Han pasado 20 años y creo que las gentes comunes y corrientes merecemos algo más y mucho mejor que la herencia podrida del Tamayazo.
Decía Ramón Gómez de la Serna, nuestro incansable inventor de las famosas greguerías, que “Una piedra arrojada en la Puerta del Sol mueve ondas concéntricas en toda la laguna de España”. Una evidencia y una profecía que casi siempre se cumple. Unas veces para bien y la mayoría de las veces para mal. Madrid se ha convertido, con demasiada frecuencia, en un mal ejemplo para el resto de territorios. Los errores cometidos en Madrid quieren ser imitados en todo el país.
Si una gobernante irresponsable como Ayuso, siguiendo las enseñanzas de su listísima pero sectarísima madrina de todas las ranas, decide bajar impuestos a toda costa, el resto de España, sea cual sea su signo político, sigue su camino y cada gobernante cantonal se dedica a anunciar bajadas de impuestos, aunque como consecuencia de ello haya que desmontar todos los sistemas públicos de protección.
Es un vicio histórico que viene de lejos. En el Madrid capitalino y desindustrilizado, en pleno siglo XIX, la Regente María Cristina instaba a los empresarios: “Puesto que Madrid no tiene industria, hagamos industria del suelo”.
Parece frase ocurrente, pero aquello de hacer negocio a base de traficar con suelo fue el pistoletazo de salida para todos los pelotazos inmobiliarios cometidos desde entonces en todos los rincones del país. Pudo haberlo dicho de otra manera:-“Para qué vamos a invertir recursos cuantiosos de largo recorrido y dudoso éxito en la industria, si podemos ganar ingentes masas de dinero a base de jugar con el valor del suelo, la construcción, la promoción inmobiliaria”.
Así surgieron los famosos ensanches, los cambios de calificación de suelos para convertir terrenos rurales en solares urbanizables, las corrupciones en forma de maletines acarreados entre despachos privados y despachos oficiales, las posteriores compras de concesiones de colegios, residencias de mayores, hospitales y universidades. Los famosos casos Lezo, Púnica y otros tantos, inventados casi siempre en Madrid y tan magistralmente ejecutados en otros lugares como Valencia.
En España vivimos hace décadas un proceso de Transición política que, sin embargo, no tuvo su equivalente económico. Las élites económicas del franquismo dieron cabida a los nuevos actores procedentes de los nuevos partidos políticos, pero el núcleo esencial y primigenio quedó intacto.
Aquello debió de formar parte de lo no escrito, de lo tácito, en el famoso Pacto Constitucional, porque lo cierto es que había mucho que ganar y eran muchos los que se apuntaron a ganarlo.
Desde entonces nuestra base industrial no ha crecido mucho. Nuestro sector agrario tampoco. Los efectivos destinados a la construcción tampoco. Lo que sí tenemos es un sector de servicios cada vez más grande. Servicios inmobiliarios, financieros, intermediarios, consultoras, turísticos, comerciales, hoteleros, hosteleros, jurídicos, o de transportes, con un poder cada vez mayor.
Hubo un momento, allá por 2003, en el que un tal Rafael Simancas, por aquel entonces secretario general del Partido Socialista de Madrid, ganó por los pelos las elecciones, acordando un Gobierno de progreso con Izquierda Unida. La gran derrotada parecía ser Esperanza Aguirre que pretendía suceder al frente de la Comunidad de Madrid a su predecesor, Alberto Ruiz-Gallardón, que había sido a su vez designado por Aznar como candidato a la alcaldía de Madrid.
Recuerdo a Rafael Simancas comentando con el Secretario General de UGT y conmigo, como secretario general de CC OO de Madrid, las medidas que pretendía impulsar para combatir la especulación inmobiliaria, para acabar con el tráfico de concesiones de colegios privados, para poner orden en Cajamadrid. Pero no solo a nosotros. Eran cosas que anunciaba también, de forma abierta y pública,
Fue entonces cuando alguien torció la voluntad de dos diputados socialistas, un tal Tamayo y una tal Sáez, para que no apoyaran la investidura de Rafael Simancas. Ese día, 10 de junio, en que comenzaba la investidura no aparecieron por la Asamblea de Madrid en Vallecas. Inaugurábamos ese día el monumento a los Abogados de Atocha en Antón Martín, junto al último alcalde Álvarez del Manzano, y tuvimos que salir de la Asamblea con retraso.
En la Asamblea dejamos a un Alberto Ruiz-Gallardón, presidente en funciones y flamante alcalde de Madrid, una risueña Esperanza Aguirre, que volvía a tener opciones de gobierno, un anonadado Rafa Simancas que no podía creer lo que estaba pasando y un alucinado Fausto Fernández, líder de Izquierda Unida en Madrid, que veía cómo se desvanecían, ante sus ojos, las posibilidades de un Gobierno de progreso en Madrid.
Desde entonces España cambió. Desde entonces valía todo. Hasta hoy podemos comprobar cómo Feijoo, o cualquier otro dirigente Popular y sus socios de la ultraderecha, se permiten hacer llamamientos a los “buenos socialistas” para traicionar a su partido y votar para torcer la voluntad de las urnas, evitando un nuevo gobierno de coalición y progreso.
Mucho se habló de quiénes resultaban más beneficiados por el Tamayazo: la cúpula de Cajamadrid, algunos grandes constructores y promotores inmobiliarios, algunos inversores en nuevos colegios privados concertados, la propia Esperanza Aguirre. Ya se sabe que en todo crimen hay que investigar quien sale beneficiado.
Pero pese a las investigaciones judiciales y periodísticas sobre pagadores, encubridores, movimientos de dinero y de cuentas, nadie pudo probar de forma definitiva quiénes atentaron contra la democracia perpetrando un golpe de Estado triunfante en una Comunidad Autónoma.
Veníamos de las manifestaciones contra el Chapapote y de las mayores manifestaciones mundiales contra la guerra en Irak. Llegó entonces el Tamayazo. Nos golpearon después aquellos mazazos brutales y duros, los atentados del 11-M.
Llegaron las elecciones generales y las ganaron los socialistas de Zapatero, con casi cinco puntos sobre el sucesor de Aznar, Mariano Rajoy. Los hilillos de la Marea Negra del Prestige en Galicia, los injustificables acuerdos de Aznar en las Azores para apoyar la mentira al servicio de la Guerra, las impresionantes movilizaciones del No a la Guerra y las mentiras sobre la autoría de los atentados del 11-M fueron determinantes.
Comenzó entonces la nueva andadura del PP entregado a la Teoría de la Conspiración que, junto al ejercicio sistemático de la corrupción, le ha conducido al aislamiento político y la incapacidad de pactar con nadie que no sea la derecha ultramontana.
El Tamayazo triunfante, quedó irresuelto, oculto, tapado, bajo la alfombra. Aún hoy seguimos viviendo y sufriendo las consecuencias del clima que se generó desde entonces. La España rota, fracturada, enfrentada, faltona, mentirosa y fallida en la que aún seguimos instalados.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/el-blog-de-el-salto/tamayazo-rompio-espana