate que asesinaron a casi 1000 miristas, 900 militantes comunistas, 700 o más socialistas ¿Te das cuenta? Amén de miles de dirigentes sociales, campesinos, mujeres, niños. Los crímenes más grandes de Chile y por debajo la derecha repartiéndose todas las empresas nacionales, Endesa, Chilectra Telefónica, Lan, que se habían formado con don Pedrito Aguirre el año ’38, con el Frente Popular, los Fondos Previsionales de los trabajadores, todo a los bolsillos de la derecha. La vida son los intereses. No iban a soportar perderlos, menos los EEUU. No le doy a nadie vivir esos 17 años. Pero también de aquella época salieron héroes, ejemplos para reconstruir la moral de Chile.

 

Los personajes son todos reales en tu novela, muchos conocidos públicamente, ya en el plano literario o político ¿Te has seguido comunicando con ellos en estos años?

Los personajes son imaginarios, pero yo usé el nombre de mis amigos. Claro que a más de alguno no le gustó. Te cuento, por ejemplo, que el Chico Martínez fue acusado en Francia de asilarse sin permiso del partido. Y Martínez, al llegar de paseo a Chile desde Canadá, se indignó. Me dice: «Mira guevón, yo me fui con permiso del Partido». Pero si son ficciones le digo. Ah, fíjate que Martínez me dejó al irse sus clases en el Liceo de Renca el año ’74. ¿Te fijas? Entre nosotros hay mucho juego, gueveo, burla, chacota en buena. Es la onda de los años del Peda. La amistad no la rompe nadie.

 

Al parecer las nuevas generaciones no tienen conciencia de lo terrible del Golpe y sus consecuencias, de la intensidad del dolor de quienes sufrieron en carne y hueso la persecución, cárcel, tortura, exilio ¿Qué piensa de esto?

Es así, desgraciadamente, son 17 años en manos de los grupos económicos Matte, Claro, Edwards, Angelini, Lucksic, Paulman; ellos se quedaron con la televisión y métale huequeo, farándula, telenovelas tontas, noticiarios llenos de asaltos, crímenes. A nuestra sociedad vapuleada, aterrorizada, le «hicieron la mente» como dice el huaso. Y después la tecnología de la computación, el celular, todos pegados al celular y qué maravilla la sociedad de consumo, con grandes ofertas y préstamos, tarjetas. La gente se fue formando 17 años en esa. A pesar de ser explotados muchos dicen: «endeudarse es la única manera de tener, la única». Quieren zapatillas última moda, celulares conectados a Internet, autos, etcétera. Se formó una sociedad sin valores, sin solidaridad, individualista y consumista a matarse. Salvo, por cierto, la gente con su poco de conciencia y que ha tenido tradición militante.

 

La alegría prometida por la Concertación llegó sólo para algunos privilegiados ¿Crees que algún día podrán cambiar las cosas y los chilenos recuperen todo lo que les fue saqueado?

Veinte años de Concertación y amarres, buscando la gobernabilidad con la derecha en los gobiernos DC. Después, Lagos y Bachelet, socialistas, no quisieron enfrentarse tampoco con la derecha, aceptaron la sociedad de consumo y no quisieron fortalecer la participación del pueblo. Veinte años huecos más 17 de atroz aplastamiento.

Mucha gente que esperaba, ingenuamente, algo de la Concertación hoy dice: «No se puede esperar nada de estos gobiernos, es el pueblo el que debe empujar, salir, darle». Pero hay problemas, dispersión. Fíjate, por ejemplo, que la CUT, no tiene ni el 20% de los trabajadores sindicalizados. La sociedad de consumo es muy fuerte con su oferta. El deseo de tener. Y van apareciendo objetos y más objetos diferentes para atrapar el deseo del habitante, competir, ser más. Falta que Chile se redescubra a sí mismo. Hoy es como un gallo hueco, enajenado, que no le importa nada.

Yo creo que habría que trabajar duro, reeducar a las poblaciones, juntas de vecinos, que participen, que hablen, se metan en su verdadera realidad, que no es solo tener. Hay que luchar contra la maldita droga, que el pueblo tome conciencia de sí mismo y se ponga las pilas. Yo no quiero por el momento ningún socialismo, pero si que los millones de personas que ganamos entre 150 y 500 lucas, el 70% de los chilenos tomemos conciencia de que hay que luchar, tener otra música, otra tele, otra historia, otro ser. Somos los herederos de la gloriosa Unidad Popular, que hizo la reforma agraria, nacionalizó el cobre, levantó la educación, el arte, la música, la unidad, con afecto y compañerismo. Ese es el camino.

Publicada en revista Punto Final Nº 802, año 48 / abril 2014