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El voto del chileno medio

Fuentes: Punto Final

«…el hombre virtuoso, el ilustrado patriota, el que más haya contribuido a romper las cadenas de la esclavitud…, (es) el que está animado de espíritu público y el que merece la confianza de todos los hombres».  Proclama de Quirino Lemáchez (Camilo Henríquez), 1811, en las elecciones del primer Congreso Nacional     -¡De qué esclavitud […]


«…el hombre virtuoso, el ilustrado patriota, el que más haya contribuido a romper las cadenas de la esclavitud…, (es) el que está animado de espíritu público y el que merece la confianza de todos los hombres».

 Proclama de Quirino Lemáchez (Camilo Henríquez), 1811, en las elecciones del primer Congreso Nacional  

 

-¡De qué esclavitud me hablan!- dirá el bueno del chileno medio, con su traje gris, camisa blanca, corbata oscura, metro sesenta y cinco, pelo estilo cajero del Banco de Chile, quien en Año Nuevo se sacó los zapatos bailando ‘El galeón español’ y con quien el otro día compartí un cola de mono en un cóctel. «La verdad es que a mí me da lo mismo cualquiera de los dos; nunca mi vida ha cambiado, vote por quien vote; nunca me ha ido mejor ni peor… Lo que me preocupa es la seguridad…».

 Tendría unos 35 años; todavía no nacía para el golpe. Recién pudo pispar lo que pasaba a los diez años, para las protestas. Tenía 15 cuando comenzó a retornar la democracia. Entonces, no tiene la vivencia de lo que fue la democracia pre-dictatorial; «burguesa», pero no había binominal, los sindicatos eran poderosos, los colegios profesionales ejercían el control de su profesión, los obreros y campesinos ejercían bastante poder.  Mientras degustaba un canapé de choritos, pensé que tampoco este chileno caminó un soleado día de octubre de 1973 las quince cuadras que separaban un extremo y otro del pueblo de Freire, cercano a Temuco, con las manos en alto, escoltado por una patrulla de carabineros erizada de fusiles y un jeep con ametralladora, todos apuntándole a unos cinco metros de distancia. Y pensé que tampoco se dijo «si tropiezo, estos huevones me aplican la ley de fuga y me disparan»; ni se esforzó por mantener alzada la frente para mostrar que era un chileno digno y que no les tenía miedo por muy armados que anduvieran. Al chileno medio no lo echaron después a un calabozo con su dignidad a cuestas, ni lo montaron horas más tarde en un camión del ejército donde trataba de generar condiciones favorables convidándole cigarrillos a los conscriptos que lo custodiaban. A nuestro chileno medio no lo trasladaron al Regimiento Tucapel ni lo interrogaron en la Fiscalía ni lo mandaron horas más tarde a la cárcel de esa ciudad sureña.  El chileno medio no escuchó allí, fresquitos, los relatos del heroísmo de las últimas horas del «Milico Morales», Rubén Morales Jara, 28 años, mirista, profesor de matemáticas de la entonces sede regional de la Universidad de Chile, detenido por el ejército cinco días antes del golpe, de quien se decía que regresaba de la tortura bañado en sangre pero entonando la Internacional, y que fue lo único que cantó hasta que lo mataron. Ni tampoco el chileno medio se enteró por El Diario Austral de que el milico Morales supuestamente murió alcanzado por unas ráfagas cuando -también supuestamente- se lanzó al río Cautín intentado huir de sus captores. Ni sabe que Rubén Morales hoy es un detenido desaparecido.  El chileno medio -que había cambiado el cola de mono por una copa de vino tinto en caja- nunca tuvo la vivencia de estar en mayo de 1974 en un recinto de la Fuerza Aérea, en Temuco, vendado, de cara tal vez a un muro, mientras una voz gritaba: «¡Otro candidato para el río!». Ni tampoco tuvo la experiencia de ser arrojado a un camastro, maneado, esposado, vendado, y estar allí días sin que pasara nada, salvo escuchar a un telefonista que en un recinto vecino reiteraba cuando campanilleaba el teléfono: «No, aquí no hay prisioneros». Tampoco el chileno medio tuvo la experiencia de pensar ante esa circunstancia, «y yo, ¿qué chucha soy?». Ni tuvo el chileno medio la experiencia de gritar «¡Centinela!», cuando te daban ganas de ir al baño (para que el centinela, al que te imaginaste un soldado como los del Diario del Che , te pidiera casi disculpas mientras te ayudaba a mear y cagar; o te dijera: «¿Le doy?», cuando traía un plato de comida y con las manos esposadas y la vista vendada era casi imposible echarse una cucharada a la boca). Tampoco tuvo la experiencia de que uno cualquiera de esos días una voz chillona te alzara del camastro y te quitara las maneas, y te hiciera caminar hacia un lugar donde te sentó diciendo: «Estás ante una mesa, te voy a quitar las esposas y la venda, detrás de ti hay un fusil apuntándote a la nuca, al menor movimiento sospechoso se te disparará…».  No tuvo el chileno medio esta ni otras experiencias peores aún. Ni la de luchar por el derrocamiento del dictador; de estar asomándose a la clandestinidad y dando la cara en el periodismo público de oposición, hasta caer preso de nuevo y finalmente irse al exilio. El chileno medio no fue acribillado como José Carrasco y miles más. Tal vez por eso este chileno medio, que ahora parece que se va a poner a hablar de esa barbaridad televisiva llamada «Pelotón», piense que a lo mejor no es tan grave que en los próximos años nos gobierne Piñera.  

(Publicado en «Punto Final», edición Nº 702, 8 de enero, 2010)