En América Latina el travestismo político constituye un arma eficaz para engañar a los pueblos y asegurar la reproducción de un modelo de dominación, en franca crisis estructural. Como el oportunismo y la mentira, son parte del «ADN» de quienes representan y se benefician del capitalismo neoliberal, les resulta fácil «engatuzar» una y otra vez […]
En América Latina el travestismo político constituye un arma eficaz para engañar a los pueblos y asegurar la reproducción de un modelo de dominación, en franca crisis estructural. Como el oportunismo y la mentira, son parte del «ADN» de quienes representan y se benefician del capitalismo neoliberal, les resulta fácil «engatuzar» una y otra vez a electores sumidos en la desinformación y la ignorancia, que validan con el voto la prolongación de su propia miseria.
Un caso emblemático es el de Alan García, que de otrora presidente progresista de Perú, en la década de los ochenta, devino en simple ratero del erario público de su país. No obstante, el tiempo y la inopia ciudadana hicieron su trabajo, y como el «Ave Fénix», García emergió de las cenizas para anunciar con su estampa rolliza la «buena nueva» del evangelio neoliberal. En la actualidad, es uno de los pocos aliados obsecuentes del imperio en América Latina, junto a su homólogo de Colombia.
Pero en Chile también tenemos adeptos al travestismo político y Eduardo Frei Ruiz-Tagle – sólo por nombrar a uno de ellos – representa un caso claro. Los primeros signos de la metamorfosis del actual candidato presidencial de la Concertación, fueron a nivel de imagen y comenzaron a gestarse en los albores del gobierno de Michelle Bachelet.
Sus asesores de campaña, le aconsejaron realizar algunos cambios cosméticos, que permitieran mostrar a un Frei más joven, vital y cercano. Lo primero, fue teñirle el pelo para eliminar las canas y prescindir del peinado a la gomina característico. El cabello algo más largo y menos peinado, además del uso de trajes de corte moderno y colores claros, en reemplazo de los ternos oscuros y grises de antaño, fueron dibujando la nueva fisonomía del aspirante a la primera magistratura del país. La última pincelada introducida por los estilistas de campaña, fue eliminar la corbata. El resultado fue el esperado: la imagen de un Frei menos rígido, cultivando un estilo calculadamente informal, entró en la carrera presidencial.
Eran momentos difíciles para Bachelet. La derecha impulsaba una campaña con un claro sesgo machista para imponer en la opinión pública la idea de la falta de liderazgo de la presidenta y su incapacidad – en tanto mujer – para manejar con fuerza el timón de la nación. Lo aconsejable era tomar distancia y Frei fue mucho más allá. Desarrolló una crítica sistemática a la política económica del gobierno, que por cierto, era la misma que él impulsó en forma reverente durante el período gubernamental que encabezó entre 1994 y 2000.
Frei se erigió entonces, como un crítico de la ortodoxia neoliberal aplicada por el ministro de Hacienda, Andrés Velasco, enarbolando las banderas de una supuesta equidad, que como en todos los gobiernos de la Concertación, en el suyo también fue vulnerada.
La conversión del tecnócrata que apoyó con dinero a la dictadura pinochetista en 1973, promotor del ALCA y de los tratados de libre comercio con Estados Unidos, la Unión Europea y la APEC, estaba en marcha. El privatizador de las empresas sanitarias, impulsor de la Represa Ralco y fiel aliado de las transnacionales españolas, transmutado en paladín de la justicia social.
Atrás, en las tinieblas de un olvido inducido, quedó la baja del arancel a las importaciones impulsado en su gobierno, que significó el comienzo del fin de las industrias nacionales del calzado y textil. Miles de micro y pequeños empresarios quedaron en la calle «pateando piedras», al igual que los cesantes de las sanitarias privatizadas, despedidos por «Necesidades de la Empresa» y aquellos que conservaron sus trabajos, obligados a soportar la explotación sin límite impuesta por las empresas españolas.
Pero como «no hay mal que dure cien años» – salvo el capitalismo -, las cosas cambiaron para Michelle Bachelet, que hoy alcanza un récord de 67 % de aprobación ciudadana. Las estadísticas no pasaron inadvertidas para Frei que ve con preocupación que su candidatura se ha estancado, mientras la del díscolo Marco Enríquez – Ominami sube como la espuma.
Situado frente a este nuevo escenario, el candidato oficial de la Concertación ha demostrado una versatilidad histriónica propia del más avezado de los actores. En un giro camaleónico, se ha arrimado a la figura de la mandataria. El opositor dio paso al aliado incondicional, que ahora se refiere a «nuestro gobierno» y no escatima elogios para la cuarta administración concertacionista.
El clímax de su interpretación la alcanzó en el acto donde el Partido Socialista lo proclamó como candidato presidencial del oficialismo. Con voz solemne y emoción contenida señaló que «continuaremos caminando por la senda de protección social que ha sido el sello del gobierno de la Presidenta Bachelet, para que todos nuestros compatriotas vivan con dignidad y así sentirse parte del desarrollo de Chile», indicó.
Sin duda, una pieza oratoria magistral digna de Tartufo, aplaudida a rabiar por Camilo Escalona y su lugarteniente Marcelo Schilling, máximos exponentes de la escoria partidaria, que no trepidan en apoyar al candidato de los empresarios, aliado natural del imperialismo norteamericano.
Porque lo cierto es que detrás del travestismo y la maraña comunicacional, Frei Ruiz Tagle asegura la mantención del actual modelo de acumulación, que ha beneficiado a los grupos económicos locales y a las transnacionales. Es además, un socio confiable de Estados Unidos, en términos regionales, cuando el imperio ve amenazada su hegemonía en América Latina por el fuerte avance de las fuerzas antineoliberales, que apuestan al fin del modelo especulador y a la construcción del socialismo.
Si bien, ha tenido una actuación menos activa que el demócratacristiano Gutemberg Martínez, ex presidente de la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA) en su oposición constante a Cuba y Venezuela, Frei Ruiz Tagle, al igual que su padre, es un asérrimo anticomunista. Por tanto, su postura será de apoyo a las políticas injerencistas norteamericanas.
A pesar de las luces de alarma por el estancamiento de su candidatura y una eventual postulación del ministro de Hacienda, Andrés Velasco – aclamado por dirigir de manera eficiente las tareas de rescate y reanimación del modelo -, lo más seguro es que Frei Ruiz Tagle llegue a La Moneda por segunda vez, convertido en el quinto presidente de la Concertación.
En los centros de poder tienen muy claro que no son tiempos para aventuras. Estados Unidos necesita que Chile continúe siendo un símbolo del éxito de las políticas neoliberales y un aliado incondicional para hacer frente a las naciones que impulsan la integración regional. Los empresarios locales exigen «reglas claras» para mantener las utilidades millonarias de los últimos años y Endesa España, quiere revertir el rechazo ambiental al Proyecto Hidroeléctrico Aysén para poder concretarlo en forma ilegal.
Para ello, nadie mejor que Frei y la Concertación.