Observamos las primarias presidenciales del Frente Amplio (FA) como una primera marca real que se pone a prueba ante un clima algo más etéreo, y tal vez artificial, creado previamente por los sondeos de opinión, la prensa -siempre interesada y resbalosa-, las percepciones e ilusiones. Tras unas semanas de campañas en televisión, de debates periódicos […]
Observamos las primarias presidenciales del Frente Amplio (FA) como una primera marca real que se pone a prueba ante un clima algo más etéreo, y tal vez artificial, creado previamente por los sondeos de opinión, la prensa -siempre interesada y resbalosa-, las percepciones e ilusiones. Tras unas semanas de campañas en televisión, de debates periódicos en los medios, las primarias han sido una medición que no sólo bajó las expectativas del FA, sino que confundieron el presente en un aterrizaje no tan suave sobre la realidad y el momento.
Las elecciones primarias buscan la reacción del militante y por extensión, expresan el clima político. Ello sucedió con el inquieto electorado de derecha que casi duplicó el número de votos de las de 2013. Pero escasamente ocurrió con el Frente Amplio, que con poco más de 320 mil votos no logró cumplir las expectativas. Si detallamos la votación, Beatriz Sánchez, candidata presidencial del FA, obtuvo 221 mil votos. Un tercio, algo más de cien mil, se canalizó hacia Alberto Mayol.
A diferencia de la derecha aglutinada en Chile Vamos, más demagógica y ruidosa, el FA desplegó un discurso crítico que en el caso del sociólogo Mayol se estructura en torno a un programa de intensa desinstalación neoliberal. Pese al criterio y comadreo destemplado en los debates de la derecha, la discusión del FA levantó un relato que en el caso de Mayol adquirió densidad programática, a la vez de ensamblarse con las tradicionales demandas de la Izquierda chilena y las actuales izquierdas latinoamericanas. Durante el debate surgió una voz corrosiva hacia una institucionalidad que, de una u otra forma, comparte en bastante menor grado su compañera del bloque.
Es en este punto que no parece tan fácil aglomerar voces, y menos ideas. Mientras Sánchez es una profundización de las reformas inicialmente planteadas en el programa de la Nueva Mayoría, Mayol apuntaba a generar un proyecto sobre nuevas bases que no consideran viable la institucionalidad construida por los artífices e ideólogos de la dictadura, hoy presentes en corporaciones y directorios. El Estado y el modelo de mercado tan defendido por toda la clase política, las elites y las diferentes expresiones que tiene el poder financiero e industrial, son sin duda la causa de los problemas actuales, un diagnóstico desarrollado por el académico en múltiples textos.
A partir de estas observaciones, las proyecciones parecen inciertas. ¿Qué tan dura y militante ha sido la votación del Frente Amplio, o qué incentivos existen para movilizar la votación de Mayol hacia la candidatura de Beatriz Sánchez en noviembre? Más aún, ¿qué tanto puede crecer la votación de la periodista hacia finales de año?
Si nos remitimos a las votaciones históricas del ala izquierda del electorado durante los años de la transición, los números no son tan distintos a los obtenidos por el Frente Amplio. Desde las primeras elecciones de la posdictadura el número de electores se ha mantenido más o menos entre los 6,5 y siete millones, de los cuales los discursos más críticos o izquierdistas nunca ha obtenido mucho más de un seis por ciento. La candidatura de Jorge Arrate marcó el techo en 2009, con 433 mil votos en unas elecciones selladas por un malestar social que canalizó la propuesta más ambigua de Marco Enríquez-Ominami.
La marca que inscribió Arrate tuvo otras intenciones y tendencias previas. Ya en 1993, inmediatamente después del gobierno de Patricio Aylwin, varios candidatos a la izquierda de la entonces Concertación (Max Neef, Pizarro y Reitze) obtuvieron casi 800 mil votos, volumen, si bien fraccionado, jamás repetido desde entonces.
Sobre estas estadísticas un análisis simple diría que el crecimiento del FA debiera apuntar hacia el centro, hacia las clases medias. Un cálculo tal vez demasiado funcional, que no considera el complejísimo espacio que allí se abre, disputado, por cierto, desde la derecha más extrema a populismos variados y otros aventureros. En una sociedad despolitizada, con una cultura individualista de mercado como la nuestra, estos grupos pueden abrazar cualquier proyecto que finalmente extienda, consolide o agudice la crisis. Sin un proyecto que recupere las organizaciones de base no hay posibilidades de salir de este túnel.
Publicado en «Punto Final», edición Nº 880, 21 de julio 2017.