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El recolector de basuras, James y Shakira

Fuentes: Rebelión

Ciertos acontecimientos de la vida cotidiana, que suceden a nuestro alrededor, son cruciales, por lo que revelan sobre las cosas necesarias para que una sociedad -cualquiera que sea- funcione todos los días. Uno de estos acontecimientos ha sido la acumulación de basuras en la ciudad de Bogotá. Este hecho elemental de recoger la basura pone […]

Ciertos acontecimientos de la vida cotidiana, que suceden a nuestro alrededor, son cruciales, por lo que revelan sobre las cosas necesarias para que una sociedad -cualquiera que sea- funcione todos los días. Uno de estos acontecimientos ha sido la acumulación de basuras en la ciudad de Bogotá. Este hecho elemental de recoger la basura pone de presente la trascendencia, decisiva e incuestionable, de unos trabajadores nunca nombrados, como si no existieran, pero sin cuya labor silenciosa, anónima y despreciada por tirios y troyanos, no podría funcionar en forma normal una ciudad extensa y superpoblada como Bogotá. Sí, esos trabajadores, los recolectores de basura, los recicladores, los cartoneros son imprescindibles, sin ellos ninguno de nosotros podría habitar en Bogotá o en cualquier lugar en que se necesite recoger las toneladas de desechos que producimos, como parte de la lógica destructiva y contaminante que caracteriza al capitalismo. Sin esos recolectores, Bogotá apestaría (más de lo que hoy apesta), y las miles de toneladas dejadas de recoger producirían gases tóxicos y líquidos venenosos que en cuestión de semanas produciría una pandemia apocalíptica, que afectaría en forma fulminante el corazón y los pulmones de miles de personas, y frente al cual lo que se cuenta en El diario del año de la peste, la novela de Daniel Defoe (convertida en El Año de la Peste, la película de Felipe Casals, con guión de Gabriel García Márquez), sería juego de niños.  

Y sin embargo, pese a su importancia, en esta crisis de basuras -un anuncio y anticipo de lo que nos espera en el futuro cercano, inundados de basuras, en tierra y en mar- los trabajadores no son nombrados, a nadie le importan. Al respecto, en esta coyuntura de desaseo generalizado deberían hacerse cuestionamientos de fondo, relativos a las miserables condiciones de trabajo y de vida que soportan miles de seres humanos que desde las primeras horas del día salen a efectuar un trabajo duro, mal pago -si es que se les paga algún salario-, sorteando peligros diversos, que les pueden costar la vida a ellos y a sus familiares, por enfermedades y contaminaciones que resultan de tratar con desechos orgánicos e inorgánicos. Nadie quiere saber de la existencia de ese proletariado de la basura, puesto que solo importa que ellos quiten de nuestros ojos los desechos que producimos, los lleven lejos de nuestra presencia, sin interesar el destino de este enjambre de hombres, mujeres y niños que limpian nuestras calles.

Ese trabajo esencial de recoger basuras es uno de los peor pagos, hasta el punto que la misma basura, convertida en mercancía, vale más y se cotiza mejor que los trabajadores que la recogen, lo que se hace extensivo a un conjunto amplio de actividades labores. En suma, la mercancía basura resulta ser más valiosa, para empresarios como los hijos de Uribe Vélez, que los hombres, mujeres y niños que se desempeñan como recolectores de esa mercancía.

Con la crisis de las basuras en la capital de Colombia emerge la figura del recolector de basuras, que trabaja para la empresa Aguas de Bogotá (en proceso de liquidación) cuyos 3700 trabajadores van a ser despedidos por la administración del neoliberal Enrique Peñalosa, para concederle el negocio a sus amigos. A este personaje y a sus compinches, no les interesa ni la suerte ni la vida de esos miles de trabajadores, cuyo sustento depende de recoger basuras, una actividad sin la cual no podríamos vivir.

Los recolectores de basura de Aguas de Bogotá ven en peligro su futuro inmediato, porque tres mil de ellos, por lo menos, de la antigua empresas van a ser expulsados y no se les renovará contrato. Los otros miles de recolectores, la inmensa mayoría, que trabajan por su cuenta y riesgo, alcanzan escasamente un ingreso diario de 20 mil pesos (menos de diez dólares), por efectuar una labor de utilidad pública y social, sin la cual, hay que repetirlo, no sería posible habitar las inmensas urbes, como Bogotá.

Pero mientras esto sucede, a través de los medios de desinformación, y principalmente ahora por las redes antisociales, se difunden a todos los días y a toda hora chismes sobre la estrafalaria vida y derroche de los «famosos» (James Rodríguez, Falcao García y Shakira…), como si su existencia y las estupideces que a diario dicen o realizan fueran trascendentales para la vida de todos los colombianos, y sin las cuales no pudiéramos vivir. Mientras que los recolectores de basura son despreciados y tratados como delincuentes y criminales, los medios de desinformación masivos (empezando por los noticieros deportivos y de farándula) adulan a esos famosos, los cuales se han convertido en delincuentes de cuello blanco y de alta alcurnia, puesto que los mencionados arriba son, sin excepción alguna, evasores de impuestos, ladrones del fisco español, hasta el punto que uno de ellos, Falcao García, tuvo que pagar 6.5 millones de euros de multa. Si esa es la multa, no es difícil suponer la magnitud de su delito (que ameritaría cárcel de varios años) como evasor de impuestos y lavador de dinero en paraísos fiscales, que es el caso también de Shakira y de James.

Como muestra de la injusticia del capitalismo local y mundial, mientras que los recolectores de basura, quienes realizan una actividad necesaria para que siga funcionando la sociedad, se mueren de hambre o subsisten con los mismos desechos que recogen, los «famosos», cuya actividad es prescindible, innecesaria, parasita, ganan millones de euros en salario, por efectuar cosas que no tienen ninguna importancia esencial, de verdad, para la sociedad. Porque aparte de gustos de poco valor estético y de fanatismos ordinarios, una sociedad, cualquiera que sea, puede vivir sin las patadas del futbol de James o Falcao y sin los aullidos destemplados de una bailarina que a veces trata de cantar, como Shakira. Si estos dejaran de existir o de hacer lo que hacen, de ninguna manera eso representaría un colapso social, ni mucho menos. Pero con los recolectores y recicladores no sucede lo mismo: sin ellos, literalmente hablando, no podríamos vivir.

El culto a los ricos y poderosos conduce a creer que son estos los que serían imprescindibles, lo que evidencia que en el capitalismo de hoy lo que de verdad cuenta y vale tiene un precio inversamente proporcional a su valor real para la sociedad. Así, los recolectores de basura, con una función social de primer orden, valen menos que la basura que recogen, mientras quienes como Shakira y compañía desempeñan labores baladíes en términos del metabolismo material de la sociedad, obtienen ganancias aberrantes, que no se corresponden para nada con la nula importancia de lo que hacen. Por ejemplo, Falcao y James ganan en forma neta, libre de impuestos y deducciones, 750 mil euros al mes (esto es 2625 millones de pesos), mientras que Shakira recibe la friolera de 4 millones de euros al mes (133 mil euros cada día, equivalentes a 465 millones de pesos). Esta última cifra de los ingresos diarios de una persona como Shakira, cuyos cantos desafinados y movimientos morbosos bien pueden desaparecer y eso no representa ningún colapso social, corresponden a lo que un reciclador de basuras, suponiendo en forma optimista que devengue el salario mínimo mensual de hoy en Colombia (780 mil pesos, equivalente a unos 260 dólares), ganaría en 50 años. Así de injusto e irracional: el recolector de basura, esencial para todos nosotros, va a ganar en medio siglo, lo que una persona que no desempeñan ninguna actividad que sea importante para el funcionamiento real de una sociedad gana en un día, en 24 horas.

Aunque esto sea lo que existe en términos salariales, esa desigualdad demencial, no puede ocultar ni negar -como se ejemplifica en estos días de acumulación de basuras en Bogotá- que vale más para la subsistencia de una sociedad recoger basuras que dar patadas a un balón o entonar gritos estridentes. Como lo ha dicho el crítico literario inglés Terry Eagleton «buena parte de ese trabajo sucio y peligroso […] podría ser realizado por antiguos miembros de la familia real (inglesa)». A lo que podemos agregar, que el trabajo sucio, duro y peligroso de recoger basura debería ser realizado por todos nosotros, incluyendo a los «famosos» que no hacen nada importante en la vida, aparte de generar basura material y contaminación espiritual.

Por lo demás, a los trabajadores de todos los sectores, precarizados y explotados en forma intensiva como los recolectores de basura -convertidos en algo peor que la basura por el capitalismo- bien les cabe emprender una lucha organizada y colectiva con la actualización de la célebre formula del Manifiesto Comunista: «!Basuras del mundo, uníos!».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.