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La Iglesia católica y sus problemas con el sexo

El sueño de la sinrazón produce monstruos

Fuentes: Rebelión

Estos días se ha hablado mucho de las declaraciones de Cañizares que, recordemos, ya no es simplemente un ordinario diocesano, sino miembro nada menos que de la estructura de gobierno de la Iglesia católica, una especie de ministro de la única dictadura (subtipo monarquía absoluta y teocrática) que subsiste en Europa. En esencia, Cañizares comparaba […]

Estos días se ha hablado mucho de las declaraciones de Cañizares que, recordemos, ya no es simplemente un ordinario diocesano, sino miembro nada menos que de la estructura de gobierno de la Iglesia católica, una especie de ministro de la única dictadura (subtipo monarquía absoluta y teocrática) que subsiste en Europa. En esencia, Cañizares comparaba el ejercicio del derecho al aborto por parte de muchas mujeres con la bárbara conculcación de derechos de menores por parte del clero católico irlandés, en una macabra versión del tradicional «y tú más» con que se suele pretender tapar las vergüenzas propias, ante la evidencia palmaria de que la Iglesia lleva siglos regando de víctimas los campos en los que ha ido sentando sus reales.

Las declaraciones de Cañizares han coincidido con otra joya que la Iglesia ha tenido a bien regalarnos, de la mano de Alfa y Omega, un semanario de la diócesis de Madrid, gobernada con mano de hierro por el fundamentalista Rouco. En su número 643 (28 de mayo de 2009), aparece un texto -firmado por su redactor jefe, Ricardo Benjumea- que lleva por título La violación, ¿fuera del Código Penal? en el que argumenta que «reducido el sexo a simple entretenimiento, ¿qué sentido tiene mantener la violación en el Código Penal?». La consideración de la violación como delito deja de tener sentido «cuando se banaliza el sexo, se disocia de la procreación y se desvincula del matrimonio».

Sabíamos que la Iglesia actual, controlada por su sector más integrista, es poco sensible a los problemas sociales y se siente particularmente ajena a cuanto afecta a la mujer, salvo para minusvalorarla o relegarla a un papel vicario en la sociedad y en la propia Iglesia. La literatura católica está llena de perlas relacionadas con esta cuestión, respecto de las cuales no cabe aducir su obsolescencia, porque la Iglesia se nutre -en su visión dogmática e inflexible de la vida- de la verdad revelada y del argumento de autoridad, ambos inmutables por definición. Cuesta mucho entender el proceso mental que puede llevar a escribir un texto así, como no sea algún tipo de perversión que escapa a mi mente pecadora y a mi espíritu disoluto. Pero, a cambio, me sugiere dos consideraciones.

La primera es que los fundamentalistas católicos parecen cultivar algún tipo de sadomasoquismo que les lleva a concebir el placer sexual inextricablemente vinculado al dolor. Sólo así se entiende la continua equiparación en el texto de la violación con la diversión: «¿No debería equipararse [la violación] a otras formas de agresión, como si, por ejemplo, obligáramos a alguien a divertirse durante algunos minutos?», «la inmensa mayoría de españoles consideraría una aberración que se sacara la violación del Código Penal, aunque, a sólo cien metros, uno tuviera una farmacia donde comprar, sin receta, la pastillita que convierte las relaciones sexuales en simples actos para el gozo y el disfrute».

La segunda es que, enlazando con una posición bien instalada en la carcunda y que cuenta con el glorioso precedente de la famosa y malhadada sentencia de la minifalda, parecen asumir que las mujeres son violadas porque quieren, es que van provocando, oiga, será que les gusta (no hace tanto un obispo atribuía a la maldad de los niños que algunos curas cayeran en la pederastia). Y si encima se quedan embarazadas, mejor que mejor, porque así pueden permitirse el inefable placer de abortar o, al menos, de correr a la farmacia más próxima a obtener la pecaminosa píldora.

Lo más grave radica en que este texto no es una rareza, sino más bien la sublimación de la postura oficial de la Iglesia católica acerca de la moral (puesto que de moral y no de religión hablamos). De ahí que se digan monstruosidades como que la disociación de sexo, matrimonio y procreación hacen que no tenga sentido considerar la violación como delito. Estas gentes que, seguramente para desgracia del catolicismo, marcan la posición de la Iglesia, no sólo son incapaces de entender la libertad individual, sino que les molesta su ejercicio hasta el punto de pretender, a través de su dictado a los poderes públicos, someterla a toda suerte de trabas, destiladas de una visión del mundo tan dogmática como disparatada.

El texto atribuye al Gobierno nada menos que la promoción de la deshumanización de la sexualidad. Tal exabrupto es coherente con la idea profusamente difundida entre el puritanismo más extremo, de que el sexo por el sexo deshumaniza y saca los instintos más primarios del ser humano. Pero ello es incongruente con la evidencia de que la inmensa mayoría de los animales sólo recurren al sexo para procrear. De ahí que las relaciones sexuales entre personas libres, sea cual sea su motivo, pero especialmente cuando escapan al dictado de una naturaleza animal que no hay que negar pero que no tiene por qué ser la preponderante, están entre las manifestaciones superiores de humanidad (la discriminación de la mujer en la Iglesia tiene mucho que ver con el hecho de que es contemplada únicamente a partir de su función reproductora). Una y otra vez emerge el atávico miedo de la Iglesia católica a la libertad. Quién sabe, igual el remedio consiste en follar más.