Los gritos de la tortura se te quedan incrustados para siempre en la piel, como el vuelo de un pájaro azul en medio de la lluvia. Te persiguen, te bordean la nuca cada noche, te estremecen la garganta con otros gritos, sordos y oscuros, para ultrajar todos los sueños de tu vida. Es la dictadura […]
Los gritos de la tortura se te quedan incrustados para siempre en la piel, como el vuelo de un pájaro azul en medio de la lluvia. Te persiguen, te bordean la nuca cada noche, te estremecen la garganta con otros gritos, sordos y oscuros, para ultrajar todos los sueños de tu vida. Es la dictadura que pervive en la calle, en el mar y en el sempiterno dolor de los desaparecidos. Entonces, no logro entender que la mitad del electorado vote por la derecha en este país, que es también el mío, y el de todos aquellos que dieron su vida para que la democracia fuese posible. El regocijo y la arrogancia de los principales dirigentes de la derecha que vociferaron su triunfo en la elección de alcaldes, es una bofetada a la memoria: a los torturados, masacrados, presos. Es otro golpe militar, más sutil y vaporoso, pero golpe al fin y al cabo, que se te mete por la nariz, te revuelve las entrañas y se transforma en profunda angustia. Porque no puedo olvidar – y no quiero olvidar – el llanto desolado de aquella niña violada reiteradamente por oficiales de la Armada de Chile. Quince años tenía, acaso menos. Quince años de sueños destrozados por la cobardía vestida de guerra inventada. Quince años de amores de lluvia desgarrados por el odio de la Armada, la que trepa cada año al buque escuela Esmeralda para viajar por el mundo como si allí nada hubiese sucedido. Y torturaron y violaron ahí, y asesinaron al sacerdote Miguel Woodward, ahí.
Por eso me duele el resultado de las elecciones municipales, porque, de alguna manera, es el triunfo de la desmemoria, del olvido por sobre la vida. Entonces, tampoco logro entender que la mitad del electorado vote por la Concertación en este país, pues la democracia prometió verdad y justicia, pero sólo ha habido retazos de verdad y fragmentos de justicia. Es que al gobierno el fuego de la historia le quema las manos y le obnubila la voluntad. Quizás sea temor a los militares, tal vez cobardía moral, acaso pusilanimidad, que se ha transformado en una que otra estatua, uno que otro memorial que, por lo demás, son el resultado del trabajo incesante de las agrupaciones de derechos humanos que ven con desconcierto que lo que existe en el Chile supuestamente democrático es una especie de justicia arqueológica. Claro. porque al final, a los familiares de las victimas de la represión se les pide conformarse con algunas astillas de huesos. Es la justicia fosilizada en el tiempo, la memoria congelada, la historia innombrable, por ello se ocultan deliberadamente los nombres y apellidos de todos los civiles y militares responsables de crímenes atroces. Es la memoria acribillada, vilipendiada, desterrada a los márgenes del silencio que, sin duda, son los mismos márgenes de la ignominia.
Por eso me duele el resultado de las elecciones municipales, porque, de alguna manera, es el triunfo de la desmemoria. Y no se trata, como argumentan algunos, de quedarse anclado en el pasado, sino que por el contrario, de aferrarse al futuro de un país que jamás será libre sin verdad y justicia. Es por el futuro, precisamente, que se me subleva la razón al ver los rostros exultantes de los dirigentes de la derecha celebrando una victoria que ofende la memoria de aquella frágil e indefensa niña violada en la Academia de Guerra de la Armada.
Tito Tricot (Sociólogo – Director del Centro de Estudios Interculturales ILWEN)