La firma del acuerdo de agosto en la Habana, entre el gobierno colombiano y las FARC para la terminación del conflicto social armado de Colombia; ha abierto una nueva situación política y social en el país. Una nueva cualidad que pocos han captado en su verdadero tamaño, arrastrados o empujados por la inercia de décadas […]
La firma del acuerdo de agosto en la Habana, entre el gobierno colombiano y las FARC para la terminación del conflicto social armado de Colombia; ha abierto una nueva situación política y social en el país. Una nueva cualidad que pocos han captado en su verdadero tamaño, arrastrados o empujados por la inercia de décadas de Hegemonía absoluta de los medios de comunicación y de los formidables Aparatos Ideológicos de Estado (AIE), como la Iglesia, la Escuela y el bipartidismo liberal conservador; tradicionalmente empeñados en mostrar el espantoso conflicto interno colombiano como una lucha a muerte, o cruzada religiosa triunfante entre el Bien y el Mal.
A la cual muy pronto se le sobrepuso sincréticamente, el binomio ideológico estadounidense que soportó la guerra fría: la contradicción insoluble entre comunismo con su degeneración burocrática y la democracia bipartidista representativa en su versión estadounidense, como únicas opciones civilizatorias y que la vida misma se ha encargado de demostrar no eran las únicas, en el largo camino humanista de lograr la Democracia directa y popular como la descrita por Marx en 1781, en la Comuna de Paris.
Hay un desconcierto frente a algo inesperado y ante lo cual muy pocos estaban preparados, como es la búsqueda de una vía política para la finalización del conflicto (opuesta antagónicamente a la vía militar), porque el triunfo militar sobre el diablo siempre se dio por descontado. Y así como la semana pasada se vio una verdadera eclosión de agendas paralelas e individuales, a la signada en la Habana, hoy desde los mismos medios de comunicación, convertidos en un baluarte irreductible del nacional catolicismo de la oligarquía colombiana, se pasa a imponer la matriz mediática encaminada a exculpar de su responsabilidad directa en origen y gestación del conflicto interno a la clase dominante colombiana, quien desde hace 200 años DIRIGE los destinos del llamado Estado colombiano y que desde sus inicios en 1830 recurrió al uso del Poder del Estado para hacer política y resolver contradicciones sociales o políticas por la vía militar.
Lo atestigua el hecho histórico infame de 9 guerras civiles en el siglo XIX, la guerra de los mil días concluida al iniciar el siglo- XX- cambalache, la masacre de las bananeras en 1928, la violencia bipartidista del 1946, el sucesivo exterminio gaitanista, los bombardeos militares en los llanos y en el Tolima en 1954, y, diez años más tarde, el ataque aero-trasportado del Plan Laso de los EEUU sobre 48 campesinos comunistas de Marquetalia, con el consecuente surgimiento de la guerrilla resistente de las Farc y su prolongación con sucesivos planes norteamericanos de exterminio y expansión geoestratégica, hasta el día de hoy.
En breve: desconocer, ex profeso, la sangrienta realidad histórica colombiana y, la violencia militarista ejercida desde el Poder del Estado con la carátula de la legalidad y la derrota del diablo, para continuar justificando la impunidad secular característica.
Ante la nueva realidad (de la cual hay que partir) azorados le preguntan al frio asesino jugador de póker ¿Vamos a negociar con el diablo? Y reciben como respuesta, el eco de su angelical pregunta: «Donde el diablo Mora». No les cabe preguntarse ¿Se pactará el fin del uso secular de la violencia militarista, ilegal e ilegítima, ejercida desde la cúpula del Estado contra las gentes del común satanizadas de antemano? No. A lo sumo recurren al revisionismo histórico y perestroiko ruso, para imaginarse un celestial postconflicto sin narco- para- militares, y sin organizaciones de izquierda que reclamen la tesis leninista de las variadas acciones de masas en su resistencia unitaria contra el exterminio y el terror decretado y ejercido desde la cúpula militarista del Poder central.
«Yo ordené eliminar matar a Alfonso Cano a pesar de que él inició las conversaciones de paz» dice exultante con frialdad de asesino JM Santos, desde su podio privilegiado en EEUU este 25.09.2012. Bien asesorado, el tahúr pretende continuar aterrorizando a sus adversarios, advirtiéndoles que con la misma frialdad con la que dio la orden «eliminar» a Alfonso, puede pararse de la mesa de diálogos de la Habana, cuando en su fuero lo considere conveniente. Para eso ya también ha metido la basa mentirosa de que, si las conversaciones fracasan, él es el único responsable de lo que suceda.
Miente JM Santos una vez más. Si las conversaciones fracasan la negra noche reaccionaria y regresiva que envolverá a Colombia será responsabilidad de todos los colombianos que no fuimos capaces de rodear desde la calle, esa mesa de paz con suficiente decisión hasta permitir que Santos en un pase ligero de manos, se apropie de la responsabilidad de patearla cuando el juego que pactó no le sea agradable.
Esa debe ser nuestra respuesta al traicionero puñal del jugador de póker sangriento, y nuestro mayor homenaje al sacrificado comandante Cano, buscador infatigable de la paz para Colombia: Rodear en calles y carreteras la mesa de diálogos de paz de la Habana, insistiendo en las reformas estructurales que la sociedad necesita y, recordando siempre la verdad de la Historia sangrienta de Colombia; hasta que el ejercicio del Poder del Estado vuelva a ser legal y legitimo y democrático. No un baño militarista de sangre impuesto con terror desde las alturas.
(*) Alberto Pinzón Sánchez es médico y antropólogo colombiano.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.