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El proceso de paz

Fuentes: Corriente Alterna

Hay una izquierda que parece no querer enterarse de lo que está ocurriendo en este país. Es una izquierda * que vive atenazada entre la nostalgia de la ruptura que no pudo hacerse en el 77, la mitificación de la resistencia popular en Euzkadi y la obsesión por las maniobras de «recuperación – instrumentalización – […]

Hay una izquierda que parece no querer enterarse de lo que está ocurriendo en este país. Es una izquierda * que vive atenazada entre la nostalgia de la ruptura que no pudo hacerse en el 77, la mitificación de la resistencia popular en Euzkadi y la obsesión por las maniobras de «recuperación – instrumentalización – neutralización» de la socialdemocracia y sus agentes en el seno de los movimientos sociales. Y de lo que no se entera, lo que está ocurriendo en este país es la puesta en marcha de un proceso de paz entre la izquierda independentista vasca y un gobierno del Estado aupado al poder por un movimiento de rebelión democrática contra la guerra y la deriva autoritaria del anterior gobierno de derechas.

Un gobierno por tanto investido en origen con una legitimidad que ha ido renovando en su proceso político en el que, a la extensión de los derechos civiles (matrimonio gays) sociales (leyes de dependencia, igualdad, etc) y políticos (reforma de los EE.AA. en el camino de superiores cotas de autogobierno) se une ahora una iniciativa política que podría acabar -ó ponerse en la senda de hacerlo- con un conflicto nacional secular al tiempo que hace posible procesos de descrispación que tendencialmente y a medio plazo sólo pueden favorecer a la izquierda anticapitalista en la totalidad del Estado español.

Así parece haberlo visto desde luego la izquierda abertzale que no esta dudando en apuntalar con todos sus medios este difícil proceso de paz, acatando las reglas y las instituciones del Estado. Para poner fin a un conflicto legado por el centralismo borbónico y las dictaduras militares de Primo de Rivera y Franco, y que pesa como una losa en el proceso histórico de construcción de la democracia.

El gobierno del PSOE ha diseñando un proceso de paz «en frío» con una componente fuertemente técnica y orientado a una conclusión en la que ETA confiese su derrota y la izquierda aberzale acate la Constitución y las «reglas del juego democrático», terminando así con la única anomalía del idílico cuadro constitucional del que con razón se consideran hacedores. Es la metodología que nos enseñaron sus mayores durante la transición: la desmovilización social, la atribución de la gestión de los procesos (en este caso, de diálogo) a las elites políticas hoy institucionalizadas, la tecnificación del propio diálogo. El objetivo es bastante evidente: minimizar los aspectos instituyentes inherentes al proceso, ese «comenzar de nuevo» que asociado al proceso de paz, presenta sus logros como el resultado del funcionamiento mismo de las instituciones. A la izquierda antagonista le interesa lo contrario, le interesa que el proceso de paz sea también un proceso de diálogo societario en el curso del cual puedan superarse los efectos perjudiciales de los prejuicios nacionalistas, en muy buena medida abonado por los sectores más reaccionarios.

De ese proceso de diálogo debería salir, entre otros resultados, la posibilidad histórica de un espacio de encuentro y cooperación entre las izquierdas antagonistas del Estado español, una vez que el factor del terrorismo (ó de la lucha armada) dejó de suponer un muro insalvable para ese entendimiento. A lo largo de décadas han sido muchas las ocasiones en que objetivamente hemos podido coincidir y no hemos podido expresar esa coincidencia por la existencia del factor ETA. En los momentos de más agudo desencanto algunos militantes honestos han entendido que la izquierda abertzale era la única posición consecuente de resistencia a lo que ellos consideraban continuidad de la política de opresión del franquismo renovado de la monarquía parlamentaria.

De forma esporádica pero siempre minoritaria y debiendo sufrir la incomprensión (cuando no algo peor) de la izquierda del sistema, sectores de la izquierda antagonista se han esforzado por mantener abiertas, primero, las posibilidades mismas de información y conocimiento frente a tanta desinformación y manipulación mediática; y luego, las posibilidades de diálogo con la izquierda abertzale, así como la contribución a una salida dialogada del conflicto. Es esta, desde hace años, la única alternativa real a la derrota policial y la criminalización de la izquierda abertzale, aspiración compartida por el PP y sectores nada despreciables del PSOE.

Ahora son otras las condiciones. Quiérase ó no la existencia del diálogo ha de tener algún tipo de efectos sobre la escena política y sobre el propio régimen político. Hablando con ETA el gobierno contribuye a modificar su morfología, por ejemplo en una dimensión tan importante como la configurada por el Tit. VIII de la Constitución. Hablando con ETA, normalizando la participación de la izquierda abertzale es inevitable desbordar los límites del concepto de autonomía posible consagrado en el art. 137. Y el hecho -no el principio que es abstracto, el hecho- de la autodeterminación encuentra un camino práctico para un despliegue histórico efectivo que tomará las formas que tome pero que tiene que afectar sustancialmente a la forma y las funciones y el papel histórico del Estado español.

El proceso de paz no puede, entonces, ser indiferente a la izquierda antagonista. Puede y debe convertirse en uno de los motivos principales de su discurso en esta etapa. Las movilizaciones por la anulación del proceso 18/98 deben inscribirse en una iniciativa ciudadana en apoyo del proceso de paz. Una iniciativa que en modo alguno pueda ser vista como apoyo, ni siquiera tácito, al Gobierno.

Pretende por el contrario, desarrollar las condiciones contrarias a la pretensión gubernamental de gestionar y resolver el proceso de paz en frío. No se trata de levantar un movimiento «antifascista» ó de «unidad de la izquierda» para contestar a las movilizaciones de la derecha, por lo demás en una senda sediciosa y fascistoide. Se trata, por el contrario de contribuir a la construcción de un espacio político en el que sea posible hablar de la paz y la solución del conflicto «desde la izquierda», desde la voluntad de superación del orden del capitalismo global. Enlazando, por tanto, el proceso de paz con los grandes retos que tiene planteados la izquierda antagonista, a saber: 1) la definición de un modelo alternativo económico orientado a la satisfacción de necesidades sociales y basado en la participación y la planificación democrática y respetuoso con los procesos ecológicos esenciales, 2) la apertura de un proceso constituyente de un espacio político para la convivencia en el Estado español y en Europa, 3) la construcción de una alianza global para combatir la colonización total de la vida en el planeta por el imperio de la mercancía, la guerra y el imperialismo hoy encarnado fundamentalmente por el imperio militar USA.

* Es una izquierda. No se le puede negar esta ubicación geopolítica por muchas discrepancias que tengan con ella y por mucho que alguno de sus representantes se empeñe en negarle ó negarnos esta condición a los demás.