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El profesionalismo del ejército chileno

Fuentes: Rebelión

El desastre ocurrido en Antuco en donde más de 40 conscriptos del ejército de Chile perdieron la vida por la irresponsabilidad de sus jefes me trae a la memoria otros hechos y otros tiempos en los que este ejército era más pobre en medios, con menos recursos económicos, pero mucho más profesional, aunque su esencia, […]

El desastre ocurrido en Antuco en donde más de 40 conscriptos del ejército de Chile perdieron la vida por la irresponsabilidad de sus jefes me trae a la memoria otros hechos y otros tiempos en los que este ejército era más pobre en medios, con menos recursos económicos, pero mucho más profesional, aunque su esencia, la de ser un aparato del Estado al servicio de la clase dominante era la misma que la de hoy. Pero en aquella época este ejército todavía no abandonaba el principio de ser un ejército de carácter nacional y en que sus unidades de montaña estaban dirigidas y mandadas por oficiales con un alto grado de preparación, incluso en escuelas de montaña de Europa, como el caso del Coronel Cantuarias a quién conocí personalmente. Este oficial, un hombre exigente, pero que predicaba con su ejemplo personal, especialista en montaña y además con cursos en la Escuela de Montaña del ejército de Italia (Una de las mejores de Europa) estuvo en contra del golpe militar de Pinochet y , por esa razón, fue ejecutado, aunque los partes entregados por Pinochet hablasen de un «suicidio». Puedo afirmar que eso es falso. El coronel Cantuarias era un hombre duro, no era quién pudiese quebrarse y ser llevado al suicidio. Otro hombre de aquella época fue el Coronel Canut de Bon. A él le ocurrió algo similar a lo que pasó en Antuco. Una tormenta de nieve inesperada los sorprendió a toda la Escuela de Montaña (En la cual era director) en la cordillera y Canut de Bon al mando de su unidad y a la cabeza de ella, condujo toda su tropa al refugio sin perder un sólo hombre, aun cuando a varios soldados y a un teniente, hubo que amputarles varios dedos de los pies por habérseles congelado y gangrenados. A favor de Canut de Bon, no como una disculpa, puedo agregar que en aquella época no existían como hoy todos los medios técnicos que ahora se disponen para pronosticar el tiempo y el peligro de posibles temporales con mucha exactitud.

Canut de Bon no era muy aceptado por los oficiales porque era tan exigente, que cuando llegaba un camión con víveres o fardos de pasto para el ganado caballar, solía ir al casino de oficiales y decirles: «señores pónganse su ropa de trabajo porque vamos a ir a descargar los camiones». Y él daba el ejemplo tomando en sus hombros el primer saco o el primer fardo de pasto. Esos eran los hombres de montaña de esos tiempos. También tengo que recordar al mayor Lavanderos, que fue mi jefe y amigo, también un oficial de montaña, un hombre afable y amistoso, y respetuoso con sus soldados. También fue muerto por los esbirros de la Junta militar por haber soltado del estadio nacional a un grupo de mujeres uruguayas que estaban exiliadas en Chile y las que ya habían pasado por situaciones horribles en su propio país. Estos oficiales no pueden compararse con un Marcelo Moren y todos los de su calaña. Por eso no se puede meter en un mismo saco a todos los oficiales del ejército como una tr opa de criminales y enfermos mentales.

Pero esos oficiales, aun cuando eran parte de una institución al servicio del sistema, no estuvieron comprometidos en los crímenes que ocurrieron en Chile a partir del 11 de septiembre de 1973. Eran, después de todo, profesionales, como debe ser todo oficial que asume la responsabilidad de dirigir y de entrenar a hombres para defender su territorio en caso de una conflagración. Y ¿qué sucedió con ese ejército y su profesionalismo? Lo hundió Pinochet. Lo transformó en una institución de sádicos y de psicópatas que en vez de «servir al pueblo», se pusieron al lado de la burguesía chilena y del Imperio. La devolución de una gran parte de las tierras que fueron entregadas a los campesinos durante el gobierno de Allende, e incluso durante el gobierno de Frei, a los terratenientes, los cuales habían sido remunerados por esos gobiernos y el hecho de que no devolviesen ese dinero al estado es también parte de esa política pinochetista y de los institutos armados de servir a la clase dominante.

Por último, para no alargarme demasiado quiero pronunciarme sobre los hechos de Antuco. En el viejo ejército era una regla y una práctica muy antigua, de que los conscriptos tenían que pasar por un periodo de reclutas de tres meses antes de ser llevados a ejercicios en la montaña. Incluso lo más importante, era las prácticas -en zonas cercanas a los refugios- de sobrevivencia en la montaña y en la nieve, antes de realizar el entrenamiento de esquiar y de marchas con raquetas sobre la nieve. Esa práctica, por lo que veo, no existe ahora en las unidades de montaña.

Me pregunto si es que los oficiales que mandaban el batallón, y en especial la compañía y los pelotones eran oficiales aptos y con conocimiento, no sólo teórico, sino práctico en el trabajo en unidades de cazadores de montaña. Si a esa unidad fueron destinados oficiales sin preparación para las actividades de montaña, es responsabilidad también, de la Dirección del Personal del ejército, por haber actuado con un criterio desacertado y burocrático. Espero que a los responsables se les lleve a juicio por la responsabilidad que les cabe a todos ellos en este lamentable suceso. Espero también, que este ejército, al menos, vuelva a los cauces de la civilidad y del respeto a los derechos humanos que perdieron desde que Pinochet lo sacó de su profesionalismo y lo transformó en una herramienta política y de represión al servicio de los ricos, y que manchó con sangre del pueblo chileno a todos los oficiales por igual. No creo que hombres como Lavanderos y Cantuarias se habrían sentido orgullosos de la última guerra que llevó a cabo este ejército: «la guerra contra el pueblo chileno».