En una entrevista reciente, realizada con motivo del lanzamiento de su último libro, comentaba Isaac Rosa que en las novelas actuales rara vez se sabe en qué trabajan los personajes, de tal manera que uno puede terminar una obra y no saber en qué trabaja el protagonista, salvo que se trate de profesiones que dan […]
En una entrevista reciente, realizada con motivo del lanzamiento de su último libro, comentaba Isaac Rosa que en las novelas actuales rara vez se sabe en qué trabajan los personajes, de tal manera que uno puede terminar una obra y no saber en qué trabaja el protagonista, salvo que se trate de profesiones que dan juego literariamente, como la de policía o periodista. Además, añadía, la incidencia del trabajo en la vida de esos personajes es nula, cuando, en la vida real ocurre todo lo contrario.
Pero ¿ha sido siempre así en la novela española? Lo cierto es que haciendo un análisis rápido nos damos cuenta de que salvo en aquellos momentos en que la novela se ha vuelto más realista o, por distintos motivos, incluidos los ideológicos, ha vuelto sus ojos a las clases trabajadoras, rara vez se ha preocupado por incluir el trabajo y su problemática como una parte sustancial de la obra.
Curiosamente, los comienzos de la novela española sí prestaron atención a esa problemática. Así, El lazarillo de Tormes narra la vida de un pícaro que salta de oficio en oficio, mientras pulula por distintos entornos de las clases bajas y medias donde el trabajo y el ansia de medrar en él es algo fundamental. Esto es aplicable a otras obras de temática picaresca de la época, como El Buscón, de Quevedo, o El Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán, en las que los distintos empleos y su papel en el conjunto social son ampliamente tratados.
No encontramos tanta presencia del mundo laboral en otra obra clave como es La Celestina. Si bien, eso no ha sido óbice para que algunas tesis eso sí, de entre las muchas que existen hayan querido ver en esta obra una parábola de la ruptura con el pasado vasallístico y feudal y el comienzo de una nueva etapa productiva.
Mucho trabajo en el Quijote
Ya en El Quijote, Cervantes sí vuelve a conceder importancia al trabajo de sus personajes, aunque sea de forma parcial. Y son varios los personajes cuya profesión conocemos y a los que incluso encontramos realizando sus labores, como es el caso de Aldonza Lorenzo, que es descubierta por Sancho mientras cuida a sus cerdos. El interés del genio manchego por acercarse a la realidad española del momento -y no sólo usarla como trasfondo poco importante para una historia inverosímil- parece estar detrás de este reflejo fiel de trabajos y labores.
En todo caso, la presencia de oficios y menesteres en las obras del Siglo de Oro, si exceptuamos a la ya mencionada obra picaresca de Quevedo, El Buscón, es minoritaria. Las novelas de caballería buscan la evasión del lector llevándole a mundos fantásticos con héroes nobles que no trabajan. Mientras que otras obras se centran más en el aspecto amoroso o incluso en problemas religiosos y morales.
En el siglo XVIII, el auge de las ideas ilustradas provoca un predominio del ensayo sobre lo narrativo. Entre la poca producción de ficción en prosa sigue destacando la picaresca, con autores como Torres y Villarroel, en la que de nuevo el paso de un oficio a otro es parte fundamental de la trama.
Se ha visto en La Celestina una parábola de la ruptura con lo feudal y el inicio de una nueva etapa productiva
Tendremos que esperar al siglo XIX para que los novelistas, quizás alentados por el auge industrial y la aparición del proletariado, vuelvan sus ojos hacia las clases trabajadoras y sus problemas. Así, después de los últimos coletazos de la Ilustración y de unas décadas de Romanticismo en las que la acción se volvió a trasladar a países remotos o inexistentes, obras como Miau, con el famoso cesante de Galdós, o Sutileza y La puchera de José María de Pereda, centradas en las vidas de los pescadores cántabros, pusieron a los trabajadores y sus problemas en el centro de la trama. Otro ejemplo de esta tendencia de la época es La Tribuna, una obra de Pardo Bazán que narra la dura vida en una fábrica de tabaco.
Borrón y cuenta nueva
Después del realismo, sin embargo, y precisamente como reacción frente a los excesos de ese movimiento que había desembocado en el naturalismo vuelve a decaer el interés por reflejar fielmente la realidad y, por lo tanto, la presencia de los trabajadores y sus problemas en la novela. La única excepción reseñable a comienzo del siglo XX es Baroja, cuyos personajes siempre están muy marcados por el entorno y por la forma de sobrevivir en él. Desde el contrabandista Zalacaín hasta el estudiante de medicina que protagoniza El árbol de la ciencia, sus personajes siempre desarrollarán un peculiar sentido de la existencia muy marcado por el empleo que les ha tocado desarrollar. Aunque, es cierto, ya no se trata de ese reflejo fiel de ciertos trabajos que había supuesto el realismo. Para ello, habría que esperar a la llegada, después de la guerra civil, de la «novela social».
Con una técnica cercana a aquel realismo que tanto peso había dado al trabajo, novelistas como Camilo José Cela con La Colmena, Miguel Delibes con Las ratas o El Camino, Ignacio Aldecoa en casi toda su producción o el entonces multipremiado José Suárez Carreño con Las últimas horas (un cuadro del mundo nocturno y delictivo de la ciudad) desarrollaron esa «novela social», un modo de escribir que tomaba del realismo su interés por el mundo circundante, en especial, por los personajes de clase baja o media y sus problemas, incluidos los laborales.
La apertura de España al extranjero y la posterior llegada de la Democracia trajo con ella una novela más cosmopolita
Frente al auge de aquella temática, y de nuevo como reacción a sus excesos y preponderancia, la apertura de España al extranjero y la posterior llegada de la Democracia trajo consigo una novela más cosmopolita, con héroes cuyo trabajo desconocíamos o que trabajaban como policías o investigadores privados. En todo caso, obras generalmente de evasión en las que ni las clases trabajadoras ni, por lo tanto, su lucha por el empleo eran un asunto primordial de la obra.
La crisis económica actual y su enorme problemática, unida al aumento de la inmigración en años anteriores, puede servir, en todo caso, de acicate para que algunos novelistas vuelvan de nuevo sus ojos a la realidad con la que conviven y se decidan a contarla. De ser así, el trabajo y sus problemas, volverán a estar, sin duda, entre los temas centrales de la novela, como lo están ahora mismo en casi todas las conversaciones de la ciudadanía.
TOP FIVE, POR SEMPRONIO
Cinco temas sobre el trabajo
Chain gang / Sam Cooke El malogrado Sam Cooke popularizó un tema sobre el trabajo esclavo de presidiarios (mayormente de color, negro) en el sur de Estados Unidos. En los ’90, varios Estados de la Unión recuperaron la práctica que da título a esta canción de protopop.
Dieciséis toneladas (Sixteen tons) / José Guardiola Antes de que Josep Guardiola pusiera de moda el look de cobrador del autobús (mangas de camisa), el viejo José Guardiola adaptó a medias un tema de Tennesse Ernie Ford sobre el duro trabajo en la mina.
Work song / Nina Simone Relacionada con el tema de Sam Cooke, esta canción de Nina Simone cuenta la historia de un preso en una «chain gang». No obstante, toma su título de las «work songs» compuestas durante la esclavitud africana en Estados Unidos.
Career oportunities / The Clash Si los Beatles decían en A hard day’s night que trabajar es una mierda pero que es la forma de comprarle cosas a la novia (sic) The Clash hicieron en una canción un inventario de puestos de trabajo que nunca aceptarían por detestables.
Harder, Better, Faster, Stronger / Daft Punk Esta canción del dúo francés de música electrónica Daft Punk sólo usa 16 palabras, pero la voz del robot que las va mezclando evoca la claustrofobia de una sociedad articulada en torno al trabajo mecánico. Ahí es nada.
Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/El-trabajo-de-escribir-sobre-el.html