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El «virguismo» como gestión política del colapso

Fuentes: Rebelión

“El miedo engendra miedo. Pero también ira. Y la ira, como si de un nuevo hijo se tratara, engendra de nuevo más miedo” (Pablo Font Oporto, La batalla por el colapso. Crisis ecosocial y élites contra el pueblo, 2022)

Como se hace cada vez más evidente, el mundo se halla bajo el inevitable impacto del colapso ecosocial de la civilización contemporánea. Una civilización desconectada éticamente de la naturaleza, inmisericorde depredadora de la biosfera, basada energéticamente en los combustibles fósiles y materialmente dependiente de una serie de minerales y elementos que tienden, todos ellos, a una disponibilidad decreciente e irreversible. Como resultado, nos enfrentamos a un futuro marcado por la escasez, el pesimismo y la incertidumbre, en contraste con el horizonte de abundancia, optimismo y creencia en el progreso que caracterizaba la alta modernidad.  Una era que se extendió desde la Revolución Industrial del siglo XVIII hasta los años 70 del siglo XX, impulsada por la lógica sistémica del capitalismo.

Es innegable que las crisis económicas, de diversas índoles, son recurrentes en el capitalismo, ya que funcionan como un motor y un estímulo constante para su perpetuación. Específicamente, las crisis económicas actúan como un reinicio periódico del sistema, permitiendo su expansión a expensas de colapsos parciales localizados en las periferias, y promoviendo la búsqueda de nuevas estrategias para asegurar la extracción, explotación y acumulación de recursos. La prioridad absoluta es mantener un crecimiento constante de la tasa de ganancia. Esa es la regla suprema. De modo que de las crisis hay que salir para crecer hasta que llegue otra y así indefinidamente. Sin embargo, con cada crisis la complejidad y vulnerabilidad del sistema se intensifican, aportándole nuevos riesgos y dificultades, lo que estimula formas novedosas de gestión política de los problemas, de modo que las élites capitalistas puedan continuar saliéndose con la suya. 

Lo que fue el fascismo

Durante la primera mitad del siglo XX, una de las estrategias innovadoras para gestionar la crisis capitalista, especialmente en el núcleo del sistema, fue el surgimiento del fascismo. La catástrofe que supuso la Primera Guerra Mundial, el temor a la extensión de la revolución socialista y la devastadora crisis económica y social de 1929 propiciaron el auge, desarrollo y poder del fascismo en Europa. Este fue, en el contexto de lucha imperialista entre capitalismos nacionales compitiendo por recursos abundantes, una fórmula exitosa para superar la crisis. Como postula la clásica tesis de Reinhard Kühnl (1978), liberalismo y fascismo constituyen dos formas de dominio burgués, que entre 1922 y 1945 entraron en una dinámica de colisión. Pero también de sustitución o adaptación, pues como sostiene Kühnl, cuando ciertas burguesías nacionales se enfrentaron a obstáculos serios no dudaron en dejar de ser liberales para convertirse explícitamente en fascistas. De modo que el fascismo funcionó para una importante fracción del capital – otra optó por el New Deal o fórmulas similares – como una solución de emergencia autoritaria y militarizada para vencer la crisis, posibilitando la recuperación de la tasa de beneficio. 

El fascismo se presentó como una ideología moderna de masas con el objetivo de conquistar el Estado. Según Emilio Gentile (2019), este movimiento ultranacionalista adoptó una retórica revolucionaria, pero con un marcado carácter antiliberal, antidemocrático y anticomunista. Es decir, pura reacción liberticida al servicio del capital en recomposición. Organizado por un partido milicia, su meta era establecer un nuevo y dinámico Estado a través del monopolio del poder político y la abolición de la democracia parlamentaria. Simultáneamente, buscaba regenerar la Nación mediante un liderazgo carismático, la supeditación de la autonomía individual al Estado y la implementación de una economía autárquica. La ideología fascista también abogaba por el mantenimiento de la autoridad, la obediencia, el orden y la disciplina, apelando a la juventud, la raza, la familia y la tradición. Promovía un pensamiento mítico, virilista y antihedonista, priorizando la Nación sobre el individuo libre, con la intención de convertirla en una “unidad de destino” étnicamente uniforme, cohesionada, homogénea y organizada jerárquicamente en un Estado totalitario.

El fascismo exhibía una belicosa inclinación imperialista, respaldada por una política de desarrollo industrial, tecnológico, científico y militar. Esta visión megalómana de grandeza y conquista buscaba instaurar un nuevo orden y una civilización milenaria. Además, abrazaba el corporativismo, abogando por la unión regeneradora de diversos sectores sociales (trabajadores, empresarios, profesionales, etc.) en corporaciones controladas por el Estado, con el propósito de coordinar y regular la actividad económica y social. Para asegurar su dominio, el fascismo institucionalizado se equipó con aparatos y organismos para ejercer la violencia, la represión e incluso el exterminio planificado a gran escala contra colectivos o individuos catalogados como «enemigos» del Estado fascista. Las élites capitalistas que lo apoyaron e instrumentalizaron dieron siempre el visto bueno a sus políticas. 

Según Gentile, el fascismo incorporaba un fuerte elemento mítico y simbólico, estableciendo una forma peculiar de sacralización política que buscaba conferir significado y cohesión social a través de rituales, símbolos, mitos y preceptos. Como emblema central de este movimiento adoptó el antiguo fasces del Estado imperial romano, compuesto por treinta varas (virgae), generalmente de abedul u olmo (una por cada curia o tribu de Roma), atadas ritualmente con una cinta de cuero rojo, formando un cilindro que sostenía un hacha o securis. Tradicionalmente, el haz de varas significaba poder, fuerza y unidad, puesto que es más fácil quebrar una sola vara (virga) que quebrar todo un haz (virgae colligatae), mientras que el hacha se refería a la capacidad de la autoridad para de tomar y ejecutar decisiones. Este símbolo expresaba la cohesión de la sociedad respaldada por el Estado, el único garante de ley, paz y justicia. Originalmente llevado por los lictores, funcionarios públicos que acompañaban a los magistrados romanos, el fasces se utilizaba en ceremonias y procesiones. Aunque no pocos movimientos revolucionarios y republicanos también adoptaron el fasces en su iconografía, fue el régimen fascista italiano quien lo resignificó integralmente, otorgándole un sentido totalitario. En esta coyuntura, el fasces simbolizaba el nacionalismo y la voluntad del pueblo (las diversas varas anudadas), cohesionado y unido bajo la autoridad centralizada del Estado fascista (el hacha). En el caso del fascismo español o falangismo, se adoptó un símbolo análogo: el yugo y las flechas.

Qué es el «virguismo«

El fascismo, a pesar de su derrota en 1945, persistió durante algunas décadas en regímenes políticos que lo combinaron pragmáticamente con el autoritarismo conservador y el nacionalcatolicismo, como ocurrió en España y Portugal. Además, experimentó un resurgimiento a través de movimientos y partidos neofascistas, mayoritariamente extraparlamentarios, o se vio involucrado parcialmente en dictaduras militares violentas y regímenes segregacionistas en diversas partes del mundo. Estos acontecimientos se desarrollaron en el contexto de la Guerra Fría, donde cualquier medio era utilizado por el «mundo libre» en su lucha contra el comunismo.

La caída del capitalismo de Estado soviético y las crisis económicas, energéticas y sociales que azotaron al mundo capitalista desde 1973 impulsaron el fortalecimiento de movimientos de inspiración neofascista. A partir de comienzos del siglo XXI, la confluencia explosiva entre el devastador impacto de la crisis económica de 2008, las consecuencias catastróficas del neoliberalismo, el empeoramiento del caos climático, el inicio del declive energético, la descomposición de las clases medias y la deriva tóxica de las nuevas redes sociales de comunicación, provocaron un cambio significativo. En esta etapa de baja modernidad emergió una nueva condición contemporánea, la del colapso ecosocial, que, una vez más, estimuló un enfoque político innovador para gestionar los enormes problemas y contradicciones a las que debían enfrentarse las elites dirigentes de un capitalismo completamente globalizado.

En los últimos tiempos se han utilizado muchas denominaciones para intentar captar la novedad de dicha innovación política en el marco de la ultraderecha, que afecta tanto al centro como a la semiperiferia del sistema-mundo capitalista. Así, se ha hablado de neofascismo, alt right, postfascismo, fascismo tardío, fascismo postmoderno, nuevos fascismos, fascismo 2.0, fascismo fósil, fascismo eterno, trumpismo, nacionalpopulismo, autocratismo, extrema derecha populista o iliberalismo autoritario, entre otros. Sin embargo, desde nuestro punto de vista, lo que está emergiendo no puede ser asociado a alguna suerte de revival, adaptación o resonancia del fascismo clásico, pues este es hijo de un tiempo moderno y expansivo, de abundancia y progreso sin fin. Pero la situación de colapso progresivo intensificada a partir de los comienzos del siglo XXI, especialmente a partir de 2020, marca un horizonte muy diferente, de decadencia, escasez y múltiples crisis que se refuerzan mutuamente, generando caos sistémico y amenazando la dinámica expansiva, extractiva y acumulativa del capital. Fruto de ese colapso es el incremento de la desigualdad, la polarización social, el empobrecimiento de la mayoría de la población y un malestar social creciente. Las élites corporativas capitalistas son conscientes del proceso en marcha y sus devastadoras consecuencias sociales, por lo que están adoptando una estrategia política de supervivencia radical

En consecuencia, lo que se está revelando no es el retorno o actualización del fascismo, sino algo completamente novedoso, original e hijo de su propio tiempo, el del colapso y la desintegración de la modernidad. Algo mucho más desconcertante, disolvente y peligroso que el fascismo, si es que eso es posible. Una herramienta inmisericorde y expeditiva, todavía en fase de pruebas, para la gestión del colapso a manos de las mismas élites sistémicas que lo ha hecho posible y ahora se ven amenazadas por él. Un instrumento político extremo que, dando rienda suelta a la especulación reflexiva, hemos denominado virguismo. Sintéticamente podría definirse como una mutación sociopática del gen fascista, que aflora, en ese tiempo gramsciano en que lo viejo se resiste a morir y lo nuevo no acaba de nacer, como una monstruosidad de nuevo cuño. 

El virguismo, que parece emerger en la semiperiferia y se insinúa ya en el centro del sistema, expresa paradójicamente el desmoronamiento simbólico del proyecto fascista clásico, pues lo nuevo consiste en cortar de un tajo la cinta de cuero que anudaba las varas (virgae) del fasces para que aquellas se separen, desparramen y dispersen, mientras el hacha ha sido reemplazada por una motosierra de última generación. Pese a la narrativa nacionalista, fundamentalista y ultraconservadora, ya no se trata de unir, amalgamar y estrechar al pueblo entorno a la autoridad del Estado fuerte, que supuestamente salva a la nación o religión verdadera de sus enemigos externos e internos, sino de decretar un “sálvese quien pueda”, de ordenar e imponer por las bravas una libertad para que cada cual se las arregle por su cuenta en la jungla del colapso. Se proclama una libertad absoluta para las varas separadas (pueblos, colectivos, individuos) bajo la implacable soberanía híbrida de una Entidad posestatal en gestación. Esta Entidad, resultado de una profunda fusión entre corporaciones privadas, mafias moleculares, confesiones fanatizadas, cuerpos burocráticos y fuerzas armadas, parece estar desplazando al Estado desde dentro. Con meticulosa voracidad, desarticula lo que alguna vez estuvo sujeto, ya fuera bajo el régimen fascista o el democrático liberal.

Ni tan siquiera hay fasces o fascios que constituir y mantener, con sus ideales delirantes, obrerismos postizos, desfiles vibrantes, líderes visionarios, narrativas míticas, cruzadas nacionales y siniestros dispositivos industriales para asegurar el “espacio vital” nacional. No hacen falta. El contexto es totalmente diferente. Pocos se denominan hoy en día como fascistas o nacionalsocialistas. Más bien ejercen de demócratas zombis. Ya no se trata de lanzarse a una carrera imperial para hacerse con más y más en un horizonte que nunca se alcanza, sino del patético juego de las sillas, concretamente con unas sillas desvencijadas en una sórdida habitación menguante. Nada más. El  desolado paisaje de cada vara (virga) abandonada en la intemperie de la antipolítica nihilista, racista, xenófoba y machista. Sin sentido, propósito o causa detrás. Sólo un deshumanizante imperativo de discriminar y sobrevivir, aderezado con la desgastada retórica identitaria al modo de “nosotros primero”. 

Por ello ahora mismo lo prioritario para el verdadero poder es institucionalizar como rebeldía el grito genérico de libertad, a la postre traducido en un régimen libertocrático de varas diseminadas, esparcidas, fragilizadas, dejadas a su suerte, puestas salvajemente a “competir” por las cada vez más escasas sobras en un despiadado ambiente de lucha de todos (los de abajo) contra todos (los de más abajo). La “fragmentación del ser” (Millán, 2023), inherente a la cosmovisión racionalista e individualista de la modernidad, llevada a sus máximas y deprimentes consecuencias. Entretanto, fogueándose en el estado de excepción intermitente y la guerra civil crónica, la Entidad emergente mejora sus prestaciones, adoptando configuraciones diversas en cada lugar, para ayudar al capital a gestionar en su propio beneficio el desastre que este ha causado. Política cínica de la “despolitización”. Economía circular de la destrucción. 

Los componentes del virguismo

El virguismo combina tres componentes básicos, que se retroalimentan mutuamente: necroliberalismo, catabolismo y ecofascismo, que actúan a un tiempo como principios de orientación ideológica y programas de acción política. 

En cuanto al primero de ellos, el necroliberalismo, expresa el brote psicótico definitivo del fundamentalismo del mercado, al cual todo debe ser sacrificado, sin contemplaciones, compromisos, eufemismos ni paños calientes ilustrados. Frente a un final sin solución, la “solución final” que impone la absoluta lógica del mercado, que se erige como despótica divinidad inmanente, una suerte de Providencia de casino y ruleta rusa cotidiana. Desde la profunda comunión mística entre Estado y Mercado se promulga a un tiempo la confusión y la cacería, el abandono y la jungla. Necrosis del ya muy debilitado tejido democrático y entronización de la libertad para ser esclavos. 

Esta radicalización “anarcocapitalista” del neoliberalismo funciona como expresión de la necropolítica, que según Achille Mbembe (2011) se refiere a cómo el poder estatal y otras instancias que tiende a fusionarse con él utilizan la gestión de la muerte y la violencia (necropoder) como herramientas para ejercer control y dominio sobre la población. De modo que ese poder puede decidir qué vidas son consideradas dignas de ser vividas y cuáles son desechables. La vida ya no es un derecho, sino un “activo” de usar y tirar en el mercado. Esto puede manifestarse en la represión violenta, el genocidio, el terrorismo de Estado, los triajes de emergencia y otros actos de violencia sistemática desde arriba hacia abajo. Por ello el necroliberalismo se presenta, en opinión de Raimundo Viejo (2022), como un primado autoritario y ecocida del mercado sobre la democracia, pues, “a diferencia del liberalismo clásico, el necroliberalismo aspira a preservar una esfera mínima de autogobierno democrático para las élites mientras ignora el ecocidio en curso.” 

La plasmación más terrorífica de la agenda necroliberal, movida por la pulsión mercantil de muerte, es el vínculo que William I. Robinson (2023, 2024) establece entre el excedente de capital, el excedente de mano de humanidad y el genocidio. Para Robinson, el sistema se enfrenta a una gran crisis de sobreacumulación y estancamiento, con un excedente en niveles extraordinarios en manos de unos pocos, lo que unido al acelerado empobrecimiento y desposeimiento de la mayoría, hace que a la clase capitalista transnacional le resulte cada vez más difícil encontrar nuevas salidas para canalizar sus enormes excedentes acumulados. 

Robinson sostiene que existe una tensión mundial entre la necesidad económica que tienen los grupos gobernantes de mano de obra superexplotable y la necesidad política que tienen de neutralizar la rebelión real y potencial del excedente de humanidad. Las estrategias de contención de la clase dominante se vuelven primordiales y las fronteras entre jurisdicciones nacionales se convierten en zonas de guerra y zonas de muerte. Dicho de otro modo, existe una convergencia entre la necesidad política de contener el excedente de humanidad y la necesidad económica de abrir violentamente nuevos espacios para la acumulación militarizada. De modo que el genocidio necroliberal, vía un Estado policial global donde confluyen los ejércitos clásicos con los pujantes ejércitos privados, puede convertirse en una eficaz herramienta política para que el sistema pueda resolver represivamente la insostenible contradicción entre el excedente de capital y el excedente de humanidad. 

En los países del centro esté exterminismo puede adoptar una estrategia más sutil e indirecta (por abandono activo), dirigida contra refugiados, migrantes, pobres y presuntos “terroristas”, pero la lógica es la misma que ya se aplica salvajemente en determinadas zonas de la periferia: controlar, reducir o eliminar el creciente excedentariado de bioresiduos humanos sobrantes, ya totalmente privados de derechos. El caso extremo de la destrucción de Gaza muestra, lamentablemente, el camino a seguir, con el aplauso o comprensión del “mundo civilizado”. Necroliberalismo como libertad para deshacerse de todas esas virgae molestas y disfuncionales, que ni pueden consumir, ni saben votar, y sólo sirven para crear problemas y agotar unos recursos limitados. Hay que abrir nuevas y lucrativas oportunidades de negocio. El fascismo decía salvar a un “nosotros” y exterminaba a los “otros”. Para el virguismo, todos salvo las elites del capital y sus servidores funcionales se constituyen en “otros” potenciales. 

El segundo componente del virguismo es el catabolismo en su versión política. Para entender esta, previamente hay que referirse al capitalismo catabólico, llamado a ser cada vez más relevante en un contexto de colapso civilizacional. Según Craig Collins (2018) un capitalismo sediento de energía y sin posibilidad de crecimiento, por fuerza ha de volverse catabólico, entendiendo el catabolismo como un conjunto de mecanismos metabólicos de degradación mediante el cual un ser vivo se devora a sí mismo. Para Collins, a medida que se agoten las fuentes de producción rentables, el capitalismo se verá obligado a obtener beneficios consumiendo los bienes sociales que en otro tiempo creó. De modo que, al canibalizarse a sí mismo, el capitalismo catabólico convertiría la escasez, la crisis, el desastre y el conflicto en una nueva esfera de obtención de beneficios, generando a su vez más devastación. 

Collins describe el capitalismo catabólico como un sistema que se devora a sí mismo, ya que su insaciable hambre de beneficios solo se satisface consumiendo la misma sociedad que lo sustenta. En consecuencia, la decadencia del sistema puede resultar extremadamente lucrativa para los oportunistas que saben cuándo y dónde invertir. En la era clásica de expansión del sistema, los capitalistas catabólicos acechaban entre las sombras de la economía del crecimiento, tomando la forma del crimen organizado o capitalismo ilegal. Pero en la deriva catabólica del capital en un contexto de colapso, se forja una ominosa alianza entre los sectores extractivos más poderosos y los componentes catabólicos del capitalismo, buscando beneficiarse a expensas de la dinámica destructiva y desintegradora que caracteriza esta época.

La traducción política del catabolismo se basaría, cómo ha estudiado Carlos Dávalos (2023, 2024) en el caso ecuatoriano, en una previa y agresiva demolición neoliberal (necroliberal) de las principales instituciones del Estado, especialmente de las se ocupan de proteger a la ciudadanía y sus derechos. Ante el vacío del Estado, los grupos del crimen organizado se apoderan de vastos territorios y generan un sistema propio de tributación, poder y dominación, basado en la violencia. La crisis de seguridad desencadenada puede entonces convertirse en un argumento poderoso para cohesionar de manera patológica a una sociedad temerosa en torno a un gobierno autoritario, que suprima la democracia formal mediante la aplicación de un estado de excepción permanente.

El catabolismo político ligado al virguismo sólo puede prosperar cuando se ha avanzado bastante en lo que Dávalos denomina “proceso de lumpen-acumulación”. Este supone la incorporación del crimen organizado como parte fundamental del patrón de acumulación de capital y del régimen de regulación correspondiente, con la connivencia de las elites que les otorgaron el espacio político e institucional para actuar. Aunque el crimen organizado ya se conectó en el pasado con el Estado capitalista, la novedad actual consiste en que la incorporación de aquél a los patrones de acumulación de capital y a su régimen de regulación requiere que estos grupos criminales entren directamente en el Estado. Es decir, si la connivencia de las elites permitió la entrada de los cárteles del crimen en las dinámicas de la acumulación de capital, es de suponer que dichos cárteles reclamen para sí el control de sus propios flujos monetarios a partir de una especie de pliegue del Estado hacia la lumpen-acumulación. Ante el colapso y la necesidad de sacar provecho de él, todo se convierte en un negocio catabólico compartido entre los garantes de la legalidad y los de la ilegalidad, lo que debe concretarse en un adecuado marco político que garantice la impunidad. Dinero blanco y dinero negro convertidos en un único y global dinero gris. Anarcocapitalismo y narcocapitalismo en plena sintonía. 

Según Dávalos, ello significa que el crimen organizado reclama y exige que el Estado decline su monopolio de la violencia legítima en su favor, de tal manera que esa situación permita maximizar su poder a quienes ejercen la violencia ilegítima, amedrentando a sus opositores y sometiendo a la sociedad. En este contexto, el Estado, sometido a una agenda neoliberal ligada a los intereses del capital transnacional, no puede defender a su sociedad porque la administración, la justicia, la policía y las Fuerzas Armadas han sido totalmente permeadas y cooptadas por el capital que opera en la criminalidad organizada. Un escenario similar al de tantas zonas empobrecidas donde ha históricamente se ha practicado el saqueo colonial, pero que cada vez se hace más presente y virulento en no pocas áreas de la semiperiferia y el centro. Políticamente, eso significa la creación de un marco de indistinción entre legal e ilegal, de connivencia entre Estado, necroliberalismo y capital catabólico. Este contexto describe la formación de una Entidad pos-estatal en ascenso, caracterizada por la violencia, la corrupción y el autoritarismo. Una Entidad capaz de transformar el terror y el estado de excepción en un sistema cotidiano, que ejerce un control riguroso sobre una ciudadanía atemorizada, desorientada y prácticamente secuestrada.

El tercer componente del virguismo es el ecofascismo. Según Carlos Taibo (2022), este es “un proyecto en virtud del cual algunos de los estamentos dirigentes del globo  – conscientes de los efectos del cambio climático, de las secuelas del agotamiento de las materias primas energéticas y de la manifestación, en la trastienda, de un sinfín de crisis paralelas – habrían puesto manos a la tarea de preservar para una minoría selecta recursos visiblemente escasos. Y a la de marginar, en la versión más suave, y exterminar, en la más dura, a lo que se entiende que serían poblaciones sobrantes en un planeta que habría roto visiblemente sus límites.” 

Desde nuestro punto de vista, la propuesta ecofascista pretende completar el proyecto virguista de recuperación de emergencia del dominio del capital, retroalimentándose con el necroliberalismo y al catabolismo político. Como subraya Taibo, con el ecofascismo se actualizan las reglas imperialistas bajo una matriz ecológica, y se instaura alguna modalidad de gobierno autocrático capaz de imponer la preservación de un supuesto conjunto orgánico de la naturaleza. En la lógica ecofascista, apunta Taibo “no se descartarían las mayores atrocidades, siempre que viniesen a reajustar un equilibrio supremacista entre poblaciones y recursos naturales.” Al fin y al cabo,  recuerda Robinson (2023), el capitalismo global enfrenta una crisis estructural de sobreacumulación y estancamiento crónico. Pero los grupos gobernantes también enfrentan una crisis política de legitimidad estatal, hegemonía capitalista y una desintegración social generalizada, una crisis internacional de confrontación geopolítica y una crisis ecológica de proporciones trascendentales. El ecofascismo, en tanto resignificación ecológica del gen fascista, funciona como un rentable dispositivo para conjurar el desorden que amenaza la hegemonía de la clase capitalista global, aunque ello conlleve un mayor caos para el resto de la población.

Bajo el tumulto suicida del necroliberalismo, el catabolismo y el ecofascismo, las fuerzas virulentas del virguismo ganan terreno. En este panorama, el fasces, desanudado y disgregado, ve transformada su antigua promesa de unidad en una confusión de virgae que aspiran desesperadamente a sobrevivir mientras todo se desmorona. En última instancia, la desbandada virguista se revela como la configuración necropolítica del colapso capitalista. 

Bibliografía

Craig, Collins (2018): “Catabolismo: el futuro aterrador del capitalismo”,  CounterPunch, 1 noviembre 2018.

Dávalos, P (2023): “Anomia, Estado fallido y lumpen-acumulación”, Rebelión, 19 agosto 2023. 

Dávalos, P (2024): “De la demolición institucional a la doctrina del shock”, Rebelión, 13 enero 2024.

Gentile, E (2019): Quien es fascista, Madrid, Alianza Editorial. 

Kühnl, R (1978): Liberalismo y fascismo. Dos formas de dominio burgués, Barcelona, Fontanella.  

Mbembe, A (2011): Necropolítica, Barcelona, Melusina.

Millán, N (2023): Política, emociones y espiritualidad: Emancipar la consciencia, tejer redes comunitarias y transformar nuestros mundos, Madrid, Los Libros de la Catarata. 

Robinson, W. I (2023): Mano dura. El estado policial global, los nuevos fascismos y el capitalismo del siglo XXI, Madrid, Errata Naturae. 

Robinson W.I (2024): “Gaza: Una ventana horrorosa a la crisis del capitalismo global”, Rebelión, 17 enero 2o24.

Taibo, C (2022): Ecofascismo. Una introducción, Madrid, Los Libros de la Catarata. Viejo, R (2022): “Necroliberalismo”, Ctxt, 28 marzo 2022.

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