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El retorno de la derecha: primero como tragedia…

Fuentes: Rebelión

Es conocido el aforismo de Marx en el sentido que ciertos hechos de la historia se presentan primero como tragedia y luego como farsa. Un cierto tufo de pantomima es lo que lleva esta nueva edición de la derecha en el gobierno en su versión democrática. La instalación del modelo económico neoliberal, tuvo en la […]

Es conocido el aforismo de Marx en el sentido que ciertos hechos de la historia se presentan primero como tragedia y luego como farsa. Un cierto tufo de pantomima es lo que lleva esta nueva edición de la derecha en el gobierno en su versión democrática.

La instalación del modelo económico neoliberal, tuvo en la crudeza del golpe de estado y la dictadura militar, toda la gravedad, dolor y agonía que conlleva un acto ilegal y delictivo de esa naturaleza, con la carga emocional y afectiva que significó el establecer un régimen y un sistema económico-social, sobre una montaña de cadáveres, desaparecidos, torturados, y heridos en el cuerpo y el espíritu. Esa instalación tuvo el carácter cruel, perentorio y fundacional de todos los sistemas y regímenes que se imponen de facto. Pero algo muy distinto, mucho más ridículas, han sido las pequeñas manías de autoritarismo, los ademanes tardíos, sobreactuados y caricaturescos de los continuadores del modelo –incluidos evidentemente los gobiernos de la Transición.-

Si hay algo que dejaron al desnudo las enormes movilizaciones del año recién pasado fue que la legitimidad moral del régimen, su sistema de antivalores y la supuesta superioridad teórica del modelo neoliberal, solo se pueden sostener desde la tosquedad del poder.

Quedó al descubierto como nunca la verdadera naturaleza estafadora y leonina del sistema. Sus ideólogos y sostenedores ya no son capaces de defender su más mínima legitimidad, ya no se ven a los grandes gurúes del negociado pululando por los parnasos académicos, dictando conferencias, congresos y seminarios, a los masters y los PhD. del mercadeo, el merchandising y la especulación. Se muestran timoratos porque saben bien que su sistema exuda debilidades y arbitrios en toda su superficie.

Sería mejor y a priori, que la larga noche neoliberal en Chile termine de muerte natural antes que seguir extendiendo penosamente una tragedia ahora como farsa. Hay que empezar a pensar, en un Chile post- neoliberalismo, en una sociedad civil, un sector público y uno privado diferentes. ¿En un estado de Bienestar del siglo XXI, por qué no? Son muchas las cosas que habrá que cambiar para terminar definitivamente con esta pesadilla cruentamente establecida. No basta con la mera modificación de las estructuras jurídicas económicas y políticas. Habrá que hacer un esfuerzo muy grande por reparar las grandes heridas subjetivas que dejó tras de sí la infausta escuela de Chicago y sus albaceas jurídicos y políticos.

En Chile es tan grande el daño causado, que muchos de los traumas y trastornos se relacionan – además – con lo que Pierre Bourdieu denominó, la violencia simbólica, es decir aquella que arranca sumisiones que ni siquiera se perciben como tales apoyándose en creencias socialmente inculcadas. La dominación absoluta, vergonzosa y antisocial, abarca ámbitos tan variados como el educativo, el lingüístico, el familiar, el cultural y el político, pero además, la forma más perversa y siniestra de violencia, que es la que se ejerce sobre un agente social contando con su propia complicidad. Sartre hablaba de la «Violencia inerte», es decir, los condicionamientos impuestos y las veladas conminaciones que imponen las estructuras de poder sin hacer ostentación de la violencia directa. Aquellas que el ciudadano no percibe fácilmente sin una adecuada preparación, o al menos no se da cuenta en un primer momento.

En Chile, transitar o no por diferentes espacios y barrios, incluso ciudades y provincias enteras, significa cruzar aduanas y fronteras sutiles pero de muy alto nivel de discernimiento. Frecuentar determinados espacios públicos, lugares de recreo, asistir a determinados locales o estadios de fútbol, constituyen actos de complejo procesamiento que exigen un habitus previo de «aprendizaje» social. Estamos llenos de violencias simbólicas, veladas y no tanto, violencias declaradas, físicas y económicas, y sabemos que es así. Podemos hablar entonces de un verdadero «Síndrome de Estocolmo», donde la víctima termina debiéndole gratitud al raptor por «garantizarle» su seguridad. Lo triste es que personas aparentemente cultas y funcionales sigan pensando que una sociedad profundamente jerarquizada, dividida, fragmentada, sería «lo que corresponde» y constituye el paradigma de un colectivo sano y con futuro esplendor; todo eso, a contramano de la propia práctica de la historia, el progreso social o la simple evolución. Evidentemente, los proyectos políticos que se amparan en la economía, las instituciones, las prácticas y las leyes en curso, lo único que hacen es profundizar el modelo y con ello perpetuar la secuela generacional de violencias simbólicas y reales. Pueden considerarse por lo tanto reos de delito moral y social, y cómplices de una violencia ilegítima.

Afortunadamente, la movilización de los estudiantes, de los pueblos originarios, de los luchadores sociales y medioambientales, de los pobladores y los distintos gremios, está destinada a terminar pronto con todas las tragedias y todas las farsas.