Crear las condiciones para arrancar mayores concesiones políticas a las insurgencias o ganar tiempo con la guerra de exterminio contra el pueblo Colombiano para así revertir al máximo un proceso de paz digno, son las decisiones del imperialismo, la oligarquía y el paramilitarismo, que pretenden mantener eternamente a los movimientos sociales criminalizados, o en la […]
Crear las condiciones para arrancar mayores concesiones políticas a las insurgencias o ganar tiempo con la guerra de exterminio contra el pueblo Colombiano para así revertir al máximo un proceso de paz digno, son las decisiones del imperialismo, la oligarquía y el paramilitarismo, que pretenden mantener eternamente a los movimientos sociales criminalizados, o en la ilegalidad, pero con la retórica de lo avanzado con l@s miles de rebeldes, pero sin que el Estado se decida a parar el crimen y terror contra el pueblo, argumentando, -eso si-, avances, o que «el fin del conflicto está muy cerca», o muy «próximamente» que el tema militar está casi terminado» etcétera.
Mientras, -en realidad-, el tema de la solución política esta minado, crece de lado del Estado una nueva guerra paramilitar bestial, cientos de asesinatos de líderes sociales dejan ver rostro de la paz del poder y sus mercenarios que evidencian con su siniestro andamiaje la violenta destrucción económica, social y ecológica del país; la paz empresarial e imperial, -se mantiene – en el túnel dialogo-negociación-, generando ilusiones y desilusiones; una guerra que no acaba; lacayos y gringos exigen unilateralmente el desarme, la concentración y desmovilización de l@s revolucionari@s, para poner «fin al enfrentamiento armado», -claro- esto lo dice el Estado en abstracto, con una especie de juego de apariencias, que muestra intransigencias y retrocesos del gobierno en la mesa (las mesas), mientras, para las mayorías en las calles, la paz y el poder son diferentes, y no solo «pingues» reformas dentro del sistema dominante, que mantiene intacto e impune el modelo económico, a los escuadrones de la muerte del ESMAD, el narco-militarismo dentro de las fuerzas armadas del régimen, la corrupción, y al país con el idéntico sistema judicial o electoral, legitimados por los medios de comunicación de las clases dominantes, que sueñan con leyes de punto final, de «obediencia debida», coreadas por sus iguales, medios y gobiernos derechistas segundones, o con sus «afeites» para hacer cabalgar además la intervención yanqui contra Venezuela, Cuba, o Brasil o Bolivia.
Así las cosas, y si Estado e Imperio continúan siendo la encarnación de la barbarie contra la humanidad y la naturaleza, -por más teólogos del orden que tengan-, se tendrán que resolver dentro de la lucha de clases las grandes decisiones para una paz que no sea de factura gringa, vigilada por ellos, ilusoria; por una ,que ponga fin a la concentración de la tierra, de los fundamentales medios de producción, para edificar con la conducción revolucionaria del pueblo Colombiano, los cambios sociales , políticos, militares y culturales que exigen terminar con la máquina del guerra paramilitar del uribismo, el poder oligárquico, y conquistar la soberanía e independencia nacional con el Socialismo insumiso como proyecto histórico, que termine con las estructuras de explotación y dominación interna e imperial, que no anticipan una derrota histórica para el pueblo quien nunca capitulara, y que se niega con sus luchas y rebeliones a ser «pacificados», como a reproducir la barbarie del régimen e institucionalizar la guerra como cultura.
Entonces seguirá siendo el pueblo con su ímpetu insurgente quien se ponga al frente como clase en pos de la paz y de su emancipación real, y en los momentos que el capital intensifica su política recolonizadora violenta que destruye los derechos humanos y de los pueblos, tratando de imponer el fetichismo de sus nuevas paces, con su lógica de militarismo y despojo, o con el mito de su omnipotencia militar, de su dominación eterna y la leyenda de invencibilidad.
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