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El rector de la Universidad Diego Portales y el «capitalismo académico»

Fuentes: Rebelión

Desde las páginas editoriales de El Mercurio (10/04/2014), Carlos Peña conminaba al ministro de Educación a terminar con la «actitud de escucha» con los estudiantes, a adoptar en consecuencia una postura de «realismo» político para enfrentarlos en sus «expectativas» y, en su recurrente lenguaje religioso -pese a sus reiterados llamados al uso de la razón […]

Desde las páginas editoriales de El Mercurio (10/04/2014), Carlos Peña conminaba al ministro de Educación a terminar con la «actitud de escucha» con los estudiantes, a adoptar en consecuencia una postura de «realismo» político para enfrentarlos en sus «expectativas» y, en su recurrente lenguaje religioso -pese a sus reiterados llamados al uso de la razón argumentativa en el espacio público- el rector de la universidad privada se refería a la actitud de Eyzaguirre como propicia a estimular «el mal infinito».

¡Y vaya uno a saber qué entiende Peña por «el mal infinito»!

¿Se habrá dejado persuadir el rector en cuestión por el discurso de las autoridades de la PUC cuya «plenitudo potestas» les llega del religioso Estado Vaticano y ven en el Estado nacional laico (el que no subvenciona a las instituciones educativas religiosas sino que ofrece cursos de cultura religiosa -donde todas las confesiones son estudiadas por igual y de manera racional y objetiva- en sus escuelas públicas a sus futuros ciudadanos) el «mal infinito»?

No obstante las voladas esotéricas, el mérito de la columna del rector Peña en El Mercurio es el de poner las cartas sobre la mesa -las suyas y las de los empresarios educativos privados- en el debate acerca de qué proyecto educativo debe darse Chile.

¿Cuáles son los sacro santos principios neoliberales que, según Peña, el ministro Eyzaguirre debe defender en tanto que tecnócrata formado en la economía neoclásica y ex funcionario del Fondo Monetario Internacional (FMI), guardián emérito del funcionamiento del capitalismo globalizado?

Primero, dice Peña -con esa arrogancia propia de los que se sienten llamados a cumplir una misión en nombre de intereses superiores (que no son otros que aquellos de los dueños del capital interesados en invertir en el negocio educativo)-, es «imposible poner a la educación superior fuera del mercado». De esta manera, el comentarista mercurial, está erigiendo en dogma la creencia neoliberal que no hay derecho social que en las actuales condiciones económicas pueda ser gratuito, ofrecido directamente por instituciones del Estado y, sujeto, en este caso, al control democrático estudiantil, académico y de funcionarios de las casas de estudio.

Segundo: según él, todas las instituciones de educación superior e incluso las estatales están «condenadas hoy a competir» (de vuelta a los juegos de lenguaje religioso de Peña, y por algo será, diría Ludwig Wittgenstein …) en el mercado de la educación. El fatalismo de Peña, convertido en fanatismo enfervorizado por el mercado, sólo se entiende cuando se sabe a ciencia cierta que el rector no hace más que predicar por su parroquia. Es decir, por la universidad privada que funciona como empresa capitalista, pero utilizando subvenciones (sociales) del Estado. Ni tonto … es así como una elite burocrática, administradora de universidades privadas, se paga buenos sueldos con platas de todos, y de paso, como si no quiere la cosa, se auto legitima con «distinción» en el ejercicio del poder cultural.

Como bien sabemos, en las organizaciones con «gobernanza» capitalista y managerial no existe la democracia como método de elección de las autoridades, ni tampoco caben los procesos autogestionarios de administración y control. Es el modelo vertical de universidad que propugna el neoliberalismo. Exactamente lo contrario de lo que plantean los sectores más lúcidos del movimiento estudiantil chileno que exigen democratizar la universidad, rendirla accesible a todos por medio de la gratuidad universal, acercarse a las necesidades del pueblo y de sus organizaciones sociales y reconectarse con los ideales humanistas del conocimiento, concebido éste como una conquista de la humanidad entera y, por lo tanto, un bien común, libre, compartido y al servicio de la especie humana y no sometido a las lógicas depredadoras del capitalismo y de sus amos.

¿No se le exige acaso a un rector que tenga altura de miras, se empine desinteresadamente desde su torre de marfil y abarque de manera completa los problemas civilizatorios que enfrentan las naciones y entre ellos uno que urge, pero ignorado por las elites supuestamente ilustradas de la universitas chilensis: la crisis ecológica provocada por las lógicas depredadoras de la tecnociencia y el capital (producidas en los laboratorios y aulas universitarias); hoy explicadas y argumentadas hasta por la NASA? Acerca de esto, nada. Mutis por el foro … El productivismo cientista es, después del positivismo, el fondo ideológico de la academia científica ingenieril, biotécnica y neoclásica.

Tercero: El rector de la UDP no anda cortando un cabello en cuatro cuando se reclama partidario del «capitalismo académico» que orienta su propia versión de la universidad, es decir, de la aplicación de formas de competencia mercantiles entre las universidades (entre las privadas y entre estas y las públicas), entre sus unidades académicas y dentro de las mismas entre sus propios académicos para obtener fondos de investigación y/o de financiación por la empresa con fines de ganancia, es decir, vía transformación en bienes rentables privatizados, pero … pero que han sido financiados con el dinero social (los tributos que los empresarios chilenos no quieren hacer en nombre de la racionalidad neoliberal de la «inversión y el «crecimiento», retórica que oculta el acaparamiento en pocas manos privadas del producto y la riqueza social). Lo contrario de una concepción humanista de libre circulación del conocimiento socializado y no privatizado. Aún no se está ahí, pero para allá va el tranco.

¿Y qué nombra el llamado «capitalismo académico» del rector Peña?

Cabe, por supuesto, preguntarse si es tan «agudo» el rector de la UDP para inventar el concepto de «capitalismo académico» y así anotarse un poroto en el terreno del debate ideológico que mucho tiene que ver con la lucha por la hegemonía en sociedades capitalistas, con profundas desigualdades sociales y atravesadas por conflictos de clase (el que comienza a expresarse claramente hoy bajo la forma de un bloque de oposición de la clase empresarial y la ultraderecha (RN y UDI) a lo que son las tibias reformas de Bachelet y la N. M., escenario político de confrontación social en el que se inscribe también la postura del rector de la UDP).

He aquí una respuesta. Los investigadores y académicos universitarios franceses, Isabelle Bruno, Pierre Clément y Christian Dardot en la introducción a su libro La grande mutation. Neolibéralisme et éducation en Europe escriben: «Con la estrategia de Lisboa 2000, la educación es subordinada al mercado, conforme al modelo del «capital humano», que la OCDE ha adoptado. Empleabilidad o benchmarking -la puesta en competencia por medio de evaluaciones permanentes- son los conceptos dominantes de este proyecto político en detrimento del acceso igualitario para todos al conocimiento y un enfoque humanista de la cultura».

Así es, la OCDE no es una blanca paloma del desarrollo socio-económico como quieren hacernos creer gobiernos, medios tradicionales, políticos e intelectuales orgánicos del capital, sino que más bien una organización de Estados orientada hacia la aplicación de los mecanismos neoliberales de austeridad, como la baja de impuestos a las empresas y altos ingresos; disminución y cortes de programas sociales y privatización de la educación universitaria europea, así como también el aumento de los aranceles (gastos de escolaridad) junto con el autofinanciamiento de departamentos e institutos de las universidades por medio de contratos con la empresa. No hay que engañarse, es la tendencia en una Europa sumergida en la crisis del capitalismo.

Pero Christian Dardot va más lejos en uno de sus artículos acerca del «capitalismo universitario» o «académico» cuando asevera: «No basta con denunciar el hecho de que el «conocimiento desinteresado» creado por universitarios libres es hoy recuperado por los procesos del mercado y la producción de mercancías, se trata de comprender como toda la producción del saber y el conocimiento están de ahora en adelante modelados por lo que hay que llamar el «capitalismo universitario». Es al universitario canadiense David Noble a quien le debemos el análisis más consecuente de las transformaciones de los establecimientos de enseñanza superior en Digital Diploma Mills, en «fábricas digitales de diplomas». […] Las burocracias universitarias utilizaron el e-learning para operar la mercantilización del conocimiento por medio de la venta de cursos por internet. David Noble muestra que es en realidad toda la cadena de producción de los conocimientos que ya ha sido sometida directamente a los imperativos de la rentabilidad y valorización del capital. Una fórmula resume la tendencia general: «Desde el punto del capital, las universidades son demasiado importantes para dejársela a los universitarios». […] Es así como los gobiernos sucesivos de EE.UU. y Canadá, (escribe Dardot) han dado un tratamiento fiscal que ha favorecido la financiación privada de la investigación universitaria y les han permitido a los laboratorios privados apropiarse legalmente de los resultados de trabajos financiados con aportes públicos (de esta manera lo público se privatiza y genera lucro que va a dar a manos privadas). Los laboratorios o centros de investigación universitaria han mutado en «centros de ganancias» integrados a una institución que se ha transformado a la vez en un sitio de acumulación del capital.»

El remate de estos análisis lleva a Dardot a enunciar consecuencias bien pragmáticas ya denunciadas en las universidades chilenas: «esta política (el mismo «capitalismo universitario o académico» defendido por Peña) ha desembocado en un profundo desequilibrio en perjuicio de las actividades docentes que disminuyen en importancia. Numerosos investigadores no hacen clases porque pagan poco, los departamentos e institutos más alejados de las actividades rentables han visto sus fondos volatilizarse, los sueldos bajar y los estudiantes por clase aumentar».

A lo que hay que agregar la proletarización de una parte de los los profesores universitarios, llamados «profesores taxi» (precarios) en Chile. Cuya situación de atraso organizativo en el plano sindical es evidente comparada con la de otros países donde las luchas sindicales de federaciones de profesores(as) han permitido mejoras sustanciales en las condiciones de trabajo, salariales y de seguridad en el empleo.

Y a riesgo de ir a contrapelo de los elogios ditirámbicos al ministro de Educación y a sus asesores por algunos anuncios, pareciera que las advertencias de Peña han tenido oídos receptivos puesto que Melissa Sepúlveda, la presidenta de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, después de la reunión con ellos el jueves pasado, declaró constatar «la falta de un diseño temporal para la implementación de la reforma» junto con afirmar que «se mantienen tensiones y diferencias en materia de lucro, de permitir una brecha y un lugar para un negocio educativo».

En otros términos, los representantes del movimiento estudiantil han tenido la oportunidad de percatarse del asomo, tenue quizás, pero presente de todas maneras, de aquello que Peña defiende como el «capitalismo académico» y cuyos rasgos fundamentales están siendo analizados por una vasta literatura -imposible de ignorar- producida por investigadores universitarios comprometidos con la búsqueda de la verdad, la justicia y la igualdad.

Pero nos queda una pregunta ¿para cuándo queda la lucha por becas de estudio para todos los estudiantes? No nos referimos al acceso gratuito a los estudios (matrículas y aranceles gratuitas ofrecidaa por las universidades. Nos referimos a becas para poder estudiar, es decir, para costearse los gastos que implican subsistir mientras se ocupa el tiempo en esa actividad vital que es pensar y estudiar: alimentación, vestimenta, vivienda, transporte, materiales de estudio y recreación.

¿Habrá que esperar cuatro años para percatarse que es parte de la misma lucha por dignificar la vida y acceder al estudio?

¿Cómo podrá el egresado de secundaria de Cherquenco ir a estudiar medicina a la U de Chile en Santiago si lo desea, ingeniería a la Santa María en Valparaíso o sociología a la U de Concepción sin un monto o beca donado por el Estado para poder vivir tranquilo mientras estudia?

Porque estudiar es una relación personal con el saber, pero no es solitaria sino común y colectiva. La sociedad puede facilitarlo o impedirlo. Es en la sociedad donde se aprende, asimila, comparte y se realiza el resultado de la actividad de estudiar. En una relación de voluntad, amor y pasión con y por el saber acumulado desde siglos. Es esta concepción del humanismo clásico que hay que imponerle al neoliberalismo cuyas leyes de hierro buscan someter el conocimiento a la lógica del capital y la ganancia.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.