En otoño de 1961, la guerra que mantenía el Estado francés para mantener Argelia bajo dominio era una causa perdida en prácticamente todos los frentes: el nacional, el expedicionario, el diplomático y el cultural. Apenas medio año más tarde -los acuerdos de Evian estableciendo un alto el fuego y un referéndum se firmaron en marzo […]
En otoño de 1961, la guerra que mantenía el Estado francés para mantener Argelia bajo dominio era una causa perdida en prácticamente todos los frentes: el nacional, el expedicionario, el diplomático y el cultural. Apenas medio año más tarde -los acuerdos de Evian estableciendo un alto el fuego y un referéndum se firmaron en marzo del 62-, Argelia alcanzaba la independencia de Francia y el mundo reconocía su plena soberanía. Los últimos seis meses habían sido malos para una Administración arrogante, que aun viendo que todo acababa y que lo más sensato era finalizar el conflicto con el menor dolor y daño posibles, no se resignaba y expresaba su revancha haciendo la vida imposible a los cientos de miles de argelinos que vivían en las grandes metrópolis de Francia en unas condiciones humillantes.
Sucedió el 17 de octubre y muchos de aquellos miles comenzaron a caminar desde el centro de Nanterre. De eso hace ahora medio siglo, cuando Nanterre ni siquiera tenía su Universidad, la X sección de la Sorbona. Convocados por el Frente de Liberación Nacional (FLN), pretendían alcanzar el centro de París en un recorrido de poco más de siete kilómetros para pedir públicamente dos cosas: el fin de la guerra, las torturas y las matanzas, y sobre todo que les dejaran vivir en paz en sus barrios, sin toques de queda, sin humillaciones constantes. Cuando llegaron ante la colina donde hoy se alza el barrio de la Défense, los caminantes se contaban por decenas de miles. Se trataba de cruzar el Sena por el puente de Neuilly y otros para acceder al llano donde se extendía París. Allí, la policía asaltó la comitiva. Dio la orden el prefecto de la región de Hautes de Seine, Maurice Papon, quien había sido dieciocho años antes responsable de la deportación de 1.645 judíos durante su etapa de secretario general de la prefectura de la Gironde, en Burdeos, con el Gobierno del mariscal Pétain, en 1943.
La carga policial ordenada por Papon generó la mayor masacre de la Francia contemporánea. Fueron detenidos cerca de 14.000 manifestantes, y cientos de ellos lanzados al río muertos o vivos. Los muertos rondaron la cifra de 300, tal vez la sobrepasaron (no hay datos oficiales porque el Estado no permite el acceso a los archivos correspondientes), tan solo pudieron ser oblicuamente consultados cuando se abrió el proceso a Papon en 1998 acusado de la deportación de judíos, pero no de la masacre del puente de Neuilly. Al fin y al cabo, De Gaulle hizo aprobar la amnistía de 1966 para evitar que las vulneraciones policiales del Estado de derecho pudiesen ser juzgadas.
Este otoño, medio siglo después de la masacre, en las salas de París pueden verse dos documentales sobre los hechos. En primer lugar ha regresado el filme censurado de Jacques Panijel sobre los hechos, Octobre à Paris, que el autor realizó mezclado entre los manifestantes de aquel 17 de octubre, por lo que resulta ser un testimonio excepcional. La novedad está en el documental de Yasmina Adi, realizado en 2011 y que tiene por título Ici on noie les Algériens (Aquí se ahoga argelinos), tomado de una inscripción sobre el puente de
Neuilly que aparece en el filme de Panijel. En realidad, Yasmina Adi prosigue, en términos memoriales, el filme de su antecesor.
Octobre à Paris, no es sólo un filme militante sobre lo sucedido, es un filme extraordinario que alecciona sobre el París de la época, el de antes de las revueltas de Mayo. Un París cercado de bidonvilles, de viviendas de autoconstrucción; repleto de unos inmigrantes que habitan en condiciones degradantes; esa es la realidad parisina, junto a las torturas que se practican en las comisarías de policía de un Estado que era referente democrático en el mundo. Panijel nos muestra a esos mismos inmigrantes en la calle y en las manifestaciones, la del 17 de octubre y otras. En ese documental, hecho a pie de calle entre la población inmigrante magrebí, no se observan ni barbudos ni mujeres cubiertas con velo alguno, aunque la presencia femenina es sumamente copiosa, signo de una época en la que la religión era menos central que hoy, cuando la emancipación transcurría por vías políticas o sindicales.
Por su parte, el filme de Yasmina Adi abunda sobre esta situación, interroga a aquellos que participaron en los hechos o en el filme de Panijel, especialmente a las mujeres, hermanas, esposas, hijas o militantes, que expresan cómo vivieron en aquellos años el inicio de la destrucción del patriarcado en sus comunidades y cómo en estos últimos años sus conquistas fueron destruidas. Lo que pone en evidencia, en uno y otro filme, que el paradigma patriarcal no es ni una fatalidad ni un dato inalterable, sino algo vinculado a los procesos históricos.
Cincuenta años más tarde, la República sigue sin reconocer su responsabilidad en aquel crimen de Estado, mantiene la amnistía sobre las responsabilidades e impide la investigación académica sobre los hechos. Sin embargo, el pasado 17 de octubre, en Nanterre un grupo de hombres y mujeres arropados por el alcalde de la ciudad se juntaron en el mismo lugar donde arrancó la comitiva medio siglo antes, bautizaron una nueva calle con su nombre, el Boulevard du 17-d’octobre- 1961, un paseo que desciende hacia el boulevard Nelson Mandela. Tómense una cerveza en el último boulevard de Nanterre, a la salud de Papon y la República.
Fuente: http://blogs.publico.es/