Una reciente publicación del Instituto de Cine de la Isla lleva a formato de libro un conjunto de entrevistas destinadas originalmente a la pantalla. Dividido en dos partes, la primera se centra en las manifestaciones del imperialismo contemporáneo y la segunda se abre a los problemas y perspectivas del socialismo.Los hablantes pertenecen a distintas generaciones, […]
Una reciente publicación del Instituto de Cine de la Isla lleva a formato de libro un conjunto de entrevistas destinadas originalmente a la pantalla. Dividido en dos partes, la primera se centra en las manifestaciones del imperialismo contemporáneo y la segunda se abre a los problemas y perspectivas del socialismo.
Los hablantes pertenecen a distintas generaciones, vienen de América Latina, de Estados Unidos y de Europa; proceden de la academia y del activismo social y parten de presupuestos ideológicos diferentes. Se inscriben en el amanecer del siglo XXI y, a pesar de la variedad de origen, tendencias y temas abordados, algunos rasgos unitarios apuntan en el trasfondo de los textos.
Semejante empresa hubiera resultado impensable hace apenas 15 años. Un largo proceso histórico parecía haber quebrado las fuentes primordiales de un pensamiento de izquierda. Ciertas palabras se habían borrado del lenguaje común. Las dictaduras latinoamericanas segaron una generación de revolucionarios. El derrumbe del campo socialista, socavado por el inmovilismo y la corrupción, parecía cerrar las puertas a la esperanza.
Todo se plegaba ante la afirmación prepotente de un mundo unipolar. Pero, como dice James Petras, el término definía la confrontación entre estados que caracterizó la guerra fría y no tiene en cuenta los factores de resistencia popular que se manifiestan con formas diversas en vastas zonas del planeta, incluidos aquellos, todavía germinales, en los propios Estados Unidos. Perdido el contrapeso, el imperio se lanzó sobre el resto del mundo, sostenido en el poder de la violencia, multiplicó las contradicciones y precipitó la necesaria reacción.
El efecto depredador de la globalización neoliberal y la violencia desatada con las guerras de Afganistán e Iraq han sacudido las conciencias adormecidas. La reacción viene del fondo de la Tierra, sobrepasa y soslaya con frecuencia los partidos políticos tradicionales.
Adquiere el rostro de movimientos sociales, tan fluidos como corrientes de agua que se manifiestan en lugares tan distantes como Seattle y Portoalegre. El vacío momentáneo ha sido ocupado por nuevos actores, impulsados por demandas de distinto tipo, desde el derecho a la tierra hasta aquellos que conciernen a las minorías. Los indígenas de nuestra América, como Blanca Chancoso, rompen el silencio secular.
Esta heterogeneidad de voces coincide en puntos nodales de un pensamiento crítico respecto al imperialismo contemporáneo y sus formas de dominación. La negación adquiere un valor afirmativo, identifica -como sostiene Ignacio Ramonet- los fenómenos latentes de la realidad, para construir luego, sobre la marcha, un programa de acción.
Esta polifonía de voces nace de la comprensión de la naturaleza de un debate que, en última instancia, se remite a un proyecto humano, estrechamente vinculado con la salvaguarda de la especie. Por ende, como nunca antes en la historia, la batalla se está librando también en el terreno de la cultura.
Una continua cascada de imágenes paraliza, con su ritmo ininterrumpido, la capacidad de pensar. En el apresuramiento del instante, cada imagen borra el
recuerdo de la anterior. La inmediatez del ahora se impone sobre la memoria del ayer y la añoranza del mañana.
Los Mall son inmensas burbujas consagradas al culto del consumo. La voz humana cede el paso al bombardeo de los estímulos externos. La academia se enquista y renuncia a las posturas críticas radicales.
A la vuelta del nuevo milenio, el discurso de la izquierda se reconstruye retomando a otro nivel algunos de los problemas que se plantearon en los 60 y los 70 del pasado siglo, tales como la penetración imperialista en la cultura -Armand Mattelart y Ariel Dorfman revelaron entonces el mensaje oculto tras la simpática figura del pato Donald- y la necesidad de establecer un nuevo orden internacional de la información, ahora reformulado con la constitución de Telesur y con la proliferación de medios alternativos en Internet.
Entonces, se pensaba todavía en tomar el cielo por asalto. Ahora se afirma que un mundo mejor es posible.
El matiz de diferencia es significativo porque, a partir de las especificidades de cada lugar, se trata, en primera instancia de refundar la esperanza y de librar el combate decisivo en el plano de la subjetividad, vale decir, en el de la conciencia.
A contracorriente de la acción conjugada de los medios y la publicidad portadores de la noción paradójica de un mundo efímero y, sin embargo, inmutable, de la suave burbuja que aprisiona, hay que instaurar nuevamente la perspectiva del cambio. La cultura de la resistencia horada el granito.
Por la izquierda, compilación de entrevistas hecha por Enrique Ubieta, recoloca el pensamiento crítico de la contemporaneidad en el centro del debate, lo que implica una ruptura decisiva respecto al gran silencio de los primeros 90.
Realizadas en el transcurso de pocos años, revelan al lector de nuestros días el agitado andar de la historia, el ritmo acelerado que precipitó el suceder de los acontecimientos a partir del 2001.
En menos de un quinquenio, estas páginas nos remiten a una inmediatez integrada al ayer, antes del agravamiento de la crisis iraquí, de la radicalización del proceso venezolano, del triunfo de Evo Morales en Bolivia y de las elecciones ecuatorianas. Con todo ello, se abren caminos diversos. La historia, que algunos pretendieron paralizar, se mueve.
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