Era previsible que tarde o temprano Semana iba a prescindir de la pluma libre, independiente y aguda de Daniel Coronell, como seguramente seguirán cayendo otras voces que incomoden en los nuevos horizontes que se avizoran para la otrora gran publicación.
Coronell venía herido de muerte desde cuando lo sacaron hace unos meses e ingenuamente aceptó retomar su tribuna cuando era evidente que lo ejecutarían en la primera oportunidad, como ocurrió. La forma en la que procedió la revista expulsando al gran columnista fue sencillamente grotesca y por supuesto inmerecida con él, pero también con los lectores. Luego de que Coronell escribiera una columna en la que dejó al descubierto la manera sucia y antiética como Semana había propiciado una represalia noticiosa contra otro medio de comunicación, en vez de dar explicaciones convincentes que todavía no ha ofrecido, a sombrerazos sacaron al comunicador. No lo hizo el director, Alejandro Santos, sino la gerente, una exministra uribista y reconocida militante del Centro Democrático. Mala seña, tanto de la portadora del agresivo mensaje, como del lánguido papel de quien como director del medio se dejó pisotear en silencio y consintió lo que moralmente debió haber merecido al menos su público repudio, ya que no sabe conjugar el verbo renunciar.
Sin quererlo, le han hecho un gran favor a Coronell porque lo han puesto a salvo de seguir participando de un medio que está recorriendo algo parecido al hundimiento del Titanic, solo que cuando eso ocurra, porque va suceder, no tendrá las luces encendidas ni la acompañarán el boato y la grandeza de antaño.
Pero el problema, siendo eso grave y lamentable, no es que tengamos que privarnos de leer a Daniel cada ocho días, porque conociéndolo estoy seguro de que no lo silenciarán fácilmente. Claro que hará falta, pero el asunto no se reduce a la expulsión brusca de un columnista, ni a la renuncia enhiesta de su colega Daniel Samper Ospina, sino al deterioro de lo que está sucediendo en Colombia con los medios, todo auspiciado por el gobierno de turno.
En efecto, no es fortuito ni simple casualidad que apenas fue notorio que el afortunado heredero de una poderosa familia de empresarios se hizo a buena parte de las acciones de Semana, empezó el drama. Eso solamente puede deberse a que la parte editorial e informativa de la revista está peligrosamente mezclada con la comercial o, lo que es peor, sometido lo periodístico a los gustos, preferencias e intereses políticos de quien no es periodista, ni lo será, sino un hombre de negocios. Por eso suprimieron Arcadia, una publicación cultural que había ganado merecido lugar de reconocimiento y preferencia entre los exclusivos amantes de estas disciplinas.
Es allí donde está el cáncer que sacude los medios. No es solamente que los potentados económicos se estén apoderando de los medios, sino que quieran hacer parte de lo que informan u opinan los verdaderos periodistas. Ese experimento siempre fracasa. Cuando un empresario se extravía en medios, ambos pierden, pero sobre todo los ciudadanos destinatarios de esa amalgama peligrosa. No es el caso de El Espectador que, si bien pertenece a la familia Santo Domingo, esta jamás se ha aparecido en su sala de redacción.
Aquí no parece que nadie haya tomado conciencia de que estamos asistiendo a un proceso lento de desmantelamiento de los medios. Muy pocos periodistas se han alarmado con esta situación de deterioro paulatino pero seguro, porque inclusive los hay que sindican de apátridas a quienes osan criticar este gobierno que sigue extraviado y empeñado en perseguir. Sí, estas decisiones decapitando columnistas que no se arrodillan no le resultan indiferentes al actual gobierno, que solo soporta los aplausos y la lisonja de sus comunicadores de cabecera. Esto no va a parar solamente con la airada expulsión de Coronell, porque apenas está empezando.
Adenda. Insólito, por decir lo menos, que ante la falta de noticias la justicia espectáculo impute al alcalde de Popayán por falsedad ideológica, cuando el único delito que allí se ha cometido es en el que habrían incurrido en la Casa de Nari, pues para complacer al subpresidente Duque revelaron información que no debieron divulgar. ¡Qué lambobería!