Después de la Revolución Francesa los principios de fraternidad, igualdad y libertad instalan un análisis y una práctica política sobre las formas en que estos principios deben ser implementados. El cómo deben repartirse los beneficios que la sociedad produce, el Estado como promotor del bien común y las distintas concepciones respecto a la libertad, han […]
Después de la Revolución Francesa los principios de fraternidad, igualdad y libertad instalan un análisis y una práctica política sobre las formas en que estos principios deben ser implementados. El cómo deben repartirse los beneficios que la sociedad produce, el Estado como promotor del bien común y las distintas concepciones respecto a la libertad, han dado origen a diversos modelos de desarrollo. Las lógicas de inclusión pasan a abordarse y exigirse a través de la explosión de movimientos sociales, la dinámica de partidos políticos, la acción del Estado. El cómo resolver, efectivamente, el dilema de la integración ha significado, sin embargo, la continua reinterpretación de los preceptos antes planteados.
En Chile, el modelo de desarrollo implementado desde la dictadura de Pinochet ha puesto el acento en la «libertad» económica, lo que, desde una concepción liberal, potenciaría el afán creativo y emprendedor del ser humano, ayudándolo a surgir. La capacidad de surgir, desde esta perspectiva, sería individual e independiente de las condiciones de vida de las personas.
Por su parte, el pragmatismo, o «la medida de lo posible», que caracteriza al actual sistema político chileno, ha generado, podríamos postular, el reemplazo de los dos últimos principios antes planteados. La «igualdad» (igualdad en las condiciones de acceso a los bienes producidos por la sociedad) ha sido remplazada por la «equidad» (disminución de la brecha en el acceso a dichos bienes), y la «fraternidad» (relación entre iguales), por la solidaridad (adhesión a la causa de otros). Sobre estas bases se levanta el edificio del sistema educativo en Chile.
En el Chile de hoy, un niño puede ser parte del 9% de niños que estudian en colegios particulares con «un proyecto específico de educación», del 42% que asisten a escuelas subvencionadas con «un proyecto específico de educación» o del 49% que se «educa» en escuelas municipales sin ningún proyecto específico. Cada una de estas tres opciones integran una posibilidad en común, y se refiere a que cada niño que integra cada uno de estos tres porcentajes puede vivir toda su vida apartado totalmente de las realidades de sus pares que subsisten en la sociedad de la que forma parte.
Cierto niño, entonces, puede asistir a un colegio de elite, estudiar en una universidad con un proyecto específico, digamos, la Universidad de los Andes, por ejemplo, y más tarde terminar siendo dueño de una de las empresas más poderosas del país, sin más mérito que la reproducción que le otorga su propia posición social. Aún si estudia carreras con vocación «más social», como tradicionalmente han sido las carreras de medicina o pedagogía, puede terminar atendiendo en una clínica privada o impartiendo clases en un colegio también de elite.
Desde esta perspectiva, el mercado y sus lógicas darían, por sí solas, un orden al sistema de educación, que permitiría a los padres, de manera «libre» y sin la intervención del Estado, educar a sus hijos en la escuela que más les acomode. Las familias lograrían elegir «libremente» la mejor educación para sus hijos y éstos, si se esfuerzan (pues son libres de decidir si lo hacen), podrían mejorar su situación sin importar su proveniencia social. Sin embargo, se nos olvidan una serie de factores que aparecen velados desde esta perspectiva.
El más obvio es, por supuesto, que los niños de más bajos recursos no tienen esa supuesta libertad. La educación municipal a la que estos sectores acceden, perpetúa su situación, al no contar ésta con la misión de mejorar efectivamente la situación de detrimento con que estos niños inician la «carrera» escolar. Desde la visión neoliberal, mejorar la educación pública además significaría que, tal vez, otros sectores optarán por ella, aún teniendo los recursos para pagar una educación particular. Desde esta lógica la educación pública no sólo debería destinarse a los sectores pobres, sino también debería ser mala per se.
Como segundo factor, está el significado que posee la educación como parte de un proyecto país. El sistema educativo debe ser un lugar de encuentro entre distintas realidades, un lugar de integración en el que se conozcan mundos diferentes a los que entrega el hogar. Actualmente, el único espacio en que ricos y pobres «coinciden» es el mercado laboral. Allí priman las relaciones de poder entre jefes y empleados. La escuela, en cambio, otorga un espacio para el encuentro de subjetividades en una posición de igualdad. Sin espacios de este tipo siempre seremos miopes frente a lo que sucede en otros ámbitos de la sociedad que vivimos.
Pese a todo, el neoliberalismo, con su imparable diversificación de la oferta, ha aumentado la cantidad de personas que corren en pistas paralelas esta «competencia» de ascenso y desintegración. Muestra de ello son los sectores emergentes -mal llamados nueva clase media-, los que en su afán de diferenciación de aquellos grupos que están dejando más abajo, buscan distinguir sus acciones. Es por esa razón que los colegios particular-subvencionados y subvencionados han logrado ser una buena opción para ellos. La «libertad de enseñanza» les entrega esa posibilidad de alcanzar cierto estatus. No por nada en estos colegios abundan los nombres en inglés y la posibilidad de selección que asegura la imposibilidad de encuentro con «otras gentes». Si bien no se puede juzgar a los padres por buscar una mejor opción educativa para sus hijos, no podemos soslayar el hecho de que la elección de una entidad educativa sigue muchas veces el principal objetivo de «marcar la diferencia». Es así que, como consumo simbólico, importa más la marca, que la utilidad del producto.
Yo estudié en un colegio particular «alternativo», con un proyecto propio muy marcado. Podría decir que estoy en mi derecho de elegir el proyecto educativo que más se acerca a mis valores e intereses, pero creo en la escuela como un lugar de encuentro, en que puedo compartir con otros distintos a mí. Otros cuyas trayectorias de vida han sido totalmente diferentes. ¿Cómo se puede tener un proyecto de nación si las personas que habitan el mismo territorio no tienen ningún espacio para encontrarse en una posición de igualdad? Sin embargo, resulta irónico que aquellos que sucesivamente levantan la bandera del-y-el patriotismo vacío, son los que más tienden a optar por la segregación o el Chile Dual, como el mismo José Joaquín Brunner lo ha denominado.
En relación a esto, es posible señalar que la Ley General de Educación mantiene los principios de competencia, incentivos, selección y educación pública desmejorada. No se garantiza el derecho a la educación en la Constitución y se crea una súper intendencia que regula el mercado educativo. En fin, se mantiene la lógica de mercantilización de la educación y de un sistema de individuos que actúan en forma paralela, olvidándose de un elemento fundamental: que el todo, es decir, nuestra sociedad, es más que la suma de sus partes.