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El voto boricua y Jasmine

Fuentes: Rebelión

Ha llegado a Puerto Rico Jasmine Quinn Camacho, con nombre de flor y con una ofrenda de oro en su cuello. Nos recuerda a todos los hijos de esta patria que la voluntad, disciplina, talento, y, sobre todo, la virtud, cuentan.

Y sí, la virtud cuenta más que las tres primeras. Porque su moral, que es sinónimo de virtud, la llevó a decirle a todos los humanos que es hija de su patria Puerto Rico. Y lo proclamó desde el principio, abrazada a su bandera, diseñada por la diáspora boricua y luego desplegada y aprobada en asamblea de seres libres en el Chimneys Corner Hall de Nueva York aquel día glorioso del 22 de diciembre de 1895. Esa bandera, que surgió antillanista con la de Cuba y sus colores invertidos, según corrobora la historia y el pabellón nacional original cubano diseñado hace 171 años y que perdura en bóveda y hoy en el alma de ambos archipiélagos.

¡Qué grande es Jasmine!

Su gesta engrandece a todos los ciudadanos boricuas, los isleños y los que flotan en el mundo de la diáspora. Llegó al peldaño mayor, pues venció a las mejores del orbe y quebró el registro olímpico previo. Obra grande de una boricua de sangre y creencia.

Y su triunfo perfuma, y también nos azota y admoniza, que boricua somos todos los ciudadanos de la patria, que aquí habitan o nacieron y sus descendientes que se afirman puertorriqueños no importa donde residan.

El agradecimiento no puede ser locura. Debe ser el acto consistente y más sublime de cordura y razón. Porque a veces la esquizofrenia confunde. Y algunos dicen, víctimas del coloniaje, que los boricuas que se fueron no cuentan. Otros trascienden el pensar oculto y se pervierten con los actos bochornosos del discrimen hacia el acento y el lugar de residencia. No, mil veces no. Boricuas somos todos los hijos e hijas de la patria Borinquén.

Esos hijos que desde lejos no olvidan a su patria. ¿Cuantas divisas producen? Los países soberanos tienen clara esa estadística. Nosotros todavía no sabemos. ¿Para cuando lo vamos a reconocer? Que los boricuas de la diáspora son la fuente de divisas y fuerzas productivas más trascendente de toda nuestra nación. Que unidos 8 millones somos más fuertes que el puñado que aquí habita pero que siente la espada del exilio como el aire que respira. ¡Todos somos diáspora y todos somos isleños¡

Algunos reconocen a sus hijos sólo cuando triunfan. Así le ocurrió a Don Pedro Albizu Campos, el puertorriqueño más preclaro y digno de todos los tiempos. Su padre blanco lo abandonó niño en las riberas del Río Tenerías de Ponce. Y huérfano quedó muy niño cuando una creciente arrastró su humilde casa y su madre falleció ahogada. Aquel niño, por su talento, entrega y martirologio se convirtió en nuestro Cristo Negro, en el alma de la nación de todos. Y  cuando a sus cercanos 19 años y ya becado por prestigiosas  instituciones en el 1912 para sus estudios en la Universidad de Vermont entonces su padre le dio el apellido en el 1914. ¡Cuanto sufrió Albizu! ¡Cuanto nos engrandece y le debemos!

Y nos recuerda Albizu que la hipocresía es sentimiento de las bestias. ¿Porqué reconocer sólo cuando hay fama y no la esencia? Reconocer como boricuas sólo cuando tienen fama es pecado mayor. Y se peca y se achica nuestra nacionalidad cuando hay que engrandecerla y unirla porque la razón y la necesidad lo exigen. Muchos y unidos somos más fuertes que segregados y achicados.

Las diásporas de países soberanos votan en sus procesos nacionales y participan de sus cuerpos dirigentes. El domicilio de un año para votar en Puerto Rico es un mamarracho jurídico, establecido por ley que aplicado a los boricuas nos debilita y destruye. En acendrado corte ético político histórico, deberían tener el derecho a votar en los eventos y para los cargos nacionales todos los boricuas aquí nacidos y sus hijos no importa donde domicilien. Una vez soberanos redactaremos nuestra Carta Magna y dispondremos la participación de nuestra diáspora en los cargos de gobierno. Pero mientras ese día llegue, sentamos la costumbre noble y justa que también nos fortalece.

A la llegada de nuestra flor olímpica Jasmine con su medalla de oro, hagamos un honor a ella y a los boricuas que flotan como esporas por el mundo. Repudiemos la hipocresía. Seamos consistentes. Recibamos su regalo ante su llegada. Reciproquemos con la más justa de las ofrendas. Exijamos para Jazmine y todos los boricuas nacidos en su tierra y sus hijos no importa donde domicilien el derecho a votar aquí donde más cuenta.