El comandante Raúl Reyes era un hombre afable y modesto, un revolucionario congruente y convencido de la justeza de su causa que fue forzado a transformarse de dirigente sindical en comandante guerrillero por el terrorismo de Estado puesto en práctica por los gobiernos colombianos oligárquicos, en estrecha colaboración subordinada con Estados Unidos. Su historia como […]
El comandante Raúl Reyes era un hombre afable y modesto, un revolucionario congruente y convencido de la justeza de su causa que fue forzado a transformarse de dirigente sindical en comandante guerrillero por el terrorismo de Estado puesto en práctica por los gobiernos colombianos oligárquicos, en estrecha colaboración subordinada con Estados Unidos. Su historia como sobreviviente de la lucha legal en la sociedad civil colombiana es la de miles de sus compatriotas que han trastocado drásticamente sus vidas ante la cerrazón y la violencia estatal narcomafiosa, de cuyas estructuras castrenses se integran los grupos paramilitares que cometen un comprobado y documentado genocidio de crueldad inusitada contra el pueblo colombiano.
Raúl cumplía a cabalidad su papel de relacionador público de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), como responsable de su comisión internacional. Él fue quien en enero de 1999 invitó al entonces senador Carlos Payán y a quien escribe -como miembros de la Comisión de Concordia y Pacificación- a ser testigos de la firma inicial del, en ese momento, prometedor proceso de paz entre las FARC y el gobierno del presidente Andrés Pastrana, en San Vicente del Caguan, Caquetá.
En esa ocasión, varios invitados de distintas partes de América Latina tuvimos la oportunidad de conversar con la dirigencia máxima de las FARC, incluyendo al comandante Reyes. Guardo en la memoria su grata presencia, su entusiasmo vital y la sencillez de su trato, así como la franqueza de sus respuestas a interrogantes, dudas e incluso cuestionamientos sobre la política de su organización en varios temas capitales en los que no coincidíamos necesariamente.
En una carta fechada el año pasado, Reyes me manifestaba premonitoriamente: «La condiciones de la guerra que sostenemos en Colombia contra el régimen de la oligarquía y el imperio, así como la persecución encarnizada contra nuestros representantes en el exterior, nos dificultan hacer llegar nuestras propuestas políticas y visiones sobre el conflicto social y armado que desangra a nuestro pueblo desde hace más de cuatro décadas… Las pretensiones del imperio y del gobierno narcomilitar de Álvaro Uribe de aislarnos y difamarnos ante la opinión pública internacional no pueden triunfar».
Para los servicios estadunidenses y colombianos de inteligencia era archisabido que Reyes cumplía el papel de negociador con muy diversos actores políticos, con el propósito de lograr el acuerdo humanitario de intercambio de prisioneros entre las FARC y el gobierno colombiano. El sicario del imperio, Álvaro Uribe, conocía perfectamente de los contactos que el comandante Reyes mantenía con enviados del presidente francés Nicolas Sarkozy para lograr la pronta liberación de la ciudadana franco-colombiana Ingrid Betancourt y 12 rehenes más. Las FARC reconocen, en un mensaje reciente, que ésa era la misión de Reyes al momento del ataque. Por ello, el artero asesinato del jefe guerrillero y sus compañeros en territorio de Ecuador constituye no sólo la violación de la soberanía de este país y un crimen de guerra que internacionaliza peligrosamente el conflicto interno, sino también un ataque directo a la realización del intercambio de prisioneros. Se trata de una operación premeditada y efectuada con alevosía y ventaja que muestra al desnudo la catadura moral de Uribe, su desprecio por el derecho internacional y la decisión de él y sus cómplices estadunidenses de no consumar dicho acuerdo humanitario.
La masacre de los guerrilleros se realizó mientras dormían y sin mediar combate alguno. Después del ataque aéreo desde el sur, esto es, desde el interior del territorio de Ecuador, muchos fueron rematados en el terreno por comandos transportados en helicópteros, quienes llevaron a Colombia el cadáver del guerrillero como un macabro trofeo de guerra, y supuestamente unas computadoras portátiles milagrosas -que resisten bombardeos y ametrallamientos- y que contenían todo tipo de documentos «comprometedores» que serán la fuente inagotable de acusaciones de los voceros colombianos, en particular de Uribe y el controvertido jefe de la Policía Nacional, Oscar Naranjo.
La matanza de los militantes de las FARC, por la forma de su realización y sus características técnico- militares, logísticas, de inteligencia (que incluyen la ubicación de las coordenadas geográfico-espaciales del campamento guerrillero, en la provincia amazónica de Sucumbíos) fue seguramente ordenada y dirigida por personal de Estados Unidos, y guarda grandes semejanzas con los operativos de terrorismo de Estado que Israel lleva a cabo para asesinar a dirigentes palestinos y libaneses. Es conocido, por cierto, que Israel vende asesoría especializada y sofisticados equipos para la guerra sucia a los gobiernos represores en el mundo, con la anuencia y complacencia de sus aliados estadunidenses.
La violación de la soberanía ecuatoriana y el homicidio de Reyes y sus compañeros buscan una peligrosa regionalización del conflicto colombiano, con el objetivo de desestabilizar los procesos democráticos y revolucionarios en Bolivia, Venezuela y en el propio Ecuador. Ante los fracasos político-militares de Bush en Irak y Afganistán y en el umbral de elecciones presidenciales en su país, el imperio pretende crear las condiciones para abrir un frente de guerra en el sur de nuestro continente, a través del gobierno de Colombia.
Mi solidaridad y apoyo a quienes marcharon el día de ayer en favor de la paz con dignidad, justicia, libertad y democracia y contra el terrorismo de Estado en esa nación hermana.