Como aquel buen tonto que miraba con incredulidad al dedo índice del sabio cuando éste indicaba el camino para llegar a las estrellas, hay actualmente quienes, a raíz de la victoria electoral del presidente Hugo Chávez, aconsejan a Cuba tomar el camino de Venezuela para continuar con mayor emoción la ruta hacia el socialismo. Quizás, […]
Como aquel buen tonto que miraba con incredulidad al dedo índice del sabio cuando éste indicaba el camino para llegar a las estrellas, hay actualmente quienes, a raíz de la victoria electoral del presidente Hugo Chávez, aconsejan a Cuba tomar el camino de Venezuela para continuar con mayor emoción la ruta hacia el socialismo.
Quizás, el mérito mayor de Hugo Chávez y las fuerzas políticas que le acompañan sea haber obtenido un éxito tras otro en una lucha que le ha venido impuesta con reglas de juego instituidas para modelar escenarios bien distintos a los que han sido históricamente característicos de las revoluciones sociales radicales.
Son normas de procedimiento dictadas por las clases dominantes que los revolucionarios bolivarianos se han propuesto respetar para excluir las consecuencias lamentables de la violencia hasta donde ello sea posible, aunque sin negar la eventualidad de apelar a ese recurso si contra las fuerzas del cambio éste es utilizado.
El gobierno bolivariano logró estas victorias basándose en la genialidad de su líder, Hugo Chávez, adaptando los métodos de lucha propios de las revoluciones a los requisitos de un sistema político burgués en cuyo seno ha sido capaz de encontrar espacios para actuar hasta alcanzar el poder político que ahora le permite seguir avanzando hacia la consolidación de un poder popular cierto.
Por otros medios, Cuba logró situarse en una posición más avanzada en el camino a la liberación del orden capitalista. Gracias al talento de su vanguardia encabezada por Fidel Castro, la torpeza de la oligarquía cubana y la arrogancia del poder hegemónico del que ella dependía, Cuba pudo dar pasos gigantescos hacia el futuro anhelado por su pueblo. El empeño por cerrar las puertas a las limitadas posibilidades que el sistema político imperante permitía en tiempos de la tiranía de Batista, legitimó la opción de acudir a la violencia contra la opresión por los revolucionarios cubanos.
Tras su victoria en heroica gesta, los revolucionarios cubanos reivindicaron y conquistaron el derecho a implantar el nuevo orden democrático que ahora rige el sistema político y electoral cubano guiado por los intereses de las mayorías y no las conveniencias de partidos políticos, agentes de sectores oligárquicos diversos, como era antes.
Los revolucionarios venezolanos no enfrentaron una burguesía tan enajenada de las realidades que la revolución abría en la arena nacional como aquella que derrotaron los cubanos, sino otra igualmente dominada por el imperio pero incomparablemente más astuta y opulenta. Esto añade mérito a los revolucionarios de Venezuela quienes, al llegar al poder político, se vieron enfrentados a un muy difícil adversario contra el cual han logrado obtener y consolidar sus logros desarrollando los medios más eficaces a su alcance: un fuerte apoyo de los sectores más humildes de la población y la solidaridad revolucionaria latinoamericana.
El imperio y los remanentes oligárquicos derrotados parecen ya conscientes de que atentar violentamente contra el nuevo orden constitucional que el pueblo se ha dado, legitimaría la violencia revolucionaria. Situación bien distinta es la que enfrentan los revolucionarios cubanos quienes, a fuerza de coraje y extraordinarios sacrificios, ya han logrado consolidar instituciones y procedimientos democráticos propios que desbrozan parte del camino hacia la nueva sociedad socialista.
Enfrentando la hostilidad sostenida del mismo imperio que ataca a Venezuela, los revolucionarios en Cuba han podido avanzar en muchos objetivos esenciales del proyecto socialista aunque los innumerables obstáculos que les han sido interpuestos por Estados Unidos hayan impedido o retrasado muchas aspiraciones que han debido posponerse. Los revolucionarios cubanos no tienen que convivir, como los venezolanos, con una quinta columna de aliados internos del jefe global de la contrarrevolución, el gobierno estadounidense. El sistema electoral cubano necesita de ajustes que lo hagan más interactivo y representativo pero ¿tendría sentido que Cuba modificara su revolucionario sistema electoral para involucionar hacia procedimientos electorales «partidocráticos» o «democráticos empresariales» como aquellos que llevaron al país en el pasado a la tiranía y la corrupción que motivaron la rebeldía que desencadenó la etapa actual de la revolución cubana?
La revolución cubana y la bolivariana pueden aportarse mucho recíprocamente. Los revolucionarios cubanos aprenden de las experiencias de la Venezuela que lucha por el socialismo en el seno de relaciones capitalistas, un entorno sociopolítico lleno de peligros y amenazas del que Cuba falta hace casi 50 años y al que no desea regresar jamás.
Las revoluciones son también procesos de búsqueda y ensayo en los que la solidaridad y los intercambios de experiencias con otros procesos son imprescindibles. Lo impropio sería la copia mecánica o acrítica que rara vez deja buenos resultados.
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