Por falta de visión, por exceso de cautela, racionalidad, o por simple cobardía, todos perdemos trenes en la vida. En el amor, en el trabajo, en la política, en las aventuras, el deber o el placer. Para que duela menos, al conformismo mediocre le llamamos madurez, y consideramos a la prudencia la mayor de las […]
Por falta de visión, por exceso de cautela, racionalidad, o por simple cobardía, todos perdemos trenes en la vida. En el amor, en el trabajo, en la política, en las aventuras, el deber o el placer. Para que duela menos, al conformismo mediocre le llamamos madurez, y consideramos a la prudencia la mayor de las virtudes.
Casi todos, mejor dicho, porque Fidel Castro al parecer no perdió ninguno importante. Fidel no conocía la prudencia, pero sí el método, y todos los itinerarios del tren de la historia. No esperaba en la estación: subía sobre corriendo y se montaba en la locomotora y estaba seguro de a dónde quería ir. Convertía las derrotas en impulsos. Vivió como quiso, y murió igual. Tuvo la oportunidad de morir mil veces antes, lo sabía muy bien, pero nada de eso lo detuvo.
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, contó en La Habana que cuando la enfermedad obligó a Fidel a dejar la Presidencia de Cuba, le dijo a Hugo Chávez que podían contar con él hasta los 90 años. Y a los 90 exactos murió, el mismo día en que se cumplían 60 del zarpe del yate Granma desde México a Cuba, para iniciar la guerra revolucionaria.
En ocasión del homenaje a Fidel en La Habana, la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, fue prudente por infinitésima vez. Un twitter personal reemplazó al pronunciamiento oficial que hubiese molestada a las derechas en la oposición y el Gobierno.
Quiso, dijo ella, ir a La Habana. Pudo ir y allí hablar de Fidel y de su amigo Salvador Allende, del general Alberto Bachelet, de la lucha contra Pinochet; ante dos millones de personas pudo agradecer a Fidel y a Cuba todo lo que hizo por este pueblo. Pudo, pero se quedó en Santiago.
En palabras de Pablo Sepúlveda, médico formado en Cuba y nieto del presidente Allende, esta decisión «es una muestra más de mal agradecimiento hacia el pueblo cubano, que siempre ha dado importantes muestras de respeto y solidaridad con el pueblo chileno cuando este más lo ha necesitado».
«El ejemplo reciente más importante» -continúa Sepúlveda- «es el envío de hospitales de campaña con la misión médica cubana cuando el terremoto del año 2010, dejando un recuerdo inolvidable en Rancagua y Chillán».
«Además, la Revolución Cubana formó en 10 años a más de 600 médicos chilenos de forma totalmente gratuita. Al mundo entero le ha aportado con la formación de más de 25 mil galenos. Cuba también estuvo presente solidariamente apoyando la justa rebeldía contra la dictadura militar, así como recibiendo a miles y miles de chilenos y chilenas en el exilio», concluye el médico.
PPK en vez de Fidel
En vez de compartir tribuna con luchadores como Rafael Correa, Evo Morales, Nicolás Maduro o Daniel Ortega, prefirió un encuentro protocolar en Santiago con Pedro Pablo Kuzsinscky, actual Presidente del Perú, socio de Sebastián Piñera, y ficha histórica del Fondo Monetario Internacional.
¿A cambio de qué trascendentes acuerdos con Perú renunció Bachelet a esta oportunidad? Juzgue usted los logros del encuentro: «Un nuevo Tratado de Extradición; un Memorándum de Entendimiento para establecer un Mecanismo de Diálogo y Cooperación en materia de Derechos Humanos; y un Acuerdo Interinstitucional entre las Agencias de Cooperación de ambos países».
Hasta el desprestigiado Enrique Peña Nieto, presidente de México, vio venir este tren y se paró allí en la Plaza de la Revolución a hablar de libertad, dignidad, independencia y soberanía. Todo lo que él no es, ni hace, pero que igual en el fondo admira.
Pudo haber ido a La Habana también la presidenta del Partido Socialista e hija de Salvador Allende, Isabel, a dar las gracias. Pudo, y debió, pero no fue, para alegría de los columnistas de esa izquierda tránsfuga que pueblan las páginas de los periódicos de Chile. Los prudentes y serios. Los que consideran un éxito el neoliberalismo en Chile y un fracaso la Revolución Cubana. Los que culpan a la visita de Fidel en 1971 del golpe de Estado en 1973; una visita «imprudente», que perjudicó al mesurado Allende.
El moderado Salvador Allende
¿Fue Salvador Allende un político frívolo, mesurado, prudente y calculador como lo pintan algunos? ¿Era muy distinto de Fidel Castro?
En 1952, por ejemplo, prefirió quedarse con un dos por ciento de votos con principios, que subirse a la marea populista en que se metió su propio partido detrás de la figura del general Carlos Ibáñez.
En 1968, como Presidente del Senado, y aprovechando la ausencia del país del presidente Eduardo Frei, otorgó, sin preguntarle a nadie, asilo político a los sobrevivientes de la guerrilla del Che en Bolivia y se subió al avión que los sacó del país, porque la CIA pretendía derribarlo.
En 1970, ya como Presidente, su primer acto oficial fue restablecer relaciones diplomáticas con Cuba, enfureciendo al Imperio desde el primer día. Luego, en 1972, y contra la opinión de sus asesores legales, concedió salvoconducto a la libertad y la vida a seis presos políticos fugados del penal argentino de Trelew, irritando esta vez a la dictadura argentina, que exigía su devolución. De Chile fueron a Cuba, y hoy una avenida y una plaza de Trelew llevan el nombre de Allende.
Si hubiese sido prudente, Allende habría muerto de viejo, en el exilio, en lugar de combatir en La Moneda sin esperanza alguna. O mejor, habría evitado el golpe de Estado ¿Cómo? Fácil: haciendo lo que hemos visto desde 1990. Olvidando su programa y decepcionando al pueblo que lo eligió, y a su entrañable amigo Fidel.
En el nombre de Allende y del pueblo, el gobierno de Chile debió decretar duelo nacional, y un homenaje oficial a quien se la jugó con todo, incluida la propia seguridad nacional de Cuba, por derribar la dictadura empresarial-militar de Pinochet.
Así lo hicieron países agradecidos como Nicaragua, Argelia, Namibia y Sudáfrica.
Pero aquí somos «realistas», no agradecidos. Nos gusta Felipe González, no Fidel. No queremos agitar aguas ni quebrar huevos, y nos gusta hablar inglés. Vamos a las cenas de la Sofofa, las AFP y de las transnacionales mineras, mientras mandamos a la policía a reprimir trabajadores y estudiantes. Todo en nombre de las «reformas estructurales», que para ser «realistas» deben tomar décadas y hasta siglos.
Fidel queda para una foto medio escondida, si acaso, en algún rincón de la casa y de las molestas memorias de juventud, que nos suelen acosar mientras más viejos nos ponemos y cuando ya sin remedio nos arrepentimos de nuestras opciones prudentes, los amores que abandonamos y las luchas que dejamos para los demás.
Sospecho que todo esto bien lo sabe nuestra Presidenta, quien dejó pasar dos gobiernos y ahora el último tren, y ahora sólo espera retirarse a cavilar en el insomnio sobre todo lo que pudo hacer y no hizo.
Ya no vienen más trenes a su estación: otros hombres y mujeres tendrán que abrir las grandes Alamedas.
Alejandro Kirk – Periodista, Corresponsal HispanTV
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