La mayoría de los bebés no tenemos que esperar mucho para saber lo que es la frustración, la infeliz derrota del deseo, el por qué el término soñador es sinónimo de iluso y hasta qué punto son oníricos los sueños. Antes, incluso, de que se nos caiga ese pedacito de cordón umbilical que nos acompaña […]
La mayoría de los bebés no tenemos que esperar mucho para saber lo que es la frustración, la infeliz derrota del deseo, el por qué el término soñador es sinónimo de iluso y hasta qué punto son oníricos los sueños.
Antes, incluso, de que se nos caiga ese pedacito de cordón umbilical que nos acompaña algunos días, muchos bebés ya hemos perdido la ingenuidad, esa virginal inocencia que cuando la perdemos nos condena a treinta años y un día de adultez.
Y así ocurre que, una triste mañana, en medio de un fragor de sueños rotos, acabamos sabiendo que los reyes, también los magos, son unos impostores; que Santa Claus, además de sordo es ilegal; que el unicornio azul come garbanzos; que los siete enanitos eran antropófagos, la hermosa Blancanieves una madame de lujo y que el temible hombre del saco era mi padre. (*)
En definitiva, que dadas las circunstancias, casi estamos por prescindir de los sueños antes que los sueños prescindan de nosotros.
A lo que, sin embargo, no estamos renunciando es a dormir. Y dormirnos, hacer posible que descansemos, requiere tanta o más atención que cualquier otra necesidad que podamos tener.
Ese tránsito que hacemos, natural y lento, entre lo que llamamos realidad y tenemos por sueño, demanda, antes que nada, afecto. Nos gusta sentirnos queridos, deseados, en ese ir rindiendo los párpados cansados. Nos gusta la intimidad, el silencio o, en todo caso, una música que acompañe, cierta penumbra, un espacio sereno, apacible, ni más ni menos que lo que desearía cualquier adulto para dormir. Nos gusta un buen baño antes de dormir y comer lo debido, y que alguien se acuerde de cambiarnos el pañal.
Consejos prácticos para dormir a un bebé
1- Despertar al bebé no es la mejor forma de saber si estaba dormido. Tengan siempre en cuenta que los bebés suelen cerrar los ojos cuando duermen, detalle este que puede ayudar a despejar cualquier duda.
2- Además de dormir, los bebés comen, juegan, observan, gritan, hacen sus necesidades…no siempre quieren dormir y, especialmente, si acaban de despertar de un profundo y largo sueño.
3- Es cierto, sí, que la música clásica es una grata compañía para arrullar el sueño de un bebé, y que Wagner es un clásico pero, sobre todo, llévese de los resultados. La teoría no siempre es infalible.
4- No es recomendable, salvo en el caso de que usted quiera crear un perfecto idiota, que se nos atonte frente al televisor hasta dejarnos traspuestos; o que se nos mantenga en el bar o la cafetería a la espera de que se desempate la partida o nos enteremos de la última noticia que corra por la calle.
La diferencia entre un sueño y una pesadilla muchas veces la establece la manera en que nos duerman.
5- Si los bebés dormimos no es por joder a nadie, no planificamos la hora del sueño para que coincida con la de la comida o el paseo. El sueño en nosotros es algo natural.
6- Se sabe de personas que duermen hasta de pie, de faquires capaces de descansar sobre alfombras de clavos pero, a pesar de estos y otros casos, hay todavía bebés que preferimos una base blanda sobre la que acostarnos, a ser posible acolchada y, si no es mucho pedir, lo suficientemente larga como para que podamos descansar sin tener que doblar las piernas.
7- Dormir es un proceso y requiere tiempo. Por absurdo que parezca nadie se duerme por soberana decisión de un padre o una madre. Podemos reír, hacer palmitas, sacar la lengua, si se nos solicita, pero no dormir instantáneamente, en un chasquido de interruptor de luz.
(*) Figura literaria