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El sentido común, la instrumentalización del miedo y la paz en Colombia

Fuentes: Rebelión

A muchos sectores de Colombia y del mundo les sorprendió cuando el pasado 2 de octubre del 2016 el resultado mayoritario en las urnas por medio del mecanismo de consulta del plebiscito tuvo como ganador el «No». La finalidad de esta consulta a la ciudadanía en Colombia era indagar al pueblo sobre si estaba o […]

A muchos sectores de Colombia y del mundo les sorprendió cuando el pasado 2 de octubre del 2016 el resultado mayoritario en las urnas por medio del mecanismo de consulta del plebiscito tuvo como ganador el «No». La finalidad de esta consulta a la ciudadanía en Colombia era indagar al pueblo sobre si estaba o no de acuerdo con el mecanismo jurídico y político que permitía al gobierno colombiano acordar una serie de medidas a implementar con la guerrilla de las FARC-EP, en aras a dar fin a una confrontación militar de más de medio siglo, y con ello abrir los canales para una salida política a la disputa entre esta organización guerrillera y el Estado.

A partir de este momento, una parte importante del contexto socio-político del país ha girado de manera reiterada y caótica entorno a esta situación. Ya que, por el hecho de que no se pudo dar vía libre a la hoja de ruta que tenían calculado el gobierno y las FARC-EP para refrendar estos acuerdos y legitimarlos políticamente, el gobierno se vio obligado a inventarse una nueva estrategia jurídico-política para poder dar inicio a la implementación, la cual ha sido hasta el momento actual bastante lenta, difícil, y sobre todo incierta.

Hoy, lo que se muestra en mayor volumen en los grandes medios de difusión de Colombia sobre este difícil proceso de implementación, es el avance definitivo en el proceso de dejación de armas por parte de las FARC-EP. Y precisamente, al indagar críticamente en el porqué de estos contenidos, en el tipo de mensajes que han construido los canales y medios comerciales de comunicación, y en la matriz comunicacional que viene sosteniendo este tipo de mensajes impulsados por estas poderosas empresas de medios, fue que decidí escribir estas reflexiones sobre el sentido común.

¿Qué es el sentido común y como se expresa hoy en Colombia?

No hace falta ser experto en temas de medios, marketing y publicidad para reconocer que en Colombia como en muchas otras partes del mundo, detrás de las grandes cadenas de comunicación privadas hay influencias e intereses de empresarios, políticos y personas que representan diferentes sectores con amplia capacidad económica e influencias en muchos asuntos del poder político. Por ello, la parrilla comunicacional que definen estos canales o medios no es neutral, sino que responde a una determinada visión y apuesta de mundo, de país, y de sociedad.

Sin embargo, a pesar de lo evidente que sea la relación entre los medios de comunicación hegemónicos y de mayor difusión con los órganos de poder económico y político, y de las reiteradas críticas y cuestionamientos que hacen algunos intelectuales y activistas a la manera como estas grandes cadenas trasmiten mensajes y contendidos que van moldeando determinada visión y comprensión de la realidad, lo cierto es que hoy estas grandes cadenas están definiendo y orientando de manera intencionada y eficaz, el sentido común de la gran mayoría de la población colombiana.

Recogiendo y parafraseando lo que planteaba el pensador Italiano Antonio Gramsci hace más de 80 años, podemos decir que la lucha por la hegemonía es en últimas la disputa por la administración del sentido común. Es decir, la hegemonía como posibilidad de disputa no sólo se materializa y se ubica en el control de las instituciones políticas existentes, sino que también la hegemonía es e implica una disputa en los demás campos donde también existen formas y relaciones de dominación no sólo de tipo física, sino donde se gestan y reproducen relaciones de subordinación y control moral e intelectual.

En ese sentido, los grandes medios de difusión de noticias en Colombia con sus mensajes, con el tipo de parrillas que construyen, y con la matriz comunicacional que definen, van cargando con determinados valores y juicios de valor a la sociedad colombiana: crean y moldean de manera intencionada mensajes y sentimientos en la conciencia y el sentir de quienes ven estos contenidos, ello para posicionar determinada concepción del mundo como la más válida y convincente. Esta matiz comunicacional y el diseño de estos contenidos son elaborados y planeados a puerta cerrada, por medio de reuniones y acuerdos que realizan empresarios, políticos y directores de medios, allí van ajustado y redefiniendo los consensos de clase necesarios para mantener su hegemonía comunicacional. Lo anterior se refleja por ejemplo en la forma como se presenta la pauta publicitaria de estos canales, emisoras, y páginas web; la cual es comprada por estos empresarios y les resulta totalmente funcional a sus intereses corporativos. Así mismo, este consenso de clase se refleja por medio del papel, el tiempo y el tratamiento que se le da mediáticamente a algunos personajes de la vida política del país, bien sea para posicionarlos, para justificar su accionar, o para no hacer visibles algunos de sus hechos oscuros. Finalmente, este consenso de clase se refleja en el estatus privilegiado que tienen algunos periodistas y directores de medios en las esferas sociales y políticas más influyentes del país.

Por lo anterior, se descube una distorsión de la realidad en tanto aquellos mensajes que reproducen estos medios hegemónicos es presentado en apariencia como el sentido común de la totalidad de la sociedad colombiana, pero si se develan y reconocen las evidentes relaciones y consensos de clase que sostienen, financian y diseñan estos contenidos, queda claro que lo que allí presentan estos medios no es otra cosa que la imposición del sentido común propio de la clase dominante a la totalidad de la sociedad colombiana. Es decir, los mensajes y los contendidos que presentan estos medios son propia y naturalmente la expresión del sentido común de estos grupos hegemónicos, en tanto reflejan y plasman allí sus visiones, intereses y valores. El hecho de que ostenten la propiedad y el control de estos oligopolios comunicativos les da la ventaja estratégica de transmitir a las clases populares todo tipo de mensajes para persuadirlos de su concepción de mundo. E incluso, por el hecho de tener la propiedad y el control de estos medios han tenido la ventaja de en su momento poder abocarse la posibilidad de hablar a nombre del conjunto de la sociedad colombiana a nivel internacional, ya que los mensajes que presentan hacia afuera del país, van generando imaginaros y formas de comprensión de la realidad que van distorsionadas por sus intereses.

El odio: ingrediente fundamental de la receta que cocina el sentido común hegemónico.

Hoy la mayoría de la sociedad colombiana mantiene un alto nivel de escepticismo y rechazo a la cuestión de la paz en Colombia. Resulta evidente que los medios de comunicación también han sido determinantes para ello, en tanto se constituyeron en un instrumento de guerra de las élites en Colombia. Si revisamos nuestro pasado reciente vemos que el principal papel de los medios hegemónicos en Colombia fue el de orquestar un bombardeo mediático que duró más de dos décadas, por medio del cual se legitimó la vía militar, y donde se cargó a una de las partes en la disputa con juicios de valor totalmente deshumanizantes y descalificadores, de ello se tuvo como resultado y consecuencia una sociedad ampliamente descreída y escéptica de la cuestión de la paz. Es decir, la intoxicación lingüística propia de la estrategia de los medios comunicativos hegemónicos para consolidar este sentido común de la guerra, tuvo como su principal ingrediente al odio: las clases dominantes aprendieron e instrumentalizaron esta emocionalidad negativa para cargar valorativamente a un sector muy importante de la población colombiana en contra de la guerrilla, de las búsquedas y salidas hacia la paz, y de la posibilidad de algún cambio en las estructuras políticas que de hecho hoy cojean, pero se resisten a cambiar.

Los grupos económicos y políticos en Colombia han sabido aprovechar y ubicar la importancia estratégica de mantener y reforzar la hegemonía comunicacional en Colombia. Sin dudas las cifras monetarias que se mueven diariamente para mantener y ampliar estas cadenas comunicativas son astronómicas, y es claro también que las clases dominantes están dispuestas a seguir asumiendo este costo económico en tanto saben que este es uno de los bastiones fundamentales que posibilitan y refuerzan el mantenimiento del orden y del estado actual del país.

Sin embargo, quiero anotar y advertir lo arriesgado y peligroso que puede resultar para una sociedad y para la cultura política de un país como Colombia el hecho de que el odio sea uno de los motores o el principal catalizador para la toma de decisiones políticas. Habría que recordar episodios del pasado de la humanidad donde a nombre del odio y como consecuencia de este se terminaron legitimando graves atropellos a las personas, a su dignidad, a sus vidas y al respeto de sus derechos fundamentales. No se puede negar el hecho de que si este sentido común del odio se afianza, se podrían ver en el futuro discursos donde a nombre del mantenimiento del orden establecido y con la bandera del odio en la mano, se podría quebrantar el orden legal y constitucional al pasar incluso por encima de lo que humana y jurídicamente se debería respetar y tolerar del otro. Este manejo discrecional del odio como ingrediente constitutivo del sentido común impulsado desde un sector muy importante de las élites en Colombia resulta muy arriesgado para las garantías democráticas y las posibilidades de construir un país decente y digno, ya que propiciar y generar niveles de polarización tan altos incluso podría terminar dando cabida a expresiones fascistas e irracionales. Con ello se estaría llegando a un nivel de degradación y descomposición irreversible de las posibilidades de democratizar escenarios políticos y sociales al interior de la sociedad colombiana.

La paz en Colombia: Una cuestión influida por el sentido común, pero en disputa.

A pesar del escenario adverso que se tiene en el país para las apuestas realmente democratizadoras como consecuencia del posicionamiento tan agresivo y contundente del sentido común hegemónico del odio, es claro que no se puede sentar una postura definitiva de resignación y silencio, ya que por fortuna la hegemonía siempre es y será una cuestión en disputa. A continuación, planteo algunos elementos que a mi criterio se deberían tener en cuenta desde todos los escenarios que tengan apuestas para la búsqueda de transformaciones democráticas y que estén en la disposición de trabajar de manera colectiva y organizada por una disputa de la hegemonía comunicacional a estos grandes medios comerciales, ello para construir otros sentidos comunes contra-hegemónicos y populares, que de manera progresiva debiliten y desmonten ese sentido común hegemónico del odio vigente en la mayoría de la sociedad colombiana.

1. Se debe avanzar en diagnósticos de experiencias, procesos y organizaciones que en el pasado hayan trabajado apuestas comunicativas o que en el presente tengan escenarios, espacios, o voluntad de trabajar lo comunicativo desde lo local y lo popular. Este diagnóstico debe apuntarle como resultado inicial a afianzar un escenario de coordinación de comunicación popular y alternativa desde lo local.

2. Es necesario lograr el consenso y una suma de voluntades para definir y diseñar una estrategia comunicacional que reconozca y le dé cabida a todas las expresiones y apuestas comunicacionales que existan en los territorios de Colombia. La única condición que debería tener este espacio es que las organizaciones y personas que decidan involucrase tengan claro que el horizonte organizativo no es otro que posicionar otras visiones y realidades sobre el sentido común desde lo popular, lo cual permitiría la construcción y diseño de otros relatos, la difusión de otras voces, la manifestación de otras narrativas y el uso de otros lenguajes que permitan ir haciendo visible y viable una disputa por la hegemonía comunicacional. Ello implicaría ubicar como parte del horizonte político de esta suma de voluntades, la exigencia de democratizar y ampliar los escenarios de comunicación de carácter público y comercial, ya que por las asimetrías de poder existentes hoy en Colombia resulta sumamente difícil competirles a los grandes medios en términos de difusión, cobertura y capacidad.

3. Luego de definir el diagnóstico, de sumar voluntades y diseñar la estrategia comunicativa, se deberían emprender múltiples acciones y formas de trabajo que potencien lo comunicacional y propicien todo un campo de disputa por la hegemonía. Para ello sería necesario crear y articular escenarios de formación, investigación y acción alrededor de lo comunicacional, esto para diseñar y construir mensajes con contenidos nuevos, que tengan afinidad y cercanía con las personas, que representen y hagan visibles otras posibilidades para comprender y leer la realidad y posicionen otro tipo de actores, lenguajes e intereses. Esto sería en últimas, una comunicación para la emancipación, que devele el enmascaramiento de la contraparte, en tanto estos nuevos mensajes permitan y tengan como objetivo humanizar a la parte estigmatizada de la sociedad, y de paso logre devolver a los sectores populares la esperanza y la utopía.

4. Es necesario pensar la nueva comunicación desde lo popular en clave de pluralidad. El hecho de que se reconozcan las diferencias en términos de las realidades, los contextos y las poblaciones que habitan en los territorios, permite ubicar la necesidad de que existan diferentes mecanismos comunicativos, diferentes códigos, diferentes lenguajes y diversas formas de expresar mensajes de acuerdo a las posibilidades y particularidades que tenga que cada espacio geográfico, cultura y tipo de población. La comunicación y el nuevo sentido común desde lo popular en lugar de homogenizar, debe apuntarle a ampliar y fortalecer lo diverso y lo plural. Por ello, la construcción de nuevos sentidos comunes populares desde los territorios seguramente irá de la mano de nuevas posibilidades organizativas, de nuevas correlaciones de fuerzas, y en últimas de un fortalecimiento de las capacidades políticas de las organizaciones; las cuales, al tener un escenario protagónico en la disputa por la hegemonía comunicativa, tendrán un rol distinto en el escenario de la disputa política del país.

La disputa por la hegemonía comunicativa podría ser un punto de disputa, resistencia y victoria del movimiento popular en su lucha por la hegemonía política. En el escenario actual disputar y ganar lo comunicativo es un logro estratégico. Al democratizar la palabra, y al ganar escenarios protagónicos de dialogo, encuentro y pensamiento, se habrán de configurar nuevas posibilidades para el campo popular como actor político que impulse transformaciones.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.