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El siglo de las revoluciones

Fuentes: Rebelión

Aunque en este artículo nos centraremos en las revoluciones del siglo XX, no está de más hacer una breve referencia previa a la revolución francesa. Allí «el hecho esencial es que el antiguo sistema económico y social (el feudalismo) fue destruido (…) La contrarrevolución aristocrática obligó a la burguesía revolucionaria a perseguir (…) la destrucción […]

Aunque en este artículo nos centraremos en las revoluciones del siglo XX, no está de más hacer una breve referencia previa a la revolución francesa. Allí «el hecho esencial es que el antiguo sistema económico y social (el feudalismo) fue destruido (…) La contrarrevolución aristocrática obligó a la burguesía revolucionaria a perseguir (…) la destrucción total del antiguo orden (…) El instrumento político de la mutación fue la dictadura jacobina de la pequeña y mediana burguesía, apoyada sobre las masas populares «(1). La represión fue feroz, no solamente porque Luis XVI y María Antonieta acabaron ajusticiados en la guillotina, sino por la ejecución, también, de miles de sospechosos de actividades contrarrevolucionarias, incluido tiempo después el propio Robespierre. Sin embargo, la revolución francesa es considerada hoy como uno de los hechos más trascendentes la historia de la humanidad en los últimos siglos, mientras una gran cantidad de libros y artículos periodísticos, siguiendo la doctrina oficial del neoliberalismo, son infinitamente más críticos, o directamente desprecian las revoluciones que, más de un siglo después, han intentado poner en cuestión el capitalismo.

Durante buena parte del siglo XIX, y sobre todo a lo largo de buena parte del siglo XX, muchos movimientos revolucionarios, unos de carácter anarquista, siguiendo el pensamiento de Bakunin, Proudhon o Kropotkin, y otros de carácter socialista, en línea principalmente con las teorías de Marx y Engels, se levantaron contra el capitalismo. La Comuna de París de 1870 sería un buen ejemplo, a pesar de su fracaso. Pero como es bien conocido, entre los movimientos de inspiración marxista, algunos sí consiguieron llegar al poder e intentaron crear una nueva sociedad socialista. Sin embargo, al tiempo que se dieron pasos importantes para reducir las desigualdades sociales, en general se hizo bastante poco para conseguir una verdadera democracia popular.

La Rusia soviética

La revolución de octubre de 1917 en Rusia, encabezada por Lenin, supuso la instauración del primer estado socialista de la historia. Pero si las condiciones fueran relativamente favorables para el triunfo de la insurrección, no se puede decir lo mismo sobre la construcción del socialismo, en un país con un nivel de desarrollo muy bajo y con las industrias destruidas por la guerra.

Muerto Lenin prematuramente (1924), la progresiva consolidación de Stalin como nuevo líder, frente a Trotsky y el resto de principales dirigentes bolcheviques, comportó una fusión creciente entre los aparatos del partido y del estado, en detrimento de cualquier forma de pluralismo democrático. Durante los primeros años de su mandato se puso especial hincapié en el desarrollo de las fuerzas productivas, la consolidación de la propiedad estatal en la industria y la colectivización en la agricultura, mientras la propiedad privada desaparecía progresivamente. A nivel político, de la paralización de los soviets y la represión contra la oposición se pasó, en poco tiempo, a la persecución, la deportación e incluso la ejecución de numerosos dirigentes del partido.

La llegada al poder de Kruschov (1953), supuso duras críticas al estalinismo, especialmente durante el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS, 1956). Sin embargo, las críticas se limitaron a los aspectos más evidentes de la grave política represiva de aquel periodo, sin profundizar en las muchas carencias de un sistema de socialismo burocrático. La creación del Pacto de Varsovia (1955) había sido una respuesta lógica a la fundación de la OTAN seis años antes, pero implicó también legalizar el mantenimiento del Ejército Rojo en los países del Este. A pesar de algunas reformas significativas, ni Kruschov ni sus sucesores al frente de la Unión consiguieron un funcionamiento mínimamente eficaz y racional del sistema económico planificado, ni tampoco un nivel de vida adecuado para la población, a pesar de los enormes avances soviéticos en los ámbitos militar o aeroespacial.

La elección de Gorbachov para encabezar el PCUS (1985), y más tarde para presidir la Unión Soviética, abrió profundas esperanzas. Con él se iniciaron reformas económicas que pretendían estimular la productividad, el beneficio y el consumo, permitiendo la propiedad privada en algunos ámbitos. La perestroika supuso también un nivel de libertad hasta entonces nunca visto en la URSS, a la vez que se retiraban progresivamente las tropas soviéticas en Afganistán, y se iniciaban reducciones significativas del armamento nuclear. Sin embargo, los errores en la planificación económica y el boicot de buena parte de la burocracia, terminaron agravando la crisis del régimen. En este contexto tuvo lugar el intento de golpe de estado de agosto de 1991 por parte del sector más conservador del partido que, a pesar de su fracaso, mermó significativamente la legitimidad de Gorbachov y del propio PCUS, hasta el punto de llevar a la disolución de la Unión Soviética durante el mes de diciembre de 1991 (2).

Europa del Este

Acabada la segunda guerra mundial, el hecho de que la supuesta vía al socialismo en la mayoría de los países del Este de Europa no surgiera de una verdadera revolución popular, sino dirigida desde la dirección de partidos comunistas y obreros a veces claramente minoritarios, y bajo la tutela del ejército soviético, marcó la construcción de sistemas políticos fuertemente burocratizados. Así, a pesar de algunos avances importantes en aspectos sociales, una planificación económica dominada por la baja productividad, terminó provocando en algunos casos un fuerte descontento social, llegando a producirse importantes revueltas, especialmente en Hungría y Polonia en 1956, en Checoslovaquia en 1968, o nuevamente en Polonia en 1980, todas ellas duramente reprimidas.

Pero bajo la influencia de la perestroika, «entre agosto y diciembre de 1989 (…) cayeron o abdicaron los regímenes de Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Alemania del Este, Rumanía y Bulgaria. En verano se produjo la victoria de Solidarnosc en las elecciones polacas. En Hungría el partido (…) se disolvió y dio lugar a un sistema pluralista. En octubre comenzaba la «revolución de terciopelo» en Checoslovaquia. En noviembre caían (…) Bulgaria y el muro de Berlín. En diciembre comenzaban las violencias en Rumanía, que acabaron con la caída (y ejecución) de Ceaucescu «(3), eventos que finalmente llevaron a la disolución de todo el bloque del este.

En contraste con los países del centro y Este de Europa, la revolución en Yugoslavia «surgió en 1945 por efecto, ante todo, del éxito militar de la guerrilla partisana durante la Segunda Guerra Mundial. (…) y no cobró cuerpo en virtud de una imposición exterior – como la que se hizo valer en buena parte de la Europa central y balcánica al calor de la presencia del ejército soviético- sino que vio la luz de resultas de un proceso autóctono que inevitablemente confirió una mayor legitimidad al régimen naciente» (4). Josip Brioz, más conocido como Tito, promovió un socialismo autogestionario, con una amplia participación de los trabajadores y una gran autonomía para las diferentes repúblicas, a pesar de un considerable peso de la burocracia.

Sin embargo, a partir de la muerte de Tito (1980) se empezaron a poner de manifiesto las tensiones entre los diferentes territorios, que se acentuaron en 1987 con graves revueltas en las diferentes repúblicas y la guerra abierta a partir de 1991, en la que intervinieron diferentes milicias armadas nacionalistas, el ejército federal yugoslavo y, finalmente, las tropas de la OTAN, proceso que terminó con la partición del país en siete entidades nacionales y un gran número de víctimas.

China

El triunfo de la revolución china, en 1949, encabezada por Mao Zedong y Zhou Enlai, luchando primero contra el imperialismo japonés y luego contra las tropas nacionalistas, supuso la más importante victoria contra el imperialismo desde la insurrección bolchevique en Rusia, estimulando considerablemente los procesos de liberación en el tercer mundo. Concluida la victoria militar, el nuevo régimen chino siguió un modelo diferente del soviético, ni mejor ni peor, fomentando un gran crecimiento demográfico y promoviendo el llamado «Gran salto adelante» con evidentes errores de planificación, lo cual, sumado a años de fuertes catástrofes naturales, provocó graves problemas de abastecimiento a la población. Años más tarde llegaría la Revolución Cultural, un proceso con aspectos claramente anti-burocráticos, pero también con un exagerado culto a la personalidad de Mao y una fuerte represión contra los disidentes.

Desde la muerte de Mao, en 1976, Deng Xiaoping se convirtió en el hombre fuerte del país y priorizó el desarrollo económico, con una acentuada división del trabajo, primas de producción e incremento de la disciplina laboral, las secuelas indirectas de las cuales fueron el paro y unas crecientes desigualdades sociales. Unos años después Deng sería también el principal responsable de la represión en la plaza de Tiananmen de 1989.

Sin embargo, durante aquellos años, un nuevo sector reformista, encabezado por Hu Yaogbang y Zhao Ziyang, secretarios generales del partido sucesivamente entre 1982 y 1989, y en buena parte coincidiendo con el proceso de apertura política de Gorbachov en la URSS y de procesos similares en otros países del Este, apostaron igualmente por las reformas democráticas, pero terminaron siendo destituidos por los partidarios de Deng en el partido y el aparato de estado. Durante las últimas décadas, la República Popular China ha consolidado un modelo mucho más cercano al capitalismo de estado que el socialismo, muy alejado de los principios marxistas y maoístas, pero ha logrado un formidable crecimiento económico y una mejora muy importante del nivel de vida de la población

Vietnam

En la península de Indochina, las tropas guerrilleras del Viet Minh, encabezadas por Ho Chi Minh, lograron también derrotar al imperialismo francés, formándose cuatro estados independientes según los acuerdos de la Conferencia de Ginebra de 1954: Vietnam del Norte, gobernada por los comunistas, Vietnam del Sur, Laos y Camboya. Después de algunos intentos fracasados de reunificación por la vía diplomática, la guerrilla del Viet Cong, sucesora del Viet Minh, continuó luchando contra el gobierno anti-comunista implantado en el Sur y contra sus nuevos aliados estadounidenses, que les dieron amplio apoyo y llegaron a mantener en el país medio millón de soldados. Muerto Ho Chi Minh en 1969, la guerra se prolongó hasta el año 1975, acabando con el triunfo de los comunistas, que unificaron el país y establecieron estrechos vínculos con la Unión Soviética, al tiempo que se distanciaban de China, debido a varios conflictos, en especial el apoyo chino a los jemeres rojos de Camboya.

A pesar de su gran dependencia inicial de la URSS, durante los años ochenta, pero especialmente desde la desintegración del bloque soviético, se promovió la propiedad privada en algunos ámbitos y se inició una apertura hacia la economía de mercado, con períodos de gran crecimiento económico y consolidando un modelo entre el socialismo de mercado y el capitalismo de estado, en parte similar al de la vecina China.

Cuba

La revolución cubana de 1959, encabezada por Fidel Castro y Ernesto «Che» Guevara, supuso el establecimiento de un nuevo régimen nacionalista y de izquierdas. Un nuevo estado que se vio obligado a continuar el enfrentamiento con los grupos armados que recibían el apoyo de Estados Unidos, y que serían claramente derrotados en Bahía Cochinos. Esto provocó un progresivo acercamiento de Cuba hacia la URSS y llevó poco tiempo después a la grave crisis de los misiles entre la Unión Soviética y EEUU (1962), una situación pre-bélica que se mantuvo durante años hasta la actualidad, y donde no faltaron las acciones terroristas por parte de la oposición anti-castrista.

Cuba también ha sufrido un duro bloqueo económico, que ha sido reiteradamente denunciado por la Organización de las Naciones Unidas y que, sin embargo, se ha visto intensificado desde los años noventa. Este bloqueo, junto con los errores en la planificación económica, la excesiva dependencia de la agricultura y la posterior desaparición de la Unión Soviética, principal aliado y socio comercial, causaron una grave crisis. Con los años, la apertura al turismo, principalmente europeo y canadiense, y los nuevos convenios de colaboración con Rusia, China y Venezuela, contribuyeron a una cierta recuperación económica. A pesar de su carácter socialista, la nueva constitución reconoce hoy diversas formas de propiedad junto con la estatal, entre ellas las cooperativas, las sociedades mixtas y la propiedad privada, sin perjuicio del papel fundamental del estado en la formulación y dirección de los planes de desarrollo.

Nicaragua

En Nicaragua, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), liderado entre otros por Daniel Ortega, consiguió la victoria en 1979. Con claras influencias marxistas pero también nacionalistas, libertarias o cristianas, el primer gobierno revolucionario incluyó a sandinistas y a personas independientes, estableciendo un régimen pluri-partidista para todas las fuerzas políticas que no propugnan abiertamente la lucha armada contra el nuevo poder popular. La influencia cubana también estuvo presente, especialmente en la creación de los Comités de Defensa Sandinistas, el Ejército Popular o las Milicias.

Si bien las críticas al régimen por un supuesto monopolio sandinista del aparato de estado fueron habituales desde el principio, y que la identificación partido-estado fue también una de las principales fuentes de burocratización del régimen revolucionario, sería a partir de 1981, con la llegada de Reagan a la Casa Blanca, cuando se inició una fuerte oposición armada («la contra»), vinculada y entrenada por la CIA, obligando el gobierno sandinista a desviar importantes recursos financieros y humanos hacia las tareas de defensa, distorsionando gravemente la economía del país y provocando un permanente estado de emergencia. También restringiendo al máximo las libertades, lo que a la larga reduciría la enorme base social de los sandinistas, al tiempo que se frenaba la extensión del sentimiento revolucionario en buena parte de América Central. Aun así, la derecha acabó imponiéndose unos años después en las elecciones y gobernó desde 1990 hasta 2006, apostando firmemente por las privatizaciones. Numerosos casos de corrupción, sumados a las catástrofes naturales, especialmente el huracán Mitch, dejaron el país en unas condiciones económicas considerablemente precarias. La posterior vuelta al gobierno de Daniel Ortega implicó abandonar el discurso revolucionario, y ha venido acompañada también de graves casos de corrupción y de la represión de las protestas por la deficiente situación económica y social.

Conclusión

Desde 1917 ha habido muchos otros muchos procesos revolucionarios anti-imperialistas, socialistas o como mínimo abiertamente críticos con el neoliberalismo dominante, especialista en América Latina y África. Ninguno de ellos ni tampoco los que hemos descrito más arriba han llegado a ser el modelo socialista que los sectores populares esperaban. «Luego de la caída del muro de Berlín y de la desaparición de la Unión Soviética (…) sabíamos más lo que no queríamos del socialismo, que lo que queríamos. Rechazábamos la falta de democracia, el totalitarismo, el capitalismo de Estado, la planificación central burocrática, el colectivismo que pretendía homogeneizar sin respetar las diferencias, el productivismo que ponía el acento en el avance de las fuerzas productivas sin tener en cuenta la necesidad de preservar la naturaleza, el dogmatismo, el pretender imponer el ateísmo persiguiendo a los creyentes, la necesidad de un solo partido para conducir el proceso de transición» (5)

Ciertamente, el balance global de las revoluciones anti-imperialistas y socialistas podría haber sido más positivo, pero lo que es absolutamente inaceptable son resoluciones como la del Parlamento Europeo del pasado septiembre, donde se equipara al nazismo y al comunismo, confundiendo interesadamente el estalinismo, que no fue más que una interpretación extrema y deformada de dogmas marxista-leninistas, con cualquier otra experiencia de socialismo revolucionario. La resolución de la UE ignora intencionadamente, además, desde la liberación de los prisioneros del campo de exterminio de Auschwitz por las tropas soviéticas, hasta la enorme contribución de los comunistas de muchos países con dictaduras fascistas, en la lucha por la democracia.

Notas

1. Albert Soboul – La revolución francesa – Editorial Nova Terra – 1977

2. Jordi Córdoba – Octubre de 1917, la revolución que cambió el mundo – Rebelión – 2017

3. Rafael Poch – La apertura del muro fue resultado de Gorbachov – Rebelión – 2019

4. Carlos Taibo – La desintegración de Yugoslavia – Los libros de la catarata – 2018

5. Marta Harnecker – Cinco reflexiones sobre el socialismo del siglo XXI – Rebelión – 2012

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.