Recorrer el territorio mapuche a ambos lados de la cordillera de los Andes, en el extremo sur del continente americano, evidencia realidades sistemáticamente invisibilizadas. Ocultas, en este caso excepcional, no por trescientos años de colonización española, sino por la conquista de este territorio en los últimos ciento cincuenta. Pero ese mismo recorrido permite también descubrir […]
Recorrer el territorio mapuche a ambos lados de la cordillera de los Andes, en el extremo sur del continente americano, evidencia realidades sistemáticamente invisibilizadas. Ocultas, en este caso excepcional, no por trescientos años de colonización española, sino por la conquista de este territorio en los últimos ciento cincuenta. Pero ese mismo recorrido permite también descubrir un poco de la burda manipulación que sobre la imagen del pueblo mapuche han tejido en las últimas décadas los intereses de las clases políticas y económicas de Argentina y Chile, como estrategia ante su permanente resistencia.
Este pueblo indígena extiende su territorio históricamente desde el océano Atlántico hasta el Pacífico, Y la cordillera andina, si bien divide a los estados nación antes citados, vertebra al mismo tiempo la realidad política y social de este pueblo del extremo sur continental. Otra característica es que, salvo los pueblos que en las selvas se han mantenido en aislamiento voluntario con respecto a la mal llamada «civilización», el pueblo mapuche perdió su independencia política hace apenas 150 años. La colonia española nunca pudo ocupar estos espacios y se vio obligada a firmar diferentes tratados de nación a nación que reconocía la soberanía de este pueblo. Serán precisamente los estados chileno y argentino y sus élites militares y económico-políticas las que a finales del siglo XIX coordinarán sus esfuerzos por acabar con esta singularidad dentro de la América Latina ya independizada de las metrópolis europeas. Las campañas militares desarrolladas serán llamadas como de «pacificación de la Araucanía» en el lado chileno, y de «conquista del desierto» en el argentino, expresando en esa denominación la visión ideológica de conquista de nuevos territorios ignorando, asimilando o eliminando a aquella población que había resistido la colonia española y más de medio siglo de la vida de las nuevas repúblicas ahora independientes.
Por todo lo anterior, se puede afirmar que el recuerdo de la independencia y soberanía perdida está muy presente en la mente del pueblo mapuche. Y esto permite entender mejor el gran desarrollo que en las últimas décadas se ha dado en el reconocimiento y reafirmación de la identidad de este pueblo, así como en la demanda del cumplimiento y ejercicio que le corresponde como tal, según los instrumentos internacionales de derechos humanos, tanto respecto a los individuales como a los colectivos.
Posiblemente es esta realidad la que permite entender mejor lo inconclusas todavía de las llamadas transiciones a la democracia de estos dos países latinoamericanos. El tránsito de salida de las dictaduras militares, que tanto debe al modelo español, adolece también como éste de no haber resuelto el problema de los derechos políticos que corresponden a las naciones sin estado, en este caso especialmente al pueblo mapuche. Y tal y como explica José Bengoa, filósofo e historiador chileno, este irresuelto problema pone en evidencia todavía hoy «el cuestionamiento del estado, de su homogeneidad, de su unidad, de su impotencia en considerar las diversidades históricas».
Pero al problema político, en estas últimas décadas de neoliberalismo y extractivismo incontrolado, se han sumado el económico y social. En el lado chileno, entre la cordillera y el mar el avasallamiento del territorio pasa por el expolio de éste que supone la construcción continua de hidroeléctricas y, especialmente, el desarrollo salvaje e incontrolado de la explotación forestal. Y todo ello desconociendo derechos básicos como el derecho a la tierra y el territorio o el de consulta, tal y como reconocen los tratados y convenios internacionales firmados por las autoridades chilenas. En este espacio los procesos de pérdida territorial llevan a que las comunidades mapuches se vean reducidas a pequeñas islas en las que la sobrevivencia económica se hace imposible. Explicaría esta situación en gran medida el hecho de que de prácticamente el millón de mapuches existentes hoy en Chile, el medio rural acoge a escasos doscientos mil, mientras la mayoría se ve obligada a emigrar a los centros urbanos, en especial la capital, Santiago.
En Argentina, el modelo económico aplicado es igual. La frontera extractiva en este otro lado de la cordillera avanza centrada en el sector hidrocarburífero, donde además ya se trabaja con técnicas tan peligrosas como el fracking, pese a la oposición del pueblo mapuche.
Será este contexto de violación sistemática de los derechos colectivos de este pueblo, donde se produce una nueva caracterización del problema, ya aludido al principio de este texto; la manipulación sistemática de la imagen del pueblo mapuche. En Chile, pese a la simpatía y solidaridad que sus reivindicaciones despiertan en gran parte del movimiento social de este país, los medios de comunicación y las élites económicas y políticas, han extendido la imagen de un pueblo terrorista y delincuente. Cierto es que la espiral de violencia ha ido creciendo en los últimos años en un continium de desconocimiento de derechos, explotación del territorio, empobrecimiento de comunidades, imposibilidad de desarrollo agrícola de éstas y visión continua de la salida de la riqueza propia de sus territorios en el entendimiento exclusivo de éstos como espacio de explotación de recursos por parte de las empresas.
Al mismo tiempo, la quema de fincas y maquinaria forestales, así como la ocupación de tierras en un intento de recuperación territorial, siempre ha traído consigo la represión del estado como respuesta a las reivindicaciones y en clara sintonía y protección de los derechos individuales de los empresarios. Y, como se señalaba anteriormente, todo ello en acordada estrategia con los principales medios de comunicación masivos, las continuas campañas represivas van acompañadas de otras en las que se pretende extender la idea del pueblo mapuche como terrorista y delincuente. La consecuencia humana más evidente de esta situación es la existencia de muertos, heridos, así como de constantes procesamientos judiciales y la evidencia mayor de casi una veintena de presos políticos mapuches en las cárceles chilenas.
Por último y como derivada de todo lo anterior, se subraya un hecho sintomático más de la cuestión mapuche. En Chile, el proyecto de reforma constitucional que debería reconocer a los pueblos indígenas lleva casi veinticinco años, desde los primeros momentos de la llamada transición a la democracia, olvidado en el congreso. Y tanto en este país como en el del otro lado de la cordillera, se produce un sistemático desconocimiento de los derechos fundamentales reconocidos en instrumentos internacionales como el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) o de la Declaración de Naciones Unidas de los Derechos de los Pueblos Indígenas; de forma especial en todos aquellos que aluden al derecho a la consulta ante actuaciones en sus territorios y al derecho de libre determinación de estos pueblos.
En suma, las transiciones a la democracia están aún inacabadas en Chile y Argentina y la existencia y demandas de reconocimiento y ejercicio de los derechos colectivos del pueblo mapuche así lo evidencian.
Jesus González Pazoses miembro de Mugarik Gabe – Pais Vasco
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